Un musulmán y un cristiano en simbólica simplificación de conflictos mayores; lateralmente incluye judíos

Religiones > ATAVISMOS IRREDUCTIBLES

Por Álvaro Sanjurjo Toucon

El insulto (L’insult). Líbano / Francia / Chipre / Bélgica / EE.UU.  2017

Dir.: Ziad Doueiri. Con: Adel Karam, Kamel El Basha, Camille Salameh.

El Líbano actual, en que se desarrolla “El insulto”,  es un territorio que fuera parte del Imperio Romano, recibiera influencias fenicias, e integrara el Imperio Otomano hasta 1918. Colonia francesa hasta 1943, en que se constituye como país, deberá aguardar a 1946 para que se retire la totalidad de tropas europeas. En 1975, se producirá una guerra civil que hace perder al Líbano su condición de enclave financiero con el dudoso mérito de ser considerada la “Suiza de Oriente”.  Su vecindad con Israel le incluirá en las guerras religiosas (económicas y también político-militares) de la zona, siendo escenario, en  un  posterior 2006, de la llamada “Guerra del Líbano”, durísimo enfrentamiento entre el Ejército israelí y la organización musulmana chiita Hezbollá.

En  el territorio del denominado Líbano, la población está integrada  por cristianos (maronitas,  ortodoxos y otros grupos) y musulmanes. Con  una fuerte presencia de la diáspora palestina (de mayoría musulmana con un porcentaje cristiano).

En los gobiernos del Líbano, la cuestión religiosa ha sido parte de los mismos.

Este es el contexto histórico que en “El insulto” conduce a que la disputa entre un hombre de fe cristiana y el obrero  palestino que, cumpliendo directivas municipales, modifica el desagüe del balcón de la casa del primero, se enzarcen en una disputa culminada en los tribunales.

De forma directa, elemental, y por demás ingenua, el realizador y colibretista libanés Ziad Doueiri, hace de su film una paráfrasis (otra más) de conflictos mayores. La impronta simplificadora irrumpe en los constantes enfrentamientos entre estos personajes, símbolo de una atávica intransigencia e  intolerancia cuyo origen está en una irracional cuestión religiosa y lateralmente étnica.

Conflictos que pueden salir de cauce al punto de desatar guerras o, más benévolamente, como en “El insulto”, se resuelven (o quizás no) en los estrados judiciales. Recurso que permite a la realización convertirse en efectista cine de “Tribunales”. Generoso en lo melodramático y golpes de efecto, al  punto que los abogados de cada una de las partes, se revelen, sorpresivamente, como antagónicos padre e hija, finalmente al servicio del derecho, la paz y los hombres de buena voluntad.

Sin la insostenible puerilidad de “El insulto”, el realizador introdujo cuestiones morales en su anterior   “El atentado” (aún no estrenada en Montevideo).


El día después (Geu-Hu). Corea del Sur 2017

Dir. y guión: Hong Sang-soo. Con: Cho Yunhee, Joabang Ki, Kim Min-hee.

La relación entre el propietario de una pequeña editorial en la actual Corea del  Sur y quienes sucesivamente son: su  única empleada, invariablemente su amante, signa de un extremo a otro  este tautológico film cuya cadencia monocorde es quebrada por una esposa histérica al comprobar el engaño conyugal.

Los diálogos constantes, inicialmente profundos, son invariablemente desarrollados en torno a mesas: en el hogar, en la editorial, en restaurantes.  Tomas realizadas con una cámara escasamente móvil, fotografiadas en blanco y negro, recogen, casi sin excepciones, a dos (muy ocasionalmente tres) personajes, ya sea mostrando a ambos a la vez, o tomados individualmente, de modo que su interlocutor, fuera de cuadro, está presente a través de la banda sonora.

De no haber existido la “nouvelle vague” francesa hace ya bastante más de medio siglo, este film coreano pudo aparecer como algo apenas novedoso. En 2017 no deja de ser una prolija y anacrónica  imitación.

El realizador guionista Hong Sang-soo ha de conocer muy poco del negocio editorial:  una empresa  como la que aquí aparece, no puede funcionar con tan solo dos personas. Cierto, dotarla de más personal hubiese aumentado el costo de la producción y eliminado el tono intimista del relato.


Ready Player One: comienza el juego. EE.UU. 2018

Dir Steven Spielberg. Con Tye Sheridan, Olivia Cooke, Ben Mendelsohn, T J Miller, Simon Pegg, Mark Rylance.

“El cuchillo en sí, no es malo. Todo depende del uso que de  él se haga”. La aseveración es hoy perfectamente trasladable a las posibilidades del universo cibernético. Ese que ofrece la  opción de ingresar a amplios conocimientos de cualquier rama, pero que el usuario reduce a cinco  líneas proporcionadas por  “internet”, de modo de evitarse la razonada  interpretación y valoración ofrecidas a través de la lectura del libro  ubicable en el “link” siguiente.

El “play-game” que nos permite competir con un rival virtual, de destreza regulable, no posee demasiada diferencia con  la muñeca inflable, capaz de  emitir gemidos y fluidos cálidos.

La cultura informática, cuya revolución en todos  los órdenes superará holgadamente a las transformaciones gestadas a partir de la “Revolución industrial”, ha  generado también sus  detritus.

Steven Spielberg, el notable cineasta que ha transformado en atractivos espectáculos circenses a los campos de concentración nazis, a las masacres de      los negros esclavos, a la solitaria   presencia de un automóvil y un camión, o a los hambrientos dientes de un gigantesco escualo, entre varias docenas más, sucumbe en “Ready Player One: comienza el juego”.  Su film es a su carrera previa, lo que una síntesis de “Google” es respecto al  original también ubicable en ese sitio.

“Ready Player  One” se sitúa  en un  lejano/cercano 2045, en una ciudad en ruinas escapada de “Mad Max”, tolerable para un  joven nacido en 2025  y demás ciudadanos, mediante la fuga hacia un mundo virtual donde todo es posible: elegir el sexo, la  especie, los amigos, la resurrección,  los peligros y  aventuras donde nada falta (con  Motel, desde luego), y  un infinito etcétera.

Semejante sociedad –acaso gestada por contundentes antecedentes extraídos de  las novelas “Nosotros” (de  Zamyatin) y “1984” (de Orwell)-  es reducida  al despliegue icónico de violencia constante,  engalanada con infinitas referencias provenientes del universo personal de un Steven Spielberg formado culturalmente a partir de un predominante monocultivo de la pantalla, vertido ahora, despojado de su contenido  original.

Nada más que un video juego, sin posibilidad de  interactuar.