Mercosur y Unión Europea: ¿socios compatibles?

Por Filipe Vasconcelos Romão

Presidente de la Cámara de Comercio Portugal – Atlántico Sur (Lisboa). Profesor en la Universidad Autónoma de Lisboa, y profesor invitado en la Universidad ORT de Uruguay. Doctorado en Relaciones Internacionales por la Universidad de Coimbra.

Las negociaciones entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) transcurrieron a lo largo de más de dos décadas. Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay vienen siendo una excepción en el espacio latinoamericano. Esta situación no es una casualidad, pero no deja de ser sorprendente que la economía más grande de América Latina –Brasil– y uno de los países con los vínculos históricos y culturales más desarrollados con Europa –Argentina– sean de los últimos resistentes, en un espacio que va desde El Paso hasta la Patagonia, a una apertura comercial con relación a Europa.

No debemos equivocarnos: Brasil y Argentina son dueños y señores del Mercosur, por mucho que esto pueda dañar la autoestima de uruguayos y paraguayos. En el caso de Europa, incluso en los tiempos en que la antigua Comunidad Económica Europea (CEE) era compuesta tan solo por seis Estados, siempre existió una lógica de equilibrios multidimensionales. Por una parte, el equilibrio generado por la complementariedad entre los grandes Estados (Francia, República Federal de Alemania e Italia) y los más pequeños (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo). Por otra parte, las complementariedades entre los dos gigantes: Francia como poder político y con un sector agrícola muy fuerte; y la Alemania Federal como un enano político, pero con una economía altamente industrializada. La Guerra Fría también dividió la Europa geográfica y fomentó un alto nivel de inversión norteamericano para mantener la cohesión del lado occidental.

En el Mercosur, las circunstancias que dieron origen a la construcción europea nunca se dieron. Hubo dos incentivos (débiles) para la creación de un intento de mercado común en el Cono Sur: el regreso de la democracia liberal a la región a fines de la década de 1980, y la buena imagen que proyectabael ejemplo europeo al final de la Guerra Fría. Las economías argentina y brasileña, no obstante, debido a sus características y circunstancias, son proteccionistas y, en lugar de complementarias, compiten entre sí. La posición más periférica de América del Sur y la ausencia de una red de países densamente poblados y con un fuerte potencial de integración económica (como en Europa), han levantado las restantes barreras al proyecto regional del Cono Sur.

Cuando miramos a América Latina, deberíamos ver más de una docena de países cuyas poblaciones hablan castellano o portugués. La lengua ha sido poco o nada relevante como factor de integración o, incluso, de cooperación económica. Hoy en día, hay más similitudes entre las economías de una Europa con más de veinte idiomas que entre las de una América Latina de dualidad lingüística. La gran fractura de este espacio no es, por lo tanto, idiomática. No obstante, podemos trazar divisiones en Latinoamérica, como la que proporciona la división en dos costas. El proteccionismo atlántico de brasileños, argentinos y venezolanos se opone, hoy día, a un Pacífico económicamente más abierto de chilenos, peruanos y colombianos. Las circunstancias lo obligaron: la ausencia de la dimensión brasileña y del desarrollo argentino llevaron a las economías del Pacífico a abrirse más y a permitir que el modelo de libre comercio externo se impusiera sin gran resistencia.

Pero la integración económica no está únicamente vinculada a la política externa. Uno de los síntomas más evidentes del fracaso del Mercosur fue su incapacidad crónica para generar consenso en el ámbito de la política interna de sus Estados miembros. Si bien la construcción europea se ha basado durante muchos años en un consenso claro entre las principales formaciones políticas de cada Estado, el Mercosur siempre ha sufrido avances, frenos, contratiempos y convulsiones debido a la alineación ideológica de los gobiernos nacionales. Al liberalismo de Carlos Menem, Fernando Collor de Melo, Itamar Franco y Fernando Henrique Cardoso sucedieron al proteccionismo y al nacionalismo económico de Néstor y Cristina Kirchner, Lula da Silva y Dilma Rousseff. Y este, por ahora, habrá sido superado por el liberalismo (económico) algo crudo de Mauricio Macri, Michel Temer y Jair Bolsonaro.

El acuerdo entre la UE y el Mercosur es, por lo tanto, un gran desafío para ambas partes. Cualquier apertura comercial conlleva consecuencias negativas para algunas corporaciones nacionales y agentes económicos. Los sectores más competitivos de ambos lados obviamente se beneficiarán, pero la conversión parcial es inevitable, especialmente para las economías no competitivas de Argentina y Brasil. También será necesario examinar los pequeños detalles del acuerdo, en particular en lo que respecta a los tiempos de su entrada en vigor, las excepciones y la forma en que aborda las llamadas «barreras técnicas» (mucho más difíciles de eludir que los impuestos) a la importación. Otro aspecto que cabe considerar es el proceso de ratificación y cómo las políticas nacionales harán uso de este proceso.

Para Portugal, el acuerdo es, más que todo, una oportunidad. Contrariando todos los obstáculos del proteccionismo brasileño, un conjunto de empresas exportadoras portuguesas ha podido tener éxito en Brasil. Las afinidades históricas y culturales, y una comunidad arraigada, han sido capaces de vencer impuestos aduaneros, federales, estatales y municipales. Recientemente (abril de este año), tuve la oportunidad de presenciar la fortaleza del sector alimentario portugués en una de las principales ferias minoristas en Brasil, organizada por la Asociación Paulista de Supermercados (APAS) en San Pablo. Los vinos portugueses, el bacalao, los chocolates o los aceites de oliva se destacaron incluso en comparación con productos como el español o el francés. La crisis (2009 – 2015) ha enseñado a los portugueses a exportar más y mejor, y este efecto, afortunadamente, se ha extendido en el tiempo.

El potencial de este acuerdo no se limita a la posibilidad de vender más barato en el Cono Sur o en Europa. Si se aplica seriamente, es posible que nos enfrentemos a un nuevo modelo de relación que cambiará definitivamente la imagen mental de los actores económicos y creará oportunidades para las empresas en ambos lados del Atlántico. Este efecto podría ser importante para llamar la atención sobre áreas aún poco explotadas y no asociada a buenas oportunidades. En América, Brasil podría ser una verdadera puerta para que las empresas portuguesas conocieran a Argentina, Uruguay y Paraguay. En Europa, el hecho de que Portugal comparta una península con España puede permitir que los empresarios uruguayos, paraguayos y argentinos ganen interés por este atractivo y abierto país de 10 millones de habitantes.