Las multitudes en la calle viven el desconcierto generado por décadas de simulaciones

Unión Soviética LA CAÍDA DE UN IMPERIO

Por A. Sanjurjo Toucon

>> El evento (Sobytie).  Países Bajos / Bélgica 2015 Dir. y guión: Sergei Loznitsa.

En 1991, un grupo de funcionarios del Partido Comunista Soviético intenta un golpe de Estado contra Mijail Gorbachov, impulsor de la apertura ideológica de la URSS. Este documental  belga-holandés de Sergei Loznitsa (URSS, 1964) reproduce el desconcierto y desconocimiento de cuanto ocurría en esos días por parte del pueblo soviético. Y lo hace recorriendo calles de diversas ciudades, San Petersburgo entre otras, pero sin aportar información, solamente registrando cuanto ocurre allí, colocándonos en el sitial de esos ciudadanos que muestra. Expectantes y reclamando el mantenimiento de las libertades recuperadas, amenazadas por los golpistas comunistas. Como se sabe, pocos meses después la URSS desaparecería dando paso a diversas repúblicas.

Sin alinearse políticamente en forma expresa, el documental recrea discursos callejeros (también la escasez de elementos esenciales) que a la luz de lo acontecido entre 1917 y 1991, no dejan lugar a dudas acerca de su censura al oficialismo comunista.

Sencillo registro callejero, “El evento” se aleja de toda posible manipulación histórica, construyendo una versión moderna del “Kino Glaz” y “Kino Pravda”, desarrollados   por Dziga Vertov y sus seguidores en los albores del Estado soviético. La objetividad de las imágenes testimoniales “vertovianas”, no le impedía alcanzar un cierto lirismo visual, aquí inexistente. Loznitsa prescinde de las búsquedas estéticas imponiendo a sus imágenes austeridad formal.

Mientras que los movimientos precursores de la revolución de Octubre, y la revolución en sí, posibilitaron a Sergei Eisenstein realizar films monumentales de reconstrucción histórica (“El acorazado Potemkin” y “Octubre”, especialmente) con una masa humana asumiendo roles heroicos, Loznitsa no idealiza a las masas sino que enfatiza en su inoperante desconcierto.

Por diferentes senderos y con propuestas fílmicas frecuentemente antagónicas, Eisenstein y Vertov (también Pudovkin) concibieron su cine como propaganda para el régimen soviético. “El evento” no es homenaje a un cambio político –en realidad menos espectacular que la Revolución Soviética- como brindaran las (falsas) reconstrucciones de  Eisenstein, y los noticiarios propagandísticos de Vertov. Consigue, en cambio, la imagen real y casi antiheroica, de un pueblo reclamando libertades e información, y renegando de un período falsamente ensalzado.

“El lago de los cisnes”, de Tchaikovski, escuchado cíclicamente en el film, es un guiño rigurosamente local.

La revolución soviética y el cine mantuvieron curiosas relaciones. El tema ha sido abordado en una de sus más extrañas facetas en el libro “Cine, Política, Sociedad”, del autor de este artículo.

>> Inferno EE.UU. / Japón / Turquía / Hungría 2016 Dir.: Ron Howard. Con: Tom Hanks, Felicity Jones, Sidse  Babbet Knudsen.

Dan Brown (EE.UU. 1964) es un exitoso autor de varios best-seller donde “El Código da Vinci” ocupa lugar preponderante.

El norteamericano Ron Howard (1954) es un típico y eficiente realizador de la industria del cine hollywoodiano. Tanto puede dirigir ñoñas historias (Cocoon) como asuntos con mayor peso (Apolo XIII) .

“El Código da Vinci” (2006), “Ángeles y demonios” (2009), y ahora “Inferno” (2016) son films con rasgos comunes. Los tres son adaptaciones de obras de Brown con dirección de Howard, interpretadas por Tom Hanks en el rol de Robert Langdon, eminente profesor de simbología, a la búsqueda de  extraños y crípticos mensajes así como de objetos, que salvarán a la humanidad de peligro inminente.

En sus 90 minutos iniciales, la realización abreva (malamente) en Hitchcock, con personajes  que son alternadamente perseguidores y perseguidos en pos de  su “McGuffin” (objeto inútil que sin embargo pone a la historia en movimiento, según el obeso maestro británico).

La historia se inicia cuando Langdon (Hanks) despierta en un hospital sin saber quién es, y ante las balas que le amenazan, emprende internacional gira con doctora que le protege de riesgos que parecen salir de la galera de un mago.

Cuando la acción parece decir “basta”, se reserva la media hora final (la duración total es de dos horas) para que largos parlamentos demuestren que nada es cuanto aparenta, con el consiguiente aumento de expectativas. Se recuperan empero algunas instancias  persecutorias.

Las vueltas de tuerca sobreabundan. El recetario de Hollywood, una vez más, se ha puesto en marcha.

Quizás lo más atractivo del film, y consiguientemente del tríptico, son los mecanismos empresariales del asunto, en un régimen de coproducción donde a Hollywood se asocian empresas locales de los países en que se rueda: “El Código da Vinci” es coproducción con Malta, Francia y  el Reino Unido;  “Ángeles y demonios”con Italia; mientras que en “Inferno”  la participación internacional comprende a Japón, Turquía y Hungría.

Lo diverso de los escenarios naturales, crea un cierto atractivo de carácter netamente turístico.

Tom Hanks continúa su filmografía de seres honestos y bondadosos. Una asociación moral entre personaje y actor, al viejo estilo de los antiguos prohombres hollywoodianos. Lista donde los sitiales más destacados están ocupados por James Stewart, Gary Cooper, Gregory Peck, Cary Grant y tantos otros que, tradicionalmente, podrían ser cualquier cosa menos personas deshonestas.

En su actual decadencia, Hollywood sigue apostando a argumentos, personajes y actores de segura venta.

>> Nuestras mujeres (Nos femmes). Francia 2015 Dir.: Richard Berry,  con: Daniel Auteil, Richard Berry, Thierry Lhermitte.

Anacrónico es el rótulo que parece envolver a este registro cinematográfico de una   pieza teatral de Eric Assous.

Tres amigos se reúnen en casa de uno de ellos a  jugar a las cartas, por la noche. El último en llegar anuncia que ha asesinado a su mujer, siendo los diálogos y comportamientos de  los dos primeros el material del que se nutre la obra.

Pudo ser un drama, pero el estilo impuesto, especialmente por la actuación, es el de la comedia. Una comedia con diálogos y situaciones poseedoras de una ingenuidad que más de medio siglo atrás transitaban pasatempistas y ya apolilladas “comedias de bulevar”, poseedoras de un tenue aroma dramático superficial y breve. Lo suficiente para no generar instancias que mellen la sonrisa que parece reclamarse al espectador, aunque aquí la misma no llega más que en puntuales momentos.

Las relaciones de pareja, con los hijos propios o ajenos, la amistad y la soledad, se corresponden con personajes maduros, necesitados de actores con edad acorde para no ser los gerontes de la tercera edad que no hacen sino subrayar la artificiosidad dominante.

Algunas salidas al exterior, correspondientes a recuerdos de los  protagonistas, no atenúan la plúmbea sensación que, a excepción de algunos minutos finales, caracteriza a la obra.

Ante este film, los añosos espectadores que en los años 50 disfrutaban con los comediantes argentinos instalados, noche a noche, en el escenario del “Teatro 18 de Julio”, seguramente recordarán con nostalgia a aquellos artistas que respondían a requerimientos de su tiempo.