Los roles del gobierno nacional y la oposición como articuladores de los acuerdos y conflictos en los contextos del covid-19

Columna de opinión

Por: Ing. Carlos Petrella (*)

Con el Ing. Carlos Tessore  PhD hemos estudiado sistemáticamente las crisis por muchos años desde la academia con el apoyo de la UdelaR y especialmente de la FCEA. Crisis políticas, económicas, militares, sanitarias y ambientales de todo tipo. Realizamos un estudio de casos de crisis que han generado quiebres entre las condiciones previas y las condiciones posteriores con efectos muy traumáticos y desbastadores a escala planetaria. Hemos identificado cómo se alteran las reglas de la convivencia “normales” aceptadas, generando un antes y un después que no siempre coinciden, hasta generar lo que ahora llamamos una “nueva normalidad” con la que puede ser difícil convivir y, de ser posible, prosperar. 

Hemos analizado los ciclos de normalidad y excepcionalidad en todas sus dimensiones, como en el caso de la Gripe Española del año 1918, o en la crisis financiera global del año 2008, entre muchos otros procesos paradigmáticos, que fueron mostrando cómo esos ciclos se alternan no siempre de manera armoniosa, entre otras cosas por las dificultades para identificar adecuadamente y de manera oportuna las “normalidades” y “excepcionalidades” con las que convivimos. Hemos mostrado decenas de ejemplos de alto impacto y relevancia, describiendo los desacuerdos  que muchas veces actúan de manera contraproducente, porque retrasan la activación de protocolos de emergencia y aceleran crisis con efectos claramente indeseados. 

Queda claro que las crisis han acompañado y, en cierta medida, han modelado la evolución del ser humano a lo largo de su historia, con rupturas muchas veces abruptas con el pasado. Lo que está cambiando en las últimas décadas es la cantidad, la velocidad y alcance de las crisis en contextos VUCA potenciados por TUNA.  Estas circunstancias que estamos viviendo a partir de la pandemia nos ha llevado a prestar especial atención no sólo a crisis pasadas, sino -y especialmente- a las que aquejan a la humanidad actualmente y ponen en duda un futuro venturoso.

La forma en que enfrentamos las transformaciones en la sociedad, y especialmente aquellas que más nos afectan, se están alterando como consecuencia del impacto de la actual pandemia. La pandemia, que veíamos como una amenaza sanitaria, se ha manifestado como una emergencia social que ha afectado la producción, el empleo, la educación y el entretenimiento. Los gobiernos nacionales y la sociedad civil en general vieron afectadas sus agendas, alterando no sólo las políticas sociales y económicas, sino las formas de convivencia ciudadanas en grado extremo. 

La pandemia ha impactado sobre las instituciones, las organizaciones y las personas, afectando sus marcos de referencia y modificando sus conductas. Las reglas de juego con que se manejan aspectos del trabajo, la educación y el esparcimiento fueron alteradas. Los procesos políticos, económicos y sociales, que son en definitiva una construcción social, debieron replantearse. Se han hecho más evidentes los desacuerdos entre los agentes que han desembocado en conflictos no exentos de violencia, que no son propios de la normal convivencia humana anterior a la pandemia.

Se fueron generando procesos políticos, económicos y sociales excepcionales, que son también una construcción de la sociedad y seguramente plantean acuerdos y desacuerdos más controversiales. Esto nos lleva al tema que planteamos como desafío en esta columna. Nos referimos a los roles del gobierno nacional y la oposición política como articuladores de los acuerdos y conflictos en los contextos del covid-19. Estos actores deberían salir de las habituales dinámicas de ganar y perder marcando, respectivamente, aciertos y desaciertos de sus adversarios.

Las actuaciones del gobierno nacional y del Frente Amplio, y las intervenciones de sus portavoces, han generado acciones y reacciones en un continuo de profundización de las disonancias. Estos comportamientos generan dificultades crecientes para desarrollar acciones consensuadas ante los avances de la pandemia y, por lo tanto, muestran que las políticas desarrolladas acertadas o desacertadas no cuentan con un respaldo que atraviese las diferencias ideológicas de la sociedad. Las encuestas muestran claros alineamientos ideológicos para evaluar  positiva o negativamente las actuaciones sanitarias, sociales y económicas.  

