El pasado nazi a modo de indagatoria respecto a culpabilidades y dolores transgeneracionales

Asesinos y víctimas> HIJOS SIN RESPUESTAS

Por Álvaro Sanjurjo  Toucon

El intérprete (Tlmocnik). Eslovaquia / República Checa / Austria 2018

Dir.: Martin Sulik. Con: Jiri Menzel, Peter Simonisc, Zuzana Mauréy, Anna Rakovská, Ewa Karamenová.

En el complejo y cambiante mapa político de Europa Central, Checoslovaquia aparece como la república que existió entre 1918 y 1993.  Surgida como uno de los estados creados a consecuencia del desmembramiento del imperio Austro-Húngaro, el período señalado incluye la pertenencia a la Alemania Nazi durante la guerra, y su posterior inclusión en los países de la llamada “cortina de hierro” (cinturón de territorios aparentemente independientes y en realidad bajo la égida de la URSS).

La liberación de la órbita soviética condujo a la formación de la República de Checoslovaquia, hasta que en 1993, sin traumas ni derramamiento de sangre se da lugar a dos nuevas naciones: Eslovaquia y la República Checa.

Los aires liberadores que tras la Segunda Guerra Mundial soplaron alternativamente en Checoslovaquia, se reflejaron también en su cine, que se volcó al período de la ocupación nazi sin mayores problemas (ello condecía con la línea soviética), ingeniándoselas también para satirizar su dependencia del gobierno soviético.

Dramas, y también irónicas comedias, se encargaron de ofrecer un cine artísticamente creativo y políticamente cuestionador. Son los tiempos de Otakar Vávra (“La barricada silenciosa” -1949-), Alfred Radok  (“El ghetoTerezin” -1950-), Jiri Weiss (“Hoyo de lobos” -1958-), JanKadar y ElmarKlos (“La muerte se llama Engelchen” -1962-, “La tienda de la Calle Mayor -1964-), Karel Kachyña (“Que Viva la República” -1965-), Milos Forman (“Pedro el negro” -1964-, “Los amores de una rubia” -1965-, “Al fuego bomberos” -1967-), Jan Nemec (“Diamantes en la noche” -1964-),  Jiri Menzel (“Trenes rigurosamente vigilados” -1966-, “Un verano caprichoso” -1967-), entre otros destacados realizadores y filmes.

Fue este un cine de “temas en caliente” (nazismo, comunismo) que arriesgó someterse a abordajes de indudable valor humano, a su vez amenazados por la reiteración de planteos que no por veraces podían penetrar en el ámbito de la saturación anecdótica.

Y “El intérprete”, circunscribiéndose al recurrido tema de la víctima judía a la búsqueda de quien asesinara a su familia durante la ocupación germana, halla una perspectiva diferente y valiosa.

Un traductor literario eslovaco, hombre de 80 años, traduce las memorias de un antiguo SS, en quien cree identificar al asesino de su familia. Buscará al autor descubriendo que ese ya ha muerto, hallando en cambio a su hijo, un austríaco setentón, quien fuera tardío conocedor de las tropelías del padre.

La contratación del anciano judío y su aceptación, en cuanto a oficiar de intérprete (debidamente pago) del austríaco en su periplo por los lugares donde su padre sembrara muerte, luce un recurso por demás forzado, a la vez que escasamente posible.

Ello sin embargo posibilita un planteo moral entre hijo de las víctimas e hijo del victimario, donde asoman los resortes –monstruosos- que hicieran posible para el asesino, asumir su masacre.

No estamos ante una posibilidad de escape moral de los hijos por la conducta de sus padres, sino, por el contrario, de hurgar en aquello que les permite asumir su existencia.

El   cine checoeslovaco previo, ya en lo referente a la ocupación nazi o el sometimiento al comunismo, cuanto más nos retrotraemos en el tiempo, tiene en sus “autores” (guionistas, realizadores, productores, intérpretes, etc.) a los protagonistas de lo relatado. El cine checo y/o eslovaco actual, cuanto más alejado se sitúa de la historia, parece proponer según surge del guión del realizador Martin Sulik (1962, Zilna, Eslovaquia) y el coguionista Marek Laskac (1971, Bratislava, Eslovaquia), una trágica asunción del dolor propio y una peculiar “culpabilidad” heredada por aquellos que nada podrán restituirles y llevan con muy diferente intensidad el estigma paterno.

El notable actor y director Jiri Menzel (1938), con cerca de ochenta interpretaciones para cine y TV y con casi una treintena de títulos en su condición de director, deja la sensación de haber impreso aquí la pátina de sus realizaciones, donde confluyen las mayores tragedias con la rutina de la existencia cotidiana, con una dosis de mordaz humor de negras tintas. Menzel, cuya infancia transcurrió durante la guerra, experimentó directamente las etapas posteriores en la vida de su país.

El diálogo entre los dos hombres protagonistas de “El intérprete” pudo ser rigidizante. El film lo somete a situaciones extremadamente dinámicas, acordes con personajes de una “roadmovie” cuyo derrotero es el seguido en el pasado  por el ejército de ocupación.

En definitiva aquí poco importa la historia en tanto relato de una búsqueda del  asesino, sino la contraposición  entre barbarie y humanismo.


 

La chica en la telaraña (The Girl in the Spider’s Web). EE.UU. /  Suecia / Reino Unido / Canadá / Alemania 2018. Dir.: Fede Álvarez. Con: Claire Foy, Beau Gadsdon, Sverrir Gudnasson.

El escritor y periodista sueco Stieg Larsson (1954-2004), escribió una exitosa trilogía policial (Millenium) publicada en forma póstuma, la que conoció exitosas traslaciones a la pantalla.

Esas novelas, más algunos apuntes inconclusos para un cuarto volumen, dieron lugar a varios subproductos para cine y TV, de los que “La chica de la telaraña” es lastimoso representante.

Mantiene al personaje de Lisbeth Salander, convertida en una especie de “superchica”, correteando en medio de un relato confuso, rebosante de acción.

Típico producto de riguroso (y mediocre) cine de consumo (con refresco y papitas fritas) que la industria hollywoodiana coloca en manos del uruguayo Fede Álvarez, aceitado engranaje de una producción estereotipada.