“Si la propuesta del Frente Amplio es más de lo mismo, con seguridad va a perder”

Entrevista> Gerardo Caetano

Gerardo Caetano, historiador,  politólogo e investigador del Instituto de Ciencia Política de la UdelaR


El politólogo se refirió al escenario preelectoral y destacó los problemas del actual partido de gobierno. En esta línea sostuvo que el Frente Amplio “no cumplió con las expectativas” lo que resulta, para él, en un importante porcentaje de frenteamplistas descontentos. Asimismo avizoró un escenario electoral más fragmentado donde los pequeños partidos tomen más relevancia en el Parlamento. Por otra parte, fue crítico con el papel del comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, a quién tildó de “caudillo militar”.


Por Oscar Cestau | @OCestau y María Noel Durán | @MNoelDuran

-Según el último informe del Latinobarómetro la confianza de los ciudadanos en la democracia está en su peor punto histórico y se ubica en un 61%. ¿Qué reflexión hace al respecto?

-A mí me da la impresión de que estamos ante un proceso global, donde hay transformaciones muy potentes de la sociedad que están repercutiendo muy fuerte en la política. Vivimos en sociedades enojadas, aceleradas, fragmentadas y que tienden a confrontaciones binarias y agresivas. Esto también se retroalimenta con mutaciones políticas profundas. Vemos que predominan liderazgos encarnados, figuras que se caracterizan por ser ellos mismos el proyecto. Hay un muy bajo nivel de confianza interpersonal, a partir de lo que los pactos son efímeros. Los gobiernos se legitiman por el proceso electoral, pero luego, a menudo, derivan en políticas autoritarias. Tienen en el mejor de los casos “legitimidad de origen” pero no “de ejercicio”.

Todo esto genera una reformulación muy grande de los vínculos tradicionales entre política y ciudadanía. Se agregan las transformaciones cotidianas asociadas con las nuevas tecnologías de la información, todo lo que hace que aquello que pensamos que nunca íbamos a ver, de pronto, se vuelve probable. Esto debilita los pactos característicos de la democracia liberal y surgen los Trump, los Bolsonaro, los gobernantes de la ultraderecha europea que aún no ha triunfado pero están creciendo.

Ese enojo social hace que figuras como los Trump o Bolsonaro estén en la cresta de la ola. Pero también otro tipo de figuras, como Macrón en Francia, con perfiles más centristas pero emergentes tras procesos de implosión de los partidos tradicionales, ya están sintiendo las consecuencias de ese enojo. Bolsonaro ha dicho barbaridades y programa no tiene. La pregunta es qué va a pasar cuando profundice la reforma laboral que ya aplicó Temer, cuando realice la dura reforma previsional que anuncia, cuando intente las privatizaciones generalizadas que anuncia o cuando busque un vínculo directo con Trump. También cabe preguntarse qué va a pasar cuando la inseguridad o la protesta social legítima -que él ha criminalizado- sean respondidas con esa propuesta de violencia dura, en términos de guerra. Por otro lado, en la nueva agenda de derechos Brasil no avanzó tanto pero sí en el mundo. También en relación a ello las señales son de ruptura. Parece ser el momento de lo que algunos autores han llamado “arcadias regresivas”, sustentadas en la propuesta de restauración de la idea de un pasado mítico en el que había autoridad y normalidad y que de pronto se rompió. Ahora vienen los que proponen recuperarlo, recuperar la autoridad, las “jerarquías naturales” y lo que consideran como el desarrollo económico casi inherente a economías de mercado pleno y sin Estado. Más allá de sus deseos profundamente ideológicos, ¿cuál va a ser el costo de estos intentos? ¿Cuántos van a quedar por el camino?  En Brasil hubo 63.000 muertos el año pasado a causa de la violencia ciudadana, número en el que se mezcla de todo, también el asesinato de militantes sociales y de marginales. ¿Qué número de muertos vamos a tener durante el primer año de Bolsonaro si se desata esa respuesta de violencia estatal y paramilitar que se anuncia?

-De esta medición del Latinobarómetro se extrae que  la confianza en los militares está por encima de la que se deposita en los políticos en Uruguay.¿Puede haber un efecto contagio de Brasil, una intención de retornar a una línea más autoritaria?

