Marcel Vaillant: “La credibilidad del Mercosur dependerá de las decisiones que se están empezando a tomar hoy; hay todavía varios signos de interrogación”

Marcel Vaillant, doctor en Economía. Profesor titular de Comercio Internacional del departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la UdelaR


Según el economista, las oportunidades de Uruguay están vinculadas a temas de inversión, cooperación entre empresas y con el hecho de que al ser rivales exportadores en ciertos mercados agroalimentarios, tenemos un camino abierto a explorar que hace muchos años esperábamos que ocurriera. “Uruguay está en buenas condiciones de aprovecharlo”, dijo a Empresas & Negocios.

 ¿Qué desafíos enfrenta Uruguay, como país, en su estructura interna -productiva, laboral, competitividad, entre otros-, ante el anunciado acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE)?

Una vez más se le plantea a Uruguay su relacionamiento con sus vecinos del Mercosur -lo que es una buena oportunidad para revigorizar su relacionamiento externo y su inserción internacional- la modernización del bloque y procesar las liberalizaciones previstas en el acuerdo; que, por cierto, no implican cambios dramáticos.

Tanto Uruguay como las economías pequeñas no son las más desafiadas en términos de apertura de su propio mercado porque, por su tamaño, son especializadas y que, al mismo tiempo, ya se han abierto con dos mercados muy grandes como son Brasil y Argentina.

Ese proceso contractivo o de ajuste interno de los sectores sustitutivos de importaciones nosotros ya los tuvimos. Eventualmente, lo que podemos tener es una cierta dilución de nuestras preferencias comerciales en la región, que es lo que se ha mencionado muchas veces con el caso de los lácteos. Por otra parte, se nos abren oportunidades que no solamente tienen que ver con exportar, sino también en el punto de inflexión que pude implicar en la política entre Brasil y Argentina, es decir, con la apertura de estas economías, con la presión competitiva de tener ofertas europeas en relación a la oferta los dos países vecinos, más por el lado de las importaciones que por las exportaciones.

En materia de acceso al mercado y de nuestra canasta de ventajas comparativas convencionales, tenemos que los accesos son relativamente restringidos o limitados en función de que, como es típico, la UE tiene una política comercial bastante proteccionista en el sector agropecuario.

Creo que las oportunidades están en otra dimensión, en la vinculada a los temas de inversión, cooperación entre empresas, y con el hecho de que al ser rivales exportadores en ciertos mercados agroalimentarios tenemos un camino abierto a explorar que hace muchos años esperábamos que ocurriera. Creo que Uruguay está en buenas condiciones de aprovecharlo.

A la vez, ¿cuáles son los riesgos que vislumbra tanto para las empresas como para la producción local?

No tenemos grandes sectores sustitutivos de exportación amenazados, porque ya hemos tenido ajustes; lo que no quiere decir que haya cuestiones puntuales. Nos tenemos que acostumbrar a que en sectores agroindustriales haya mucho comercio del tipo indo industrial; pensamos en el vino francés, pero nosotros producimos vino también. Vamos a importar y exportar vino, se nos abren mercados para esto y esas relaciones de cooperación tienen que ver mucho con las relaciones de inversión. Lo mismo en el sector lácteo. Ahora va a haber una cuota de quesos o de leche en polvo para los productos europeos, pero nosotros en ese sector tenemos que vislumbrar y pensar como unos productores lácteos competitivos con ventajas globales que tenemos que desarrollarlas en acuerdo con aquellos lugares del planeta que tienen las tecnologías más avanzadas, los canales de distribución, el acceso a los mercados, y eso no viene automáticamente con el acuerdo. Son tareas a potenciar con esas oportunidades.

Hay una amenaza pero más vinculada con la dilución de preferencias de los vecinos, no tanto en nuestro mercado doméstico, ya que está relativamente abierto. Las oportunidades que vienen están más bien relacionadas a insumos tecnológicos, de capital, que eventualmente estamos un poco más atrapados de consumir en la región. Hay muchos regímenes especiales de comercio que nos han permitido gestionar esa supuesta fortaleza del Mercosur. Esto, básicamente, vale para bienes de consumo final, porque los industriales importan en admisión temporaria y tienen la ley de inversiones para los bienes de capital, entonces todos esos mecanismos alternativos sirven para sacarse la losa del arancel extra no común que es una política comercial totalmente anacrónica.

Los niveles arancelarios del Mercosur son ridículamente altos. Son los niveles de protección de Brasil, que es una de las economías emergentes más cerradas, y es ese aspecto, el del cambio, el más importante de observar si esto se ratifica.

Todavía hay muchos riesgos políticos que disipar que están de ambos lados. La credibilidad depende de las decisiones que se van a tomar, o que se están empezando a tomar hoy, porque se tiene que anticipar a lo que va a pasar. Ahí hay aún varios signos de interrogación.

