El Imesi y el desafío de una fiscalidad inteligente

El sistema tributario uruguayo se caracteriza por su diseño mixto entre impuestos directos e indirectos, con un fuerte componente de consumo. Dentro de este esquema, el Impuesto Específico Interno (Imesi) se destaca por su peso recaudatorio y por su potencial como herramienta de política pública más allá de lo meramente fiscal. En 2025, sin grandes reformas anunciadas, el Imesi se mantiene como un actor silencioso pero decisivo en la matriz tributaria, mientras se discuten caminos para que su aplicación evolucione hacia criterios ambientales y sanitarios más definidos.

Por Cra. Cecilia Santucho Duarte (*)

Un impuesto indirecto con impacto directo

El Imesi grava la primera enajenación o importación de ciertos bienes específicos. Entre los productos alcanzados se encuentran los combustibles, vehículos, bebidas alcohólicas y azucaradas, tabacos y cigarrillos, entre otros. A diferencia del IVA, que es general y abarca la mayoría de los bienes y servicios, el Imesi es selectivo, apuntando a productos considerados de consumo no esencial, con potencial daño a la salud o al ambiente, o con alta elasticidad-precio de la demanda.

En términos fiscales, el Imesi aporta entre el 7% y el 9% del total recaudado por la DGI, según el año y el comportamiento del consumo. En 2024, por ejemplo, se recaudaron aproximadamente US$ 1.100 millones, siendo los combustibles líquidos el rubro más significativo, seguido por los vehículos automotores y los productos derivados del tabaco.

Cabe destacar que se trata de un impuesto de base monofásica: se cobra una sola vez en la cadena (normalmente en el primer punto de comercialización), y su traslación al precio final lo convierte en una carga indirecta para el consumidor.

La lógica regulatoria: fiscalidad como instrumento de política pública

Más allá de su rol como fuente de ingresos, el Imesi ha ganado espacio como herramienta de regulación del comportamiento del consumidor, tal como sucede en otros países con impuestos similares sobre tabaco, alcohol o bebidas azucaradas (los llamados “impuestos al pecado” o sin taxes).

En este sentido, el impuesto funciona también como un instrumento de política pública con al menos tres objetivos complementarios:

  • Disuadir el consumo de productos nocivos para la salud.
  • Desincentivar la adquisición de bienes con alto impacto ambiental.
  • Orientar las decisiones de inversión hacia tecnologías más limpias y sostenibles.

Esto se ve particularmente en el régimen de vehículos, donde el Imesi tiene tasas diferenciadas según el tipo de combustible, la cilindrada y, desde hace unos años, las emisiones de dióxido de carbono (CO₂). Así, los vehículos eléctricos están exonerados de Imesi, mientras que los vehículos convencionales pueden llegar a tributar entre un 20% y un 46% del valor de venta al público.

Este esquema pone sobre la mesa una posibilidad concreta: avanzar hacia un Imesi verde, que penalice más severamente a los bienes contaminantes y genere incentivos tributarios reales para tecnologías limpias.

Las bebidas azucaradas en el centro del debate

Uno de los sectores donde más se vislumbra un potencial giro es el de las bebidas azucaradas, que actualmente tributan una tasa del 20% de Imesi. Uruguay ha sido pionero en políticas antitabaco, pero en materia de alimentos ultraprocesados y bebidas con alto contenido de azúcar, aún se encuentra en un punto intermedio.

Desde el ámbito académico y sanitario, se ha propuesto incrementar esta tasa y aplicar un enfoque más segmentado, que diferencie entre bebidas con y sin azúcar añadida, y entre niveles de concentración de azúcares. Esto se alinea con recomendaciones de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y el Banco Mundial, que promueven el uso de impuestos específicos para reducir el consumo de productos vinculados a enfermedades no transmisibles.

Desde la visión fiscal, este enfoque puede ser positivo en términos de recaudación y eficiencia, aunque con riesgos de regresividad, dado que el consumo de estos productos suele ser mayor en hogares de ingresos medios y bajos. De ahí que los eventuales aumentos deban acompañarse de campañas educativas y programas de sustitución alimentaria.

Combustibles: entre la recaudación y la transición energética

El rubro de los combustibles merece un capítulo aparte. Las naftas, gasoil, kerosene y otros derivados del petróleo son los mayores generadores de Imesi, con tasas que superan el 50% del precio final del producto. Sin embargo, la carga impositiva sobre los combustibles plantea tensiones con los objetivos de la transición energética, sobre todo si se considera el encarecimiento relativo del transporte, tanto individual como productivo.

El desafío, entonces, es doble: por un lado, preservar una fuente importante de ingresos públicos; por otro, no frenar la competitividad ni agravar las desigualdades territoriales, especialmente en el interior del país, donde las distancias y los costos logísticos son mayores.

Algunos especialistas proponen una gradual sustitución de parte del Imesi en combustibles por tributos a las emisiones efectivas, en línea con lo que se ha comenzado a hacer en países como Canadá, Suecia o Alemania. Esto permitiría diferenciar entre usos productivos y recreativos, y entre tecnologías limpias o contaminantes.

Oportunidad para una reforma estructural

En un contexto de creciente presión fiscal y demandas sociales, el Imesi aparece como un impuesto con potencial para ser modernizado sin perder su potencia recaudatoria. La clave está en diseñar un esquema que combine:

  • Progresividad: evitar que el peso recaiga desproporcionadamente en los sectores más vulnerables.
  • Eficiencia ecológica: penalizar bienes contaminantes o dañinos, premiando la innovación sustentable.
  • Transparencia y simplicidad: reducir la discrecionalidad y garantizar un sistema claro tanto para el contribuyente como para la administración.

Si bien no se anuncian cambios estructurales en el corto plazo, la necesidad de repensar el sistema tributario en función de nuevos desafíos —salud, ambiente, transición energética, equidad— parece inevitable.

Conclusión: un viejo impuesto con nuevas funciones

El Imesi lleva décadas formando parte de la estructura impositiva nacional. No es un tributo novedoso, ni de diseño complejo. Pero su simplicidad y selectividad lo convierten en una herramienta poderosa y adaptable. En un mundo donde los impuestos ya no solo recaudan, sino que corrigen, orientan y protegen, pensar el Imesi como eje de una fiscalidad verde y responsable puede ser uno de los caminos más estratégicos para Uruguay.

(*) Integrante del Equipo de Galante & Martins