Ingeniosa y corrosiva sátira, rebosante de vitriólico humor negro; excelentes intérpretes

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Por Álvaro Sanjurjo Toucon

Un minuto de gloria (Slava). Bulgaria / Grecia 2016

Dir. y guión: Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Con: Stefan Denolyubov, Margita Gosheva, Milko Lazarov.

De los treinta y ocho films búlgaros estrenados en nuestras pantallas, treinta y seis corresponden al período comunista de partido único, y de estos solamente tres tuvieron exhibición en salas comerciales. En 1990, Bulgaria tiene sus  primeras  elecciones    libres,   triunfando el  Partido  Socialista  Búlgaro   -comunistas moderados-, período post comunista del que en nuestro país se estrenaron seis títulos, solamente dos de ellos con exhibiciones regulares. “Un mundo de gloria  es el más reciente.

Realizada y escrita por los para nosotros desconocidos cineastas búlgaros Kristina Grozeva (1976) y Petar Valchanov (1982), esta es una ingeniosa y corrosiva sátira, rebosante de vitriólico humor negro.

En forma concisa, el film presenta a sus dos personajes eje, una sofisticada encargada de RR.PP. del Ministerio de Transporte,  y un humilde guardavía, taciturno y solitario a causa de su extrema tartamudez, rústico, algo ignorante, pero no tonto.

Con pocas y largas tomas del hombre, cuya rutinaria recorrida es quebrada por el hallazgo de una enorme cantidad de dinero que entrega a las autoridades, se redondea el diseño de este individuo, pero también de quienes conforman su reducido entorno. Luego, la cámara salta al consultorio médico donde una mujer se somete a un tratamiento de inseminación artificial, la que brinda mayor atención a su teléfono celular –los teléfonos móviles serán un personaje de considerable participación- que a las indicaciones del médico, trasmitidas a su compañero. Este desinterés de la mujer, cuarentona, ante una eventual y nada fácil maternidad, tiene su brutal contraimagen cuando  la misma es contemplada en el vértigo de su función, ahora encargada de organizar el acto en que en ceremonia pública, el Ministro de Transporte    entregará un reloj (barato y defectuoso) como premio al modesto ferroviario.

Desde el instante en que el obrero a ser homenajeado arriba a la ciudad, el film va descubriendo la urdimbre de intereses políticos ocultos en ese ensalzamiento de un desconocido, las desmedidas ambiciones de autoridades y sus empleados, así como de los medios de comunicación en una despiadada lucha por alcanzar egoístas propósitos.

La hipocresía imperante no surge de un cine de denuncia adusto, sino de esa mirada distante ofrecida por un guión que muestra fría y permanentemente a una sociedad deshumanizada, doblegada por una tecnología frecuentemente superflua. Acude también al humor corrosivo, materializado en ese hombre cuya vida se apoya en el valor afectivo de un reloj perdido, reiterando su restitución hasta el cansancio.

Un montaje ágil y funcional, cuyo centro de atención va de la ambiciosa relacionista al guardavías, desarrollando la peripecia individual de cada uno, mostrando su recíproca incidencia, y a la vez sin abandonar el nexo que les une, constituye uno de los sustentos del film. Otro de los puntales de la realización, lo constituye una excelente labor actoral, ya sea de las figuras centrales o aquellas con labores más breves.

Si cada línea de diálogo conlleva una carga crítica (los elogios del Ministro, el interés de un periodista opositor, la burocracia de un portero reflejando la de todo un sistema), lo visual y el sonido no quedan detrás. Así, la utilidad de una bandera de la Unión Europea, y por ende del organismo que representa, no es otra que la de ocultar la desnudez (lo real); mientras que el irritante sonido de una mosca, refleja la poca importancia dada al alojamiento  del homenajeado.

Las impecables imágenes, registradas con cuidada plasticidad y elocuencia, llegan a través de un muy discutible uso de la cámara en mano –particularmente en los minutos iniciales- reflejando una propuesta formal frecuente en las últimas generaciones de nuevos realizadores, y en este caso favorecida, quizás, por el desempeño como periodista en TV y documentalistas de Grozeva y Valchanov.

Otro guiño que arroja el film, parece dirigirse a formas culturales sobrevivientes del período comunista de Bulgaria, comunes a otros de los antes llamados “países socialistas”. La ceremonia de premiación al proletario (con su falso armado, ya sin distingo de sistemas), remite a los antiguos “stajanovistas”, héroes del trabajo.

Una manera inteligente y mordaz, de contemplar irónicamente al mundo. El espíritu del mejor Billy Wilder parece asomar.


El atelier (L’atelier). Francia 2017

Dir: Laurent Cantet. Guión: Robin Campillo y Laurent Cantet. Con: Marina Foïs, Matthieu Lucci, Florian Beaujean, Mamadou Doumbia, Warda Rammah.

El realizador y coguionista Laurent Cantet (1961, Francia), permanece fiel a su filmografía donde una problemática real y concreta, permite la apertura a planteos políticos, sociales, laborales y otros ítems no menos importantes –como ya se viera en “Recursos humanos”, “El empleo del tiempo”, “Entre los muros”-, tornando sumamente atractivos aún a sus títulos menos logrados.

“El atelier” arranca con una controversia menor entre jóvenes franceses, veinteañeros, asistentes al taller literario de una exitosa escritora. Estos conforman un grupo representativo de una nación gala con ciudadanos de origen árabe, africano, caucásico y religiones diversas, aquí con especial presencia islámica.

La xenofobia y el racismo de alguno se contrapone al sentimiento de pertenencia a Francia, de quienes son hijos o nietos de inmigrantes. Con sensible manejo del tiempo interno del film, el conflicto étnico religioso va apoderándose del mismo, haciendo del espectador un partícipe silencioso de las cuestiones puestas sobre la mesa.

Tan brillante desarrollo trastabilla cuando el film dedica extensa secuencia a la relación entre la escritora y uno de los integrantes del grupo; así como ante ese verdadero “pegote” con que es rematado el relato, luego del oscurecimiento total de la pantalla que es su verdadero final.

Asombroso el naturalismo del joven elenco no profesional, que convierte a un fascinante producto de ficción, en casi un documento acerca de determinado entorno. Imprescindible.