Mel Gibson, desde su conservadurismo homofóbico, elabora personal caldera del diablo.

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Hasta  el último hombre (Hacksaw Ridge). Australia / EE.UU. 2016. Dir.: Mel Gibson. Con:  Andrew Garfield, Sam Worthington, Rachel Griffits.

Desmond Doss (1919-2006) fue un soldado estadounidense objetor de conciencia, que justificara su  postura antibélica en la Segunda Guerra Mundial, apoyado en preceptos de los Adventistas del 7º. Día., grupo religioso al que pertenece.

Los vejámenes y castigos a que es sometido este individuo, adquieren cierto cuestionamiento genérico a la brutalidad de la disciplina militar. Paradojalmente, ese entrenamiento permitirá sobrevivir a los belicistas y al solitario pacifista; englobados todos bajo una misma bandera. Para el film, esa degradación queda justificada ante el resultado final: todos (los norteamericanos) son héroes.

Coherente consigo mismo, el realizador Mel Gibson, hace de “Hasta el último hombre” una obra contradictoria y ambigua. Conviene señalar algunos rasgos de este singular personaje. Nacido en los EE.UU. se convirtió en destacado intérprete del cine de Australia, país al que se trasladara con  su familia. Un telefilm, una serial televisiva y un “thriller” australianos, son sus créditos cuando obtiene el rol protagónico en “Mad Max”, fundador de una saga que llega a agotar al personaje.

El difuso (y discutible) mensaje de “Hasta el último hombre” reproduce las ambigüedades de otro film de Gibson: “La pasión de Cristo”,  que reconstruía las últimas horas de este apoyándose en textos históricos dispares y no coincidentes.

Gibson no es el mero ejecutor de un guión ajeno, sino el realizador comprometido con su ideario, coincidente con los sectores más conservadores del Partido Republicano, que marcara distancia con éste a causa de su radicalismo derechista.  Mel Gibson realizó públicas declaraciones antisemitas, se opuso al aborto y la investigación de  células madre, es racista y, entre otras cosas, rabiosamente homófobo.

El conservadurismo “gibsoniano” se expande desde lo ideológico a lo formal. El retrato familiar, el (melo)drama del padre alcohólico, la ambientación e incluso los personajes de rotundo y claro diseño, parecen escapados de algún dramón bélico del Hollywood de los años 30 y 40. Aunque el máximo exponente de esa característica es la inmaculada relación sentimental del soldado con “su chica”, a la que conoce a los pocos minutos de iniciado el film logrando que ella lo “espere” hasta que se cumplen dos largas horas de  proyección.

Difícilmente sea esta una realización que entusiasme al gran público o a los militares, seguramente los Adventistas del 7o. Día mejorarán su concepto sobre el cine en general.

Fiesta de Navidad en la oficina (Christmas Party) EE.UU. 2016. Dir.: Josh Gordon y Will Speck. Con: Jason Bateman, Olivia Munn, T.J. Miller, Jennifer Aniston.

Entre el 7 y 9 del corriente mes de diciembre, este film se estrenó en más de cuarenta países, y entre el 15 y 21 del mismo mes tres naciones más se sumaron a la lista (su estreno montevideano fue la pasada semana). Las fechas no son casuales y responden a la costumbre hollywoodiana de lanzar films con temas navideños alrededor del 24 y 25 de diciembre. En su mayoría empalagosas historias ávidamente consumidas por un público (mayoritariamente estadounidense) sensibilizado por atavismos.

Este cine se caracterizó por su sincretismo respecto a Papá Noel o Santa Claus, cuyo origen pagano (al igual que el “árbol de Navidad”) fue soslayado, exhibiendo características de un cristianismo que estableció esa fecha como la del nacimiento de Jesús, apelando a deducciones tan válidas como las  que lo ubican en setiembre u octubre, o bien en marzo.

La celebración religiosa adherida a la institución familiar, al llegar al cine                         –especialmente al norteamericano- se transforma en ámbito propicio  para nobles sentimientos grupales (la  familia es  uno de ellos)  infaliblemente predominantes en la “realidad” del film, extrapolable a la realidad del público. El cine de Frank Capra es ejemplo de ese “mundo feliz”, imbuido por las socializaciones rooseveltinas, democratizando a todo el “american way of life” con quimeras; como la expuesta en su  paradigmático film ¡Qué bello es vivir!

La realidad política de la ”guerra fría”, acrecentará el carácter propagandístico de los films de Capra,    quizás más allá de las intenciones del realizador. Son numerosos los films con “temas” navideños construidos a modo de ejemplo a seguir. El mundo de la fantasía disneyana y la imagen de Papá Noel confluyen justicieramente en el cine norteamericano navideño hecho “para toda la familia”.

La Navidad del cine, redimía todo tipo de historias. La Navidad redentora de Hollywood era ecuménica. Sin abandonar esa línea, además firme recaudadora, aparece en el cine de los años sesenta,  uno de los primeros, acaso el primer film en que la Navidad actúa subrayando la falsedad que pueden esconder esas festividades: “Piso de soltero” se atrevió a hacer de esas celebraciones el escenario de  un drama pasible de acontecer en cualquier momento del año, sin salvaciones divinas (ya sean religiosas o laicas). Hollywood potenciaba su testimonio de lo real.

Las Navidades siguieron alimentando bondades fílmicas adocenadas y un título como “Fiesta de  Navidad en la oficina” se supone trata algo de eso. Peor. Las disputas de dos hermanos –hombre y mujer- en la conducción de su empresa, dan cabida a los lugares más comunes de las actuales “comediolas” de Hollywood, hechas con receta. No faltan las situaciones cómicas sin humor, las eternas persecuciones automovilísticas, el tímido que encuentra novia y otros manidos ingredientes que harán posible la felicidad colectiva. La fiesta a que alude el titulo está destinada a salvar la empresa. Hay muy poco espíritu de cine navideño en este muy  prescindible film y eso poco importa. Da pie para hablar del tema.