Didier Opertti: “Biden no es el líder que occidente necesita para un momento como este”

Abogado, exministro del Interior, excanciller de la República y político uruguayo perteneciente al Partido Colorado


Su periplo por diversos estamentos del Estado, así como también su pasaje por múltiples organizaciones políticas en el exterior representando a Uruguay le dan las mayores credenciales para hablar de este momento del mundo, poner foco en la región y referirse a la marcha de la diplomacia que hoy nos representa.

¿Qué hay detrás de la invasión rusa a Ucrania? ¿Cómo será la salida de este conflicto? ¿Hay un nuevo orden mundial? Estas son solo algunas de las interrogantes de las que el entrevistado brindó su visión, en una extensa charla con Empresas & Negocios que se extendió por más de dos horas. Pero también hubo lugar para hablar del Mercosur, de la salida de Ernesto Talvi en su momento, del funcionamiento del Ministerio de Relaciones bajo la égida de Francisco Bustillo, e incluso le dedicó su capítulo al actual canciller, con el que fue muy crítico.       

Escriben: Jorge Estellano y Oscar Cestau | @OCestau

Didier Opertti nació en Mendoza Grande, un pueblito de Florida, en una familia conformada por sus padres y siete hermanos.

Su padre tenía un comercio de ramos generales, donde incluso, recuerda, había surtidores de Ancap.

Cuando se gestó Conaprole, a finales de los 30 –el entrevistado nació en el 37–, su progenitor, con un cuñado como socio, instaló un tambo en campos arrendados a la familia Chiarino, actividad que continuó hasta los 60.

Didier se vino de Florida a Montevideo a los ocho años. Había cursado primero y segundo en la Escuela Rural de Mendoza, un centro educativo de jornada completa. Al llegar a la capital, cursó el resto de los años escolares en la Escuela México. “De esa experiencia guardo el mejor recuerdo de toda mi vida infantil. Era una escuela extraordinaria. Los alumnos de quinto y sexto nos encargábamos de la venta en el recreo de los bizcochos que comprábamos en la panadería La Colmena, que estaba en la misma cuadra, y la entrega de los vasos de leche a cada uno de los niños; y luego teníamos que dejar todo ordenado porque entraba otra escuela en la tarde y utilizaban ese mismo material”, rememora.

Inició la etapa liceal en el Miranda. El cambio le costó, cuenta, porque extrañaba la unidad que había en la escuela. Pero ya en tercero y cuarto logró adaptarse totalmente. “Mi interés por aprender, por leer, por ir un poquito más allá de lo que uno ve nació en preparatorios, en el IAVA, en los años 53 y 54. Ahí teníamos un grupo excelente de alumnos, de los que me excluyo por razones obvias, que conformaban Leonardo Guzmán, Benjamín Nahum, Alberto Pérez Pérez, Diego Pérez Pinto… gente que luego desarrolló una vida intelectual y académica importante en el país. Además, teníamos una pléyade de profesores fantásticos. En filosofía, Arturo Ardao y Carlos Benvenuto; en literatura, Roberto Ibáñez y José Pedro Díaz; en historia, Lincoln Machado Ribas… Después fui profesor del IAVA. En el 67 me presenté a un concurso. Me lo ganó Pérez Pérez, yo salí segundo, éramos 135. Alberto me lo ganó en la parte curricular de publicaciones, y yo le gané en la parte de clases. Ahí estuve algunos años hasta que, cuando vino el golpe de Estado, renuncié”, complementó sobre esa etapa de su vida.

La docencia fue algo que le apasionó siempre. “Siendo ministro del Interior iba de noche a dar clases, y nunca necesité ir acompañado de nadie. Lo recuerdo y remarco como una experiencia democrática. Lo valoro como tal”, reflexionó.

¿Cuándo comenzó su militancia en el Partido Colorado?

Milité toda la vida. El primer discurso público que hice fue en un momento en que no tenía demasiado clara mi vocación, o si iba a ser solo un profesional o también iba a hacer política… Yo venía de la gente del diario El Día, nunca estuve vinculado al diario Acción. Venía de Renán Rodríguez, que era un hombre sumamente capaz. En el año 1952, siendo yo estudiante, participó en la reforma constitucional que estableció el colegiado. Renán participó después muy activamente en la reforma cambiaria y monetaria que mandó el primer gobierno blanco, cuando era ministro Juan Eduardo Azzini, del Partido Nacional. Yo iba como estudiante a la Cámara a escuchar, no era el único. Eran unos debates fantásticos, tomábamos nota, y eran temas que teníamos que conocer porque en algún momento iban a estar en las materias e iban a ser preguntados por los profesores.

