Suculento (melo)drama de amor y locura con bien dosificada presencia de funcional suspenso

Sorprendentes > REALIZADOR GUIONISTA Y ACTRIZ

Por A. Sanjurjo Toucon

(Anna). Francia /  Colombia 2015. Dir. y guión: Jacques Toulemonde Vidal. Con: Juana Acosta,  Kolia  Abitebouol, Bruno Clairefond,  Augustine Legrand.

El franco-colombiano Jacques Toulemonde Vidal, posee amplia trayectoria en diversos rubros cinematográficos de importantes films –fue coguionista de “El abrazo de la serpiente” (Ciro Guerra, 2015)-,  y oficialmente “Anna”  es su primer largometraje como realizador. Existiendo un título previo cuya exhibición está trabada  por cuestiones legales.

Toulemonde, señaló su preferencia por crear personajes que, aunque actúen equivocadamente, creen hacer el bien. Propósito plenamente cumplido en “Anna”. Anna es una colombiana residente en París, obsesionada por el amor hacia su hijo de diez años. Cariño lindero con lo tenuemente incestuoso, exacerbado  por la disputa con su ex marido,  por la tenencia del niño.

Anna es a su vez pareja de un francés alegre, irresponsable e iluso, convencido de poder subsistir con un inviable restorán especializado en mariscos, a  instalar  en playa colombiana.

Esa escasa información, se inscribe en un estilo narrativo, donde será el espectador, en la contemplación de comportamientos, antes que  por los diálogos deliberadamente parcos, quien  descubra cuánto ocurre aquí, y cual el rol de cada personaje.

Una Anna extrovertida, emocionalmente insegura, se autoconstruye por el notable despliegue visual de sus rasgos ciclotímicos. Mérito de esa formidable intérprete que es Juana Acosta compartido con una triple manipulación del moldeado del film: en la escritura del guión, en el rodaje  y finalmente en la compaginación. Según declarara Toulemonde.

Los  planes de Anna corren en dos planos: el de su aparente aceptación, y el de su cuestionamiento. Este último oculto por el bullicio de una Anna negándose a  todo posible rechazo. Ya sea el que tímidamente manifiestan ex marido, novio, hermano e hijo, o el surgido de la silenciosa gestualidad de sobrina y cuñada (especialmente en la  reunión en el living de la casa y partida de naipes nocturna). Juana  Acosta carece de diálogos racionales, en los que apoyar sus abruptamente variables estados emocionales. Los rasgos bipolares de Anna se sustentan en su formidable histrionismo, dejando que  rostro,  ojos, y una  boca crispada o sonriente suplanten una manifestación verbal de menor resonancia.

El trabajo de Juana Acosta no halla la debida contrapartida en el elenco masculino, gélido a excepción de quien representa a su hermano. Cuñada y sobrina se amoldan a los requerimientos del relato.

Toulemonde es sabedor de las limitaciones enfrentadas por una historia restringida a la mera exposición de patologías.  Por ello elige varios pequeños episodios que agregan suspenso a la narración. La revisión de documentos (aeropuerto, policía), la amenazante presencia de motoristas “escoltándoles” a la entrada de un pueblo, posibles secuestros, “los misteriosos alojamientos” obtenidos en la ruta y hasta la presencia de una curandera condimentan y agilitan la historia.

En su media hora final, “Anna” se sumerge en una Colombia amenazante e  insegura,  distante del chalet campestre del hermano de Anna, ámbito propio de una oligarquía local, conduciéndonos a esa otra Colombia de la noche en sitios de temer. El contraste de uno y otro nivel socioeconómico funciona; permite ampliar lecturas e incorpora  parte del inquietante “suspense”  en casi todo momento  presente.

Cabe lamentar que Toulemonde se haya “enamorado” del material filmado, convirtiendo la segunda secuencia “de los hoteles”, en una mera reiteración dramática y estructural de la  primera.

Unos diez o quince minutos de tijeras, hubiesen permitido a “Anna”, desplegar un film memorable. Lo visto es  un gran film perjudicado por una secuencia tautológica. Un fragmento independiente en más de una manera, evocador del realismo mágico  del “boom” literario latinoamericano de los años sesenta.