¿Cómo impacta la posición francesa en el acuerdo?

La posición de varios países europeos definitivamente sí tiene peso, como todas las contingencias domésticas de la economía política del problema en Francia. Macron es europeísta, en ese sentido parte de su posicionamiento está muy cercano al de Angela Merkel, pero por otra parte tiene objetivos políticos domésticos y hay grupos de interés en Francia, tanto del sector agrícola como de los “defensores del medio ambiente”, que se han posicionado muy en contra del acuerdo. Entonces, la política doméstica manda, y si eso fuera absolutamente determinante para la reelección de Macron, él no tendría problema en entregarlo.

Obviamente, el tema de ratificación del acuerdo en Europa tiene todo una lógica muy distinta a la del Mercosur, porque la UE, a los efectos de comercio de bienes, es una nación comercial, tiene una estructura supranacional. Es decir, está la Comisión que es la que negocia, está el Consejo Europeo y el Parlamento y, con los mecanismos de ratificación, la que aprueba la parte de bienes es Europa, no los parlamentos de los países. El acuerdo viaja por los parlamentos de los países porque hay otros componentes del acuerdo que todavía no tienen ese nivel de delegación de la política comercial nacional a la común. Entonces, a nivel de la política comercial común, eso va a depender de la correlación de fuerzas en Europa.

Ya hay algunos indicios de que la cuestión no va a ser fácil debido a los tiempos políticos. Por ejemplo, se está alargando el tema de abrir los anexos, que es donde están todos los cronogramas de liberalización.

Parece que Uruguay, Paraguay y Brasil tienen claro el panorama. ¿Qué puede pasar con la postura Argentina ya que la dupla Fernández-Fernández ya puso  reparos al acuerdo? ¿Cuál es la fórmula de la ratificación? ¿Se puede avanzar por países?

Creo que el riesgo político uruguayo es lo que menos existe porque el gobierno que lo está negociando, y el que lo ha defendido, es el Frente Amplio. Si ganara, entiendo que no habrá reversión, y lo mismo entiendo de la oposición, ya que se ha pronunciado mayoritariamente a favor. Por eso es muy importante el mecanismo de ratificación por el lado del Mercosur. Esto va a llevar ahora un plazo relativamente largo de revisión de los textos legales en Europa, que puede demorar un año y creo que se no se va a empezar a ratificar hasta 2021. En ese momento muchos riesgos de la región se habrán disipado, la información va a estar y los posicionamientos respectivos. Pero el Mercosur ha caído muchas y repetidas veces en la trampa de lo que se conoce como el doble veto. Hay un veto por el tema de los consensos a nivel del Consejo del Mercado Común y el segundo veto ocurre cuando nos planteamos que algo va a estar vigente solamente cuando los cuatro los ratificamos. Se han caído muchísimos protocolos en el Mercosur por este sistema. Entonces, en el caso de los acuerdos con terceros, ya hay un antecedente muy importante que es el acuerdo con Israel, en donde lo que ocurrió fue ratificación bilateral, es decir, Europa lo ratificó y luego empiezan a ratificarlo los países del Mercosur. Eso se está discutiendo en este momento en Santa Fe (la entrevista fue realizada en plena cumbre del bloque regional), y entiendo que lo razonable es que se apruebe la ratificación bilateral del acuerdo. Porque eso destruye el doble veto y genera un efecto dominó del regionalismo, dado que mientras algunos empiezan a ratificar, los otros tienen un costo mayor de quedar afuera.

 El Mercosur exporta a la UE algo así como 53 mil millones de dólares, e importa alrededor de 56 mil millones, lo que genera una balanza comercial negativa. ¿Cuánto más puede crecer ese intercambio?

Ese número da un cierto sentido de tamaño pero es poco informativo porque ese número es endógeno a la política comercial actual. Tampoco importa mucho si le vendemos 200 mil y le compramos 10 mil, o al revés. Las balanzas comerciales bilaterales no son extremadamente informativas, lo que importa de los países es que tengan la capacidad de vender al mundo. Creo que el impacto del acuerdo puede ser muy grande pero no por los efectos de que vamos a ganar US$ 100 millones en los aranceles que vamos a dejar de pagar, porque esa cuenta es extremadamente estática y todos los efectos relevantes tienen canales y mecanismos indirectos de realización, tienen que ver con la inversión, con el comportamiento de los otros.