Yo ya venía de familia colorada. El primer acto político en el que hablé en la calle fue en la esquina de la Universidad de la República, con 19 años. Renán me preguntó si yo quería decir alguna cosa. Con Leonardo Guzmán teníamos una audición los domingos al mediodía en Radio Panamericana, o sea que yo ya venía con un cierto ejercicio de la palabra, así que no era algo desconocido, sí en lo que era la expresión pública, en un acto de esas características.

Uno de los temas que estaba en agenda para la charla con Opertti surgió en forma espontánea. Una anécdota, siendo niño, de una costumbre que había en su casa, abrió las puertas a sus primeros comentarios sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania, a todas sus derivaciones y consecuencias. 

“En el año 44 la Segunda Guerra Mundial no había terminado, y siendo un niño –tenía siete años– recuerdo que nos juntábamos en la cocina de mi casa en Florida a la hora de la cena a escuchar Radio Ariel, que transmitía un informativo, con la voz de Mario Bordoni, en el que se daban las últimas noticias del conflicto. Recogía las informaciones de la BBC y ponía a la audiencia al tanto de todo lo que ocurría. Esa era una fuente fundamental y de absoluta confiabilidad. ¡Y había un sentimiento antinazi muy fuerte! La gente era antinazi, era anti-Hitler. Y no era un tema solo de los judíos, porque los que no lo éramos teníamos el mismo sentimiento. En mi pueblo, que tenía 250 habitantes, había una sola familia que era simpatizante de Alemania. 

Traigo eso desde aquel entonces hasta este tiempo porque hoy en día no percibo ese sentimiento respecto a Putin, salvando la distancia de los que son los personajes y las personalidades, que son distintas”.  

¿Qué lectura hace de eso?

Es curioso cómo la Unión Soviética pudo, en base a una ideología y como remanente de la Segunda Guerra Mundial, quedar al frente de una zona de influencia. ¿Y qué es lo que se está discutiendo hoy? Una zona de influencia. Para mí el conflicto de Rusia con Ucrania no es solo entre esos dos países, sino que se centra en la zona de influencia de Rusia, que quiere recuperarla, porque la tuvo. Cuando se acordó el Tratado de la OTAN, que puso las cosas en su debido lugar después de la caída del Muro de Berlín, eran pocos los Estados miembros, pero pasado los años son 30. Empezaron a entrar Estados que eran parte de la vieja Unión Soviética, y para Rusia eso es un desmembramiento. Es evidente que Rusia no se quiere quedar en esa zona como un Estado que tiene que defenderse de la OTAN, sino que quiere que la OTAN también se defienda de ellos.

Se vino abajo el Pacto de Varsovia, que era de 1955, y se cayeron los acuerdos de Minsk, que son posteriores y que buscaban, de alguna manera, racionalizar la zona de influencia.

Cuando se produjo la caída del Muro hubo una especie de optimismo generalizado… Yo estaba en Washington en esa época, era funcionario, y había optimismo: cayó el Muro, cayó el comunismo, cayó la Unión Soviética. Y no, fue el resultado de la unificación alemana, que era un país europeo, que no tenía nada que ver con la Unión Soviética y que además ha sido su enemigo número uno. Y la derrota alemana a manos de Rusia, que salvó la Segunda Guerra Mundial, era un elemento que psicológicamente y políticamente seguía vivo. Por lo tanto, cuando Alemania se unificó y pasó a ser un Estado de 80 millones de personas, y empezó a jugar fuerte, ya el tablero no era el de la caída del Muro. Ese cambio en la realidad internacional llevó a ese optimismo, y el mundo comenzó a girar en torno a una unidad nueva: la globalización, la mundialización. Ya los nacionalismos, que venían de la vieja Paz de Westfalia de mediados del siglo XVII, se habían perdido. Los nacionalismos que habían aflorado en los distintos países –en Francia mismo con Napoleón, en Alemania con los gobiernos del siglo XIX, en Rusia con el zarismo–, tenían una composición diferente. Lo que Kissinger había llamado muy inteligentemente de “Nuevo Orden”, que había nacido, se rompió.

Ahora, ¿qué sucede? ¿Cuáles son las premisas de Putin? La primera premisa es conseguir ser de nuevo un interlocutor respetado en la comunidad internacional, en el plano de la globalización, donde no juega en primera. Quiere jugar en la Champions League y no ha conseguido hacerlo.

Como segunda cosa, esgrime una causa que tiene mucha sensibilidad: la nacionalidad. ¿Por qué toma como primer caballo de batalla a Donbass? Por la población rusa.

Y una tercera, que también es muy importante: el antinazismo. Como los alemanes habían usado el anticomunismo, él usa el antinazismo. Y nazismo que está por verse si existe; yo no lo sé.

¿Hoy hay un orden internacional?