Desde luego que entendemos que los partidos políticos operan reaccionando ante la realidad, tratando de llevar agua para su molino. Muchas veces, pensando que lo que se resta al adversario se suma al correligionario político. Esa especie de juego de suma cero suele dejar poco margen  para desarrollar espacios de colaboración sustentables para enfrentar situaciones críticas. Espacios que reivindicamos que son necesarios para actuar ante una crisis de alto impacto, como la que estamos viviendo en la actualidad con pronósticos todavía inciertos y cierta desorientación de la población sobre lo que se puede y debe hacer, para encarar la pandemia.

Extremando estas conductas confrontadas en el sistema político como un todo, podría llegar a pensarse colocándonos hipotéticamente en roles de gobierno que aumentando la fuerza coercitiva legítima del Estado puedan encontrarse las mejores respuestas, o que siendo opositores, cuando circunstancialmente peor estemos, más oportunidades habrá para cambiar la pisada. Desde luego que en estas situaciones de jugar a avasallar con el uso de la autoridad o entorpecer la gestión de gobierno, pueden ser una tentación respectivamente para el gobierno o la oposición. Pero no constituyen un aporte eficaz para encarar proactivamente la crisis de manera eficaz.

Lo curioso es que este camino encierra en los diversos  escenarios futuros planteados, un supuesto de restablecimiento de la normalidad previa que no siempre se podría cumplir. ¿Qué queremos decir con eso que estamos afirmando? Nos referimos a que quienes prevalezcan – en definitiva los futuros gobiernos nacionales del mismo signo que los actuales o de otro signo diferente- tendrán cierto margen para hacer su trabajo, contando con un aparato productivo funcionado, una economía equilibrada y una sociedad sostenible. Si esto no fuera efectivamente así -sin abrir juicio sobre cuestionamientos relevantes en los diferentes procederes- todos los actores perderían. En definitiva, todos nosotros como sociedad nos veríamos perjudicados.

Podemos anticipar cómo las crisis generan señales tempranas de advertencia, pero es más difícil prever cómo van a terminar. Reafirmamos que hay que estar atentos, porque no necesariamente una crisis de gran magnitud finalmente tiene un piso políticamente, económicamente y socialmente aceptable, donde la ciudadanía reafirma la necesidad de un líder más poderoso que opere como una especie de “hermano mayor” benevolente que diga qué hay que hacer o como contraposición, se rechaza al gobierno nacional circunstancialmente en el poder y se produce un recambio mediante elecciones o en casos extremos, por rupturas institucionales. 

Desde luego que entendemos que el Uruguay está todavía muy lejos de estas opciones extremas, aunque las conductas circunstancialmente prevalecientes no están ayudando a superar eficazmente la crisis. Afortunadamente, los partidos políticos históricos han evolucionado y nuestro sistema democrático y republicano luce sólido. Además, la población sabe lo que representa una ruptura institucional y seguramente no respaldará que eso ocurra nuevamente. Pero el sistema político como un todo debe generar acuerdos rápidamente para que ciertas señales de deterioro de la sociedad y la economía aceleradas por el covid-19 no nos lleven por caminos no sostenibles, en términos de la actual crisis del coronavirus, que actualmente nos ocupa.

Lo que está claro es que el camino de exacerbar los conflictos políticos, sociales, económicos en los contextos de covid-19 no ayuda al país a salir de una emergencia que ya parece ser muy crítica. Consecuentemente, tanto el gobierno nacional como la oposición política del Frente Amplio deben cargarse las pilas con un enfoque más conciliador, que suspenda por lo menos por un tiempo las confrontaciones para marcar “perfilismos” hasta que pasado el peligro, la nueva normalidad nos permita disfrutar de la dialéctica de los enfrentamientos en un estado de derecho, que todos sin duda ayudamos a construir, con nuestro esfuerzo colectivo por décadas. Lo que proponemos es esencialmente una tregua para valorizar lo que nos une y no lo que nos separa.

(*) PhD Docente e investigador de la FCEA de la Udelar.