Marco Bellocchio: retrato familiar parcialmente acertado, sin la militancia política de otrora

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Por A. Sanjurjo Toucon

Dulces sueños (Fai bel sogni). Italia / Francia 2016

Dir.: Marco Bellocchio .  Con: Valerio Mastandrea, Dario Dal Pero, Nicoló Cabras, Bérénice Bejo, Barbara Ronchi, Fabrizio Gifuni, Guido Caprino.

El italiano Marco Bellocchio (1936) integra  un núcleo de cineastas que,  pertenecientes a la llamada “terza generazione” y/o  próximos a la misma, se han caracterizado por films con nítida componente política, aunque raramente panfletarios. Una ilustre lista de figuras mayoritariamente pertenecientes al partido comunista, al que luego abandonaron adhiriendo  al socialismo, el anarquismo e incluso esotéricas corrientes orientales que no impidieron continuar adoptando actitudes cuestionadoras y contestatarias,  molestas para izquierdas y derechas confesionales. En dicho nucleamiento de “registas” se hallan Damiano Damiani (1922-2013), Florestano Vancini (1923-2008),  Pier Paolo Pasolini (1922-1975), Mauro Bolognini (1922-2001) , Bernardo Bertolucci (1941),  y desde luego Marco Bellocchio, entre otros.

Bellocchio mira en torno suyo, analiza, y cuestiona. A  la familia en “I pugni in tasca” (1965), nuevamente a la familia, en este caso adinerada  y burguesa, en “La Cina è vicina” (1967), a la religión  en “Nel nome del  padre” (1972), y un largo etcétera, donde las instituciones sociales tradicionales, en particular las estructuras sociales de raíz cristiana, ocupan sitial destacado.

Cercano a los ochenta años, Bellocchio prosigue su prolífica trayectoria  y en “Dulces sueños” retoma la temática familiar, con cuestionamientos más difusos y un tratamiento menos  político del tema.  Por el contrario  centrado en un drama personal. El de Massimo, niño que queda huérfano de madre a los cinco años, y a lo largo de su vida –es ahora un cuarentón- es acosado por los detalles de aquella muerte.

Bellocchio, y probablemente la novela de Valia Santella –guionista de “Mia Madre”- de la que adapta el film, dividen en capítulos acronológicos la atormentada existencia de ese niño que será cronista deportivo, escritor, corresponsal de guerra, etc. Esos permanentes “flashbacks” dan lugar a pequeñas minihistorias en torno a la obsesión del huérfano perpetuo, agilitando el relato y creando cierto suspenso en torno a su (previsible) resolución.

La interpretación de  Massimo por tres actores, y los saltos en el tiempo a veces indicados mediante un letrero y otras, deducibles por el aspecto del protagonista, son también responsables de fugaces confusiones.

El Bellocchio tradicional parece haberse ablandado con los años, en especial en aquellos tramos sobre la  infancia de Massimo y su relación obsesiva con la madre, con una fuerte componente edípica, en que el film se entrega de lleno al melodrama de golpe bajo. Aún así, Bellocchio se las ingenia para crear interés en torno a esta(s) historia(s), donde no faltan  los personajes casi oníricos (los de la secuencia de la fiesta de los abuelos).

Una cierto aroma a psicología de “mesa de café”, dice presente.


50 Primaveras (Aurore). Francia 2017

Dir.:Blandine Lenoir. Con: Agnés Jaoui, Thibault de Montalembert, Pascale Arbillot, Sara Suco.

Aurore, mujer atractiva, tiene 50 años, una instrucción escasa, dos hijas jóvenes con sus respectivas parejas, y un ex marido con hijas pequeñas; sufre los sofocones propios de una menopausia que se inicia, cuyas consecuencias –de las que recién se entera- son, entre otras, la pérdida de la capacidad reproductiva, la irrupción de desbordes de su silueta y una epidermis que comienza a ajarse.

Aurore, al igual que otras mujeres, acusa el impacto emocional que ello le provoca, el cual se ve acrecentado a causa del increíble desconocimiento de la situación.

Ciertas formas de discriminación, imposibles de controlar (la preferencia por jóvenes en la atención de un restorán, y el relegamiento a tareas donde el “cliente” no tiene exigencias estéticas), actúan a consecuencia del incipiente deterioro del atractivo físico. Más el impacto provocado por  la imposibilidad futura de perpetuar la especie (por encima de leyes igualitarias), generarán estados depresivos magnificados ante la fecundidad y atracción sexual de las hijas.

Un antiguo amor, evocador de juveniles ansias, el amor marital perdido (ante lo que seguramente es una fecunda mujer joven), la presencia cuasi forzada de un nuevo  amante, el descubrimiento de la sexualidad en la tercera edad, confesada por una de las residentes en el hogar de ancianos donde cumple tareas domésticas, sacuden emocionalmente a esta mujer que, involuntariamente y por obra de la biología, no cree en la posibilidad de  un destino rebosante de felicidad (sexo + amor, sin mayores preocupaciones económicas).

La estupenda Agnés Jaoui, sortea con holgura el complejo personaje de Aurore, dotándolo de una impresionante autenticidad psicológica, la que también se expande a los restantes intérpretes. Merecen destacarse la fotografía, que sobrepasando su profesional presencia, capta rostros y  estados anímicos con expresiva dramaticidad (sin que el film abandone su tono de  comedia amable); y una cuidadosa escenografía donde los ambientes reflejan a quienes los habitan o trabajan en  ellos.

Sin editorializar al respecto, la realización de Blandine Lenoir testimonia lo discriminatorio en lo laboral  y social a favor del hombre, y la inducción a legitimarlo por parte de mujeres (madres) inocentemente atávicas.

La envoltura, constante, de simpática comedia, reviste a este título que es eso y mucho más, incluyendo muy tangenciales referencias a la tampoco agradable andropausia. Un film acerca de una querible mujer llamada Aurore, y las diferencias biológicas y psicológicas de  hombres y mujeres que disfrutan de la vida y el amor gracias y a pesar de ellas.

IGUALDADES Y DIFERENCIAS: Tiempo atrás, en  una charla para hombres y mujeres de la Tercera Edad, un prestigioso sexólogo sostenía que en esa etapa de la  vida, el dominio sexual (y todas sus derivaciones) corresponde a la mujer, a quien, para mantener  una relación sexual medianamente ortodoxa, basta con separar sus piernas por propia  voluntad, en tanto el hombre ha de alcanzar una erección por encima de voluntarismos.

“50 Primaveras” es una historia romántica pero no mojigata, que sabe de la valoración de la sexualidad preconizada por Sigmund Freud.