Para que haya un orden internacional tiene que haber algún centralismo del poder político que asegure la gobernanza internacional. La institución central, que es Naciones Unidas, teóricamente encargada de la paz y la seguridad, es bicéfala; tiene un órgano que funciona en base al veto, que es el Consejo de Seguridad, con sus cinco miembros permanentes, que tienen derecho al veto, y la Asamblea General, yo diría declarativa. Cuando ocurrió la guerra de Kosovo yo era presidente de la Asamblea, e intenté que el Grulac (el grupo América Latina y el Caribe) tomara una acción en la Asamblea por razones humanitarias antes las matanzas que había. En ese momento, no tuve apoyo ni en el propio Grulac, y lo digo con total franqueza. En esta oportunidad, en la invasión a Ucrania, la Asamblea General se pronunció, y lo hizo por una abrumadora mayoría. Hay un cambio, incluso en la búsqueda de la propia democratización del sistema. Quedó demostrado que no se puede ser juez y parte, y Rusia en el Consejo de Seguridad lo es, lo mismo que China. Eran jueces y parte cuando el enemigo común del Reino Unido, de Estados Unidos, de Francia, de China y de la Unión Soviética era Alemania, pero hoy ya no es así. Entonces eso padece de lo que en historia se define como un incunable, algo que no tiene razón de ser en el mundo contemporáneo. Estamos pagando el tributo de eso, porque la Carta de Naciones Unidas es de 1945, y estamos en el 2022. ¿Podemos pedir que esa carta brinde una respuesta política satisfactoria a este nuevo orden internacional o, mejor dicho, desorden internacional? Este que no encuentra orden ni en el sistema político universal –llámese Naciones Unidas–, ni en el sistema político comercial internacional –llámese OMC–. Que tampoco encuentra un lenguaje común en la Organización Mundial de la Salud, y la prueba está en la actual pandemia. Que no encuentra una unificación de criterios en lo regional, el mejor ejemplo por cercano es el Mercosur. Un Mercosur que ni siquiera ha tomado una decisión única de carácter político para repudiar la guerra, con lo cual está fotografiando la diversidad ideológica que hay entre sus componentes. Una región que no tiene una identidad política clara no es un actor en el mundo internacional.

Ahora, hay un haz de consecuencias en todo esto…

¿No podría aparecer algo como la Sociedad de las Naciones, después de la Primera Guerra Mundial? (N. de R.: La Sociedad de las Naciones fue un organismo internacional creado por el Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919, que proponía establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales una vez finalizada la Primera Guerra Mundial).

Yo no creo. Lo que pienso es que al final del día la salida pasa por la solución pacífica de las controversias, donde Uruguay tiene una tradición extraordinaria desde la época del fundador de mi partido, Batlle y Ordóñez, que ya proponía en La Haya el arbitraje obligatorio. Pienso que ese rol es de Naciones Unidas y una serie de agencias silenciosas que no aparecen en la vidriera, que tienen que ver, por ejemplo, con el sistema migratorio o con el combate al delito organizado, donde Interpol juega un papel fundamental. La Sociedad de Naciones nació bajo otros parámetros. La Primera Guerra Mundial dejó heridas muy profundas y una situación en Europa muy caótica. Las Naciones Unidas nacen con la alegría del triunfo, la unidad de los cinco grandes, se crea bajo otras condiciones. Ahora, tiene una doble esencia complicada, pero va creciendo, aunque está llegando a la edad adulta sin producir en ella los cambios que deben de llevarse a cabo. El propio Mercosur está adoleciendo de una vejez prematura. Tiene 30 años, y lo mejor que podía hacerse cuando se cumplió esa fecha era decir: “¿Qué tenemos que revisar?”. De un lado estaban los que decían: “cerramos la puerta y los mandamos al diablo”, y con eso no se soluciona nada, porque es difícil volver a articular una unidad del tipo del Tratado de Asunción, del protocolo de Ouro Preto, del Protocolo de Olivos para la Solución de Controversias… es muy difícil restablecer toda esa malla de acuerdos; es prácticamente imposible. Entonces, ahí hay un activo que la región tiene; el tema es cómo lo use y cómo manejarlo. Pero cómo vamos a manejar bien ese activo si usted tiene presidentes que ni se hablan. ¿Usted concibe que Johnson no se hablara con Macron? Es inconcebible. En cambio, acá, Bolsonaro no se habla con Fernández.

¿Cómo ve el papel de Europa en este conflicto? 

Europa tiene una mayor dependencia del conflicto no solo por una razón de frontera y proximidad, sino por un tema de abastecimiento. Tiene una dependencia energética como consecuencia de lo que pasó con Chernobyl. El desastre de Chernobyl llevó a Francia a abandonar el proyecto de energía nuclear, y que tenía en Alemania a su gran comprador. Abandonado ese proyecto, Alemania le empezó a comprar a Rusia, y tanto le compraba que hicieron el Nord Stream 2 para recibir gas sin tener que pasar por la autorización de los países de recorrido, concretamente, por Ucrania.