Cine que  importa, atrapa y debe conocerse.


La reconquista. España 2016. Dir. y guión:  Jonás Trueba. Con: Itsaso Arana, Francesco Carril, Aura Garrido.

Es este el cuarto largometraje del  realizador y  guionista Jonás Trueba (Madrid, 1981), hijo del también realizador y guionista Fernando Trueba (Madrid, 1955) y de la  productora  Cristina Huete (La niña de tus ojos). Integra un núcleo familiar en el que también se hallan David Trueba, Ariadna Gil, Máximo Trueba y otras figuras de la  pantalla  hispánica.

Hay quienes afirman que los jóvenes contemporáneos llevan su adolescencia hasta  los treinta años. De ser así, el cine de Jonás Trueba siente aún los cimbronazos que en el campo del amor y en el vocacional experimentan quienes atraviesan ese período.

En “Los exiliados románticos” (España, 2015), Trueba se vuelca sobre la búsqueda de idealizados y fugaces amores por tres amigos que sienten el fin de la juventud; “Los ilusos” (España, 2013), trata de gente que hace cine, tiene amores e imagina que los mismos serán material para un futuro film; “Todas las canciones hablan de mi” (España, 2010), recrea la desazón sentimental de un joven respecto a su ex pareja.

“La reconquista” se  inscribe en esa línea romántica donde se da cabida a su vez a aspiraciones  intelectuales; muy fugazmente, la creación literaria en este film.

Una primera mitad de “La reconquista” se vuelca sobre una pareja treintañera, que quince años atrás fueran apasionados novios juveniles. El reencuentro, velozmente se pliega a aquello que donde hubo fuego, cenizas quedan. Una revisión de ese pasado por sus protagonistas, abre camino a discursivas explicaciones con búsqueda de culpa. El material dramático parece haber sido demasiado escueto, obligando a Trueba, su autor, a adosar secuencias cuya misión de rellenar metraje luce por demás obvia. Las largas recorridas a pie y en moto por un melancólico Madrid, la concurrencia al concierto rockero ofrecido  por el veterano padre de la chica, así como la asistencia a varias peñas para noctámbulos, son los escenarios donde se desgranan recuerdos y explicaciones hasta conformar  un minucioso registro de conflictos y amores pretéritos. “Sentir, que es un soplo la vida, que veinte años no es nada” es acaso la frase no dicha (ni cantada) que sintetiza y  reitera los vaivenes de hace década y media, de una pareja y su frustrada continuidad sentimental.

La presunta y subyacente impronta de Truffaut, no fragua, y  con unas pocas frases más pudo concluirse el film. A esta altura, Trueba parece haber descubierto que su relato sentimental puede ser narrado desde diferentes  ópticas y decide demostrarlo. Todo cuanto en  la primera mitad era una evocación y reconstrucción de ese fallido amor, apoyándose en  la palabra, esta segunda mitad lo convierte en  la escenificación de las mismas circunstancias.

Trueba tampoco es Welles y el  presentar una misma historia,  primero a través del recuerdo verbal del pasado, y luego materializándolo en su film, carecen de todo cuanto pueda justificar esa duplicidad.

Trueba conduce a su film por una senda  donde se crea cierta avidez por conocer qué ocurrirá, cual será el desenlace.  Aquí tampoco halla salida a una trampa que él mismo se construyera.

Candela Recio –de edad deliberadamente oculta- es Manuela, protagonista femenina del asunto en su etapa infanto-juvenil, cuando las incipientes curvas se confunden con algún kilito de más, logrando una sensual perversión que seguramente hubiese deseado Lolita. El tema del estupro  sobrevuela el film sin instalarse en el mismo. La Manuela adulta, interpretada por Istaso Arana, se muestra incapaz de provocar, ni remotamente, el pervertido y disfrutable cosquilleo hormonal escanciado por la Manuela niña.

Francesco Carril, hierático protagonista masculino en la treintena, con su única máscara y  escasísimas condiciones para la comedia, trae a la memoria a Lando Buzzanca, estrabismo incluido.