Guillermo Luzardo, secretario de CEDU
El comercio uruguayo ha atravesado una gran transformación en los últimos 15 años debido a la digitalización y los cambios de los consumidores. Los principales desafíos que debe sortear hoy son la competencia de grandes cadenas y plataformas globales, la informalidad y la diferencia cambiaria en fronteras. La clave para subsistir en este escenario será lograr adaptarse a la nueva realidad.
¿Cuáles han sido las transformaciones que afrontó el comercio uruguayo en los últimos 15 años?
En los últimos 15 años, el comercio uruguayo ha transitado un proceso de transformación profunda, marcado principalmente por la revolución digital, la evolución del consumidor y el desafío de la sostenibilidad empresarial en un entorno cada vez más exigente.
El primer gran cambio ha sido sin duda la digitalización del canal comercial. El auge del e‑commerce y la penetración tecnológica obligaron a los comercios tradicionales a adaptarse a un nuevo consumidor que espera inmediatez, comodidad y personalización. No se trata solo de vender por internet, sino de estar presente en los canales que el cliente elige. En Uruguay, el comercio electrónico se profesionalizó, y surgieron actores clave como la Cámara de la Economía Digital (CEDU), que promueve la adopción de tecnologías, logística inteligente y marketing digital en pequeñas y medianas empresas (pymes) y grandes empresas por igual.
Esta transformación fue empujada por las nuevas generaciones de consumidores, que ya no se conforman con adquirir un producto. Hoy exigen una experiencia de compra que los sorprenda, los emocione, que les ahorre tiempo, que esté alineada a sus valores y que ofrezca una narrativa coherente con lo que consumen. Es una transición desde el “qué vendo” al “cómo lo vendo”, y ahí el diferencial está en la capacidad de las empresas de enamorar los sentidos y generar conexión.
Al mismo tiempo, el consumidor valora cada vez más su tiempo libre y sus espacios de ocio, lo que exige que la experiencia de compra sea ágil, fluida y sin fricciones. Eso obliga a los comercios a rediseñar procesos, capacitar personal, mejorar la atención y utilizar herramientas como la inteligencia artificial (IA), el autoservicio y los métodos de pago digitales.
Pero la transformación también tuvo un componente estructural. El comercio uruguayo, como parte de la economía en general, ha tenido que ajustarse a una presión de costos creciente, especialmente en lo que refiere al costo de la mano de obra y a los requerimientos fiscales y regulatorios. Eso llevó a muchas empresas a revisar sus estructuras, profesionalizar su gestión, incorporar tecnología y ganar eficiencia operativa.
Paradójicamente, en ese contexto de automatización y ahorro de costos, el factor humano se volvió más relevante que nunca. Aquellos comercios capaces de personalizar la atención, generar un trato cercano y construir relaciones genuinas con sus clientes, son los que mejor lograron diferenciarse. Porque la eficiencia es necesaria, pero la calidez sigue siendo insustituible.
También es importante destacar que, durante este período, se produjo una expansión territorial del comercio, con mayor protagonismo de las ciudades del interior, que comenzaron a profesionalizarse, invertir y desarrollar propuestas competitivas que ya no dependen exclusivamente de la capital. La descentralización del consumo fue acompañada por la aparición de nuevas cámaras empresariales regionales y una mayor voz en el debate nacional.
¿Qué lectura hace de la situación actual del sector?
La situación actual del comercio en Uruguay presenta desafíos relevantes que afectan especialmente a las empresas locales. Por un lado, observamos cómo las grandes cadenas comerciales continúan expandiéndose con fuerza hacia el interior del país. Si bien esto representa una inversión significativa para las ciudades donde desembarcan, también genera preocupación: muchas veces implica sustituir empresas locales —con arraigo, historia y empleo genuino— por firmas de capitales externos que acortan la cadena de valor, eliminan intermediarios y extienden los plazos de pago a proveedores y productores locales. El impacto no es solo económico, sino también social y cultural.
