Actores a la deriva, diálogos exuberantes y superfluos: desbarranque general

Lo que se quiere - LO QUE SE PUEDE

Por A. Sanjurjo Toucon

El candidato. Uruguay / Argentina 2015. Dir. y guión: Daniel Hendler. Con: Diego DePaula, Ana Katz, José Luis Arias, Matías Singer.

En la imponente casona de una estancia, un cincuentón hijo del propietario, convoca a asesores y publicistas encargados de darle nuevo perfil, para competir en la contienda electoral con su propia agrupación política, fundada a esos efectos.

Ese arribismo político apoyado en la fortuna del aspirante a líder, encierra un tema vigente en el mundo de hoy y especialmente en sitios muy próximos.

El juego de simulaciones y engaños que ello implica, son  el “leit motiv” de este film, reflejo de muy reales ambiciones, incrustadas en los planes del aspirante a candidato.

Las puertas que se abren y cierran, recurso abusivamente utilizado por el realizador en su anterior film,´”Norberto apenas tarde”, y también en este, dejan al descubierto celos profesionales, vigilancias mutuas y comportamientos cuasi inmorales: grabaciones ocultas, una novia también oculta y otros signos de una alienación que hay que suponer conformarán el entramado de la anécdota y su óptica.

La propuesta es atractiva, si bien no define si se procura un film de denuncia, una comedia alocada con similares intenciones o vaya a saberse qué cosa. Aunque la lectura de múltiples explicaciones efectuadas por Hendler parecen suplir cuanto debió expresarse en la pantalla.

El elenco, en su totalidad, se muestra incapacitado de ir más allá de rígidas “macchiettas” donde la interacción es desconocida, desgranando cada uno (como si de aficionados se tratase) unos diálogos tan falsos y ramplones como exuberantes. El extenso intercambio verbal acerca de la cantidad de achuras a servirse en una fiesta, se aproxima, sin humor, al surrealista discurso de los Hnos. Marx. La lista de presuntos efectos y situaciones cómicas o, indistintamente, dramáticas, insumiría demasiado espacio, aunque a modo de ejemplo no ha de desconocerse la secuencia de la pareja en que ella simula ser otra persona y así “colarse” a una fiesta campestre, con presencia de una mujer, avezada candidata política, cuya figura parece concebida para una sátira murguera,  respetable modalidad que las explicaciones verbales del autor no permiten suponer integren el film.

“El candidato”, semeja una especie de borrador, construido a la ligera (e interpretado del mismo modo) sobre un asunto con filo, contrafilo y punta.

Daniel Hendler, realizador y guionista, no consigue tan siquiera reflejar pálidamente su efectividad como actor.

Los asesores publicitarios de esta coproducción uruguayo-argentina, seguramente con mejor desempeño que los de la ficción del film, debieron saber que numerosas producciones realizadas años atrás, también llevaron como título “El candidato”. La lista (seguramente incompleta) de sus realizadores, comprende a: Fernando Ayala (Argentina, 1959); Michael Ritchie (EE.UU., 1972); Mario Mitrotti (Colombia, 1978); Voker Sclhöndorff, Alexander Kluge y otros (Alemania 1980); Gonzalo Suárez (España 2002); Álvaro Velarde (Perú, 2016) y varios cortometrajes, así como una serie televisiva.

“El lugar del humo” (1979) ha regresado.

El ciudadano ilustre. Argentina / España 2016. Dir.: Gastón Duprat y Mariano Cohn. Con: Oscar Martínez, Dady Brieva, Andrea  Frigerio.

Un personaje exitoso retornando al anquilosado pueblo donde naciera, reverdeciendo historias del pasado, es un esquema frecuentemente recurrido en teatro y cine. Esquema anecdótico desarrollado por el suizo Friedrech Dürrenmatt en “La visita de la vieja dama”, retornando ahora en “El ciudadano ilustre” con dirección de Gastón Duprat y Mariano Cohn, y guión de Andrés Duprat.

En este film, quien regresa a su perdido pueblo en la provincia de Buenos Aires, es un exitoso escritor, reciente ganador del Premio Nobel.

La referencia a Dürrenmatt no quita valor a la realización, siendo la utilización de recurrencias cinematográficas, uno de los mecanismos que sus realizadores desplegaran en “El hombre de al lado” (formidable film donde no era difícil hallar vestigios que iban de Laurel y Hardy a Joseph Losey, pasando por John Schlesinger, Norman McLaren, Polanski, Kubrick y varios más. Aquí también se respiran aromas de “Cuando huye el día” de Bergman. Nutrientes que Duprat y Cohn trasladan acertadamente a su nuevo título, manteniendo indemne su acertado estilo personal.

