Crisis educativa y sedentarismo intelectual

Por Miguel Pastorino (*) | @MiguelPastorino

Normalmente todos quieren ser mejores de lo que son y desarrollarse en distintos aspectos de su vida. Nada de esto nos resulta extraño, sin embargo, convivimos con una paradoja en cuanto al cuidado y desarrollo de nuestras capacidades, porque no sucede lo mismo con el cultivo intelectual. ¿Qué pasaría si los criterios que usamos para el cultivo del cuerpo, del entrenamiento físico, se trasladaran a la vida intelectual? ¿Se imaginan a un profesor hablando hoy de sacrificio, esfuerzo, dedicación…? Desde los padres hasta los colegas lo mirarían con extrañeza como a un dinosaurio. ¿Por qué? 

En algunos ámbitos parece que asistimos a una atrofia del pensamiento, a una promoción del sedentarismo cognitivo. Si alguien nos puede ahorrar el tiempo para pensar, leer, escribir, comparar, sintetizar, analizar, se lo agradecemos como si nos hiciera un gran favor. Y ahora que gracias a la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) podemos ahorrarnos de hacer trabajos académicos que desarrollan habilidades intelectuales, asistimos a cerebros que se irán atrofiando en capacidades fundamentales para pensar lúcidamente. Y no es que no sea útil usar colaborativamente la IAG para el estudio y el trabajo, sino que el problema es hasta dónde queremos entregar nuestra libertad y qué habilidades estamos dispuestos a perder por comodidad. 

El atajo intelectual de siempre, de estudiar de resúmenes de otros, hace que obviamente uno pueda saber menos que quien se tomó el trabajo de procesar un contenido del cual hizo una síntesis propia. El resultado es evidente: hay mucha gente que va pasando por el sistema educativo con cada vez menos capacidades intelectuales, porque ni siquiera dentro del sistema se ve obligado a entrenar la memoria, las conexiones entre problemas, el pensamiento crítico o la reflexión en profundidad. Peor todavía si las evaluaciones no están pensadas para hacer pensar y solo se centran en repetir contenidos o peor aún, si abandonan los contenidos por razones pragmáticas y reduciendo el aprendizaje a desarrollar algunas habilidades “útiles al mercado laboral”. Sin contenido no es posible ayudar a desarrollar competencias, pero es claro que el contenido solo no alcanza y menos si es producido por otro y no hay conexión ni aplicación entre lo que se estudia, lo que se piensa y lo que se hace.

¿Problemas de atención?

Es cierto que los expertos en educación detectan graves dificultades entre los modelos tradicionales de enseñanza y las generaciones actuales; desde las dificultades para seguir mentalmente un discurso oral durante varios minutos, hasta para comprender argumentos, para abstraer temas complejos, sin utilizar recursos audiovisuales. Los que viven atrapados en las redes sociales, hiperestimulados por el ruido constante y la fugacidad de los contenidos, parecerían seres a los que captar su atención podría ser un desafío titánico. Podemos agregar a esto problemas sociales, políticos e institucionales, dificultades estructurales y el descrédito que la figura del profesor tiene en algunas sociedades como la nuestra, junto a la falta de reconocimiento social que no le pone en un lugar ejemplar ante sus alumnos. La situación parece cada vez más difícil.

Otro problema que afecta a todos los niveles es la colonización de la mentalidad instrumental que solo busca resultados, con un pragmatismo aplastante que hace perder el gusto por el saber. Si lo que importa son las notas, los créditos, los resultados que se miden como si fuera una cadena productiva, el saber ya no vale nada más que como medio para alcanzar otros intereses.

“Casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio) de resolver el problema de los que pierden el curso. Para lograr que los estudiantes se gradúen en los plazos establecidos por la ley y para hacer más agradable el aprendizaje no se piden más sacrificios sino, al contrario, se busca atraerlos mediante la perversa reducción progresiva de los programas y la transformación de las clases en un juego interactivo superficial, basado también en la proyección de diapositivas y el suministro de cuestionarios de respuesta múltiple” (Nuccio Ordine, 2022, La utilidad de lo inútil, p. 78).

No alcanza la motivación

Los altos niveles de desarrollo de la persona, en cualquiera de sus dimensiones, requieren cierto grado de esfuerzo, de cansancio, de tolerar el fracaso, pero se vende la ilusión de una educación de calidad que sea solo entretenimiento y centrada en la motivación.  

La motivación es importante, pero desarrollar virtudes es pensar a largo plazo. Si se educa en virtudes, cuando desaparece la motivación, permanece la voluntad de hacer aquello en lo que se cree. Pero si solo dependemos de la motivación, ¿hay que tener un equipo de animación 24 horas al día para que la gente no deje de hacer lo que es mejor para ellos y para el mundo en el que viven? Si solo dependen del estímulo externo para estudiar y hacer cosas que valen la pena, ¿serán capaces de desarrollar fuerza interior para alcanzar sus propósitos en la vida? La filósofa española Victoria Camps escribe al respecto de la crisis educativa: “La voluntad de motivar ha sustituido a la voluntad de inculcar actitudes o modos de hacer las cosas. Se han buscado estímulos para que el aprendizaje sea atractivo y no sea visto como una tarea dura y aburrida. El resultado está a la vista”. 

Por otra parte, se confunde información con formación, datos con sabiduría.  La pérdida de memoria cultural es un grave problema para la vida en común, y se extiende la tendencia a no tener idea del pasado ni de la cultura compartida. 

La mejor forma de hacer frente al sedentarismo cognitivo es transmitir la propia pasión por el saber, por comprender mejor el mundo en que vivimos y a nosotros mismos, es mostrar los beneficios de desarrollar habilidades intelectuales que nos permitan pensar por nosotros mismos con mayor libertad, claridad y profundidad.

(*) Doctor en Filosofía. Master en Bioética y magíster en Dirección de Comunicación. Profesor en la Universidad Católica del Uruguay.