Una boda y la llegada de dos víctimas de la guerra, hacen de un pequeño pueblo símbolo de un drama nacional

Hungría 1945 > HERIDAS SIN CICATRIZAR

Por Álvaro Sanjurjo Toucon

1945. Hungría 2017

Dir.: Ferenc Torök. Con: Péter Rudolf, Bence Tsnádi, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki. Vista en internet.

Esta pequeña joya que es “1945”, del para nosotros desconocido realizador húngaro Ferenc Torök (1971), también colibretista, se entronca con una serie de films del cine magyar en la que es revisado el pasado más o menos cercano, en relación a hechos posteriores que quedando fuera del film de modo explícito, lo están implícitamente. Una filmografía en la que aparecen Itsván Szabó y su trilogía en torno al poder en tierras germanas y del imperio austro húngaro y sus derivaciones (“Mephisto”, “Coronel Redl”, “Hanussen”), y muy especialmente tres títulos de los años sesenta, del magistral Miklos Jancso (“Los desesperados”, acerca de levantamientos campesinos al mediar el siglo XIX, “Los rojos y los blancos” en torno a comunistas y zaristas enfrentados a fines de la Primera Guerra Mundial en la cambiante frontera polaco rusa, y “Silencio y grito” con el trasfondo histórico de la fugaz República Soviética Húngara de 1919).

Sin el hermetismo anecdótico de Jancso, aunque próximo a su estilo visual, Torök, se muestra más cercano a la exposición directa de los hechos, como puede verse en Szabó. La cámara de Torök recoge imágenes en blanco y negro, manejando riquísima gama de grises,  flanqueados por densos negros y blancos de restallante brillo, con marcado sentido dramático. Esa cámara es a la vez sumamente inquieta, siguiendo personajes, hurgando en sus rostros, manos y gestos; subrayando lo fundamental de un encuadre con nítidos primeros planos, dejando los fondos en difusos grises, creando funcionales combinaciones de descollante plasticidad; o bien envolviendo con rejas, ventanas, ramas, arbustos o cualquier elemento accesorio cuanto se desea destacar, en una modalidad tributaria de  Max Ophüls (cuyo paradigma es “Lola Montes”).

“1945” transcurre a lo largo de unas pocas horas del 12 de agosto de 1945, en un pequeño pueblo rural de Hungría, país aliado de la recién derrotada Alemania nazi. Hasta allí llegan en  tren, dos judíos, que acaso fueran antiguos habitantes del lugar, cuyos bienes y propiedades, el régimen húngaro nazi entregara a lugareños ahora temerosos ante posibles reclamos de las víctimas.

Es de destacar el rol que corresponde al ferrocarril. Los judíos marcharon a los campos de exterminio en trenes y en uno de ellos retornan creando, con su silenciosa presencia, el desasosiego e intercambio de sucias revelaciones de quienes se acusan mutuamente. Conflictividad que pone al descubierto tanto el pasado, como la intimidad del lugar. Ya que en ese día tendrá lugar la boda del hijo del ambicioso empresario y autoridad máxima del pueblo, una celebración que el generalizado sentimiento de culpa convierte en la feroz radiografía de unas gentes cuyas sinuosas relaciones se filtran en cada nueva  línea de diálogo.

El ferrocarril  a que nos referimos, actúa también como el elemento ligado al desenlace    y ritmo del relato. Su arribo y/o partida, como en  “A la hora señalada” (1952, Fred Zinnemann), y en “El tren de las 3:10 a Yuma” (1957, Delmer Daves), crea un suspenso propio de aquellos títulos cuya mecánica interna adapta este film húngaro. Incluso son varias las secuencias desarrolladas en tiempo real, como lo hacía el film de Zinnemann en toda su extensión.

La férrea mentalidad prusiana, con su culto al uniforme, también presente en aquel imperio austro húngaro del que aquí se recogen vestigios de sus estertores, aparece en el ceremonial que rodea al jefe de estación del pueblo, jerarquizado solamente por el atavismo ligado a su vestimenta. Un personaje heredero del portero de Emil Jannigs en “El último hombre” (1924, F.W. Murnau).

“1945” se propone, y lo consigue, referirse indirecta y anticipadamente, a  unas elecciones (celebradas un mes después de la jornada recreada) en las que un comunismo de relativa minoría irá conquistando el poder, apoyado por una Unión Soviética representada en esos soldados, potenciales conquistadores, cuyo favor se disputan a nivel personal los representantes de diversos estamentos sociales.

Relato ejemplar a varias puntas.


Trampolin (Trampoline). Croacia 2016

Dir.: Zrinka Katarina Matijevic. Con: Franka Mikolaci, Tena Nemet Brankov, Marija Tadic.

Lina es una niña a la cual su madre golpea mientras su abuela calla, siendo desatendida por un padre que tiene otra familia. En tanto su tío –marino de cíclicas apariciones, sin aparente vínculo sentimental- es el único referente masculino sin dobleces morales.

En su solitario peregrinar,  Lina conocerá a una adolescente de diecisiete años (con amplia experiencia amatoria), enfrentando a madre represiva y padre pesimista, y a temerosa cuarentona embarazada a la búsqueda de un aborto.

Los diseños de estas mujeres son sólidos, al igual que sus interpretaciones. El rigor impide caer en un melodrama apenas bordeado, aproximándose a algo así como una versión “light” de femeninas vicisitudes “bergmanianas”. La muy real y escamoteada incidencia masculina no deja de ser una opción válida.

Un logrado universo femenino visto por otra mujer: la realizadora croata Katarina Zrinka Matijevic (1973).


Basada en hechos reales (D’apres une histoire vraie). Francia / Polonia / Bélgica 2017

Dir.: Roman Polanski. Con: Emmanuelle Seigner, Eva Green, Vincent Perez.

Este thriller psicológico se asemeja a uno más de tantos que han proliferado en el  estereotipado cine para consumo doméstico.

Una popular y  conflictuada escritora es deslumbrada por enigmática mujer que se atraviesa en su camino y de la cual pasará a depender a niveles patológicos.

Lo llamativo es que el asunto está dirigido por Roman Polanski (de cuya  lejana “Repulsión” necesitaría mucho), con libreto de este y Olivier Assayas (“Irma Vep”, “Demonlover”, tan distantes), sobre novela de Delphine de Vigan.

Con personajes por demás esquemáticos, solamente Emmanuelle Seigner alcanza una cierta convicción, en tanto Eva Green no hace  sino abrir sus ojos en  inmutable máscara de mujer trastornada.

Reiterativa en exceso,  los veinte minutos iniciales y los veinte finales, podría ser aceptable medio metraje de jóvenes principiantes a los que queda mucho por aprender.

Polanski contaba con ochenta y tres años cuando dirigió este film. Se nota.