La vida en manos del primer minuto

Cada día, en Uruguay, cientos de llamados activan un sistema de emergencias que no puede fallar. Qué ocurre en esos minutos críticos antes de que llegue la ambulancia.

No eran ni las siete de la tarde. Laura, de 52 años, había llegado del trabajo agotada, con esa sensación de ahogo que primero se ignora. Pensó que era estrés. Se recostó en el sillón, pero el malestar se intensificó. Sentía presión en el pecho, un cosquilleo en el brazo izquierdo. Su hija, que había hecho un curso básico de reanimación en el liceo, no dudó. Llamó al número de emergencias y empezó a seguir las indicaciones por teléfono. Esos segundos de acción le salvaron la vida.

El 27 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Medicina de Urgencias y Emergencias. Esta fecha trasciende el reconocimiento profesional: recuerda que, ante una emergencia, lo esencial es reaccionar rápido y bien. En ese terreno donde la presión, la incertidumbre y el riesgo se cruzan, el trabajo de médicos, enfermeros, choferes y operadores de emergencia se vuelve decisivo. Cada segundo importa, cada decisión pesa, cada movimiento puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

La Cámara de Emergencias y de Asistencia Médica Extrahospitalaria del Uruguay advierte sobre una situación que refleja el estrés al que está sometido el sistema sanitario. En Montevideo, se han registrado casos en los que pacientes debieron permanecer hasta 22 horas dentro de ambulancias, sin acceso a cama hospitalaria, como consecuencia directa de la saturación de las puertas de emergencia en centros públicos y mutualistas. El dato pone en evidencia los desafíos estructurales que enfrenta la atención extrahospitalaria y la necesidad de revisar los mecanismos de respuesta.

La atención prehospitalaria es, para muchos uruguayos, la primera barrera entre el riesgo y la asistencia. La llamada que se atiende con celeridad, la ambulancia que llega a tiempo, el diagnóstico certero, las maniobras ejecutadas con precisión, son piezas de un engranaje que no admite fallas.

La doctora Ana Mieres, codirectora ejecutiva y directora técnica de UCM Falck, lo resume con claridad: “La medicina de emergencias es una especialidad que no admite margen de error”. Agrega que se trabaja con información incompleta, en escenarios a menudo caóticos, y con la obligación de actuar con precisión bajo presión.

Según Mieres, el desafío no pasa únicamente por la velocidad. Desde el primer llamado hasta la derivación del paciente al centro adecuado, todo debe estar pensado, entrenado y bien ejecutado. No se trata solo de llegar rápido, sino de hacer lo correcto en el momento indicado.

La pandemia dejó en evidencia, en todo el mundo, lo frágil que puede ser este sistema cuando se lo lleva al límite. En Reino Unido, más de 50.000 personas esperaron más de doce horas en salas de emergencia durante el invierno de 2022. En Nueva York, los tiempos de respuesta de ambulancias superaron los trece minutos en casos críticos. Y en varias ciudades latinoamericanas, el tránsito ha llegado a provocar hasta media hora de demora.

En casos de paro cardíaco, cada minuto sin reanimación puede reducir las posibilidades de supervivencia entre un 7% y un 10%. Por el contrario, cuando alguien aplica maniobras adecuadas en el lugar, las chances de sobrevivir se duplican o triplican.

Organismos como la Federación Internacional de Medicina de Emergencias y la Organización Mundial de la Salud insisten en incorporar estos servicios como parte estructural de los sistemas de salud. La OMS define una emergencia como una amenaza inmediata para la salud o la vida, que requiere respuesta rápida. Y distingue la urgencia como una situación que, sin atención inmediata, puede convertirse en emergencia.

Hace años, la Asamblea Mundial de la Salud recomendó crear números únicos de emergencia, capacitar al personal en todos los niveles y garantizar la llegada a zonas remotas. En Uruguay, el desafío es precisamente ese: llegar a quienes viven fuera del radio de cobertura de un sistema robusto.

UCM Falck, con 46 años de trayectoria como la primera emergencia móvil del mundo, permite mirar hacia atrás y entender cómo ha evolucionado el servicio. Hoy hay más tecnología, pero también más presión: una población que envejece, más enfermedades crónicas, más vehículos en la calle y mayor expectativa de respuesta inmediata.

“Hay más recursos, sí, pero también más exigencia”, dice Mieres. Por eso insiste en la necesidad de mantener la formación continua, el equipamiento adecuado y la mejora constante.

Otro punto clave es la educación ciudadana. Saber reconocer señales, pedir ayuda a tiempo y actuar mientras llega la asistencia puede marcar la diferencia. Para Mieres, un ciudadano capacitado puede ganar minutos vitales antes de que llegue la ambulancia.

En varias ciudades del mundo, las motoambulancias han demostrado ser una solución eficaz. Permiten sortear el tráfico, estabilizar al paciente en el lugar y evitar traslados innecesarios. En algunos casos, más del 80% de las emergencias se resuelven sin mover al paciente.

Pensar fuera de la caja es parte del desafío. La medicina de urgencias se ha consolidado como especialidad en más de 80 países, con formación, sociedades científicas y protocolos. Pero donde no se ha formalizado, los pacientes lo pagan.

Hoy, la medicina de emergencias es el punto de respuesta cuando todo lo demás falla. Un sistema de salud puede tener tecnología de punta, pero si no llega a tiempo, pierde sentido.

Cada segundo cuenta.