La falsa escenografía de Las Vegas es el escenario final de un cómico tan venerado como menospreciado

Jerry Lewis (1926 – 2017) > RETRATO PARA ARMAR

Por A. Sanjurjo Toucon

La muerte de una figura trascendente, lleva al periodista presurosamente, a hurgar en las carpetas guardadas y periódicamente actualizadas (cosa sumamente improbable), o a acudir a la indispensable internet que acabará dando forma a notas similares en los medios de prensa.

Procurando eludir esas alternativas ofrecemos este retrato de Jerry Lewis a través de la palabra del desaparecido, de otras importantes figuras que le conocieran y el recuerdo que aquellos films produce en quien los viera, ya hace bastante más de medio siglo.

Toma 1

Lugar: la Bienal de 2013

Dir.: Robert Benayoun y André S. Labarthe

El 3 de julio pasado, Janine Bazin, André S. Bazin y yo, desembarcamos en Londres para realizar un Cinéastes de notre temps sobre Jerry Lewis. En los estudios de Shepperton, un Jerry paciente y estoico, aparentemente despreocupado por sus asuntos de metteur en scène, rodaba bajo la dirección del exactor Jerry Paris, una comedia titulada Don’t Lower the Bridge, Raise the Water. Aunque haya elegido obedecer, y de buena gana, a este otro Jerry, sin embargo risueño y poco bromista, Lewis, entre algunas partidas de golf, de baseball y orgías fotográficas diversas, parece aburrirse bastante viendo rodar a una maquinaria de la que no controla los resortes. Como siempre hiperactivo, caprichoso, juguetón, disponible e irónico, parecía experimentar un malévolo placer en no dejar atrás su papel de actor, registrando los fallos de memoria de Terry-Thomas y otros azares, como un capitán de buque amigo, decidiendo en caso de naufragio apoyarse en los privilegios suicidas de su colega: un solo Jerry oscurecería con el buque, pero no sería el nuestro.

Nuestras entrevistas comenzarían arriba del Hotel Hilton, donde Jerry poseía una suite inmensa. Proseguirían entre las tomas en los estudios Shepperton, luego en Kensington Gore, en el College Royal d’Art Dramatique, donde Jerry imparte una conferencia con un debate ante un patio de butacas de estudiantes excitados. Si a algunos Jerry libra su imagen habitual de estrella y de payaso, veremos qué nos tenía preparada otra cara, la del técnico y el artista.

– Como se sabe, Jerry Lewis es para nosotros un metteur en scène, por su arte y su técnica. Su formación es bastante especial. Pasó de la interpretación a la producción, luego al estatuto oficial de «director». ¿Pero no había dirigido antes del estadio oficial?

-Jerry Lewis: Sí, me embolsé subrepticiamente algunas puestas en escena. Dirigí en una base oficiosa, podríamos decir.

-¿Antes incluso de producir?
-Jerry Lewis: Sí.
-Hay fotos de usted tras la cámara durante el rodaje de sus primeras películas como actor. ¿Era una aspiración personal o una inversión metódica?
-Jerry Lewis: Era el fruto de un plan diabólico, pero también por necesidad. Debía hacerlo porque era el fruto de mi amor. Como ya he dicho, caí todas las veces posibles, y me pareció más fácil instalarme detrás de la cámara que dejar a otro idiota hacerlo en mi lugar.

-¿Cuándo tuvo la idea? ¿Durante la primera, la segunda película?
-Jerry Lewis: Inconscientemente, desde el principio: era demasiado curioso con los técnicos y con el desarrollo de la película para percibirlo. No me di cuenta de mi interés hasta que comencé a utilizar algunas informaciones que había recolectado. Mis películas de amateur, por supuesto, que pensé que eran simples juegos y distracciones, eran, de hecho, un ejercicio de preparación.

