Maldonado se continúa posicionando fuerte en el mapa vitícola nacional.

Una actividad visionada hace más de un siglo

Sus suelos, tan diferentes a los de Canelones, sus colinas onduladas y el vital refrescante clima, completan una triada que captura a nuevos jugadores del sector vitivinícola y, sobre todo, atraen a los nuevos inversores. 

Escribe: Eduardo Lanza

A fines del siglo XIX, Francisco Piria llegó a contar con un viñedo de más de un millón de plantas, cerca de su castillo sobre la ruta 37. Sin ser viticultor ni bodeguero, su extraordinaria visión le advertía sobre el potencial vitícola de esta zona, pero su proyecto no prosperó.

Cien años más tarde, en 1982, Makoto Kambara compró la despoblada ladera norte del Cerro del Toro, en Piriápolis, compuesta por un total de 800 hectáreas. Es dueño de un enorme astillero en Japón y un arrozal en La Coronilla, supervisado por su hijo Takao.

Recién hace tres años ambos decidieron plantar un viñedo y construir una bodega en ese lugar. Conformaron un equipo que encabeza como gerente Álvaro Lorenzo, de Alto de la Ballena y al que se integró como enólogo Martín Viggiano, tras renunciar a su puesto de periodista en El Observador.

Los siglos disgregaron el granito

Compuestos de granito disgregado durante siglos, y algo de arena, los suelos de Maldonado resultan más permeables y ayudan al enraizamiento de las vides, facilitando la absorción de la humedad y de los indispensables minerales. Además,  sus colinas onduladas permiten un drenaje rápido de las aguas de lluvia, a lo que se suma la influencia vital del refrescante clima oceánico.

Así se completa una tríada que, como un imán, captura a los nuevos jugadores que entran al sector vitícola, pero hay otro factor que pesa mucho: la chance de ofrecer a los turistas un paseo diferente a los clásicos del Este. Las nuevas bodegas cuidan mucho este rubro. Sin duda, ayuda a posicionar la marca y agrega un ingreso económico, lo que no es nada despreciable en el verano.

Pioneros

Álvaro Lorenzo y Paula Pivel fueron de los primeros en ir hacia el Este. En el año 2001 se instalaron en un predio de la Sierra de la Ballena, en Ruta 12, casi Ruta 9. Lorenzo tiene bien claro las fechas: “Unos años más tarde Deicas plantó su viñedo en Garzón y al año siguiente  –en 2008– el ingeniero Bulgheroni comenzó su mega proyecto allí también.  Más cerca en el tiempo, Bouza implantó su segundo viñedo sobre la Ruta 9 y más al norte sobre la 12, se instaló Viña Edén, recostada al cerro Negro. Por último, Finca José Ignacio en el kilómetro 157 de la Ruta 9, acaba de inaugurar su bodega boutique”, comentó.

Muy enfático agregó: “Por eso, al contactarme y contarme que se trataba de un cerro, que el predio abarcaba 800 hectáreas, antes de ir a ver el sitio, fui categórico en decirles que tenía un enorme potencial”.

El desarrollo

Visitar  el proyecto del Cerro del Toro impresiona no solo por sus dimensiones, también por ese terreno tan escarpado y difícil de limpiar de malezas. En la recorrida realizada para este artículo, Martín Viggiano contó que plantarán 30 hectáreas en las que se ubicarán al menos doce variedades, con un énfasis especial en Tannat y Albariño.

Las vides fueron provistas por el Vivero Las Violetas de Fernando Scalabrini, situado en Canelones. La garantía es que se entregan sus plantines certificados libre de virus por el Instituto Nacional de Semillas (Inase). La bodega se  construirá en un punto alto de la falda, pero no en la cumbre, donde es muy difícil llegar.

Excavar antes es vital

Implantar un viñedo desde cero no es fácil. Para determinar la ubicación de cada parcela, el equipo que también integra el Ing. Néstor Merino hubo de recorrer el predio localizando las superficies más aptas para plantar. Luego vino la prospección del subsuelo, cavando las calicatas con retroexcavadoras que permitieron apreciar las distintas capas, a una profundidad de hasta tres metros. Más de 70 se cavaron para realizar después una minuciosa descripción de cada una, detallando la presencia de calcáreos y los tipos de piedras subyacentes. Scalabrini, en diálogo, explicó que esta información es un insumo fundamental para determinar el potencial vitícola de cada lugar y así decidir las variedades, el tamaño y la forma de cada parcela.

La primera cosecha

Este febrero ya se cosecharon unos pocos cajones de tres variedades, producto de las vides plantadas el año pasado. A falta de bodega se recurrió a los colegas y así el Albariño se vinificó en Establecimiento Juanicó, el Chardonnay -apenas dos barricas– en Viña Edén y el Pinot Noir en Alto de la Ballena. La bodega propia se comenzará a construir sobre fines de año y contará como consultor, con el enólogo neocelandés Duncan Killiner, actualmente radicado en Mendoza. Hace muchos años que Duncan asesora a varias empresas uruguayas y conoce bien nuestros viñedos y vinos. Se espera que quede instalada y pronta para operar  para la zafra 2020. Bienvenido entonces este nuevo impulso al sector y a Maldonado en especial.