Con este acuerdo se va a configurar una situación originalísima en la situación económica internacional y es que la UE, por primera vez en América Latina, va a acceder con preferencias comerciales en los bienes de su canasta, con ventajas comparativas de bienes de capital y de insumos tecnológicos, en condiciones preferenciales en relación a sus rivales exportadores en el mundo. Me estoy refiriendo a Estados Unidos, a Corea, Japón o China. Esa situación va a generar reacciones en los otros. Ahí están los efectos más grandes, y están escondidos. Estos números, sectorialmente, pueden tener ciertas ventajas, pero los números grandes no están ahí, sino en los efectos indirectos en relación a cómo se posiciona el Mercosur con los otros, como se puede relacionar mejor. Este bloque entra en el efecto dominó en el cual ya entraron otros países antes, como Chile o México, e hicieron acuerdos con Estados Unidos o la UE. Se convirtieron en mercados atractivos para que el resto de los países quieran hacer acuerdos con ellos.

Los tres temas dinámicos más importantes son el punto de inflexión en la política comercial de Brasil y Argentina –si efectivamente van a vender-, la reacción de los otros rivales exportadores a Europa en relación al nuestro y cómo podemos mejorar el acceso a los mercados en otros mercados y la inversión. A su vez, la posibilidad de convertirnos en una plataforma global agroalimentaria, en una relación mucho más de cooperación con los europeos que de competencia por ir a erosionarles esa economía política tan peculiar que tienen en la agricultura. En rigor, no ha habido grandes concesiones agrícolas en Europa, pero los intereses proteccionistas tienen eso: cada vez que les tocan un poquito algo, reaccionan como si les estuvieran tocando la vida.

Por otro lado, las empresas uruguayas deberán ponerse en línea con las europeas. ¿Cómo afecta aquí la pérdida de competitividad, por ejemplo, de la industria?

La amenaza más grande no tiene que ver con los sectores transables, sino los no transables que, de alguna manera, bajan la competitividad. Uruguay debe entender que todos somos exportadores, directa o indirectamente, y que los sectores que de alguna manera se meten en el sector del transporte son concentrados, que les pasan precios de sus ineficiencias a los otros. En ese sentido, hay una tarea intensa para hacer y así aprovechar las oportunidades.

En el sentido de los sectores transables, hay que generar mucha inteligencia corporativa para desarrollar estrategias asociativas de cooperación de riesgos compartidos con los europeos. En el lado de los no transables nos pone de nuevo en que los problemas de competitividad se van a poner más al rojo vivo.

Además del intercambio comercial, el punto central sería que vengan a instalarse inversiones en Uruguay, con el fin de utilizar el acuerdo para comerciar sin el costo arancelario. ¿Estamos preparados para que lleguen esas inversiones?

Esa reacción que pueden tener los gobiernos, anticipando lo que va a ocurrir, también lo pueden tener las empresas. Las redes privadas pueden ver oportunidades asociadas a lugares en donde acá hay plataformas de ventaja e instalarse para acceder al mercado europeo. Entramos en un terreno de muchas conjeturas. Los encadenamientos que pueden existir son de todo tipo. Está claro que esto está amigable con el proceso de fragmentación de la producción y con ese tipo de fenómenos. En qué dirección será, hoy es un poco prematuro pensarlo. Ahí influye mucho la geografía, los canales de instrucción, entre otros aspectos. Se abren posibilidades en esa dirección, sí, pero hay otra cuestión que es muy importante también, y que tiene que ver con el liderazgo mundial, y que pone a Europa en un lugar distinto. Europa está en una situación en donde tiene TLC prácticamente con toda América Latina, en un momento donde este continente tiene acuerdos de este tipo entre sí. Si Europa quiere tener una política integradora en América Latina que, a su vez, pueda aprovecharla ella, debe generar un mecanismo de acumulación de origen entre todas estas cosas. Eso está en el corazón de lo que era Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que tenía ese propósito en ese conjunto de países.

Los europeos ya habían pensado todo esto y lo quisieron aplicar en el norte de África, pero no les salió del todo bien por la inestabilidad política de esta zona. La tecnología para hacerla ya está, Europa va a ser el corazón de la tecnología de integración en el mundo por lo que tiene hacia adentro y por lo que ha hecho hacia afuera.

¿Cuánto le pesa realmente a Europa este tratado con el Mercosur?

Brasil es la octava economía del mundo, una de las emergentes más cerradas del planeta. Tener acceso preferencial a una economía de este tipo no vale poco. No es muy ambicioso como acuerdo de nueva generación; en materias complementarias, básicamente, tiene el tema de compras gubernamentales. En materia de servicios, lo que se hace es consagrar el statu quo. Es bastante poco ambicioso en propiedad intelectual. En algún sentido, Europa se empieza a adueñar del Atlántico. La debilidad existencial del Mercosur es la baja credibilidad y la baja reputación que tenemos en las normas que aprobamos.