Ante este escenario, muchas empresas locales han comenzado a organizarse y a formar grupos de interés —asociaciones, cooperativas, grupos de compras— que buscan generar un diferencial claro para el consumidor: cercanía, calidad, atención personalizada y compromiso con la comunidad. Es un esfuerzo colectivo que apunta a profesionalizarse, ganar escala y competir desde otro lugar, más humano y más territorial.
Otro aspecto crítico de la coyuntura es la alta dependencia económica que tiene Uruguay respecto a Brasil y Argentina, especialmente en las ciudades fronterizas. Cuando los precios en los países vecinos son sensiblemente más bajos que en Uruguay —como sucede actualmente—, el consumidor tiende a trasladar su consumo hacia esos mercados, generando un perjuicio directo en el comercio local. Esto se traduce en caída de ventas, pérdida de empleo, cierre de empresas y aumento de la informalidad.
La situación en ciudades gemelas como Artigas–Quaraí es un caso paradigmático: mientras en la ciudad brasileña se multiplica la actividad comercial, en el lado uruguayo decenas de locales han cerrado o reducen sus horarios por falta de demanda. Esta asimetría es estructural y requiere políticas activas, sostenidas en el tiempo, que fortalezcan al comercio formal y local. No alcanza con medidas temporales o de emergencia: se necesita una estrategia para el desarrollo fronterizo, con incentivos fiscales, promoción de inversión y herramientas que compensen la desventaja cambiaria.
El comercio uruguayo sigue demostrando resiliencia, vocación de servicio y compromiso con su comunidad, pero necesita respaldo. Necesita reglas claras, previsibilidad, diálogo con el Estado y, sobre todo, una visión que lo reconozca como lo que realmente es: un actor clave para el desarrollo económico y social del país.
¿Qué efectos cree que van a tener las nuevas tecnologías y el impulso de la IA en los comercios uruguayos?
Las nuevas tecnologías, y en particular la IA, están empezando a generar una transformación silenciosa pero profunda en el comercio uruguayo. Aunque su adopción todavía es incipiente fuera de Montevideo, ya es evidente que marcarán un antes y un después en la forma en que las empresas se relacionan con los clientes, gestionan sus operaciones y toman decisiones.
En primer lugar, la IA tiene el potencial de mejorar significativamente la experiencia de compra. Herramientas como los chatbots conversacionales, los sistemas de recomendación personalizados y los asistentes virtuales permiten a los comercios ofrecer una atención más rápida, más eficiente y más cercana, incluso fuera del horario habitual. Para el cliente, esto se traduce en comodidad; para el comerciante, en fidelización y mayores conversiones.
También hay un impacto muy fuerte en la gestión operativa: algoritmos que optimizan el inventario, que proyectan la demanda con mayor precisión o que permiten detectar patrones de comportamiento del consumidor. Esto ayuda a tomar mejores decisiones de compra, reducir el desperdicio y ser más eficientes, algo fundamental en un contexto de márgenes ajustados como el uruguayo.
Otra dimensión relevante es la automatización de tareas administrativas: la IA ya está siendo usada para acelerar procesos contables, analizar datos financieros, monitorear costos e incluso detectar errores o fraudes. Esto libera tiempo y recursos para que los equipos se enfoquen en tareas estratégicas o de atención al cliente, agregando más valor al negocio.
Pero la tecnología no es solo para las grandes empresas. La verdadera revolución será cuando la IA y las herramientas digitales sean accesibles y usables también por las pymes del interior. Y para eso se necesita acompañamiento, capacitación y una política pública que entienda que la transformación digital no puede ser solo un lujo de las grandes ciudades. En ese sentido, el rol de instituciones como CEDU, las cámaras de comercio o los centros comerciales del interior es clave.
