Los ODS y la competitividad sostenible

Por María Laura Rodríguez [i]

Repensarse en términos de sostenibilidad ya no es opcional ni para un país ni para una empresa. Formar parte de un nuevo paradigma de crecimiento que contemple aspectos ambientales y sociales se ha transformado en un aspecto relevante para captar inversiones, exportar y conseguir financiamiento. La temática ha ingresado en las currículas académicas, forma parte de los cuadros gerenciales de las empresas y está presente en políticas gubernamentales. Sin embargo, los avances en términos globales son muy magros.

De acuerdo con el informe 2024 de las Naciones Unidas (ONU), de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados para 2030, ninguno está realmente encaminado y difícilmente se alcancen en los próximos seis años. Cabe señalar que se trata de objetivos sumamente ambiciosos, que van desde la eliminación de la pobreza, a mejoras sustanciales en salud, educación y equidad, pasando por el cuidado del ambiente, la producción sostenible y el fortalecimiento de alianzas e instituciones.

  1. Fin de la pobreza
  2. Hambre cero
  3. Salud y bienestar
  4. Educación de calidad
  5. Igualdad de género
  6. Agua limpia y saneamiento
  7. Energía asequible y no contaminante
  8. Trabajo decente y crecimiento económico
  9. Industria, innovación e infraestructura
  10. Reducción de las desigualdades
  11. Ciudades y comunidades sostenibles
  12. Consumo y producción responsables
  13. Acción por el clima
  14. Vida submarina
  15. Vida de ecosistemas terrestres
  16. Paz, justicia e instituciones sólidas
  17. Alianzas para los objetivos

Solamente el 16% de las 169 metas definidas en el marco de la ONU, se encuentran en una trayectoria factible de cumplimiento. El informe muestra los ODS coloreados predominantemente en naranja y rojo, que muestran incumplimientos importantes o incluso retrocesos, y son muy pocos los amarillos y verdes, que muestran menores desvíos o metas logradas.

Lo anterior refleja los importantes desafíos por delante a nivel mundial. A modo de ejemplo, un informe especial del año pasado indica que las energías renovables modernas solamente representan el 30% de la energía eléctrica consumida, y la pérdida de bosques y la degradación de los suelos generan graves amenazas para las personas y el planeta. De continuar en la senda actual, en 2030 habrá 575 millones de personas viviendo en la pobreza, 2.200 millones no contarán con agua potable y 300 millones de alumnos no alcanzarán las competencias básicas en aritmética y alfabetización, por mostrar algunos de los objetivos más comprometidos.

Un capítulo especial requiere el cambio climático. El aumento de la temperatura global ya se encuentra en la actualidad cercana al 1.5 ° C, en comparación con la era preindustrial, y la actual trayectoria lo ubica en 2.8°C para 2100, lo que impactará fuertemente en la forma de producir y en las posibilidades de habitar en algunas zonas del planeta.

La brecha entre los compromisos asumidos por los países y la realidad, sumado a la presión de la sociedad civil, está llevando a algunas regiones  ̶ con la Unión Europea a la cabeza ̶  a tomar medidas drásticas. Esto implica mirar con lupa toda la cadena de valor, incluyendo los bienes que llegan del exterior. Es decir, un análisis exhaustivo de cómo se produce, cómo se manejan los recursos naturales y humanos, qué insumos se utilizan, cómo se relaciona la empresa con el entorno, cuáles son sus políticas, su ética y transparencia. Un escrutinio al que están expuestas principalmente las empresas exportadoras y que irá permeando a sus proveedores, en la medida en que las exigencias se agudicen.

En ese sentido, cabe preguntarse cómo está posicionado Uruguay. Según el reporte de la ONU, Uruguay se encuentra en el lugar 34 en nivel de cumplimiento de los ODS, en un ranking conformado por 167 países. Una posición de privilegio para un país en desarrollo, en un contexto en el que los primeros 33 son básicamente europeos, liderados por Finlandia, Suecia y Dinamarca, junto a países de otras regiones, como ser Japón, Canadá, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Chile, que ostenta el lugar 32 y es el único de América Latina y el Caribe por encima de Uruguay.  Países con gran peso en los resultados globales como lo son Estados Unidos y China, se ubican en los lugares 46 y 68, respectivamente.

La posición de Uruguay está relacionada particularmente con el alto porcentaje de generación de energía eléctrica renovable, la baja incidencia relativa de la pobreza, la fortaleza institucional, la legislación de género, los niveles educativos y las acciones por el cambio climático, en comparación con el resto del mundo.

A su vez, Uruguay se encuentra en el primer lugar en el índice de desempeño ESG (Ambiental, Social y de Gobernanza, por su sigla en inglés) de J.P. Morgan en América Latina; el país emitió un bono soberano asociado a objetivos de cambio climático y logró un préstamo del Banco Mundial con beneficios en su tasa de interés en función del cumplimiento de compromisos climáticos asumidos en el marco del Acuerdo de París. 

En resumidas cuentas, Uruguay tiene abierta una ventana de oportunidad para lograr una diferenciación competitiva frente a otros países que van más lento. De formas creativas, se debería hacer valer en el mundo, el trabajo que el país viene desarrollando desde hace décadas, antes de que la sostenibilidad estuviera omnipresente en la agenda global. Es un trabajo basado en la construcción de instituciones sólidas, una democracia fuerte, y normativas sociales y ambientales, que han puesto Uruguay a la vanguardia en numerosas ocasiones. De no avanzar rápido en mostrar y demostrar lo logrado hasta ahora, no se estará capitalizando adecuadamente esta ventaja en competitividad sostenible.


[i] Académica de Número.