Habitar las aulas

Por Celsa Puente (*) | @PuenteCelsa

En el conjunto atiborrado de voces que siempre se superponen en la palestra pública, nunca aparece lo suficientemente explícito el gran problema que tiene la educación media hoy en Uruguay: la formación de sus docentes. No habrá cambio, reforma, transformación posible si no apostamos a formar a todos los docentes, asegurando primero una decisión personal con respecto a la opción vocacional y luego una formación “aggiornada” que no solo lo ubique como un experto en su asignatura sino, además, como un acompañante privilegiado de los estudiantes en el arte de descubrir la vida. Los diseños y enunciados teóricos verán la inevitable zozobra de sus buenas intenciones si en primera instancia no invertimos en formar a los profesores.

Los datos de la Encuesta Nacional de docentes realizada por INEEd en el año 2015 en Uruguay son elocuentes: en educación media, el subsistema con mayor cantidad de titulados es Secundaria, pero tiene solo el 70 por ciento de su plantel docente en estas condiciones, seguido por la educación privada con un 61 por ciento, dejando el último lugar para el Consejo de Educación Técnico Profesional (ex UTU) con un escaso porcentaje que no llega a la mitad de su plantel (46%). Estos datos son clarificadores de que los males nos aquejan a todos.

Evidentemente, Uruguay tiene un problema cuantitativo grave con respecto a los docentes y la cobertura de horas de clase. No hay que eludir, además, todo lo que corresponde a lo cualitativo, aún cuando hablemos de docentes titulados y no porque le achaque a los profesores esta responsabilidad, pero es imprescindible definir el problema para empezar a abordarlo.

Sin embargo, este tema nadie parece advertirlo como un tema clave. Hay una preferencia pública por mostrar la falta de cobertura de horas de clase asociada a la mala gestión de las autoridades de turno y no se ve como un problema que el país tiene que encarar con urgencia. No es tampoco una cuestión abordada con frecuencia por los diversos colectivos que estudian y se expresan sobre los temas educativos y mucho menos aparece dentro de las preocupaciones sindicales. Es incluso paradójico observar que cuando se proponen mecanismos de profesionalización y desarrollo de la carrera docente, las luchas siempre se encarnan en relación a defender a quienes no tienen credenciales para el ejercicio de la actividad. Esto ha llevado al riesgo de que se generalicen a la baja las condiciones de acceso al ejercicio profesional docente y a la permanencia dentro del sistema, o acceso a cargos de aquellos que a veces lo lograron por primera vez por un llamado ocasional, que muchas veces es fruto de la desesperación por poner un adulto en el aula.

Porque la verdad es que año a año hay un conjunto de horas de clase que quedan sin cubrir y la razón es sencilla: en algunas asignaturas y en algunas localidades no hay suficiente cantidad de docentes formados que puedan hacerse cargo de la tarea. Existe de base un problema en algunas asignaturas cuyo número de docentes –formados y no formados específicamente- no son suficientes para cubrir todas las horas de clase y tampoco hay capacidad de reposición. Me refiero, en este sentido, a que no hay en muchas materias el número de egresados necesario para cubrir los ceses, sea por jubilaciones, fallecimientos o por opciones laborales personales pues hay personas que a veces se van a realizar otras tareas.

Hay poca o nula conciencia en Uruguay sobre el valor del aula. El aula es el espacio de intercambio del joven y el adulto, es el espacio de circulación del saber y es también el lugar del acontecer humano. Para que lo educativo ocurra es imprescindible que el aula esté habitada y en este sentido ha sido para mí una obsesión la cobertura de las horas de clase. Desde Secundaria hemos generado creativamente las Aulas Alternativas en línea, que funcionan desde el año 2015 para dar respuesta utilizando la tecnología con un docente remoto y así garantizar el derecho a la educación de los jóvenes.