Merkel, a su vez, suspendió las centrales nucleares alemanas.

Hubo un gran temor al desastre nuclear. Chernobyl desparramó el terror nuclear, y cuando se les dio a los países la posibilidad de optar entre una energía limpia en términos comparativos –si una la compara con el carbón o con otra energía fósil como el petróleo–, eso tuvo su influencia en el momento.         

Ahí aparece la influencia del movimiento ambientalista, y se entrevera la baraja, porque ellos quieren energía verde, y la energía nuclear no lo es. Por supuesto que es mejor la del aire, la del sol, la del agua, hay varias alternativas.

¿Y qué opinión tiene de cómo se ha parado Estados Unidos en el conflicto y de lo actuado por Joe Biden?

Biden es un congresista brillante, de una enorme experiencia, pero es un hombre grande. Ser un hombre grande no está bien ni está mal, es un hecho genético. Pero, y vaya que yo lo sé, para un momento como este, él quizás pueda representar muy bien la causa democrática, pero no la causa de la defensa del mundo frente a un ataque que pone en riesgo la seguridad internacional. La seguridad internacional está en riesgo cuando alguien menciona la palabra nuclear.

La Carta de la ONU, que es muy sabia, habla del ataque a la seguridad como una cuestión real, efectiva, o como un megaenunciado de la inseguridad. Sobre todo, en este caso, acompañado de la mención del arma de mayor capacidad de destrucción.

Los americanos lo que no quieren es ver llegar soldados muertos, y Biden les ha asegurado que no va a haber. Por lo tanto, Estados Unidos no va a intervenir. Y Rusia lo sabe, y tiene en eso una especie de seguro, por lo tanto, solo tiene que negociar con los europeos.

Lo que voy a decir lo hago a título personal, no represento a nadie más que a Didier Opertti. Estados Unidos acaba de cometer un error diplomático político fenomenal cuando mandó a dos comisionados a hablar con Maduro, casi que a pedirle por favor por el petróleo venezolano. Es un error grueso.

¿Con otro presidente en Estados Unidos sería distinta la historia de este conflicto? Con Bush hijo, por ejemplo.

Hubiera ordenado más las tropas más. No a la interna, sino la de Estados Unidos vis a vis con Europa. Son personalidades distintas. Biden es muy prudente, es un hombre ya grande que se expresa con mucha propiedad, porque ha sido un parlamentario de lujo. Nadie va a negar a Biden ni sus atributos intelectuales ni personales, pero es un momento muy difícil en el que el liderazgo a veces tiene que recurrir a cosas más primarias, que dependen más de la expresividad y de la espontaneidad que de la preparación. El liderazgo es una cosa muy complicada, y quizás Biden no tenga tantos elementos diferenciadores que lo presenten como líder de las circunstancias. No es el líder que occidente necesita para un momento como este.

¿A quién ve como líder en estas circunstancias?

El cambio de gobierno en Alemania produjo un descenso de sus acciones internacionales muy fuerte, que ya se percibe. Entonces, el que aparece con más liderazgo es Macron. Francia está teniendo que ponerse al hombro la causa europea con títulos históricos como para hacerlo. Y lo hace con las resistencias que levantan los demás, sobre todo los ingleses, e incluso buena parte de los alemanes.

Boris Johnson ha sido bastante crítico con Rusia.

Johnson ha estado bastante claro en su repudio, ha sido duro y claro en el envío de asistencia. Pero es menos negociador. No ha dado lugar a un Chamberlain.

Y llama la atención cómo el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, no va a Ucrania. Ha desplegado gente de Naciones Unidas, pero él no ha ido.

Capaz que ha recibido de Rusia una señal negativa de que no lo dejan entrar, porque Putin es un autoritario.

Hay un silencio cómplice de China en el conflicto. ¿No estará pensando en Taiwán?

Pero Taiwán no es un blanco comparable. En el comunicado conjunto que hicieron, evidentemente China quiso preservar su derecho sobre Taiwán, de eso no hay duda. Pero también hay algo que me parece que no podemos olvidar: China, repito, es comerciante. Es el inventor de la Ruta de la Seda; ya lo era antes, lo fue siempre. Sus imperios giraron fundamentalmente en torno al comercio, a diferencia de otros imperios que giraron en torno a la expansión territorial. Hace 30 años era inimaginable que China integrara la OMC, e ingresó. Es una prueba inequívoca de que le importa el comercio por encima de todo.

¿Cómo sigue esta historia?

