Para una bióloga experta en el área de innovación e investigación, el sistema uruguayo presenta desafíos pero va en crecimiento

La relación entre la investigación y las empresas

Foto: Pixabay

La bióloga y experta Josefina Correa, en diálogo con Empresas & Negocios, explicó la importancia del vínculo que los emprendimientos deben tener con la investigación, innovación y desarrollo. En ese contexto, hizo hincapié en que cuando un ecosistema tiene una relación fluida entre la academia y las empresas, todos se benefician, a la vez que remarcó que cuando cada uno sabe cuál es su rol dentro del sistema, es difícil fallar. 

Por Ignacio Palumbo | @ignacio_palumbo

Josefina Correa es una bióloga uruguaya de 29 años, y hace seis vive en Estados Unidos. Se mudó a California en 2016, donde se desempeña como Program Manager en Larta Institute, una aceleradora virtual de empresas.

En Larta trabajan con científicos que han formado sus emprendimientos en base a tecnologías innovadoras y les falta la experiencia comercial como para lanzarlas al mercado de manera exitosa. En ese sentido, los asesoran en materia de propiedad intelectual, marketing, temas regulatorios, plan de negocios, diseño de producto y financiación.

El instituto opera con aproximadamente 600 empresas al año, distribuidas en las áreas de energía, sustentabilidad, y tecnologías de la salud. Es en este sector donde se desempeña Correa, donde coordina 70 empresas al año.

Es así como, en diálogo con Empresas & Negocios, la experta analizó el rol de la investigación dentro del ámbito emprendedor. Además, ofreció un análisis de la realidad uruguaya, opinando en qué áreas mejorar, cuáles se destacan, así como también qué ejemplos se pueden tomar del ámbito internacional.

– ¿Cómo se integra el área de innovación y desarrollo a su trabajo?

– Los emprendimientos con los que trabajamos están en la punta de la innovación en soluciones para la salud. Innovación y desarrollo es el pan de cada día. De hecho, uno de los criterios de selección del programa es que sean empresas con claro perfil innovador y que cubran una necesidad real del mercado.

Josefina Correa

– ¿Cuál es su visión sobre el sistema emprendedor y de innovación en Uruguay?

– Ha crecido muchísimo en los últimos años y de a poco se va convirtiendo en algo que está más presente en nuestro día a día. La ANII (Agencia Nacional de Investigación e Innovación) se fundó en 2007, y a partir de ahí, sin dudas, el sistema emprendedor empezó a moverse y tener un punto de referencia, lo cual es muy necesario para desarrollarse: que exista un eje del cual apoyarse. Pero ese eje debe estar en constante dialogo con el sector privado, lo cual aún es un desafío que tenemos por delante. Dando pequeños pasos al principio, y con un mayor empuje estos últimos años, se puede ver un sistema con desafíos, pero en crecimiento.

El ecosistema con el que hoy contamos es bueno para el desarrollo de emprendimientos en etapas tempranas, lo que nos está faltando aún son mayores recursos para poder escalar. Y no refiero únicamente a lo económico. Sucede que hay instituciones que proveen becas, capitales semilla, prestación de servicios y capacitación, donde cada vez nos profesionalizamos más, pero no están dadas las condiciones para que las empresas puedan dar el salto de crecimiento y/o internalización. El desarrollo de un ecosistema exitoso no solo requiere de recursos económicos, sino también de gestores con experiencia, infraestructura, mentores de calidad, prestadores de servicios, etc. Y todo esto, hilvanado con una mirada común que tendría que estar alineada con las políticas públicas que contribuyen con el desarrollo del país.

Hablar de ecosistema emprendedor de todas maneras es bastante amplio; yo diría que a su vez hay varios subsistemas por área dentro de los que se pueden encontrar varios casos de éxito. En lo que es tecnologías de la información y comunicación (TICs), por ejemplo, es tal vez donde estamos mejor, con una red sólida de gente con experiencia, capital, mecanismos de colaboración exitosos y un sistema regulatorio que acompaña. En ciencia existe ayuda a emprendedores en etapas tempranas, pero después no hay mucho sostén. Por eso vemos que muchas empresas terminan cerrando o yéndose a Argentina, por ejemplo. Pero debo aclarar que, si bien estoy en contacto con Uruguay constantemente, hace varios años que no vivo ahí y puede que hoy se estén haciendo algunas cosas para esa fase de escalamiento -que es donde veo los mayores desafíos- de las que no estoy al tanto.

“El desarrollo de un ecosistema exitoso no solo requiere de recursos económicos, sino también de gestores con experiencia, infraestructura, mentores de calidad, prestadores de servicios, etc.”

– ¿Qué aspectos destacarías, y qué cosas quedan por mejorar?

