En el marco de su rol como profesor visitante para materias de la ORT, el doctor en Relaciones Internacionales, Filipe Vasconcelos Romão, visitó Uruguay y conversó con CRÓNICAS sobre la actualidad internacional. Por un lado, analizó la realidad de una Europa que se prepara para una guerra en potencia, mientras que por otro evalúo las medidas de Trump al frente de los Estados Unidos y la falta de cooperación regional en Latinoamérica, particularmente en el Mercosur, contexto en el que “Uruguay tiene toda la razón cuando sistemáticamente intenta ganar autonomía para firmar acuerdos con el exterior”
Por Jerónimo López
¿Cómo evalúa los distintos focos de tensión internacional y cómo diría que pasó a funcionar el mundo con esos conflictos?
Vivimos en un mundo que viene de años de relativa estabilidad. Si miramos al mundo después del final de la Guerra Fría, vemos que hubo un periodo de estabilidad, de desarrollo y de prosperidad económica, por supuesto con algunos retrocesos, pero de lo que aparentaba ser la consolidación de un modelo institucional basado en las Naciones Unidas, en normas, en el derecho internacional.
Durante muchos años, herramientas que por siglos fueron normales en términos de política internacional, como la invasión, no fueron utilizadas, y Europa tuvo en los últimos 80 años su periodo de mayor estabilidad. En el 2022 esta situación se invierte con la invasión de Ucrania y efectivamente genera una idea de que regresó la guerra, la invasión, como una herramienta política. Eso es grave.
Junto a lo anterior, el otro hecho de relevancia, aunque natural, es un cambio en la distribución de poder, con la emergencia de nuevas potencias, como China, la reemergencia de otras como Rusia, cambios en Europa y en Estados Unidos.
Finalmente, también hay cambios grandes en la política interna de los estados. En Europa hubo estabilidad a lo largo de muchos años, en el propio continente americano había signos de estabilidad. ¿Qué signos eran estos? La posibilidad, por ejemplo, de renovación de gobiernos. En los países americanos, donde era posible reelegir al presidente consecutivamente, esa era una práctica que en los 90 y en el inicio de los 2000 era frecuente. Hoy vemos que es más difícil reelegir un presidente, y esto nos da una noción de mayor inestabilidad en los sistemas políticos. Cuando miramos a los sistemas parlamentarios, la renovación de mayorías de gobiernos también es más difícil.
¿Qué generó este fenómeno? ¿En Europa hay un corrimiento hacia la derecha y derecha extrema?
Europa, en términos estructurales, claramente se movió hacia la derecha porque efectivamente surgieron muchos nuevos partidos políticos con visiones más conservadoras, nacionalistas, de cierre de Europa sobre sí misma, con un discurso antiinmigración y antirefugiados.
Pero hay otros temas en debate. Con respecto a la transición energética, hay un discurso muy negativo por parte de la extrema derecha, pero Europa no tiene recursos energéticos; hay, como máximo, una dicotomía entre nuclear y renovables.
Con respecto a las migraciones, la agenda de extrema derecha ya influyó en los gobiernos de izquierda, de centro izquierda y centro derecha. El gobierno socialista de Dinamarca tiene una visión crítica con respecto a la inmigración y a los refugiados, por ejemplo. Por lo que, sí, ahí hay consenso en el sentido de una limitación del acceso a Europa, y que está ganando espacio. Vamos a ver si el hecho de que los partidos moderados tengan esta agenda sirve para disminuir y desinflar el peso de la extrema derecha.
Finalmente, en los temas vinculados al género es donde hay un combate ideológico fuerte y un mundo muy polarizado. El hecho de si la izquierda no se concentró excesivamente en esa agenda, que es una agenda que no seduce y que es ignorada por una gran parte de la sociedad, en detrimento de los viejos combates de desigualdad material de la sociedad, es un elemento que comienza a aparecer en diversos análisis.
Estos obstáculos, sumado al retorno de Trump, ¿cómo repercuten en Europa y en las estructuras tradicionales de poder mundial?
