Por Julio de Brun (*)
Los movimientos recientes en los mercados financieros internacionales han tenido un dejo contradictorio. Mientras que las tasas de interés en dólares mostraron un repunte, con la tasa de 10 años situándose firmemente por encima de 4%, los mercados de renta variable evidencian firmeza, manteniendo el rally que los viene caracterizando desde fines del tercer trimestre de 2023. El comportamiento de las tasas de interés se explica por el cambio de expectativas con respecto a las reducciones en la tasa de política monetaria de la Reserva Federal para este año. Mientras que a inicios de 2024 en el mercado se descontaban cinco o seis recortes de tasas para este año, ahora se comienza a hablar de tres, dos, o incluso de la posibilidad de que no haya ninguno. La reunión de la Fed de junio va a ser clave al respecto, ya que en estos momentos es a la que el mercado le asigna la mayor probabilidad de una primera baja.
Pero si las expectativas de tasas de interés se han revisado hacia arriba, de la mano de una inflación que, en el ambiente de los países más desarrollados, se percibe como más terca a la baja que lo esperado, ¿por qué esa desilusión no ha golpeado también a los mercados de renta variable? Varias explicaciones se han esgrimido, no necesariamente contradictorias. Por un lado, está el entusiasmo por la incorporación de nuevas tecnologías, especialmente las relacionadas con la inteligencia artificial. Su impacto sobre la productividad de las empresas y, por supuesto, en las ganancias de aquellas que se perciben como principales proveedoras de las herramientas y dispositivos vinculados a la inteligencia artificial, han hecho aumentar las valuaciones esperadas y, como consecuencia, dar sostén a un mayor precio actual.
Pero también es cierto que hay un alto nivel de liquidez en el mercado. Pese a todo lo que se ha hablado sobre la rápida secuencia de subas de tasas de interés en los últimos dos años, especialmente por parte de la Reserva Federal, lo cierto es que el punto de partida era también anormalmente bajo. La cantidad de dinero en Estados Unidos se mantiene todavía bastante por encima de la tendencia que la caracterizaba hasta antes de la crisis financiera de 2008. El crédito bancario, luego de frenarse tras las turbulencias de comienzos de 2023, vuelve a tomar vigor en los primeros meses de 2024. Y los bancos reparten entre el crecimiento del crédito y la compra de activos financieros, especialmente gubernamentales, la liquidez excedente que gradualmente vienen desarmando. Claro que, para que las instituciones financieras y los fondos de “money market” sigan reemplazando a la Reserva Federal como compradores de deuda del Tesoro norteamericano, las tasas de interés deben seguir siendo atractivas.
A una inflación que se muestra resistente a la baja se le suma un mercado de trabajo que sigue dando muestras de firmeza. Con ello, gana terreno el diagnóstico de que la política monetaria se ha quedado “corta” para responder a la instancia del ciclo económico en Estados Unidos. Y por más que la independencia de la Fed se considere como un valor establecido, hay dos factores adicionales que hacen indigesta una instancia monetaria todo lo restrictiva que debería ser: la instancia electoral que se avecina y la sostenibilidad de la deuda pública norteamericana.
Es al tomar en cuenta todos estos factores que la corrección al alza de las tasas de interés y la firmeza en el mercado accionario se vuelven compatibles. Los niveles actuales posiblemente no alcancen para conducir la inflación en Estados Unidos con una firme dirección hacia el objetivo del 2% anual, pero hasta ahora han sido suficientes para frenar la tendencia alcista mostrada en 2022. Por otro lado, dejan cierto grado de laxitud en la política monetaria, más allá del gesto adusto con el que se anuncien las políticas, como para que la actividad económica y el empleo sigan creciendo.
¿Es esto sostenible más allá de 2024? La realidad es que los bancos centrales de los países industrializados han recibido la ayuda del desparramo deflacionario de China para lograr avances en lo que respecta a su mandato principal durante el último año. Y todo parece indicar que, más allá de los estímulos que el gobierno chino procura introducir en su economía, la crisis inmobiliaria y sus repercusiones hacia el sistema financiero mantienen baja la confianza del consumidor en el país asiático. Por ahora, esto habilita a los bancos centrales a jugar a ser “palomas”, sin que su credibilidad se vea afectada dramáticamente a largo plazo. Pero no parece suficiente como para celebrar con su aleteo una reducción importante en las tasas de interés.
Si una recomendación puede desprenderse de todo esto, es la siguiente: si tiene que tomar una decisión de inversión, no postergue su financiamiento a la espera de una menor tasa de interés en los próximos meses.
(*) Asesor en AIC Economía & Finanzas