Fascinante juego de imágenes, inserto en lo experimental, indagando en los pliegues del alma

Agnès Varda > UNA FORMA DE MIRAR

Por Álvaro Sanjurjo Toucon

Caras y Lugares (Visages, Villages). Francia 2017

Dir. y  guión: Agnès Varda y JR.

El próximo 30 de mayo, Agnès Varda cumplirá noventa años. Esta figura fundamental de la “Nouvelle Vague” –nacida en Bélgica; como tanto francés famoso- tiene una notable filmografía con más de  cincuenta títulos documentales y de ficción (“La pointe court”, “Cleo de 5 a 7”, “La felicidad”, “Las playas de Agnès”, “Muros, muros”, etc.) hasta el momento culminada con este magnífico y experimental film (“Caras y lugares”) realizado conjuntamente con un pintoresco fotógrafo galo nacido en 1983 e identificado solamente como JR.

JR se especializa en realizar gigantescas fotografías de personas, registradas y obtenidas en pocos minutos desde su laboratorio instalado en un camión que también es el vehículo que le traslada. Reunido con Agnès Varda,  recorren perdidos y pintorescos pequeños pueblos de Francia (y otros que no lo son tanto), fotografiando y entrevistando a gente del lugar, cuyas imágenes gigantescas serán pegadas en muros y otros espacios allí encontrados.

La realización se transforma en  un documental sobre esas gentes: obreros, granjeros, mineros, hombres y mujeres que nos hablan de sus vidas, pero también del cautivante hecho artístico –rápidamente perecedero- que son sus imágenes compartidas con la gente del pueblo y con los espectadores del film. También existe aquí un documental sobre el arte y los artistas.

Agnès Varda y JR son una constante en la pantalla, no en cuanto a una exposición desmedida de sí mismos y su trayectoria previa, sino simplemente como el artista  treintañero  y  la anciana dama generadores de hechos, de hurgadores en vidas y sentimientos propios y ajenos.

Varda asume su carrera como algo tan natural como la vida sin mayores relieves de aquellos entrañables pueblerinos, a los que recreará en imágenes superpuestas: las que ofrece el film actuando directamente sobre cada ser humano, y las que (re)fotografía  el film en su recreación de los muros cubiertos por gigantografías de esas mismas personas. Un juego casi mágico sobre amistades, compañerismo, trabajo y también acerca de su ausencia.

Esta anciana dama, es captada fuera de todo divismo, aunque estamos ante una diva en el mejor sentido del término;  es la cineísta famosa para unos y la señora de la que poco o nada saben para otros. Varda se preocupa que así sea. La emocionada referencia a quien solamente identifica como Jacques, no es sino la muestra de amor hacia otro, sin necesidad de aclarar(nos) que se  trata de Jacques Demy, gigante dentro  y fuera de la “Nouvelle Vague”: su esposo y realizador de brillantes títulos (“Lola”,  “Fiebre”, “Los paraguas de Cherburgo”, entre otros).

Un Jean-Luc Godard que Vardá evoca como “l’enfant terrible” que fuera, se encarga de mostrar su soberbia en la vejez, que su admiradora perdona como una anciana puede hacerlo con el sobrino querido.

El cine corre por las venas de la realizadora, insertando aquí  elocuentes  y calladas, casi ocultas referencias para cinéfilos. Acertijos fílmicos que pasan por sus documentales previos, la autobiográfica y emotiva “Las playas de Agnès”  (2008), y “Muros, muros” (1981).  Pero no solamente lo temático del cine de Agnès Varda  se filtra en cada fotograma de “Caras y lugares”, también está su sentido estético de la imagen.

Siete fotógrafos registraron “Caras y lugares”, el estilo visual es uno. Creado indudablemente en la selección de Vardá al compaginar tan diverso material, al que imprime sentido poético o dramático según corresponda. Es perceptible el perfeccionismo visual de Varda. El elocuente plasticismo icónico de “La felicidad” (1965) –donde la realizadora contara con notables colaboradores en el rubro: Jean Rabier y  Claude Beausoleil- es, en otro estilo acorde al género de cada realización, el desplegado en “Caras y lugares”.    Demostrando, como siempre lo hizo, que lo bello de sus películas no está reñido con lo socialmente auténtico.

Llamado para nostálgicos, desde la banda sonora llegan unos compases musicales que nos retrotraen al pasado. Velozmente escuchamos un tema que conduce firmemente al universo de Anouk Aimée en “Lola” (1961, Jacques Demy) y al “torbellino” de Jeanne Moreau en “Jules et Jim” (1961, François Truffaut).

Extasiados los sentidos ante “Caras y Lugares”, corresponde señalar que  este es mucho más que un documental acerca de lo indicado por su título: es una bienvenida incursión en los pliegues del alma humana.


Una semana y un día (Shavua ve Y om). Israel 2016

Dir. y guión: Asaph Polonsky. Con: Sharon Alexander, Shai  Avivi, Evgenia Dodina.

Al culminar el período de siete días de ritos funerarios judíos conocido como Shiv’ha, el matrimonio que ha perdido un hijo veinteañero, se propone retomar sus quehaceres cotidianos. Lo cual supone incorporar al dolor aquellos momentos donde se filtran sentimientos (de amigos, vecinos, etc.) no necesariamente ligados con esa pesadumbrosa ausencia.

Esa alternancia de sentimientos es concretada con la irrupción de personajes y situaciones que  van del más ramplón golpe y porrazo, a payasadas escapadas de un pobre circo de pueblo, o peor aún, de la mala TV.

Precisamente, de la televisión, provienen los actores principales Sharon Alexander y Shai Avivi, lo cual lleva a considerar que estamos ante el equivalente israelí a una astracanada del cine porteño (sensiblería incluida) al servicio de comicastros de moda.

El realizador norteamericano Asaph Polonski (1983) -que no debe confundirse con el  “blacklisted”  Abraham Polonski-, obtuvo un premio en Cannes, en   mayo de 2016, por “Una semana  y un día”.  Su inmediato estreno en buena parte del planeta, fue entusiastamente saludado por la crítica.

Parecería que ha llegado el momento de revisar la filmografía de Carlitos Balá, Palito Ortega y quizás otros talentos incomprendidos.