En paralelo, hay un fenómeno que debe preocuparnos: el ingreso masivo al país de plataformas internacionales como Temu, que venden directamente al consumidor final a precios muy bajos, muchas veces sin pagar los mismos tributos, controles ni exigencias que se le aplican al comercio formal local. Esta situación genera una competencia desleal que pone en riesgo la viabilidad de miles de pequeñas empresas que sí cumplen con sus obligaciones y dan trabajo en sus comunidades.
Si bien no se puede frenar la globalización ni el avance tecnológico, el Estado debe jugar un rol firme y claro para asegurar un piso de equidad. No se trata de cerrar la economía, sino de evitar que la informalidad digital erosione el ecosistema comercial uruguayo. Hoy más que nunca necesitamos reglas claras, controles eficaces y una mirada estratégica que proteja la inversión nacional, el empleo de calidad y el desarrollo territorial.
En conclusión, estos cambios tecnológicos y transformaciones digitales suponen un desafío para las pymes y, como decía Darwin, “no sobrevive el más fuerte ni el más sabio, sino el que mejor se adapta”. En el comercio uruguayo, esa capacidad de adaptación será lo que defina quién lidera y quién queda atrás.
¿Cuáles son sus expectativas para el segundo semestre?
Las expectativas para el segundo semestre de 2025 están marcadas por una mezcla de cautela y esperanza. El comercio viene de varios trimestres consecutivos de crecimiento, pero con señales claras de desaceleración, especialmente en algunas ramas específicas y en las microempresas.
Desde el punto de vista económico, es probable que el consumo interno se mantenga relativamente firme, sobre todo si continúan algunas medidas de estímulo y si la inflación sigue contenida. Sin embargo, hay riesgos externos que pueden influir negativamente, como la evolución del tipo de cambio en Argentina y Brasil —que impacta directamente en las ciudades fronterizas— y la incertidumbre global respecto al comercio y los costos logísticos. En ese sentido, Uruguay debe cuidar su competitividad, no solo en precios, sino también en eficiencia y valor agregado.
Uno de los focos para este semestre debería estar en la transformación digital y la innovación. Ya no se trata solo de “sumarse” a la tecnología, sino de integrarla estratégicamente para mejorar procesos, fidelizar al cliente y hacer crecer el negocio de forma sostenible. Las empresas que entiendan esto —sin importar su tamaño— tendrán una ventaja importante. También será importante el rol de las cámaras empresariales en acercar estas herramientas a todo el territorio.
En paralelo, se espera que continúe la consolidación de asociativismos y estrategias colaborativas, especialmente entre pymes del interior. Estas alianzas permiten ganar escala, compartir buenas prácticas, acceder a mejores condiciones de compra y generar propuestas más competitivas frente a grandes jugadores. En tiempos complejos, la cooperación empresarial es una de las claves para sostener el dinamismo del sector.
Otro punto crítico para el semestre es el entorno laboral. La ronda de Consejos de Salarios, la conflictividad en sectores sensibles y las presiones sobre el empleo y la formalidad requieren madurez y responsabilidad de todos los actores. Desde el empresariado, aspiramos a un diálogo franco y constructivo con los trabajadores y el Estado, que permita mejorar condiciones sin perder competitividad. Sin estabilidad, no hay inversión ni empleo sostenido.
Finalmente, tenemos la expectativa —y también la responsabilidad— de que este semestre sirva para abrir debates de fondo. El comercio necesita reformas estructurales: en el sistema tributario, en los costos energéticos, en la educación y la inserción internacional. Son temas que no pueden postergarse más si queremos que el país siga creciendo con inclusión y equidad.
En resumen, el segundo semestre plantea desafíos importantes, pero también oportunidades. Hay un comercio más profesional, más conectado y más comprometido con su comunidad. Con políticas públicas adecuadas, reglas claras y una visión compartida de futuro, el sector puede seguir siendo un motor clave para el desarrollo económico del país.