Esperpéntico y surrealista humor en corrosiva caricatura de la televisión

Por A. Sanjurjo Toucon

>> Mi gran noche. España 2016. Dir.: Alex de la Iglesia. Con: Raphael, Mario Casas, Blanca Suárez, Santiago Segura.

Los elegantes comensales ocupan numerosas y enormes mesas redondas en gigantesco salón de fiestas. Apetitosos platos e innumerables bebidas aguardan el inicio de la ingesta. Ríen, aplauden, bailan, se desean mutua felicidad para el año 2016 que habrá de llegar a medianoche. Diversos artistas despliegan sus artes entusiastamente. Se trata de una gigantesca simulación: los asistentes ríen, bailan, aplauden, brindan, se prodigan mutuos deseos de felicidad, y nada ni nadie podrá modificarlo, ya que siguen el guión cuidadosamente elaborado para grabar el programa televisivo, que a medianoche del 31 de diciembre se ofrecerá a los telespectadores. Los asistentes de dirección lo digitarán todo: cuándo reír, cuándo aplaudir, cuándo bailar, etc.

En la calle,  en las escasas escenas desarrolladas fuera del estudio de TV, una caótica lucha, totalmente real, enfrenta a ciudadanos comunes con la policía. Los artistas animadores del festejo son, en muchos casos, viejas figuras recordadas solamente por los mayores. En una humorada  cruel, el cantante Raphael, personifica a una apergaminada estrella de la canción, inútilmente adherido a su pasado de esplendor. Para que no queden dudas acerca de la implacable (auto) burla, el personaje se llama “Alphonse, con  p y h”, según aclara alguien al referirse a esta versión masculina y humilde de Norma Desmond.

Una lectura directa del film, bastaba para hallar una disfrutable y casi surrealista galería de esperpentos “valleinclanescos”, en lo que a su vez constituye vitriólica disección del mundo televisivo que en todo el mundo parece ser igual.

De la Iglesia, dentro de los disfrutables exabruptos de su cine (El día de la bestia, Perdita Durango, La comunidad, Crimen Ferpecto, Las brujas de Zugarramurdi, etc.) no rehúye las semejanzas con el mundo real. La fiesta y sus asistentes simulando cuanto no son, bien podría representar a una España en crisis, o aún más, el confort, aunque sea simulado, de los habitantes de una próspera Unión Europea, víctimas de una caída tan real como difícilmente aceptada.

El realizador se mantiene fiel a sí mismo: cuestiona (la religión está presente en la anciana aferrada a su cruz), pulveriza la hipocresía de las clases medias y altas, posibilitando a su vez, las lecturas  múltiples.

Cuando el cine de Almodóvar se ha refinado, perdiendo parte de su incisividad, De la Iglesia mantiene rugosidades que le tornan un cineasta diferente (divertido y cuestionador).

Otro mérito (de autor y elenco), está constituido por la labor de actores que no solamente cumplen lo indicado por el libreto, como corresponde, sino que imprimen a su desempeño el espíritu del mismo.

Buñuel y del Valle Inclán, han de sacudirse de risa en sus tumbas.

>> El hombre que conocía el infinito  (The Man Who Knew Infinity). Reino Unido 2015. Dir.: Matt Brown.  Con: Dev Patel, Jeremy Irons, Malcolm Sinclair, Raghuvir Joshi.

Srinavasa Ramanujan (India 1887-1920) fue un muy importante matemático indio que actuando intuitivamente y con mínimos conocimientos de matemática pura, contribuyó a la teoría de números, las series, las fracciones continuas y otros esoterismos matemáticos. Este film acerca de Ramanujan, muy acertadamente no intenta explicar tan complejos asuntos, sino solamente narrar los siete últimos años de éste, buena parte de los cuales transcurrieron en la Inglaterra imperial, bajo cuya corona vivía la India.

Ramanujan consiguió interesar a matemáticos británicos, especialmente a Geoffrey Hardy, quien le consiguiera una plaza en la Universidad de Cambridge y fuera decisivo en su consagración.