– Lo primero que destacaría es el largo camino recorrido y cómo somos cada vez más conscientes de la importancia de un país emprendedor. Va más allá del número de emprendimientos exitosos que generemos, pero es más un tema de cambio de mentalidad que creo nos hace bien para crecer en muchas áreas. Con estos cambios, hemos incorporado conceptos de propiedad intelectual en el léxico de los investigadores y hasta generado mecanismos de ayuda para patentamiento que hace un par de años no se imaginaban.

Por otro lado, hoy todo el ecosistema depende económicamente de ANII, ANDE y Uruguay XXI. En las áreas de ciencia y tecnología, que es lo que más conozco, desde las becas para jóvenes investigadores hasta los fondos para compra de grandes equipos, todo pasa por la ANII. Acá tenemos un punto importantísimo para mejorar: ¿dónde está el capital privado? Es decir, si bien es verdad que la cantidad de emprendimientos que hay no es mucha y esto puede limitar la atracción de dichos capitales, pero es un poco el juego del huevo y la gallina: los que quieren emprender no encuentran los fondos para hacerlo y por eso no emprenden, pero los fondos privados no encuentran suficiente masa crítica y por eso se van a otros países. Este no es solamente un tema de Uruguay, es un desafío en el que muchos países emergentes se encuentran.

Hay una parte de este puzzle que es la relación academia-empresa, que hoy en día es incluso más urgente de atacar que la atracción de inversores ángeles. Cuando un ecosistema tiene una relación fluida entre la academia y las empresas, todos se benefician: la investigación pasa a ser más aplicada y en búsqueda de respuestas a desafíos actuales del sector productivo, y las empresas terminan tercerizando su I+D en expertos locales. Además, esto resulta en una inyección de recursos económicos y/o materiales en la academia.

Y no digo que esto no ocurra hoy en Uruguay, sino más bien que pasa de manera esporádica. Generar un diálogo fluido entre gobierno, academia y empresa permite “alocar” recursos de manera estratégica. La investigación básica es fundamental para el desarrollo de ciencia aplicada, pero debe existir un balance entre ambas para que los centros de investigación puedan autosubsistir y depender menos de los fondos estatales.

Lo que sí tenemos es una buena red de apoyo a emprendedores. Desde instituciones como Socialab hasta Khem, cada emprendedor tiene a quién recurrir dependiendo su foco. Sin embargo, hay una sobrepoblación de instituciones que se superponen en sus objetivos. En este sentido, creo que sí podríamos trabajar en centralizar esfuerzos.

– Teniendo en cuenta su experiencia en ámbitos y desafíos profesionales e internacionales, ¿qué puede aprender Uruguay de otros ecosistemas de investigación?

– Colaboración, y con eso podría cerrar la respuesta.

Al ver los factores de éxito de otros ecosistemas en el mundo, se puede ver que no hay secretos: cuando los actores claves están en contacto fluido y cada uno sabe cuál es su rol dentro del sistema, es difícil fallar. Y en Uruguay ya hay una buena colaboración a nivel académico, pero no en el resto de la cadena. Esto pasa en muchos países.

En este momento estoy participando de una iniciativa interdisciplinaria en Los Ángeles para coordinar los esfuerzos del ecosistema emprendedor en innovación y biotecnología. Acá hay algunos problemas similares de superposición de instituciones, debido a otras causas, pero hay muchos actores muy poco coordinados. Estamos utilizando modelos como el de MassBio en Boston (Massachusetts), que fue extremadamente exitoso y logró lo que hoy vemos como un gran hub en biotecnología en esa región de Estados Unidos. Y uno de los pilares importantes de ese modelo es trabajar en conjunto, dejar de ver a las otras instituciones como competidoras y focalizarse en el armado de alianzas estratégicas para fomentar el crecimiento de toda la región.

Esto no se logra de la noche a la mañana, es algo que hay que empezar a tejer desde ahora si queremos ver en algunos años sus frutos. Creo que Uruguay puede aprender mucho de otros ecosistemas. Lo estamos haciendo muy bien en algunas áreas donde hemos empezado a crear lazos con instituciones internacionales, pero tendríamos que conversar más entre nosotros para poder aprender de otros.

– ¿Qué tanta importancia crees que tiene la innovación e investigación para el desarrollo de un país? ¿Y para el desarrollo de Uruguay en particular?

– Muchísima. A nivel local e internacional. Y se me viene a la cabeza la frase de Clemente Estable, que hoy está sobre el muro exterior del instituto que lleva su nombre: “Con ciencia grande no hay país pequeño”.