-¿Podría hablarnos de esas películas? ¿Las rodaba con Tony Curtis, Janeth Leigh y sus amigos más íntimos?
-Jerry Lewis: Cualquiera que se encontrara por la esquina. Si alguien era elegido y no respondía a la convocatoria, ¡muy bien! Le matábamos. ¿Fulano de tal? ¡Se ha hecho matar en pleno Boulevard Pico por un armario volante! ¡Qué tristeza! Y lo tachábamos en el guión.
-¿Eran sobre todo pastiches de las grandes películas del año, como Sunset Boulevard?
-Jerry Lewis: La nuestra se llamaba Fairfax Avenue. Sí, eran puras sátiras.
¡Lo habría adorado! De hecho, Bogey debía venir a rodar con nosotros con Jeff Chandler, y estábamos totalmente excitados. Bogey habría estado maravilloso. Reescribí, en la víspera del rodaje, varias escenas de lo que habría sido una película sobre los problemas domésticos de un bailarín de claque y de su madre. Luego Bogey debió marcharse a Sacramento, hambriento, y debió cancelarlo. Yo estaba horriblemente decepcionado. Pero Jeff Chandler salvó la película y fue muy divertido. Nos divertíamos mucho, y estas películas rompían más o menos la tensión de nuestro trabajo cotidiano. Satirizábamos literalmente nuestra jornada en el plató. No sabía que me instruía a mí mismo en la escritura de una película, en su transposición verbal, el montaje y la dirección de actores.
-¿Y estas películas son para usted, hoy en día, cosas del pasado? ¿Ya no las ve, no las mostraría?
-Jerry Lewis: No. Eran magníficas lecciones, pero ahora mismo tengo una idea demasiado elevada de la técnica como para no sentirme avergonzado de su amateurismo. Sin embargo, contenían buenas cosas –que ignoraba que fueran buenas–. Era como una panoplia de un químico. Cuando dirigí mi primera película, me quedé estupefacto al ver la cantidad de cosas que sabía, y aterrorizado por la cantidad de cosas que no sabía.

TOMA 2

Lugar: Páginas de “El oficio de un cineasta”

Dir.: Jerry Lewis

El film, mi pequeño poderoso instrumento de alegría y amor, arma fantástica para crear o detener la violencia, está en tus manos. La única elección posible que tienes en nuestro mundo es no quejarte de la injusticia ni romper ventanas, sino hacer un esfuerzo concertado para hablar con voz alta. La voz más alta que conoce el hombre se encuentra en una bobina de mil pies de longitud.

TOMA 3

Lugar: las páginas de “crónicas”

El cine “Princess” de la calle Rivera no fue una vulgar sala de barrio, aunque por su ubicación lo fuera. Estrenó numerosas veces films que normalmente habrían ido a dar a una sala céntrica, y por diversos motivos fueron a esa particular sala.

A comienzos de los años 50, el Princess estrenó en fechas diferentes, los films “Irma la enredadora” e “Irma se desenreda”, comedias aparentemente intrascendentes con varios actores en común. Entre estos y sin especial destaque aparecían los nombres de Dean Martin y Jerry Lewis que pasaron a ser contratados como dúo. Los vínculos tenían su interés: Lewis le permitirá a Martin penetrar en Hollywood y Martin le daría a Lewis un cierto aire circunspecto no obtenido en el mundo real. Ambos y en especial Martin eran amigos de Frank Sinatra.

Sus films, según recuerdos, proliferaron y la pareja fue haciéndose conocer en el mundo. El lejano Río de la Plata incluido. Su presencia en la pantalla crecía a la vez que en los films “importantes” no fueran protagonistas. Uno de ellos, “Camino a Bali”, contaba con la pareja pero situada detrás de Bob Hope y Bing Crosby, habituales en la serie “Camino a….”

Hollywood tenía sus círculos de poder, el de los italianos donde sobresalía Sinatra, al que se atribuyeron vínculos con la Mafia. Mientras que Lewis era judío, otro grupo que tenía gravitación poderosa en todas partes y en especial en el negocio del espectáculo.

Los detractores de la pareja señalaban que actuaban sobre el esquema de Abott y Costello, a su vez inspirados en los geniales Laurel & Hardy.

Martin y Lewis se separaron en no muy buenas relaciones recompuestas años más tarde.

Lewis fue autor total de esos films en que actuaba y dirigía, los críticos franceses, los agrupados en torno a “Cahiers du Cinemá” y sus antagonistas de “Positif” coincidieron en sus loas. Incluso adjudicaron al cine de Lewis intencionalidad crítica hacia la sociedad norteamericana. El humor de Lewis en los films por él dirigidos tenía escasa efectividad y aspiraciones intelectuales. Siguió el derrotero de muchos que quisieron permanecer en el templo de la fama: hizo exitosos ciclos y series en la televisión y cuando la TV y su público, reclamaron caras nuevas se convirtió en animador de los casinos de Las Vegas, ciudad tan falsa como toda su escenografía.

Casado dos veces, tenía seis hijos. Falleció a los 91 años “rodeado de familiares según los cables.

Sus películas con Martin, provocaban las protestas de niños y jóvenes cada vez que este cantaba. Pero eran las mejores. Su más desopilante interpretación, creo que sea la del film de terror “Muertos de miedo”, que no he vuelto a ver luego de su estreno, en 1954, en el cine Central.