¿Por qué invertir?: Notas sobre aplicación de la teoría del portafolio

Por Carlos Saccone | @Carlossaccone

Distingamos en primer lugar las diferencias. Ahorrar no es lo mismo que invertir. En general, quien puede “ahorrar” se dedica a acumular sus excedentes. De esta forma, no percibe que se esté exponiendo a riesgos, y tampoco tendrá un retorno asociado -más bien tendrá una pérdida asegurada-. Digo “percibe” porque tanto sea en su casa como en su banco, los riesgos siempre existen. Uno de los mayores riesgos del “ahorro” es la pérdida de poder adquisitivo del dinero, debido al efecto de la inflación. Así, 100.000 pesos no compran lo mismo que compraban hace 10 años, y tampoco US$ 100.000. Esto es más allá del hecho que en nuestra región, en general, el dólar es la moneda de la tranquilidad. Si hay ruido por acá, si puedo, compro dólares. Tal vez sea menos potente esta actitud que hace 20 o 30 años, pero sigue estando presente.

Es por ello que invertir es una práctica recomendable. La clave está en entender cómo dar ese paso, de ahorrista a inversor. Y tener presente que siempre existen riesgos.

Portafolios

En primer lugar, necesito comprender para qué quiero invertir. ¿Qué es lo que necesito? ¿Un flujo de fondos adicional? ¿Construir un patrimonio en el largo plazo? ¿Proteger el poder adquisitivo de mi patrimonio actual? ¿Una combinación de los anteriores? Es importante tener presente que desde el punto de vista de “maximización de las ganancias”, esto es, acceder al mayor retorno dado mi apetito o tolerancia por riesgo, la forma idónea para realizar una inversión está asociada a la construcción de un portafolio eficiente. Un portafolio es una combinación de activos financieros incorrelacionados entre sí. El origen de la idea está en la ‘Teoría Moderna del Portafolio’, desarrollada por Harry Markowitz, que enfatiza la asociación directa entre “mayor riesgo asumido” y “mayor retorno esperado”. Dice Markowitz que es posible construir una “frontera eficiente” sobre la cual se despliegan portafolios ofreciendo el mayor retorno posible para un nivel de riesgo dado. Harry Markowitz recibiría el Premio Nobel de Economía, en conjunto con Merton Miller y William Sharpe, en 1990, por su trabajo pionero en el campo de la economía financiera.

La llamada teoría del portafolio fue originalmente una teoría normativa para administradores de inversiones, o sea, un instrumento para optimizar inversiones en activos que difieren en cuanto a su riesgo y retorno esperado. Markowitz demostró que bajo ciertas condiciones, las opciones del inversor se reducen a balancear dos dimensiones: 1) el retorno esperado; y 2) la varianza (riesgo). Debido a la posibilidad de reducir el riesgo a través de la diversificación -el riesgo del portafolio-, éste no solo dependerá de las varianzas individuales de los retornos de los diferentes activos, sino que también en los pares de covarianzas entre todos los activos. Así, la parte esencial del riesgo de un activo no es el riesgo de cada posición aislada, sino la contribución de cada activo al riesgo del portafolio en su totalidad.  Lamentablemente, el riesgo no puede ser eliminado en su totalidad, más allá de la cantidad de títulos que compongan una cartera.

En definitiva, la máxima es “No poner todos los huevos en la misma canasta”, y asegurarse, al mismo tiempo, que el contexto que afecta a cada canasta no esté relacionado. Pero, ¿cómo se implementa todo esto desde Uruguay?

En nuestro país tenemos una suerte de “condiciones contradictorias” para la construcción de portafolios. Por un lado, contamos con acceso a los mercados de capitales internacionales, por lo que podríamos construir un portafolio muy bien diversificado -claro que en dólares-, a través de varios bancos locales. Sin embargo, en Uruguay la ausencia del mercado de capitales (acciones) es notoria, por lo que no prácticamente puedo invertir en mi propio país en mi moneda, al menos no en acciones de empresas locales. Esto, naturalmente, conlleva un riesgo que generalmente no es considerado por la diferencia de fortalezas entre economías, pero que se ha materializado notoriamente en ciertos períodos de los últimos años, relacionado con el tipo de cambio y tasa de interés. En el año 2009 un dólar valía 20.5 pesos; hoy vale 37 pesos. Esto es, alrededor de 6% de retorno por año. Si me compré Unidades Indexadas en 2009 mi retorno hubiera sido más de 8%. O sea, por mi preferencia por dólares, los últimos 10 años dejé de percibir en el entorno de dos puntos porcentuales de retorno. En general, las personas solemos preferir renunciar a algún punto de retorno adicional a cambio de no sufrir con los potenciales saltos del dólar en el corto plazo. Pero conviene tener aunque sea una mínima expresión en pesos, particularmente dentro de aquellas carteras con horizontes de largo plazo.