La escasez de conciencia uruguaya sobre la importancia de que los docentes se encuentren en las aulas se expresa en el alto número de docentes que son requeridos por otras dependencias del Estado para cumplir muchas veces funciones administrativas o similares. O también, solicitados por los propios legisladores que después exigen a las autoridades de la educación respuestas sobre la cobertura de horas de clase, pero se dan el lujo de tener secretarios en sus despachos que son docentes.

Esto también se relaciona con la creación de grupos. Es bastante frecuente que las distintas localidades intenten que sus liceos tengan todas las orientaciones y opciones de los bachilleratos. Es comprensible desear que cada lugar tenga una oferta variada disponible pero es impensable hacerlo a la luz del planteo que hago. Se debe estudiar cuidadosamente y con sentido de responsabilidad la posibilidad de crear el grupo, de cubrir las horas y de cuidar la calidad de lo que se ofrece. Hace no mucho tiempo leí en un semanario una entrevista al Dr. Alvaro Villar que planteaba la dificultad de tener un CTI en cada lugar donde eran solicitados. Y al respecto, y con su gran calidad profesional, explicaba que es mejor trasladar al enfermo y asegurar una atención de primer nivel que abrir varios espacios de salud con estas características, pero que en los hechos no pueden cumplir con el cometido porque el personal no tiene la formación imprescindible. Salvando las distancias, porque uno está excepcionalmente enfermo como para ir al CTI y sin embargo a clase debe ir todos los días, algo similar ocurre con la educación. Quizás es mejor que los estudiantes se trasladen y asegurar que el docente con el que se encuentren esté formado a la altura de las necesidades, que ofrecer en la localidad una opción educativa que intenta con buenas intenciones ofrecer lo que no puede, porque no tiene con quién.

Lo peor es que hay cierta fantasía radicada en que alcanza con saber sobre una asignatura o cierto campo del conocimiento para poder dar clase sobre ella. Y esto es de verdad un error severo, porque si bien es cierto que es importante que el profesor sea un experto en su área, de nada servirán esos conocimientos si no sabe trasmitirlos, generar en el aula un ambiente adecuado de aprendizaje y poner a los jóvenes en situaciones interesantes para que puedan resolver en solitario o junto a sus compañeros las diversas problemáticas del entorno. La única oportunidad de transformar las aulas es el trabajo cotidiano de los docentes, y para que eso ocurra necesitamos la cantidad necesaria de docentes y la formación imprescindible de los mismos. La educación uruguaya necesita al 100% de los docentes para cubrir los puestos en las aulas con título de grado y con formaciones posteriores de posgrado que no versen solo sobre el saber de su asignatura. Nadie pone en tela de juicio la amplitud y profundidad que sobre su materia un profesor debe tener, pero hoy estos adolescentes requieren que otros saberes se pongan en juego. Por ejemplo, un/a profesor/a que sabe tanto de su asignatura como para poder hacer las preguntas adecuadas para provocar a los y las jóvenes en el deseo de indagar. En el mundo del deber ser, cada docente debería ser portador de vocación y compromiso para comprender a los y las jóvenes en la etapa de la vida en la que se encuentran, y así estimular la creatividad y curiosidad de sus estudiantes. Hoy es condición indispensable contar con docentes con buena disponibilidad para la innovación metodológica, orientadores que inviten a sus estudiantes a la investigación, que estimulen el trabajo cooperativo, generando entornos de aprendizaje acordes al mundo de hoy, aprovechando la tecnología al servicio de lo pedagógico.

Uruguay necesita una política nacional de jerarquización del docente y abandonar el discurso circunscripto únicamente a la mejora del salario que, si bien es importante, no se constituirá por sí solo en el factor transformador de la práctica educativa como nuestro país requiere sin demora. Y debe iniciar, en este sentido, un proceso en forma urgente porque no hay soluciones rápidas. La formación del profesorado lleva tiempo y es, sin duda, la semilla genuina del cambio.

(*) Profesora de literatura. Docente y militante en Educación en DDHH. Inspectora de Institutos y liceos de Montevideo.