Yo creo que hay un desorden internacional que nadie sabe cómo se va a enderezar. Hay una búsqueda muy fuerte de Rusia de recuperar su zona de influencia y liderazgo en los países que habían sido parte de la sociedad de la Unión Soviética. Rusia le quiere mostrar los dientes a los pequeños países del norte –a Finlandia, que no la perdona; a Polonia; a República Checa, que la invadió dos veces; y amenazó a Suecia– metiéndolos a todos en una misma bolsa. Si usted mira el mapa se va a dar cuenta de que, si bien no fueron países de la Unión Soviética, la apetencia sobre ellos nunca declinó.

Se hicieron los acuerdos de Minsk y dejó de funcionar el Protocolo de Varsovia, porque países que formaron parte del mismo se fueron con la OTAN. Y eso es lo primero que dicen los rusos: “El Tratado de Varsovia no se cumplió. Países que formaban parte del mismo se fueron a la OTAN, y yo perdí. De esa manera, parte del territorio que integraba mi antigua Unión Soviética”.

Un segundo aspecto a tener en cuenta es que los países de la OTAN no le reconocieron a Rusia en todo este lapso, desde el 94 para acá, un papel que históricamente había tenido, e identificaron la caída del Muro con prácticamente la desaparición política de Rusia. Ese fue y es un error. ¿Por qué? Porque Rusia sigue siendo en el este un país enorme, con frontera con China, un eventual socio en la tarea de que Estados Unidos no sea el líder –porque los dos tienen la coincidencia de que no quieren que Estados Unidos sea la voz central–. Y tradicionalmente tienen un enemigo, que es Japón. También los amigos se miden en función de los enemigos comunes, ¿no?

Pero a la vez, la óptica de China respecto al comercio internacional es diferente a la de Rusia. Mientras Rusia provee energía y trigo, los chinos proveen mercadería, y es por eso que necesitan la energía de Rusia, pero, al mismo tiempo, precisan el mercado de Occidente.

Entonces no vislumbra que este conflicto siga escalando y que se llegue a un riesgo nuclear.

Yo creo que no. Creo que va a haber un precio que Rusia va a pagar. Y también habrá un precio alto para Occidente. Este no es un asunto de ganar-ganar ni de perder-perder. Acá van a perder y van a ganar, pero se van a dividir pérdidas. La propia Ucrania va a dividir pérdidas. Ya estaría declinando ser parte de la OTAN.

Lo de Donbass, aparentemente, también formaría parte del paquete del ofrecimiento de Ucrania, al igual que el reconocimiento de Crimea como territorio ruso. ¿Qué le queda, fundamentalmente? Un pedido no aceptado de ser parte de la Unión Europea. Son los europeos los que ya le habían dicho que no antes, y ahora le dicen que tiene que cumplir el protocolo; eso a un país que está destruido. El eurocentrismo sigue siendo un modo de entender la sociedad.

Y, por otro lado, ¿cómo se asegura Ucrania una frontera no demasiado porosa en la que no entren los rusos como perico por su casa? Mi mirada es que le van a dar un traje de medida para Ucrania, pero esto dentro de la zona de influencia de Rusia, de ahí no va a salir. Lo mejor que puede lograr es un estatuto que le asegure la integridad de lo que le quede de su territorio y la reconstrucción a través de un gran Plan Marshall, en el cual Occidente contribuya y Rusia sea responsable. Y a Rusia le irán levantando progresivamente las sanciones.

Ucrania va a asegurar el pasaje del gas hacia a Europa, con lo que los europeos se van a ver extremadamente reconocidos, si no se mueren de frío.

Van a agradecer, además, que Rusia les mande trigo para que los europeos coman buen pan y baguette. ¿Y Estados Unidos, qué es lo que va a seguir sosteniendo como gran bandera? Que en un sistema democrático no hay Putin, hay Biden. En cambio, Putin va en una secuencia de reelecciones indefinidas en las que puede llegar a ocupar el poder tanto como quiera.

¿Quién paga la fiesta?

Desde la época de Carlomagno, pasando por Napoleón, por Hitler incluido, y llegando al presente, el mundo no se detiene. Los recursos están. Va a haber fondos creados, porque la moneda es una creación del individuo. ¿Por qué usted paga con pesos? Es un acuerdo. Antes pagaba con mercadería, existía el trueque.

El mundo es como un tejido que se autogenera.

Desde luego, cuando hay un plan internacional de ayuda aplicada, concentrada, organizada, con fondos previamente asignados y distribuidos, el mundo logra una fórmula previsible y una aplicación de fondos útil. Eso fue el Plan Marshall. ¿Cómo se levantó Europa? Con los fondos comunitarios.

Va a haber fondo comunitario, acuérdense de lo que le digo. Va a haber algún fondo especial, le pondrán el nombre que sea. Va a haber algún sistema de cooperación.