El realizador y coguionista Matt Brown, con un film previo al que nos ocupa, se basa en una biografía del matemático escrita por Robert Kanigel, y a su vez construye una Gran Bretaña, a punto de ingresar en la Primera Guerra Mundial, donde sus aspectos más brutales –especialmente el desprecio por sus dominados hindúes- y las actitudes aristocráticas quedan sometidas a esa prolijidad que al British Empire dispensaron muy atendibles títulos como “Lo que queda del día” y “La mansión Howard”, en tanto las miserias de la India se asemejan a la mirada condescendiente que el notable David Lean desplegara en “Pasaje a la India”. El documental “Calcuta” (1960, Louis Malle) hubiese sido un referente fiel y molesto.

El cinematográficamente atractivo diseño de ambientes y de personajes, acompaña los avatares del matemático indio, rechazado mayoritariamente por sus almidonados colegas británicos, sin razones y con ellas. Entre estas últimas la imposible demostración de sus acertadas teorías. Ramanujan arriba a exactas conclusiones, no logra demostrar el proceso y atribuye sus dotes a una diosa india.

Ese periplo londinense incluye la relación epistolar entre Ramanujan, su madre y su esposa, con la que se casara cuando  ella tenía 13 años -dato que el film omite-, la llegada de la Gran Guerra con dirigible alemán bombardeando las Islas Británicas, celos y deslumbramientos en el ámbito universitario, los problemas de salud del protagonista y otros avatares semejantes.

Tal cúmulo de virtudes y defectos, abre paso a un film atractivo, pulcramente envuelto (para regalo) y por instantes con lograda sutileza. Está destinada a sugerir una extendida e imprecisa homosexualidad –propiciada por una concentración masculina en clubes y universidades-, históricamente aceptada en el caso de Hardy, aunque el film respetuoso de las buenas costumbres de la época prescinda de ello.

El elenco tan impecable como los pasillos y jardines universitarios, tiene dos disfrutables puntales en ambos protagonistas  principales: Dev Patel (“¿Quién quiere ser   millonario?”, “El exótico hotel Marigold”, etc.) y Jeremy Irons, como siempre, imprimiendo a sus personajes sinuosidades que no se hallan necesariamente subrayadas por el guión.

Cine británico clásico y bueno.


De la TV y sus intimidades

En el film uruguayo “Los modernos”, existe una secuencia con valor  propio -independientemente de semejanzas temáticas abordadas por otros films- merecedora de un análisis particular. La misma se integra con todo cuanto representa una valoración de nuestra televisión y en  particular de los canales estatales y/o municipales.

Una de las productoras de este/estos canal/canales, es entusiasta impulsora de una programación con fuerte presencia cultural/intelectual en horarios centrales. La misma se concreta con un programa en el cual discursivos y eruditos disertantes (multiespecialistas en arte, filosofía, psicología y un largo etc.) desgranan plúmbeas y crípticas palabras para su autocomplacencia; inversamente proporcional al bajísimo “rating” de esos programas. La burlona y caricatural representación de los referidos espacios culturales, se convierte en algo divertidamente feroz, ya que uno de los participantes de los mismos está interpretado por Carlos Rehermann, destacado intelectual responsable de programas culturales en radio y televisión oficiales.

Y por cierto que la referencia sangrienta a la TV oficial no queda allí. No falta sitio a la jerarca del canal dispuesta a mantener el espacio cultural con algunas “modificaciones”, consistentes en la mayoritaria presencia de juegos acordes con los requerimientos de telespectadores tan vastos como bastos.  La TV oficial ha de competir con la privada es la consigna, y la “cholulez” es el camino.

Quien conozca el ambiente, sabe que los parecidos con la realidad no son mera coincidencia.

Un difícil equilibrio entre ambas propuestas se ha alcanzado en otras naciones, para el Uruguay es un problema endémico.

La ética, las posibilidades y todo cuanto gira alrededor de la TV, es fascinante asunto que en el cine nacional aparece muy lateralmente. Acaso allí resida lo más uruguayo de “Los modernos”, un film demasiado “alleniano”.

Otra atractiva, caricatural y vitriólica aproximación a la TV, ahora considerada a la luz de sus características internacionales, es tema central de la chirriante “Mi gran noche” (ver crítica en esta  página).

Previamente a su realización, “Los modernos” se postuló a la obtención de “fondos concursables”. Nada obtuvo.