“La investigación científica se ve muchas veces como algo duro y lejano, cuando en realidad es pura creatividad”

Innovar e investigar son importantes localmente para el desarrollo de una sociedad curiosa, activa y creativa. La investigación científica se ve muchas veces como algo duro y lejano, cuando en realidad es pura creatividad. Es una creatividad que transformamos en hipótesis para encontrar nuevas preguntas y respuestas a la realidad que nos rodea. Por otro lado, es también el motor económico que nos permite seguir avanzando y resolviendo nuevos desafíos. Los países innovadores son más sustentables en términos de desarrollo. Pueden encontrar respuestas a sus necesidades sin mirar tan lejos. Por ejemplo, basta con ver el enorme logro de científicos uruguayos en estos días que, al detectar la necesidad de kits de diagnóstico para el Covid-19, pudieron crear uno con sello uruguayo. ¿Se imaginan cuánto más creceríamos si este tipo de historias no fueran la excepción?

Siendo un país pequeño tenemos que estar siempre mirando al mundo sin perder de vista la coordinación de sinergias a nivel local, y la innovación nos permite ser actores activos de un mundo en movimiento, ya que es la base de la productividad y la competitividad.

Tenemos tantas cosas de las que ocuparnos a nivel país que muchas veces miramos únicamente lo que nos da rentabilidad inmediata, sin darnos cuenta de que también ganamos cuando apuntamos la mirada un poco más lejos. Muchas veces se escucha que quienes deben hacer ciencia son los países ricos, cuando en realidad si nosotros dejamos de lado la investigación y el desarrollo, no haremos más que quedarnos estancados.


La disrupción como eje de la innovación

Dentro de las empresas con las que trabaja Larta, muchas utilizan “tecnologías realmente disruptivas”, contó Correa.

Por ejemplo, en 2019 hubo un emprendimiento que desarrollaba un corazón totalmente artificial. El órgano podría ser utilizado de forma transitoria, cuando un paciente está esperando un trasplante, o semipermanente en casos donde la operación no sea posible -teniendo en cuenta, además, que el dispositivo tiene una vida media de 10 años-.

Mientras tanto, otro caso es el de una empresa que tiene un instrumento médico para pacientes con baja visión. La persona se pone los lentes y puede volver a ver de manera clara. De acuerdo con Correa, sirve para tratar ciertas patologías, pero no absolutamente todos los casos de pacientes con baja visión; a pesar de esto, el artefacto ya está aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) y que, según la ejecutiva, está dando increíbles resultados.


La ANII y el ecosistema uruguayo

– En entrevista con el semanario CRÓNICAS, el presidente (saliente) de la ANII, Fernando Brum, explicó que, en realidad, Uruguay no tiene nada que aprender de otros ecosistemas, sino que tiene que valerse por sí mismo y su propia experiencia. De igual manera, añadió que se está en constante diálogo con otros ecosistemas, tanto para aprender de ellos como para ellos aprender de nosotros. ¿Qué opina al respecto?

– Me parece que Uruguay puede aprender mucho de otros ecosistemas, y que reinventar la rueda no siempre es lo más heroico cuando no sobran los recursos y hay modelos en el exterior que han funcionado muy bien. No se trata de copiar lo que hacen otros, sino de aprender buenas prácticas y adaptarlas a nuestra realidad y necesidades concretas. Eso se logra mirando hacia afuera y generando sinergias hacia adentro.

– Además, entre uno de los problemas que enumeraba Brum, era la falta de ingenieros o especialistas en el tema. ¿Lo ve así? ¿A qué se debe?

– Puede que no haya mucha cantidad, pero considero que tenemos muy buena calidad. En Uruguay tenemos excelentes profesionales en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática, por su sigla en inglés) que muchas veces no se destacan por la falta de una plataforma adecuada.

Lo que ha pasado en Uruguay con los ingenieros informáticos es realmente destacable. Y concretamente en estos días se dio un caso que ejemplifica la fortaleza de este sector, que es el primer exportador de software de Latinoamérica. En una semana se pudo desarrollar una app para informar a la población sobre el Covid-19 que en sus fases siguientes incluirá telemedicina. Esto es solo un ejemplo que todos conocemos, pero es un área con desempleo 0% y jugando en las grandes ligas. Y esto no pasó por coincidencia. En este sector se ha crecido mucho en el diálogo privado, académico y público. Basta con ver el propio ejemplo de esa app: en una semana el gobierno, privados y la academia estaban coordinando esfuerzos para concretar algo que puede tener un gran impacto positivo en esta difícil situación que hoy nos toca vivir.

En otras áreas, como química o biología, la realidad es bien distinta. Tenemos una clara fuga de cerebros dado que en Uruguay no hay empleos de calidad para muchos de los que se gradúan. Y las razones son mucho más hondas que las podemos abarcar en esta entrevista. Pero lo cierto es que, al no existir un mercado laboral atractivo, no hay un incentivo claro a que nuevos estudiantes elijan este tipo de carreras donde no saben cómo va a ser su futuro profesional. Concretamente, creo que estos sectores deberían conversar y mirar con más atención el caso de éxito que ha sido el del software en Uruguay. Por más que cada industria tiene sus particularidades, nos podría servir de inspiración.