-Si uno mira el Latinobarómetro y los otros rankings democráticos internacionales, a Uruguay le va bien. El país sigue manteniendo una referencia de centro político y eso es saludable para la convivencia democrática. Yo leo el programa de “Todos”, anunciado por Lacalle Pou, y el mismo, que se orienta al centro político, no cae en la tentación que hoy tienen las derechas y las centroderechas latinoamericanas de volcarse hacia la ultraderecha. Es una buena señal en la dirección de alternancias no rupturistas. En esa perspectiva, me sorprende que las instituciones con más apoyo popular en esta medición sean las Fuerzas Armadas (FF.AA.), la policía y las iglesias. Me preocupa también que por primera vez desde el final de la dictadura y, como expresión de la mala política de defensa que ha desplegado este tercer gobierno del Frente Amplio (FA), se haya facilitado la emergencia de un caudillo militar como el Comandante del Ejército, alguien que incluso luego de excesos varios es respaldado por la oposición y hasta reconocido como “representante” de los intereses de “sus tropas”.

Para nada creo que estemos en una situación de inminente cercanía con respecto a lo que pasa en Brasil, pero sí en una situación igualmente preocupante, inédita en los últimos 30 años. Esto coincide con la propuesta, a mi juicio de manera muy irresponsable, sobre la militarización en la lucha contra la inseguridad. Porque en una situación de securitización de la agenda y de miedo extendido de la ciudadanía, la irrupción de los militares en este tipo de tareas internas, enfrentando situaciones para las cuales no se han preparado -porque la lógica de la guerra militar no es igual a la de la represión policial contra el delito-, va a generar ejércitos nuevamente empoderados, populares y con espíritu corporativo. Por lo pronto el ejército uruguayo ya parece tener un caudillo. No es nada personal. Lo he reiterado en múltiples ocasiones en los últimos años. Los ejércitos en democracia no deben tener caudillos, las FF.AA. deben estar sujetas al poder civil y su líder debe ser el presidente de la República, con la intermediación del ministro de Defensa.

“Uno termina preguntándose qué tiene Sendic, qué sabe. Todos los líderes frentistas le han dicho que se tome un tiempo fuera de la política y al FA se le va la vida en ser concluyente y categórico con estos temas. (…) ¿Qué pasa que eso que rompe los ojos tarda tanto en producirse? A mí me genera sospechas”.

-¿El gobierno debería haber actuado de otra forma?

-A mi juicio, un jerarca militar con el perfil del teniente general Guido Manini Ríos nunca debió ser comandante en jefe. Ha ejercido su cargo de manera muy imprudente; sus intervenciones en las redes sociales han sido sumamente equívocas y ha incursionado en política, lo que tiene expresamente prohibido. La Constitución no solo impide la concreción de actos políticos partidarios, sino que prohíbe los actos políticos en términos generales, con excepción del voto.

Sacar un tweet en el que aparece una pared pintada en un cuartel de Rivera, que luego de lo que ocurrió durante la dictadura no debiera existir, en donde se dice “Cuando la patria está en peligro no valen los derechos, valen las obligaciones”, resulta hasta insultante para muchos ciudadanos, en especial para los familiares de las víctimas. Además, luego de haberle dicho mentiroso a un ministro, en lugar de ser cesado se le da una sanción equívoca, como fue este raro “arresto a rigor a medias”, a “terceras” o a “décimas”. Durante ese arresto siguió participando de todas las actividades, fue a España, e incluso fue reivindicado por actores políticos que lo vieron como víctima. Hasta siguió escribiendo textos desafiantes en publicaciones cercanas a los militares. Todo ha sido un error.

Yo no ato de manera simplista los datos inquietantes del Latinobarómetro con estos itinerarios equívocos que hacen a la visión de un caudillo militar en la figura del actual comandante en jefe del Ejército. Pero no deja de ser preocupante y ejemplo de lo que no se debe hacer. Sí veo, lamentablemente, en América Latina que la posibilidad del retorno de ciertos autoritarismos de nuevo tipo, con presencia de ejércitos empoderados por muy disímiles circunstancias. Son tan distintas que eso puede verse en países como Brasil y Honduras por un lado y Venezuela y Nicaragua por otro. De todos modos, sigo creyendo y apostando a que en Uruguay seguimos teniendo instituciones democráticas fuertes y partidos que, pese a las críticas, siguen siendo referentes ciudadanos, lo que celebro. Y más allá de que es evidente que hay actores que desde distintas tiendas quieren rupturas y grietas en el Uruguay, los principales dirigentes políticos no parecen estar en esa tesitura. Eso lo celebro. Creo que en los actuales contextos de la región es una fortaleza para el país.