El regreso de Trump al poder es el corolario de todos estos cambios. Por un lado, en Trump hay un intento de concentración de poder, de presionar el sistema político y constitucional. Es su forma de hacer política y que está muy conectada con lo que es la política de hoy día. Trump tiene una visión de regreso a un cierto aislacionismo, pero a un aislacionismo conjugado con la consolidación de esferas de influencia. Esto es, un mundo dividido entre grandes potencias en que, por ejemplo, Rusia pueda tener un rol más fuerte en Europa, pero que Estados Unidos tenga su espacio continental en América. Esto tiene una relación directa con amenazar aliados tradicionales como Canadá, México, Panamá, Dinamarca y Groenlandia. ¿Por qué? Porque se considera que a los principios tradicionales se sobreponen el derecho a la seguridad y el derecho a controlar su zona de influencia.
Las tarifas son también una expresión de este aislacionismo, pero son, sobre todo, una forma de justificar y de demostrar que se está trabajando e intentar ser coherente con lo que es el discurso para sus bases electorales.
Las tarifas aparecen, además, sobre todo porque debe hacer frente a los déficits norteamericanos en términos de comercio exterior. Todo esto acentúa, en mi opinión, un punto aún más micro, que es el hecho de que el partido republicano está totalmente distanciado de las estructuras tradicionales, que fueron expulsadas del poder en este segundo mandato por Donald Trump. Esto lleva a que Trump esté poniendo personas no burocratizadas y que no tienen noción del funcionamiento del Estado, trabajando en esos ámbitos.
Lo anterior confluye por un lado con dificultades demográficas y, por otro, con una posible guerra. ¿Cómo se prepara Europa para una movilización, qué implica y qué tan realista es ese escenario?
Algunos estados empiezan a implementar el servicio militar obligatorio, pero el hecho es que existen ciertos desafíos. En primer lugar, aunque la derecha más estatista y más autoritaria vuelva, hoy en día el ciudadano tiene un cierto nivel de insubordinación y de anarquía que viene desde las redes sociales. Como segundo punto, las personas tienen mucho menos hijos actualmente, lo que va a dificultar esas movilizaciones. En tercer lugar, hay en los países de Europa una gran movilidad, sobre todo en las clases medias, medias altas y altas, que complejiza la situación. ¿Cómo vas a compatibilizar que estas personas que hoy mismo pueden ir a trabajar con un pasaporte europeo a otra parte del mundo, que pueden venir a Uruguay o a El Salvador y ponerse con el ordenador a trabajar, participen en un despliegue militar? Me parece difícil.
Al margen de los recursos humanos, ¿de dónde saldrá el dinero?
Europa posee un nivel de gasto público muy alto y tiene estados sociales muy sólidos, sobre todo en salud y educación. ¿Cómo pasar de un gasto en defensa del 1,5% al 5% del PIB? Es un salto brutal. O sea, ¿están los ciudadanos dispuestos a abdicar de su desarrollo social en favor de una militarización? Este es un debate que vas a tener y que va a marcar claramente Europa a lo largo de los años. No nos olvidemos que vivimos durante 80 años bajo el paraguas de Estados Unidos. Mirá Europa, donde hubo más armas nucleares que en cualquier otra parte del mundo a lo largo de la Guerra Fría. ¿Cuántos países europeos tienen hoy armas nucleares? Dos, sólo dos. ¿Por qué? Porque está Estados Unidos con el paraguas de OTAN.
¿Cuál es el rol de Latinoamérica en esta coyuntura?
Políticamente, América Latina aún está en un período de alternancia. Si bien la derecha se radicalizó en algunos países, hay avances y retrocesos, marcando un movimiento más o menos pendular.
En lo geopolítico, hay dos puntos que no hay en Latinoamérica: complementariedad, por una parte, y consenso, por otro.
