La industria uruguaya atraviesa un momento de dificultades. Cierres recientes o temporales, como los de Paycueros, Yazaki o el caso de Calcar —que ahora anunció su reactivación—, así como la instalación de empresas en Paraguay, volvieron a exponer una crisis que, lejos de ser nueva, arrastra más de una década de retrocesos. En diálogo con CRÓNICAS, el presidente de la Confederación de Sindicatos Industriales (CSI), Danilo Dárdano, advirtió que “la industria nacional arrastra complicaciones y retrocesos desde hace al menos 10 años”.
El dirigente remarcó que para entender la crisis industrial es necesario considerar el contexto global, marcado por conflictos bélicos y una guerra comercial entre potencias como Estados Unidos y China, que repercute en la economía uruguaya.
Frente a los recientes cierres de empresas y el traslado de industrias a otros países, como el caso de Paraguay, el entrevistado señaló que “no toda la industria está en crisis. Hay sectores muy bien posicionados, otros más o menos, y también hay diferencias dentro de cada sector”.
Sectores en desigualdad
Mientras la industria de la celulosa mantiene niveles de competitividad relativamente altos, otros rubros manufactureros están por debajo de los estándares regionales. Esto, según el presidente de la CSI, exige identificar nichos donde el país pueda competir sin sacrificar derechos laborales ni estándares ambientales. “Uruguay debe ser un país serio, que respete sus reglas, mejore los salarios y cuide el medioambiente”, subrayó.
Para revertir esa tendencia, la confederación reclama planificación estatal para definir áreas estratégicas y acompañar con formación a quienes queden por fuera, con el objetivo de evitar exclusiones. En esa línea, valoró la instancia de los consejos consultivos sectoriales —previstos para junio— como un paso hacia una estrategia compartida. Además, alertó que la automatización afecta el empleo. “Cuando hacés una inversión tecnológica, eso tiene un resultado casi automático. Hay menos gente trabajando”, resumió.
Por eso, la CSI impulsa la creación de un fondo industrial gestionado con participación tripartita —Estado, empresarios y trabajadores— que financie estudios sectoriales, formación profesional y herramientas para la reinserción laboral. La propuesta, a su vez, incluye el desarrollo de un instituto industrial y la función de “colchón social” para quienes pierdan su empleo, con la condición de que participen en procesos de capacitación. “Ese fondo tiene que garantizar que nadie se quede por el camino”, insistió.
El dólar y la competencia
Uno de los factores estructurales que afectó al sector, según Dárdano, fue la pérdida de competitividad, en especial frente a los países vecinos. El tipo de cambio jugó un rol central y, en su opinión, “un dólar debilitado impactó negativamente en la producción nacional”.
Rechazó que la salida fuera recortar derechos laborales o empeorar las condiciones de trabajo. “Ser competitivos no puede significar salarios de hambre ni precarización”, agregó. A su juicio, la apuesta de Uruguay debe ser la calidad como eje, con mejoras salariales, condiciones laborales dignas, inversión en tecnología y profesionalización de los mandos medios.
Cierres que rompen el tejido social
El presidente puso énfasis en el impacto de los cierres de fábricas en el interior profundo del país. Señaló que, hacia el norte del Río Negro, los indicadores sociales son “notoriamente inferiores” al promedio nacional. En ese contexto, la pérdida de una planta industrial genera consecuencias estructurales, ya que “cuando cierra una, te destroza la familia. Indirectamente, también se perjudican el almacenero, el puestero, el de la feria”.
Destacó además que el impacto es aún más severo en hogares liderados por mujeres, quienes encontraban en el empleo industrial una vía de empoderamiento personal y económico. “Cuando una mujer tiene un trabajo industrial, se empodera, gana autoestima. Eso cambia toda la dinámica del núcleo familiar”, explicó.
Esta situación no es exclusiva de Uruguay; en México, según mencionó, experiencias similares reflejaron cómo el empleo industrial femenino no solo mejora la realidad económica, sino que tiene un impacto directo en la reducción de la violencia doméstica, al fortalecer la autonomía y autoestima de las trabajadoras. Dárdano afirmó que estos efectos sociales positivos refuerzan la importancia de preservar y fomentar el empleo industrial, especialmente en las regiones más rezagadas.
Sindicalismo y responsabilidad compartida
Consultado sobre el rol de los sindicatos, Dárdano fue claro: “Hay muchas fábricas que cerraron sin tener sindicato. El problema no es la organización sindical. Las empresas se van cuando no obtienen las ganancias que esperaban, no porque haya trabajadores organizados”.
El dirigente remarcó que para sostener la industria es necesaria una alianza real entre trabajadores, empresarios y Estado, y recordó que “sin fábricas no hay afiliados, pero sin trabajadores tampoco hay producción”.