Pero, lo que no creo, repito, es que de esta guerra Ucrania salga como un territorio independiente. Ojalá me equivoque.

Como excanciller, ¿qué opinión tiene de la postura de Uruguay en el conflicto?

Les propongo dividir la pregunta en dos planos: primero Uruguay frente a la crisis internacional, y luego en sí mismo, frente a la región.

En lo internacional hubo etapas de vacilación que no debieron producirse. Me parece que la agenda estaba suficientemente clara como para no tener dudas, aunque no fueron las primeras, porque, en cierta forma, hubo reiteración de otros hechos anteriores que no tenían por escenario la guerra. Hablo a título personal, no involucro a mí partido ni a nadie. Digo lo que pienso, dentro de los límites razonables y de la prudencia que uno tiene que mantener por respeto a sí mismo, pero no por mandato.

Volviendo al tema, hay algunas cosas en lo universal, en lo extrarregional, que están en la opinión pública y que no vale la pena que yo me detenga a inventariarlas.

Hay otros aspectos más cercanos y concretos, que son los del Mercosur.

Yo he sostenido siempre, no en forma aislada, sino que lo han hecho otros colegas, incluso de los países integrantes del Mercosur, que la Decisión 32/00, es una medida formalmente bien adoptada, hace más de 20 años, en la reunión del 2000 en Buenos Aires, en la que nos tocó participar con los demás cancilleres y que se aprobó por unanimidad. Es la decisión número 10, la última, de un paquete de decisiones. Alguna gente llegó a decir que como era la última, era la menos importante. Como si la numeración de las decisiones marcara una suerte de codificación de importancia.

Se invoca que no fue incorporada… 20 años después de la decisión y 30 años después del Mercosur. ¿A quién usted le hace creer que no fue incorporada?

Se dice: “ah, porque no la incorporó ninguno de los Estados parte”. Y sí, porque no era necesario. Por algo no se incorporó. Porque era una decisión que simplemente implementaba una obligación nacida en el Tratado de Asunción. Hubo algunos que levantaron la perdiz por otro lado para llamar la atención, pero sobre eso, a mi juicio, el debate técnico está por lo menos apagado –no clausurado–. Uno nunca sabe cuándo las cosas reviven.

Pero ese es un tema formal. Es un problema técnico-jurídico. En cambio, a lo que ustedes apuntan es más al tema de fondo: la preocupación de ustedes y la mía también es qué va a pasar con nuestro benemérito Mercosur. Es un buen momento para que pasen cosas. Es un buen momento para que, por ejemplo, Uruguay y Argentina puedan unirse en su oferta de alimentos. ¿Por qué no de trigo, harina, maíz?

Seguramente, Argentina no lo va a hacer.

Por ahora. Porque esta crisis no se va a resolver en un año ni en dos. No importa. Pero que Uruguay tenga la iniciativa. Como decía Wilson, y en ese sentido tenía razón, no hay arma más poderosa que una buena idea. Una buena idea puede tener un efecto tan fuerte como la más poderosa de las armas. Yo creo que es un buen momento para que el Mercosur diga: “Nosotros tenemos un emprendimiento regional basado en el sistema democrático, tenemos el Protocolo de Ushuaia, la Carta Democrática Interamericana, somos países afiliados al sistema democrático, somos partidarios del regionalismo abierto, por lo tanto, somos partidarios de abrir negociaciones comerciales con todo el mundo. Porque hacemos parte del universo comercial y queremos insertarnos en él con la mayor amplitud”. Ese sería el discurso. A partir de ese discurso, decir: “Podemos hacerlo solos o juntos”. Solos, en el mundo de hoy, deja la sensación de que algunas puertas que se entreveían como posiblemente abiertas, hoy pueden entrar a cerrarse. Por ejemplo, países como Corea del Sur, Turquía, Reino Unido, pueden estar muy pendientes de un acuerdo que les ayude a resolver sus propios problemas también.

Es un momento para decirle a la Unión Europea: “Muchachos, vamos a dejar de lado, por lo menos por un lapso de cinco o 10 años, el proteccionismo agrícola, para permitir que a ustedes les lleguen para su población productos de calidad y precio en momentos en que van a tener restricciones con el trigo u otros productos básicos”. ¿No es el momento de salir al mundo? Yo no digo ahora en plena fogata, pero cuando empiece a apagarse… El mundo no termina ahora. No terminó en la Segunda Guerra Mundial.

¿Tiene liderazgos el Mercosur?

¿Y esa pregunta por qué no la contesta usted?

¿A usted le parece que el Mercosur puede hacer algo en conjunto? Tenemos a dos presidentes del bloque que fueron a visitar a Putin cuando Rusia ya tenía rodeada a Ucrania.