-¿Cómo ve el escenario preelectoral?

-En primer término, advierto claramente que el FA tiene más problemas que en las tres instancias anteriores en las que triunfó. En 2019 tenemos un contexto internacional mucho menos favorable y un FA más desgastado, lo que es hasta lógico porque el gobierno siempre desgasta. Pero las razones del descontento que se percibe en sus filas tienen también otros orígenes.

Este tercer gobierno del FA en muy pocos momentos parece haber entusiasmado. Es más, hasta en los propios frenteamplistas parece prevalecer la idea de que a este gobierno le ha faltado energía e impulso transformador. Claro, si uno lo ve en el contexto de la región, con la implosión de los progresismos y el giro a la derecha, el Uruguay desde afuera se ve como “una isla”. Sin embargo, pese a sus haberes, que también los tiene, este tercer gobierno frenteamplista no parece haber cumplido con las expectativas de quienes lo votaron. Eso es lo que genera un porcentaje tan grande de frenteamplistas descontentos, que hoy no saben o dudan a quien votar. El primer gobierno de Vázquez fue muy transformador y exitoso, terminó con un muy alto índice de aprobación. Ya el segundo presidido por Mujica no lo fue tanto: tuvo muchos “buques insignia” que no se echaron a la mar. Sin embargo, sus déficits  quedaron en parte opacados por el carisma popular de Mujica y por la agenda de nuevos derechos que entonces comenzó a impulsarse. Este tercer gobierno frenteamplista parece proyectar menos fortalezas de cara al reto de las elecciones de 2019. Es innegable que durante el “ciclo progresista” bajó sensiblemente la pobreza y la indigencia, hubo un crecimiento económico extendido -aún con vulnerabilidades que hoy se vuelven más visibles-, se expandieron los derechos ciudadanos. Pero en un contexto en el que las sociedades están enojadas y quieren más, con un tercer gobierno que ha mostrado problemas en varios planos, plantearle a la sociedad que la propuesta de cara al 2019 es cuidar lo logrado, no es una buena señal de campaña.

Eso se lo he escuchado a los tres grandes líderes cuya etapa de influencia se está terminando, que sirvieron muchísimo para hacer crecer al FA y para que gobernara razonablemente en varios campos. Pero esa apelación de “más de lo mismo” ya no resulta persuasiva. Ni Vázquez ni Astori ni Mujica pueden encolumnar a la gente desde esa apelación, que como diría Real de Azúa, proyecta el “conservadurismo de lo logrado”, uno de los más difíciles de sortear si se quiere continuar las transformaciones. Y por supuesto que el contexto actual plantea muchas restricciones, pero con este clima de época, en el que abundan los electores que tienden a votar contra quienes gobiernan,  hay que persuadir a través de la innovación. Mucho más con renovación de liderazgos o por lo menos de candidaturas como muestra el FA.

A su vez, lo logrado también tiene puntos flacos: lo realizado en educación claramente no alcanza; la economía demuestra índices virtuosos en relación a América Latina pero comienza a presentar problemas inequívocos; el vínculo político electoral del FA con el Interior, con el mundo rural y en especial con el Interior urbano -que fue decisivo en las últimas elecciones-, ha cambiado para mal. También la situación de la inseguridad, sobre la que mucho podría hablarse, resulta complicada.

El Sistema Nacional de Cuidados era una novedad muy importante, pero no parece afianzarse con la celeridad necesaria. El incumplimiento del compromiso de aumentar la inversión en Ciencia y Tecnología al 1%, compartida por todos los precandidatos presidenciales en el 2014, es otro déficit importante. Claro que no hubo nada de “década perdida” y que los balances son complejos. Pero, reitero, que si la propuesta del FA es más de lo mismo, con seguridad va a perder. La sociedad en general, y los frenteamplistas en particular, tienen toda la razón en demandar otras cosas; supongo que los candidatos y dirigentes lo advierten.