Acciones y bonos

Las economías crecen y las acciones de esos países suben de la mano del crecimiento económico; así lo demuestra la evidencia. Claro que hay períodos de caída, pero más tarde o más temprano los mercados se recuperan y recomponen su senda alcista.

Es por ello que la presencia de acciones en un portafolio de inversiones es totalmente imprescindible en aquellos casos que necesito construir un patrimonio financiero en el largo plazo. Es la única forma de aprehender el crecimiento económico y verlo reflejado en mis inversiones financieras. Las acciones como reflejo de la evolución económica deben, entonces, estar presentes si deseamos un componente de retorno importante.

Pero las acciones son bien volátiles y no todos estamos dispuestos a tolerar variaciones profundas de corto plazo con el objetivo de alcanzar un retorno en el largo. Para compensar la parte riesgosa de un portafolio es imprescindible incluir una parte de “activos refugio”. Esta incorporación también tuvo su diseño científico o académico a través de James Tobin en 1950. O sea, aquello que todo el mundo compra cuando viene crisis y/o hay miedo en el mercado. Para los inversores que tienen como moneda de referencia el dólar, el “activo refugio” o “libre de riesgo” por excelencia son los bonos del Tesoro de los Estados Unidos (US Treasuries), o instrumentos que contengan estos

bonos como ciertos fondos de inversión. Son instrumentos que exponen al inversor a la “tasa libre de riesgo”, o sea, aquella tasa en la cual el inversor no se expone a riesgo de crédito. Tiene la certeza de que se le pagarán tanto los intereses previstos como el principal. Para el inversor en dólares, éste debería ser el corazón de toda estrategia con la teoría de portafolio en mente -acciones de Estados Unidos y US Treasuries-. Naturalmente, no somos Estados Unidos, por lo que es lógico, entonces, “condimentar” un portafolio local con títulos de otras regiones. Por ejemplo, instrumentos denominados en pesos uruguayos, como Letras de Regulación Monetaria o Bonos Globales en pesos, que como vimos han contribuido muy positivamente

La teoría del portafolio descansa en un supuesto muy fuerte. Este es, que el inversor cuenta con “racionalidad perfecta” e intentará, generalmente, “maximizar su utilidad”, en el entendido que buscará siempre la alternativa con mayor retorno para su apetito de riesgo o la de menor riesgo para un retorno deseado. La verdad es que la “racionalidad perfecta” no existe. No estamos todo el tiempo buscando “maximizar”, sino que más bien estar conformes y tranquilos sobre nuestras decisiones. Sobre los impactos de la fortaleza o debilidad del supuesto en el desarrollo teórico existen versiones encontradas. Lo cierto es que han existido proposiciones ulteriores incorporando aspecto de finanzas comportamentales desde fines de 1990, llegando a una versión conocida como la “Teoría del Portafolio Comportamental”. Esta tiene en cuenta, entre otros aspectos, que el inversor no tenga “aversión al riesgo”, sino aversión a las pérdidas. Un ejemplo rápido basta para demostrar esto. Ante dos alternativas, una que muestra que hay 50% de chances de perder 1.000 pesos, y otra que indica que existe 100% de chances de perder 500 pesos, para una persona con “racionalidad perfecta” las opciones deberían ser indiferentes. Sin embargo, experimentos han demostrado que más gente se inclina por la primera opción, queriendo evitar la pérdida segura.

En definitiva, la teoría del portafolio ha demostrado ser una de las más valiosas contribuciones en la historia de las finanzas, sobre todo por introducir un robusto marco teórico para los conceptos de diversificación y riesgo. No es perfecta, pero queda claro que -siempre- si a usted le prometen mayor retorno, estará incurriendo en mayor riesgo.