Las brechas de cumplimientos son enormes, ninguno de los acuerdos que hemos tenido con terceros nos ha servido para disciplinarnos. Este acuerdo quizá tenga ese sentido, siempre y cuando se ratifique.

¿Usted ve un riesgo de que no se ratifique?

No lo sé. Una señal importante es que se apruebe la ratificación bilateral, porque eso va a generar un mecanismo reforzado. No está todo despejado… Europa no liberó los cronogramas, y el Mercosur tampoco. Veinte años de negociación no lleva una ratificación rápida. Estimo que al menos llevará hasta el año 2021. Lo bueno es la credibilidad con la que se haga. Las expectativas influyen en lo que va a ocurrir, el mundo es en parte lo que esperamos que sea. En economía eso funciona mucho.

¿Hay alguna cifra de cuánto se ahorraría Uruguay en aranceles?

En principio serían esas cifras de 100 millones de dólares anteriormente nombradas, pero al principio son estáticas. El comercio es endógeno a la política comercial. Si yo cambio la política comercial, va a cambiar el comercio. El comercio de hoy lo único que informa es que la política comercial de Europa con las cosas que nosotros vendemos es terriblemente proteccionista, sobre todo en lo agroalimentario. Ellos tienen aranceles bajos para todo lo que son productos básicos, commodities, lo industrial está mucho más protegido. A ellos lo que les gusta es comprarnos soja, hierro, café, para que después Alemania sea el primer país agroexportador del mundo en café instantáneo. Es eso lo que se rompe o lo que va a cambiar, la cadena hacia arriba.

Algunos analistas consideran que el anuncio del acuerdo de la UE-Mercosur podría acelerar el interés de países asiáticos por establecer lazos comerciales más directos con nuestra región. ¿Cómo les impacta o les cae el acuerdo?

Los rivales exportadores van a tratar de aprovechar para no perder ni estar en inferioridad de acceso respecto a Europa. El Mercosur ha tenido como práctica estar negociando con todo el mundo, pero esas mesas de negociación informaban poco porque no terminaban en nada; lo único que ocurría era que los diplomáticos viajaban y nunca ninguna negociación relevante terminaba. Ahora, el anuncio del fin de las negociaciones con Europa nos pone en un estatuto distinto, porque pasamos a ser más interesantes y a nosotros también nos genera un incentivo diferente. En la medida en que se entrega preferencia comercial a alguien como la UE, los incentivos son a diluírselas, no a mantenérselas de manera exclusiva. Los incentivos son, o bajar los aranceles unilateralmente, o a darles preferencia a otros. Es lo que se produce como el efecto dominó en regionalismo.

¿Qué podría suceder con el sector automotriz? Brasil y Argentina tienen una industria fuerte en materia de producción de vehículos…

Hay muchas cosas que tiene el acuerdo que implica niveles de liberalización con la UE que son mayores que las que tenemos entre nosotros. La única manera de ponernos a tono con eso es llegar al mismo estatuto de liberalización entre nosotros que con la UE. Un ejemplo es la compra gubernamental, otro el sector automotriz, porque este no está liberalizado en el Mercosur. La ventana de tiempo es lo suficientemente larga como para pensar que las cosas que van a actuar para transformar al sector automotriz no van a ser tanto las del acuerdo, sino las del propio progreso técnico y el cambio tecnológico revolucionario que se está procesando en el transporte en general y en las fuentes de energía. Esto tiene que ver con todo el drama que vamos a ver en Argentina y Brasil, que son sectores industriales que hace 50 años reclaman políticas de industria naciente, y que nunca se han tratado de generar como sectores globales, como tiene que ser la industria automotriz en el planeta. Van a tener el mismo tipo de reacciones que han tenido los agricultores en Europa, es decir, reclamarán compensaciones, van a hablar de ajustes, pero eso creo que va a pasar con o sin acuerdo. El tema es cómo convertir el acuerdo en un instrumento positivo para una necesaria transformación productiva de la región, que de alguna manera aproveche los lazos con Europa, porque, por otra parte, son las mismas empresas.


No tan iguales

Para Vaillant, el acuerdo insume una asimetría en el funcionamiento de los bloques en materia de circulación extraregional que influye en la lógica del tratado. Es que, mientras que la UE es una unión aduanera que se vale por el principio de libre práctica –cualquier bien que llegue a Europa internaliza en la aduana única y libre- dentro del Mercosur cada producto circula con origen. “Si hay ratificación bilateral o común, es igual desde el punto de vista de la circulación, no cambia nada. Los bienes europeos van a poder circular dentro del Mercosur pero con otro conjunto de mecanismos, regímenes especiales de comercio, admisión temporaria, tránsito, depósito fiscales, distintas otras medidas que hoy se convierten en sustitutos próximos de la libre práctica pero que no lo son”, observó.