Una visión general sobre la cooperación financiera internacional durante la crisis

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En el debate internacional se ha resaltado que, si bien la pandemia ha afectado en forma temprana y dramática a Europa Occidental y los Estados Unidos, y ha llegado con rezago a los países en desarrollo, estos últimos son económica y socialmente más vulnerables. Las razones son múltiples: el confinamiento es más costoso para la población de escasos recursos de los países en desarrollo, que vive en espacios pequeños y congestionados y, a veces, sin acceso a agua. A su vez, los mecanismos de apoyo para los sectores pobres no existen o no llegan a la población deseada; los sistemas de salud son de deficiente calidad y no cubren a toda la población; y la informalidad laboral es cuantiosa e implica que el confinamiento deja sin ingresos a un conjunto amplio de trabajadores. A todo ello se agrega que los márgenes fiscales son más reducidos y el acceso de los gobiernos al crédito es más limitado. Por este motivo, existe un acuerdo en torno a la necesidad de adoptar políticas ambiciosas para apoyar a los países con economías emergentes y en desarrollo. Las necesidades financieras de estos países son inmensas: 2,5 billones de dólares, de acuerdo con las estimaciones tanto del FMI (2020) como de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad, 2020).

Frente a estas vulnerabilidad y necesidades, la cooperación internacional acordada hasta ahora es muy limitada, tanto en términos de medidas adoptadas como de recursos a los cuales tendrán acceso las economías emergentes y en desarrollo. Esto es particularmente cierto en relación con los países de renta media, a los cuales pertenecen casi todos los países latinoamericanos. Como veremos, las medidas han sido algo más relevantes, aunque de todas maneras insuficientes para los países de más bajos ingresos, y es mucho más probable que estas se profundicen. 

La debilidad de la cooperación multilateral fue particularmente evidente en las reuniones del G20 y las instituciones de Bretton Woods que tuvieron lugar en abril. De hecho, estas reuniones serán recordadas, no solo por haber sido las primeras de la historia que se realizaron en forma virtual, sino también por las limitadas decisiones internacionales adoptadas frente a la magnitud de la crisis en curso.

Ha habido, por supuesto, expresiones de solidaridad internacional. Los Líderes del G20 se comprometieron a fines de marzo a hacer lo que fuera necesario y a utilizar todas las herramientas de política disponibles para minimizar los daños económicos y sociales generados por la pandemia, restablecer el crecimiento mundial, mantener la estabilidad de los mercados y fortalecer la resiliencia (G20, 2020a).

Los ministros de hacienda y los gobernadores de los bancos centrales de los países integrantes del G20 expresaron algo similar en su declaración durante las reuniones de las instituciones de Bretton Woods. Sin embargo, las medidas multilaterales no han coincidido con estas promesas. De hecho, las acciones en marcha distan de lo establecido en el Plan Mundial de Recuperación y Reforma convenido por el G20 y adoptado por los Líderes del G20 en Londres el 2 de abril de 2009 para enfrentar la crisis de entonces (G20, 2009). Dicha declaración condujo a la reforma más importante de las líneas de crédito del FMI de su historia, a la mayor emisión de derechos especiales de giro (DEG) del FMI, a la capitalización y el aumento masivo de préstamos de los bancos multilaterales de desarrollo y a una ambiciosa reforma de la regulación financiera. Con rezago, condujo también al inicio de los esfuerzos por fortalecer la cooperación tributaria internacional, que se encargó a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), a la adopción en 2012 de la llamada “visión institucional” del FMI sobre flujos de capital, y al aumento y la redistribución de las cuotas del FMI. 

Desafortunadamente, esta última tardó cinco años por la demora en la aprobación de los recursos correspondientes por parte del Congreso de los Estados Unidos.

En comparación con estas acciones y con las necesidades de las economías emergentes y en desarrollo, los anuncios en las reuniones de las instituciones de Bretton Woods y las acciones paralelas impulsadas por el G20 han sido minúsculos. Esta limitada cooperación internacional contrasta con las ambiciosas políticas internas que han adoptado los países desarrollados. En el caso particular de los Estados Unidos, sus políticas internas han sido mucho más agresivas que las que adoptó frente a la crisis financiera de 2008-2009 y, a diferencia también con el liderazgo internacional que ejerció durante la crisis de 2008-2009, su apoyo a las acciones internacionales ha sido muy limitado durante la crisis actual. Los países europeos han adoptado también políticas contracíclicas pronunciadas, pero han estado más abiertos a la cooperación multilateral. El contraste entre las agresivas políticas económicas internas de los países desarrollados y la limitada cooperación internacional parece ser un rasgo principal de la crisis en curso.

José Antonio Ocampo – Cepal