El FA es, entonces, el que parece tener –como casi todos los oficialismos en esta época- más problemas.

-¿La oposición puede ver despejado su camino ante este escenario?

-Debiera ser más despejado el camino para la oposición en su conjunto; el tema es que ésta tampoco parece despegar y no termina de capturar a los descontentos. La oposición, con un liderazgo fuerte y un proyecto definido, no en el sentido de la regresión sino en el de otros cambios en áreas sensibles, sin aspiraciones refundacionales ni diagnósticos inverosímiles y sesgados, hoy tendría que estar más cómoda, pero no logra despegar. Y las apuestas regresivas no creo que puedan prosperar en el Uruguay. Hay un país nuevo que primero hay que conocer en profundidad y que demanda futuro, no una regresión al estilo Bolsonaro.

Incluso se plantea un escenario en el que los formatos de gobierno conocidos en los últimos períodos democráticos con seguridad no se van a dar: no van a tener mayoría legislativa ni el FA solo ni tampoco la coalición corta de “blancos y colorados” juntos. Veremos cuán lejos quedan ambos polos de las mayorías legislativas. Otros partidos como el Partido de la Gente, el Partido Independiente y su paraguas de otras fuerzas conexas como las Valenti y Amado, así como Unidad Popular -a la que algunas encuestas le dan dos diputados-, van a tener una presencia mucho más relevante. Podría haber, incluso, situaciones complejas como la de que en el balotaje gane un presidente cuya posibilidad de formar gobierno sea menor que la de los que perdieron.

Además nuestra situación económica es incierta porque estamos entre Argentina y Brasil. Brasil viene de una revolución política tremenda; pero Argentina, que tuvo una transición política más normal, tiene todavía hacia adelante una situación económica extraordinariamente inestable.

-¿Fracasó el modelo Macri?

-Yo creo que hasta ahora sí. Un gobierno que hace un acuerdo con el FMI, con un ajuste enorme y con una recesión ya instalada, con la previsión de que los cuatro años del gobierno que sigue (2019-2023) van a ser especialmente difíciles, ya que se van a haber anticipado dos tercios del préstamo otorgado por el FMI -básicamente orientado a pagar un enorme endeudamiento con tasas siderales-, no puede juzgarse como exitoso. Tuvo una herencia muy pesada pero sus apuestas forman parte de un plan equivocado y que se ha mostrado errático. Yo pensaba que Macri iba a fracasar en otras cosas pero que iba a lograr reactivar la economía, hacer retornar capitales, pero su manejo ha sido muy errático, con errores probados. Esto, en el marco de la tragedia de la corrupción que invade a toda Latinoamérica, tiene efectos devastadores sobre la legitimidad de los partidos y no devuelve confianza. En muchos aspectos Uruguay hoy es una isla, basta ver el mapa desde una clave mínimamente geopolítica. Sabemos desde siempre que Uruguay nunca pudo ser para adentro, que debe encontrar su destino hacia la región y hacia el mundo. Como país chico tiene que ser intachable en sus compromisos, no tiene la posibilidad de incumplir que sí tienen los grandes. Por eso no concuerdo con quienes dicen mal que aquí la corrupción fueron “propinas”.Uruguay tiene la obligación de tener un rasero bien duro con respecto a la corrupción, primero por sus tradiciones republicanas, pero también porque es un país pequeño que tiene que moverse con sus ventajas competitivas. Y una de ellas es que tiene seguridad jurídica y un sistema democrático con baja corrupción.

-¿Cómo ve la aparición en la arena política de nuevos actores como Novick, Talvi o Sartori?

-Yo separo estos casos. Talvi es un hombre que viene de la academia pero que ha comparecido en la arena política más cívica y ha dicho sus cosas, por lo que no lo veo como un outsider. Me ha sorprendido en varios aspectos. Se ha ido separando de un pasado más “liberal conservador” desde una perspectiva más innovadora y social, diciendo que no a la propuesta de militarización de la seguridad, planteando proyectos relevantes en el campo de la equidad, por ejemplo, en la educación, buscando renovación y no un camino más fácil como hubiera sido acordar con Sanguinetti. Creo, sin embargo, que su camino va a ser muy difícil pero tiene una lógica constructiva, no es un outsider de ruptura.

