Las redes: peligroso instrumento

Escribe Ignacio de Posadas, Académico de Honor

La Democracia tiene un vínculo histórico con la prensa. Nace con los panfletos y la prensa escrita (que, en su época de auge llega a condicionarla: el cuarto poder). El advenimiento de la radio no cambió mucho la cosa: seguía siendo distinguible la noticia de la opinión y, en todo caso, la autoría era siempre visible. El primer cambio vino con la televisión. Para empezar –recordando aquello de Marshall Macluhan: “The Medium is The Message”– el contenido cambió: ya no se apuntará a informar sino a entretener, (quien crea que sentándose a ver los informativos se parará informado, está engañado como piojo en peluca). A lo anterior se sumó el hecho de que el ciudadano perdió los estímulos para concurrir a actos y a locales partidarios. En suma, todo conspiró para facilitarle al ciudadano alejarse más de los temas de gobierno y de la política. En casa, frente a la tele, se considera cumplido.

Mala cosa: la Democracia requiere de información, interés y adhesión. No zapping.

Pero el mayor cambio ha venido con las redes y no es para mejor. Volviendo a Macluhan, el formato de las redes condicionó todavía más el contenido -en su tamaño, en su mix de objetividad y animosidad y en la ausencia de actores responsables-.

Un reciente artículo de La Nación (18/8) ejemplifica lo que ocurre. Está referido al gobierno de Milei, pero eso no hace al tema de fondo, es episódico.  Apenas sirve para ejemplificar que el problema con las redes no es de derecha o izquierda. No hay que mirarlo (sesgado) en clave ideológica, sino como una amenaza genérica al funcionamiento de la Democracia.

Veamos qué dice La Nación (en la pluma de Gabriela Origlia). “La polarización que fogonea el equipo de comunicación virtual de Milei a través de posteos agresivos, erosiona la convivencia y las instituciones, señalan analistas. El estilo de comunicación del presidente Javier Milei, con eje en las redes sociales, donde hay un ejército oficialista, se ajusta como un guante a la descripción que hace Giuliano da Empoli en Los ingenieros del caos: más vinculación con la emoción que con el concepto, alto impacto para provocar identificación y generar conflicto. Este recurso de sobreexcitar los extremos, por supuesto, afecta al diálogo político, base de la institucionalidad.”

“El modelo no es original ni exclusivo: hoy lo aplican líderes de buena parte del mundo, tanto de izquierda como de derecha.”

“Hay una crisis de la democracia representativa; nadie lee programas ni se ganan elecciones con discursos o aparatos. Hay una nueva forma de democracia y la antigua se acabó”, dice Jaime Durán Barba. Entiende que este estilo de comunicación lleva a una democracia “frágil y banal”, que se monta en mensajes breves, en memes y en imágenes.”

“Esta ‘nueva’ democracia no está pensada sobre la base de los consensos, a la búsqueda de puntos medios, sino de los extremos”…

“…es el resultado de la evolución de la tecnocultura, que facilita la polarización y que emplea la adhesión o rechazo como una afirmación de la propia identidad”.

“La analista política Sofía D’Aquino añade que la aceleración de la comunicación profundiza el fenómeno. Hace que la ciudadanía está permanentemente en un lugar de escucha, espera que siempre haya alguien diciendo ‘algo’, y eso también impacta en la institucionalidad.”

“También Martín D’Alessandro, politólogo, profesor universitario y presidente de Poder Ciudadano, señala que la democracia es, en esencia, la posibilidad de administrar las diferencias sin violencia, con ciertos acuerdos, con negociaciones. Para que el sistema funcione son indispensables ciertos modales de respeto al otro –dice-. Lo contrario, la intolerancia, la degradación del adversario y los insultos a las voces críticas lastiman la democracia. Los gobiernos populistas y la comunicación agresiva que los acompañan no contribuyen a mejorar el debate público que la democracia necesita”.

Es un caso, pero sirve para fundamentar el argumento: las redes son un factor mayoritariamente nocivo para el funcionamiento de la Democracia.

Obviamente, que la solución no es suprimirlas –amén de que sería imposible–, pero hay que hacer un esfuerzo por encuadrarlas.

No es fácil. Se trata de limitar la libertad de expresión, nada menos. Pocos son los Estados que le han metido el diente al asunto: Europa, Australia y creo que poco más.

Pero eso no debería ser razón suficiente para no encarar el tema.

Y un buen camino para hacerlo podría ser la elaboración de un “green paper”, al estilo británico. Que el gobierno encomiende a un grupo de trabajo, profesional, idóneo y supra político –onda GACH– la elaboración de un estudio que concluya en recomendaciones normativas y que luego sea sometido a una discusión entre políticos, e interesados (acotada en cuanto a integrantes y plazo) para decantar una reglamentación.

Para terminar, se puede recurrir al esquema de los viejos duelos (en lo procesal, obvio, no en la solución implícita): un mecanismo breve, de tipo arbitral, que resuelva si ha habido lugar a daño y luego un proceso, también arbitral, para determinar su indemnización. Todo, claro está, predicado sobre la obligación de que todo input en las redes tiene que tener un autor responsable.

La Democracia no se mantiene sola.