La realización aborda firmemente el recurso de la mímesis entre el   pueblo y el individuo de su adoración,  plasmada en esa sensación colectiva de posesión del homenajeado, concretada por la foto tomada junto al admirado ídolo o el autógrafo estampado en un libro.

Ello permite el análisis desde la vereda de enfrente, cuando  el escritor, en extraña mixtura de egolatría y aparente objetividad, autoanaliza su comportamiento y el de la multitud en simbiótica combinación.

El cine de Duprat y Cohn se introduce, nos introduce aquí, en el resbaladizo terreno de las vinculaciones entre el artista, la obra  y su público. Y lo hace sin aburrir, amalgamando lo trascendente con aquello que parece no serlo, inserto en un ámbito no menos complejo y atractivo: el de la política.

El cine argentino continúa por una senda de madurez y talento.

Misterios de Lisboa. Dir. R Ruiz. Con: Adriano Luz, Maria José Bastos, Albano Jerónimo.

“Misterios de Lisboa” está basada en novela homónima del portugués Camilo Castelo Branco (1825-1890), comparado frecuentemente con Balzac y aquí convertido en autor de folletín melodramático en torno a un hijo ilegítimo y su calvario a lo largo de los años, como integrante de la aristocracia de la época. El texto, autobiográfico en gran parte, trabaja sobre infinidad de relatos que en forma de flashbacks, generados a partir de  un recuerdo, construyen barroca urdimbre en su retrato de las clases altas. Se ha comparado a Castelo Branco con Balzac, si bien en  esta ocasión es transformado en autor de lacrimógenos teleteatros.

Presentado tal como se ve en Cinemateca, es este un muy largo film de cuatro horas y doce minutos, realizado en 2010, dividido en dos partes, convertido al año siguiente en una telenovela en seis capítulos con una duración total de cinco horas.

Su director es el chileno Raul Ruiz, ya fallecido, quien aquí parece alejarse de la crítica social, habitual en su filmografía, y sin embargo  presente en su retrato de la nobleza portuguesa del pasado.

Filmada en fastuosos palacios, logra entretener más allá de su barroquismo anecdótico y clásica formulación, aún con sus interpolaciones de escenarios de juguete. Con Adriano Luz, Ángela de Lima y Ricardo Pereyra.

Castelo Branco y su impronta balzaquiana, han de haber quedado en las páginas del libro inspirador de este peculiar film.

Un traidor entre nosotros (Our Kind  of Traitor). Reino Unido / Francia 2016. Dir.: Susanna White. Con: Ewan McGregor, Stellan Skarsgard, Naomie Harris.

Una pareja británica de vacaciones en el norte de África, conoce a quien dice ser importante integrante de la mafia rusa y conocedor de turbios manejos de dinero, lo cual los conduce a una espiral de situaciones peligrosas.

El fillm adapta una novela del británico John Le Carré (1931) escrita en 2010. Autor especializado en relatos de espionaje y profesiones próximas, que fuera trasladado a la pantalla (cine y TV) en una veintena de ocasiones.

Todo autor de relatos sobre espionaje cuenta con la ventaja del lógico desconocimiento del  público acerca de ese tema, con lo cual queda con libertad de planteos que difícilmente puedan cuestionarse. Y este es uno de esos casos.

Los intereses personales y nacionales de “Un traidor entre nosotros”, se ven aquí ligados a familiares e hijos de los  protagonistas, personajes bastante infrecuentes en este tipo de relatos.

El punto de partida del film (matrimonio de vacaciones  implicados en cuestiones de espionaje internacional que ponen en situación riesgosa a familiares), lleva inevitablemente a pensar en asunto similar que Hitchcock llevara a la pantalla en dos ocasiones (“El hombre que sabía demasiado” de 1934 y “En manos del destino” de 1956). Pero allí termina la semejanza ya que el estilo de Le Carré es muy diferente. Sus relatos son secos y a menudo complicados al límite de lo indescifrable.

La mayoría de los relatos de Le Carré se ubican en tiempos de la guerra fría, ahora abordando la Rusia poscomunista (y quizás también a causa de los años) aflora una cierta ingenuidad en el diseño de personajes y sus comportamientos. La realizadora White logra  adecuados climas.