Agudo retrato de idolatrada cantante, inmerso en desmitificado mundo del espectáculo 

Natalia Oreiro > Una auténtica Gilda

Por A. Sanjurjo Toucon

Gilda, no me arrepiento de este amor. Argentina 2016

>> Dir.: Lorena Muñoz. Guión: Lorena Muñoz y Tamara Viñes. Fotografía: Daniel Ortega. Con: Natalia Oreiro, Roly Serrano, Javier Drolas.

Un film acerca de Gilda  una cantante y compositora argentina de cumbias, interpretada por una actriz uruguaya, Natalia Oreiro, con una amplia y muy difundida trayectoria en teleteatros argentinos, puede generar –y de hecho los genera- preconceptos negativos por parte de quienes se sienten distantes de estas expresiones artísticas de firme arraigo en los llamados “sectores populares” de la  población.

Lo primero que  ha de hacerse en ese caso, es dejar en la puerta del cine esos prejuicios y descubrir un título sumamente atractivo que, desde luego, entusiasmará rotundamente a los “cumbieros”  y seguidores de ese ícono de la escena argentina que es Natalia Oreiro quien, como Gardel, Leguisamo, Canaro, Natalio Botana, Constancio Vigil, y tantos otros, nació en esta margen de ese enclave  sociocultural llamado Río de la  Plata pero se consagró en la orilla de enfrente.

Los últimos años (aunque no faltan flashbacks sobre el pasado) de Miriam Alejandra Bianchi (1961-1996), conocida como Gilda, son el eje de esta realización de Lorena Muñoz (Argentina 1972), que ya había demostrado, con maestría, su inclinación fílmica por temas y          personajes de la música popular rioplatense, con el documental de largo metraje “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”; acerca del amor irrefrenable de Ada Falcón  por Francisco Canaro.

Esta Gilda que nos entrega Muñoz, recorre el arduo y doloroso tránsito de una mujer sofocada por su rutinaria vida familiar (es maestra de preescolares y atiende hijos y esposo, según códigos –machistas- hoy en plena retirada) hacia una búsqueda de sí misma que llega a través del canto y la composición musical (de cumbias).

En primer lugar, debe señalarse la increíble mímesis física lograda por Oreiro con Gilda. Oreiro se parece físicamente a Gilda, el maquillaje se encargó de acentuar esas semejanzas, especialmente el rostro, mientras que la voz y movimientos de Oreiro sobre el escenario, son  réplica milimétricamente fiel de cuanto  puede verse   en “clips” de  Gilda.   Oreiro nos convence que es Gilda.

El modelo de este film posee cuantiosos antecedentes (brillantes algunos) en el cine norteamericano del pasado, cuando la vida de un músico o cantante, era recreada por actores y actrices que reproducían a aquellos a la vez que se eliminaba cualquier vestigio real de las artes sobre las que se movía el retratado. Aquí acontece lo mismo, el repertorio de Gilda es interpretado (y muy bien) por Oreiro, mientras los auténticos registros de Gilda no asoman en ningún instante.

Oreiro consigue ser Gilda dentro de las limitaciones impuestas por un guión dulcificador de lo real. La composición de Oreiro carece –y no es responsabilidad de ella sino del guión- mayormente de sombras. Del mismo modo que lo sucio y abyecto que muestra la imagen, es “ablandado” por una hermosa fotografía con instantes de sofisticación visual   propia del  cine publicitario.

Por sobre esas contradicciones entre lo visual y lo dramático (impresionante la escena de los emigrantes hacinados en sórdidos sótanos), el film asume una valiente actitud de rechazo y denuncia de mafias que dominan desde el modesto baile del club del barrio a la industria fonográfica de  primera línea.

El film comienza con el sepelio de Gilda rodeada de “fans”; luego nos informa   que la muerte se produjo a consecuencia del accidente automovilístico donde fallecen familiares y músicos que viajaban con ella. Ese accidente con que se abre la historia también la cierra, y cuanto se halla entre este mismo suceso mostrado desde dos diferentes  perspectivas es la descripción del ascenso de Gilda, en el que ocurre otro accidente automovilístico luego de discrepancias entre  músicos y la mafia dominante del mercado.  La denuncia es obvia, aliviando de tautologías y subrayados innecesarios a un  film sobrio, con algunas (demasiadas) excepciones de melodramatismo tanguero. Las letras de las “cumbias” no son       propicias.

Como una Liza Minelli en “Cabaret”, Oreiro lo invade todo. Su presencia constante es la que posibilita esa multiplicidad de música, baile y dramas personales.  Magnética figura que consigue disimular flojedades interpretativas de varios que la secundan.