Complementariedad refiere, por ejemplo, a cuando, en los años 50, Alemania y Francia -que eran antiguos enemigos- entienden que se necesitan y que se complementan. Alemania potencia económica, Francia potencia política. Francia posee armas nucleares y tiene fuerzas armadas, Alemania no. Francia está dispuesta a complementar lo que son las debilidades de Alemania y hacer algo que cuyo resultado final sea más que la suma de las partes, y de ahí nace la comunidad económica europea. El consenso, por otro lado, ocurre porque tenías partidos democristianos y socialdemócratas que, independientemente de que no ocupaba el poder, seguían con ese proceso.
En Latinoamérica no hay complementariedad entre las economías argentina y brasileña, por ejemplo, sino que hay competencia: las dos tienen fábricas, son auto montadoras, las dos tienen un sector agrario fuerte, las dos tienen una dinámica exportadora a sus sectores agrarios, y esto no es complementariedad. Por otra parte, respecto al consenso, los procesos latinoamericanos solo funcionan por periodos muy cortos de tiempo y cuando hay coincidencias ideológicas en el poder. Unasur era un intento de cooperación militar, política, de defensa, y funcionaba con alguien de izquierda. Prosur fue un intento también de Sebastián Piñera y Mauricio Macri, y ya ni sabemos lo que es. No hay un proceso de integración y, en la propia cooperación, los instrumentos son muy débiles.
¿Y en relación al Mercosur?
Ocurre lo mismo. Abres a Venezuela cuando los gobiernos son de izquierdas, cierras a Venezuela cuando son de derechas, por ejemplo. No hay un proceso de integración.
Lo que es importante en este momento, en mi opinión, es la cuestión de los acuerdos comerciales entre el Mercosur y la UE. Pienso que con Trump es posible que los otros países, en respuesta a las tarifas y a los aranceles, intenten responder con alianzas para fomentar el comercio con otros espacios, pero efectivamente el acuerdo del Mercosur con la UE no es popular en determinados segmentos de naciones que son decisivos para su firma. A la cabeza Francia, ya que el sector agrícola francés es muy crítico del acuerdo con el Mercosur y tiene una enorme capacidad de bloquear decisiones.
Yo veo que Latinoamérica permanentemente invierte en medios académicos con debates sobre la integración, que no existe, y es muy bueno para hacer conferencias y armar grandes encuentros, pero es algo que no avanza. La cuestión de la bilateralidad es fundamental en mi opinión, de cómo Latinoamérica enfrenta la conexión con Europa.
¿Diría que Uruguay debe buscar acuerdos individuales?
Uruguay tiene toda la razón cuando sistemáticamente intenta ganar autonomía para firmar acuerdos con el exterior. El Mercosur no logra hacer buenos acuerdos porque no tiene ni la voluntad ni el peso que Europa consigue poner en las negociaciones. En mi opinión, por lo que veo, Uruguay sigue perjudicado porque vive entre una pinza de las luchas de egos entre Argentina y Brasil.
Lo mismo respecto a China, un socio comercial cada vez más importante para Uruguay, y esto conlleva una disminución del peso de Argentina y de Brasil. Efectivamente, yo creo que hoy día ya Uruguay es más importante para Argentina que Argentina para Uruguay porque es un local de refugio de los capitales, es donde está el dinero de los argentinos, porque saben que hoy el peso está a 1.100, pero mañana todo puede cambiar.
Uruguay tiene un potencial enorme, una población bien calificada, estabilidad, alternancia democrática, un estado que funciona mejor que la generalidad de los estados de los países a su alrededor, y un soft power uruguayo muy presente. Pepe Mujica, por ejemplo, puso a Uruguay en el mundo aunque tuviera su ideología y sus defectos. Mientras tenías a Mujica en Uruguay tenías a Chávez en Venezuela, y el contraste en términos de gobierno es muy evidente. Tienes a Maduro que vive en palacios y con un régimen totalmente corrupto, y acá tenías a un tipo que vivía en una finca pequeña, y eso marca. Lo marcó en el mapa mundial.
Uruguay está claramente perjudicado por esa pinza en que vive, en un sistema regional que depende exclusivamente de los alineamientos ideológicos del momento. En Argentina, claramente, hay alguien que no está empeñado en este sistema, y a la vez, en Brasil, sigue habiendo un gobierno proteccionista que tampoco está empeñado en este sistema.