Por Daniel Martínez Escames (*) | @D_Martinez71
Voy a referirme a uno de los acontecimientos más desgarradores y abominables de la historia, como fue el genocidio del pueblo judío —el Holocausto judío— durante la dominación nazi en Alemania y gran parte de Europa.
Quiero hacerlo para unirme contra la artera campaña que se inició con el fin de desacreditar, de minimizar el horror que vivieron los judíos.
Campaña que, con oscuros fines a los que me referiré más adelante, intenta revocar, hacer desaparecer de la consideración de los hombres, el término Holocausto, es decir, el intento de destrucción total del pueblo judío a manos de los nazis.
Tengo el orgullo de ser heredero y alumno de grandes blancos que me enseñaron a valorar al pueblo judío, entre otros, Luis Alberto Lacalle Herrera y nuestro presidente, Luis Lacalle Pou.
Alentado entonces con esas guías, debo empezar por explicar por qué privilegio la denominación de “pueblo” para referirme a todos los judíos, sin distinción de credo religioso, de opción política o ideológica, vivan en Israel o formen parte de la gran diáspora que los tiene dispersos por el mundo.
Lo hago así porque estoy convencido de que los judíos son, antes y más que nada, un pueblo, un gran pueblo en el sentido sociológico, es decir, una colectividad unida por un sentimiento de pertenencia a un grupo humano, una cultura, que reconoce descender —genética o espiritualmente— de los mismos antepasados.
Unidos por tradiciones compartidas, que desde la antigüedad se han distinguido por su sentido de tener un origen, unos valores y una historia comunes, más allá de los avatares que vivieron en todos los tiempos.
Esto se ve reafirmado por un análisis de exclusión que nos indica que los judíos no forman parte de una nación, de un país, no están unidos por una religión y, por sobre todo, no son una raza.
No están unidos por una religión pues hay muchos judíos que se reconocen como tales y son ateos.
No forman parte del país Israel, de la nación israelí, pues solo 6 millones 800 mil son ciudadanos de Israel, de los casi 15 millones de judíos que se reconocen como tales en todo el mundo.
Y, por último, me importa destacar que no existe la “raza judía”, pues esa lamentable concepción dio origen al Holocausto del pueblo judío.
Ha sido demostrado que “raza”, como concepto biológico, no existe, ya que es solo una construcción histórico-social elaborada por intereses de dominación y de poder. Que, en el caso del pueblo judío, ha permitido su persecución a lo largo de su historia, mediante procesos de exilio, esclavitud y, por último, de genocidio durante el régimen nazi.
Esclavos en Egipto primero, exiliados en Babilonia en los años 600 antes de Cristo, dominados por los persas, los griegos y los romanos luego, exiliados por último después que Jerusalén y su templo fueran destruidos por los romanos en el año 70 después de Cristo y enviados en dispersión por el mundo dominado por Roma.
Luego, las persecuciones contra los judíos llegaron a un nivel máximo, cuando Hitler, con la Alemania nazi, intentó exterminarlos.
Solo el hecho de que hubiera personas que se identificaran como “judíos” después de cientos de años sin una patria, es extraordinario.
Hasta que, en 1948, a través de las Naciones Unidas, los judíos vieron el increíble renacimiento de Israel como Estado moderno, logrando tener nuevamente una patria después de la que constituyó el Reino de Judá, unos 1000 años antes de Cristo.
Tal vez la causa de ese milagro de persistencia en la historia, de tenacidad en la lucha por mantener una identidad sin territorio que uniera, se encuentre en los propios sufrimientos, en los martirios que padecieron los judíos en todos los tiempos.
Tal vez se encuentre en que el pueblo judío ha logrado existir a lo largo de tantos siglos, en épocas de armonía y en épocas de persecución y tortura, porque los judíos se consideran parte de la misma familia y están dispuestos a apoyarse, ayudarse y luchar por aquello que los mantiene unidos.
Ese sentimiento de pertenencia a un mismo pueblo, ese amor propio de una familia que defiende con uñas y dientes a todos los que se sienten como miembros, es lo que quiero destacar antes de entrar al análisis de su Holocausto del siglo XX.
Esos son los valores que me hacen admirar y respetar al pueblo judío y es esa admiración y ese respeto el que me impulsa a desenmascarar a quienes pretenden menospreciar su último sufrimiento, su Holocausto.
Son varias las causas que se han esgrimido para explicar esta infamia: la primera es la del resurgimiento de diversas formas de la ideología nazi, la del neonazismo, que campea en varios países, aunque en forma minoritaria, gracias a Dios; la segunda es que ese desprecio, esa negación del Holocausto judío, forma parte de la lucha con la que varios sectores de la izquierda universal, que adhiere a la que llaman “causa palestina”, pretenden debilitar al pueblo judío de todos los modos posibles y no soportan lo que consideran un motivo de su prestigio, como es que el 1º de noviembre de 2005, las Naciones Unidas hayan declarado que el 27 de enero de cada año es designado como Día Universal del Holocausto, en recordación de la liberación de Auschwitz, que se produjo ese mismo día del año 1945.
En lo personal, me es indiferente reconocer cuál puede ser la causa de la negación del Holocausto judío. Es más, tiendo a pensar que pueden ser las dos mencionadas, pues no sería la primera vez que el comunismo internacional una sus fuerzas con alguna forma de nazismo, como lo hizo el 23 de agosto de 1939, en el pacto negociado por el ministro alemán de relaciones exteriores, Ribbentrop, y su par soviético, Molotov, que pasara a la peor historia con los nombres Pacto Molotov-Ribbentrop o Pacto Nazi-Soviético.
Por ese acuerdo, Estonia, Letonia, la parte oriental de Polonia y la Besarabia rumana caerían en manos de la Unión Soviética, y la parte occidental de Polonia en manos del régimen nazi alemán.
Se ve claramente que ya en esa época ambos totalitarismos no le hacían asco a pactar, si ello les permitía dominar según sus intereses.
Entonces, podemos preguntarnos, ¿por qué no habrían de hacerlo ahora, para enfrentar y dominar a un enemigo común como el pueblo judío?
Sea como sea y en todo caso, la negación del Holocausto judío constituye una distorsión deliberada de la verdad histórica.
Por ello, debemos reafirmar que el Holocausto judío constituyó un genocidio de la población judía de Europa que tuvo lugar entre 1935 y 1945. Fue ejecutado por el régimen nacionalsocialista alemán con la colaboración de gran parte de los gobiernos europeos.
Quiero finalizar mi exposición haciendo mías las palabras de Ana Jerozolimski publicadas en el Semanario Hebreo el 27 de enero del año pasado: “El pueblo judío tiene el imperativo moral de recordar a sus hermanos asesinados. Y al mismo tiempo, siempre advertir que las lecciones del Holocausto son universales y que la humanidad toda debe comprender a qué conduce la discriminación. El ‘nunca más’ no es solo para el pueblo judío. Relativizar el Holocausto, dando a entender que ‘no fue para tanto’, es tan pecaminoso como negarlo”.
(*) Diputado por Montevideo – Lista 71 – Partido Nacional.