Novick y Sartori son otra cosa. Sartori no sabemos qué es. A partir de lo que se ha podido saber, que es bien poco, solo cabe decir que así no se hace política en Uruguay. Como han dicho las propias autoridades del Partido Nacional, genera las peores sospechas. Y Novick está libretado para cumplir con un rol más revulsivo, más de outsider. Es un empresario muy exitoso que ha venido de abajo, es un hombre con mucha proactividad; quería ser político y los partidos tradicionales le dieron la oportunidad en bandeja con la experiencia fallida -menos para él- de la Concertación. Después siguió de largo. Blancos y colorados crearon un competidor, porque él no se queda con votos del FA. Novick es un hombre que viene de la anti-política, y lo que hizo cuando triunfó Bolsonaro dejó las cosas claras. Yo no creo que sea el Bolsonaro uruguayo, ya que no hay espacio para ese tipo de personalidades. No le da el combustible, a pesar de que va a tener muchísimo dinero en la campaña. Lo veo como un outsider con la intención de, si por él fuera, dar un giro a la ultraderecha. No le veo chances aunque en un margen de fragmentación puede conseguir un margen de votos que, aunque pequeño, sea importante.

-¿Hay lugar para las sorpresas o la definición estará entre dos candidatos definidos?

-Trump no podía ocurrir  pero ocurrió, al igual que Bolsonaro. Macri estaba muy lejos de ganar el gobierno nacional pero Cristina cometió errores de toda índole que terminó ungiéndolo. Uruguay no ambienta a estos “cisnes negros”, que son los fenómenos inesperados con alto efecto disruptivo. Acá, creo que por suerte, los “cimbronazos” nunca funcionaron y cuando quisieron hacerlo fueron trágicos para el país. De todos modos, en estos tiempos siempre es prudente dejar una carta para lo imprevisto, aunque sea altamente improbable.

-¿Qué incidencia tienen las redes sociales en el escenario político?

-Es absolutamente imprevisible. Las redes sociales han terminado de instalar un ágora nueva donde la verdad no importa y se aplica la máxima de Göbbels: una mentira repetida millones de veces se convierte en una verdad. Predomina la cultura del enchastre, hay trolls y mentirosos contratados que también impactan a los medios tradicionales de comunicación. Estos medios, que podrían ser un instrumento maravilloso de comunicación, pueden ser armas de destrucción masiva. Por ahora tienden a favorecer más a las derechas y a las oposiciones. Pero el tiempo dirá. Es una época de aceleración, que no ambienta predicciones.


¿Qué sabe Sendic?

-¿Cuánto puede afectar al FA la presencia o no de Sendic encabezando la lista de su sector? Por lo pronto, no parece haber quórum para una sanción…

-Es una situación increíble, tiene que ver con una miopía manifiesta, recurrente. Primero fue el respaldo increíble que el Plenario le dio a Sendic cuando sucedió lo del título, algo inenarrable; luego las otras cosas que fueron surgiendo. Cuando leí el dictamen del Tribunal de Conducta Política sobre el tema -organismo que ha sido la reserva moral más importante del FA en los últimos tiempos-, advertí de inmediato que no había espacio para dos opiniones. Sendic se anticipó para que no se aplicara lo que, entre otras cosas, iba a generar su inhabilitación para las elecciones próximas.

Sendic renunció y no hubo crisis institucional. De hecho, Lucía Topolansky  ha funcionado como vicepresidente muchísimo mejor que Sendic en todo sentido. Uno termina preguntándose qué tiene Sendic, qué sabe. Todas las encuestas dan que es el político más impopular del Uruguay, y los líderes frentistas le han dicho que se tome un tiempo fuera de la política. Al FA se le va la vida en ser concluyente y categórico con estos temas. Resulta una señal especialmente clave para el electorado frenteamplista descontento. ¿Qué pasa que eso que rompe los ojos tarda tanto en producirse? A mí me genera sospechas.