Eso está mal, lo hemos visto todos como una cosa impropia. Lo nuestro ha sido mucho más prudente.

Ustedes preguntan si hay un líder capaz de llevar adelante estas iniciativas en la región, y sin querer ser nacionalista ni nada que se le parezca, un poco de atrevido le voy a decir que si Lacalle Pou gana esta cuerpeada del domingo (haciendo alusión al referéndum del 27), puede posicionarse a nivel regional.

Hay buena opinión de él en Argentina, y eso es muy importante. Pero hay que buscar que el otro también salga con algo, porque si usted quiere ganar solo está frito. Eso no lo aprendí como abogado, lo aprendí en la vida.

Uruguay es un país que tiene una ventaja y una desventaja. Si usted levanta el palito para hablar de Uruguay y a los dos minutos no dijo algo que tenga algún interés, nadie le va a dar bolilla por el resto del día. Pero si usted se incorpora en la discusión de los temas con capacidad de propuesta y con prudencia, no golpeándose el pecho, porque no nos da para eso, es otra cosa, porque gozamos de respeto internacional. En el fútbol tenemos que reconocer hoy que tenemos que jugar y no hacernos los guapos para ganar un partido. Aquello de la garra charrúa es todo cuento. Hoy el partido se gana jugando al fútbol.

¿Cómo ve el desempeño del canciller Bustillo?

El tema del actual canciller es un producto del amiguismo. Si usted me dice la síntesis del recorrido que desemboca en la designación del señor Francisco Bustillo como canciller de la República, le digo que tiene una dosis dominante de más del 50% de amistad personal. Eso está dicho y reconocido por el propio presidente en sus declaraciones más recientes sobre el tema. No creo que el gran tema sea Bustillo, para mí es la política exterior. De Bustillo tengo opinión formada hace muchos años.

¿Es esta dirección que tiene Cancillería lo que precisa Uruguay para insertarse en ese mundo del comercio de hoy que hablamos anteriormente?

Dicho sin eufemismos ni anestesia, el equipo con el que cuenta en la actualidad el canciller en la mesa chica, en el entorno más cercano, no tiene capacidad para eso. Tiene sí gente que está a media máquina, a cuarta máquina o a cero máquina, capaz, preparada y con formación técnica suficiente como para encarar un emprendimiento de apertura sobre nuevas bases. Lo tiene en el Ministerio y fuera del mismo. Dentro del esquema regional los tiene. Pero si usted comienza su gestión con elecciones que son de tipo reivindicativo de filiación política, ahí le quita al servicio diplomático su profesionalidad, y con ello la entrega de los funcionarios. 

¿Usted no habla de esos temas con las autoridades de Cancillería?

Yo tengo una terrible inhibición, que es no aparecer como que tengo una solución para las cosas, y es eso. Mis hijos me preguntan por qué no hablo con fulano o mengano… No, no. Hay temas de la política internacional que yo los he vivido, y podría perfectamente ayudar, pero no pudo aparecer con una carterita en el edificio de Presidencia diciendo: “vengo a ofrecerme para ayudar”. A esta altura de mi vida, no, y no es porque me crea nada, sino porque simplemente tengo sentido de ubicación.

Pero no puedo dejar de decir que hay gente que debería estar en un lugar distinto del que ocupa dentro de Cancillería, que está subutilizada. No voy a dar nombres para no entrar en lo subjetivo. Como también hay embajadores que están subutilizados y que podrían en este momento dar una mejor imagen, sin querer ser Itamarati ni la primera cancillería de América. Por algo Uruguay ocupó no hace mucho posiciones muy importantes, con Carlos Pérez del Castillo en la OMC, con Elbio Rosselli en el Consejo de Seguridad, con Guillermo Valles… No hablo de Iglesias, que es una figura histórica, hablo de presente. Y esos están. Como hay gente que participó en la administración anterior y que también está ahí. A mí no me importa cómo piensan desde el punto de vista político.

Yo he conversado el tema de la Decisión 32/00, sobre la Carta Interamericana, acá, en mi despachito, en mi casa, varias veces, con funcionarios de la administración de Nin. A mí me llamaba Nin Novoa frecuentemente. Este ministro jamás (haciendo referencia a Bustillo). Es mentira que me invitó, yo lo desmentí. Cuando dijo que me había invitado, fue mentira. Y el que miente tiene un nombre, ¿no? Nunca me citó para nada, de ninguna manera, ni por teléfono, ni por carta, ni por mail, ni por WhatsApp, ni por nada. La prueba de ello es que yo no he ido nunca a la Cancillería desde que está él, teniendo bastantes títulos para hacerlo, me parece. No títulos honoríficos, sino títulos de poder ayudar, nada más.

