La percepción del “yo” y la realidad exterior, condicionada por variables códigos éticos y morales

Homosexualismo > SER O NO SER

Por A. Sanjurjo Toucon

Llámame por  tu nombre (Call Me by Your Name). Italia / Francia / Brasil / EE.UU.

Dir.: Luca Guadaglino. Guión: James Ivory, sobre novela de André Aciman. Con: Armie Hammer, Timothée Chalamet,  Michael Stuhlberg.

Atribuir invariablemente la autoría de un film al realizador, es una modalidad cómoda y equivocada. Existen títulos que llevan la impronta de quienes no detentan esa condición, y constituyen sus auténticos creadores. Como se verá a continuación, la autoría de “Llámame por tu nombre” es de James Ivory, quien elabora el guión a partir de una novela ajena. Al realizador Luca Guadigliano ha de reconocérsele la  mano firme con que conduce  un excelente elenco, la ajustada utilización dramática de los “tempos”, principalmente. Pero al margen de lo cinematográfico, este es  un título inserto en los vertiginosos cambios experimentados por la sociedad en los últimos años,   cuyos ramalazos finales tal vez aún no han llegado.

El realizador y guionista norteamericano James Ivory (1928) conoció en 1959 al productor indio Ismail Merchant (1937-2005), con el que  inició una relación sentimental que duró  hasta la muerte de este último. La pareja fue también responsable de refinados films acerca de la aristocrática alta sociedad, especialmente británica y norteamericana, de un pasado no lejano. Retratos que no fueron ajenos a ácidas observaciones. Unos cuantos films de la pareja estuvieron basados en textos de la germana Ruth Prawer Jhabvala (1927-2013), nacida en Alemania en el seno de una familia judía de origen  polaco. En 1939, emigrará  con su familia a Inglaterra, se casará con un arquitecto indio, pasando a residir en el país de su marido hasta 1975, trasladándose luego a los EE.UU. donde vive hasta su fallecimiento.

Algunos de los films de Ivory con participación de Prawer Jhabvala fueron los refinados “Un amor en Florencia”, “Noches de Oriente”, “La mansión Howard”, “Lo que queda del día”, etc.

Hasta hace muy pocos años, las normas morales imperantes (al menos públicamente) en nuestra cultura judeo-cristiana, condenaban la homosexualidad.   Esa represión recaía tanto sobre   personas, como sobre obras u objetos, que alardeasen de pertenecer o representar lo homosexual. Esa estigmatización de lo homosexual, generó otra forma de censura, la  que podía llevar a los tribunales por difamación e injurias, a quien endilgara  públicamente a un tercero la condición de homosexual (así fuese cierto).

Del mismo modo que sin escándalos  ni aspavientos se entendía que existía “una literatura hecha por mujeres”, “un cine de mujeres”, etc. etc. asociando a la condición de género una sensibilidad primordialmente estética, esta forma de segregacionismo llegó también a hablar de “un cine gay”, “una literatura gay”. No obstante, y aunque aquí nos limitamos al homosexualismo masculino, la irrupción del movimiento LGBT`daría lugar a otras y entrecruzadas opciones. O sea que era de mal gusto, cuando no una actitud segregacionista, y hasta delictiva, referirse a rasgos homosexuales de una obra de creación.  Y  ello es cuanto rezumaba la mayoría de los films de la pareja Ivory-Merchant, aunque no constase en las notas críticas.

“Llámame por tu nombre”, novela que adapta   Ivory al cine, pertenece a André Aciman (1951), nacido en Alejandría, en el seno de una familia sefardí , quien pasó su adolescencia en Italia, radicándose luego en EE.UU. desarrollando extensa actividad académica. Alguna  página literaria ha señalado la presencia de rasgos autobiográficos en la novela.

En este film, un joven efebo italoamericano de diecisiete años y sus padres –un especialista en cultura grecolatina y una traductora- residentes en una villa campestre italiana del siglo  XVII, cuyas jornadas transcurren entre la transcripción y ejecución de música clásica, es asediado eróticamente a dos puntas: por una chica de su edad –que le acorrala hasta alcanzar su meta- y un asistente de su padre, hombre mayor, cuyas intenciones atisba calladamente el matrimonio dueño de casa.

El relato es abordado –dicho sea esto sin ningún propósito homofóbico- desde una perspectiva de irreprimibles impulsos homosexuales, expuestos con grosera autocomplacencia “voyeurista”; sin la sugestividad y lirismo de un Visconti en su memorable “Muerte en Venecia”.

Aún así, la anécdota se permite jugar con crípticas sutilezas. Ese  padre,   complacido por el vínculo homosexual de su hijo con un hombre adulto, no hace sino llevar a su propio hogar esa cultura grecolatina que ama y conoce. Según diversos historiadores, la forma de homosexualidad más extendida en la antigua Grecia, era practicada entre   hombres adultos y varones adolescentes, señalando al respecto el “Oxford Classical Dictionary” que:

“En la Antigua Grecia no se concebía la orientación sexual como identificador social, cosa que sí se ha hecho en las sociedades occidentales en el último siglo. La sociedad griega no distinguía el deseo o comportamiento sexual por el sexo biológico de quienes participaran, sino por cuánto se adaptaba dicho deseo o comportamiento a las normas sociales. Estas normas se basaban en el género, la edad y el estatus social”.

Al margen de (los muchos) elogios, (escasas) denostaciones y cuestionamientos de diversa índole suscitados en 1972 por “El último tango en  París”, de Bernardo Bertolucci, con Marlon Brando (48 años)  y  María Schneider (19 años), el film ha sido recordado por la secuencia en que Brando, para  facilitar la penetración anal de que será víctima Schneider (ello fue una sorpresa no prevista en el guión), la lubricaba con manteca.

En “Llámame por tu nombre” no hay mantequilla, al menos con la utilización que le diera Brando. Hay empero una manzana. No la manzana por la cual Eva (pobre mujer) fue expulsada del aburrido paraíso y pasó a disfrutar del sexo, tampoco se trata de la manzana que mordió la infortunada Blancanieves (luego se arregló todo). Esta manzana es perforada  por el joven protagonista quien, a falta de orificio más adecuado, introduce en ella su pene eyaculando en el interior. Sonriente, ansioso, el visitante enamorado tomará la fruta aún chorreante, mordiéndola ávidamente.

Felizmente, mi abuelita que complacida preparaba manzanas al horno con manteca para todos sus nietos, no conoció estos filmes.