El fenómeno social generado  por la devoción irrestricta de muchos “fans” de Gilda, alcanza su cenit con las brevísimas imágenes exponiendo la devoción religiosa despertada por esa mujer a la que se dedican altares. Aspecto no menor que la realización apunta debidamente. Consecuente con la fanática devoción que buena parte del pueblo –especialmente los más humildes a los que visitaba en barrios miserables- siente por “Gilda”, la realización no podía permitirse finalizar con la  protagonista muerta. Es así que, aplicando una vez más los “flashbacks” al relato, Gilda “revive” en imágenes de su triunfo. Gilda murió a los 35 años.

Gloria. Chile 2013

>> Dir.: Sebastián Lelio. Guión: Sebastián Lelio, Gonzalo Maza. Con: Paulina García, Sergio Hernández, Diego Fontecilla.

Gloria es una mujer chilena, próxima a los 60 años, divorciada desde hace más de una década, con hijos mayores que viven independientemente. Ese retrato de Gloria, es rápidamente construido por un guión que junto al personaje, nos conduce a bailes para un público también mayor, donde la mujer deja traslucir su necesaria búsqueda de afecto, compañía y también sexo. Tres imprescindibles pilares de la naturaleza humana.

El relacionamiento con un hombre conocido en sus danzantes periplos nocturnos,  permite al personaje  (y al film) desnudarse metafórica y literalmente, exhibiendo dudas, angustias, soledades y traiciones que irán mellando su anhelada felicidad. Una reunión familiar donde Gloria presentará a su  pareja, posibilita el volcarse sobre amigos y familiares de la protagonista, creando la interacción necesaria entre unos y otros, para con el aporte del pasado, completar el diseño de esa figura central.

La anécdota en sí poco importa, lo atractivo del film está fundamentalmente en esa vivisección sentimental de Gloria, quien parece haber atravesado etapas de la vida similares a las de quienes la rodean. El film logra colocar al espectador en un sitial que le permite conocer íntimamente a la  protagonista, sin necesidad de discursos ni confesiones; son los  hechos quienes delimitan y definen al personaje. Méritos del guión que logra materializar sus propósitos apoyándose a su vez  en la extraordinaria labor de la actriz Paulina García, a la cual la cámara no abandona prácticamente ni un instante. Una presencia que pudo ser abrumadora y García transforma, con su amplio arsenal histriónico, en uno de los baluartes de tan lograda realización (que debemos distinguir de entre los varios films llamados “Gloria”).

Sebastián Lelio (1974), importante figura de un cine chileno de destaque, nació en Mendoza (Argentina), pasando a vivir en el país trasandino desde los dos años. Hasta los veintiún años tuvo una existencia “nómada” residiendo por  períodos de hasta dos años, en diversas ciudades chilenas y en los EE.UU.

La actriz teatral y cinematográfica Paulina García (Santiago 1960), es también dramaturga y directora de teatro, habiendo sido premiada en numerosas ocasiones. Su trabajo en “Gloria”  recibió el “Oso de  Plata” del Festival de Berlín.

Mandarinas (Mandariniid). Estonia / Rusia / Georgia 2013

>> Dir. y guión: Zaza Urushadze. Con: Lembit Ulfsak, Elmo Nüganen, Giorgi Nakashidze.

En las luchas intestinas ocurridas, en 1990, en la entonces República Soviética de Georgia, un habitante rural de la misma, nacido en Estonia, contrariando a familiares y amigos, decide quedarse en un territorio sometido a la lucha de bandos rivales, con el objeto de ayudar a su amigo en la  recolección de mandarinas. Planteándose así una situación que permite implícitamente establecer uno de los varios asuntos de índole moral que dominan al  film: la solidaridad.

Con ritmo pausado, la cámara recorre la soledad del lugar, dominado por signos de abandono. Esa existencia, rutinaria y prácticamente aislada de otros contactos, es quebrada con la aparición de dos casi moribundos combatientes de bandos rivales, a los que el hombre dispuesto a ayudar a su amigo traslada a su hogar donde  procurará la salvación de ambos.

En ese instante, el film sabe abandonar los escenarios exteriores, ubicándose en el interior de la vivienda en la que vuelve a tomar forma la rivalidad de los heridos, igualados en sus limitaciones y en una lucha de la que poco se dice  convirtiéndolos en las dos caras de una misma moneda.

El anfitrión busca claramente separarse de cuanto a rivalidad representan los heridos, a la vez que intenta sofrenar los mutuos ataques, dejando al relato acrecentar su sentido      pacifista  y condena a la  guerra.

La violencia del combate a cielo abierto, que no se ve, se traslada a ese ámbito reducido en espacio y personajes que por su dinámica dramática y de cámara, se aleja de fáciles resabios teatrales.

Una muy lograda labor actoral, complementa este título de rebosante pacifismo y nobles propuestas morales.  Aunque su mensaje suene a cosa ya dicha, el mismo adquiere lograda y conmovedora autenticidad.

Una larga lista de premios en Festivales acompaña al film.