Cuando el pedido de asilo del expresidente de Perú, Alan García, me llamó Nin Novoa desde el exterior, que estaba de viaje con el presidente Tabaré Vázquez, y me preguntó: “Didier, ¿qué hacemos?”. “Le abrís la puerta”, le dije. “Abrile la puerta de la embajada, y decile al embajador que lo deje entrar y que le preste toda la asistencia necesaria. Y le comunicás al gobierno peruano que vas a esperar que ellos te envíen todo el expediente judicial en que se le imputan los delitos. Hasta que no tengas ese expediente en tus manos, no abras opinión. Limitate a decir que le has dado refugio, amparo diplomático en la embajada”. Y punto, fue lo que hizo.

Me consultó en un caso que era delicado. Después vino todo el resto, y se suicidó porque se sentía culpable. Pero si nosotros ligeramente hubiéramos mirado para el costado y no hubiéramos atendido al expediente judicial que decía que había recibido una coima de Odebrecht, si nos hubiéramos hecho los tontos, el tipo habría tenido el asilo.

El asilo es una figura para la protección de alguien que ha sido violado en sus derechos humanos.

Hemos sido siempre un país asilante, pero no podemos darle asilo a un delincuente. En estas cosas hay que tener mucha claridad.


“Me dolió la salida de Talvi”

Esta administración empezó con Ernesto Talvi de Canciller. ¿Uruguay hubiese recorrido un camino diferente a nivel del Mercosur bajo su conducción?

Es probable que desde la concepción liberal de Talvi el Mercosur no estuviera en su proyecto. Pero una cosa es el Mercosur y otra es el regionalismo.

Regionalismos hay en el mundo como parte de proyectos exitosos. La Unión Europea es un ejemplo paradigmático de regionalismo exitoso. También lo hay en Asia, con la Asean. Lo hay en las nuevas formas de acuerdo comercial, sobre todo las que han nacido en la última década ante el fracaso de Doha. El Transpacífico es otro, y lo tenemos cerca, aunque este nos plantea algunos problemas de inserción. Es muy difícil integrarse con los países del Pacífico. Yo intenté, siendo secretario general de Aladi, un acuerdo con el Mercosur, pero es muy difícil. Los andinos, en general, tienen una visión cordillerana, están del otro lado. Nos ven a los del Atlántico como países que somos un hijo adoptivo de Europa, y ellos se consideran un hijo originario de civilizaciones. Por ahí hay una falta de sintonía.

¿Le sorprendió su salida?

Me dolió. Yo sé que hay gente que piensa distinto, pero a mí me dolió. A mí no me alegró, porque Talvi, más allá de sus posiciones, que podrían ser materia de debate a la interna del partido, es un hombre talentoso, preparado, inteligente para el Senado, que hoy no tenemos.

Con la docencia he aprendido a distinguir talentos y virtudes… La Constitución sabiamente habla de talentos y virtudes. Talento es aquello que viene en el ADN, y virtudes son las que se adquieren con la conducta. Quizás haya un activo de talento indiscutible en Talvi, en cambio, un activo de virtudes que ya no es indiscutible. Quizás porque no tenía oficio, o por lo que sea.

Tengo dos hermanas que no pueden consolarse de que Talvi se haya ido de la política. Porque no aparece tampoco nadie en el horizonte, nadie. 


Perfil

Didier Opertti se graduó como abogado en la Universidad de la República en 1960.

Durante la primera presidencia de Julio María Sanguinetti, se desempeñó como secretario de la Comisión Binacional Argentino-Uruguaya del Puente Buenos Aires-Colonia y coordinó el estudio preliminar de viabilidad de este proyecto. Al mismo tiempo, fue director de la Consultoría Jurídico-Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay hasta enero de 1998, cuando partió para Estados Unidos como representante permanente ante la OEA.

Entre 1988 y 1992 fue delegado del Uruguay en la Convención Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (Cicad).

Paralelamente, ha estado ejerciendo la docencia a nivel universitario. En 1995 fue nombrado profesor titular (Grado 5) de Derecho Internacional Privado de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.

Nombrado por el presidente del momento, Sanguinetti, fue ministro del Interior de Uruguay entre 1995 y 1998 y ministro de Relaciones Exteriores desde 1998, cargo en el que permaneció durante la presidencia de Jorge Batlle hasta el 1º de marzo de 2005.

También fue presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1998 y 1999.

Luego de dejar el Ministerio de Relaciones Exteriores, pasó a desempeñarse como secretario general de Aladi (2005-2008).​ Allí ingresó con el apoyo de todos los partidos políticos, pero al ganar la elección el Frente Amplio, en 2005, la nueva administración entendió que ese cargo tenía que ser de confianza del nuevo gobierno.

Está casado con Liliana Belando y tiene cuatro hijos: Luciana, Fabrizio, Juan y Renato.