Por Alejo Umpiérrez (*) | @alejoumpierrez
La lucha del hombre por la libertad es tan vieja como él mismo y la historia no tiene fin como lo intentara postular Fukuyama. La libertad nunca está definitivamente conquistada y pobres las sociedades que bajan su guardia. Impone nuevos retos y desafíos cada amanecer, porque todos los días desde algún rincón de la sociedad alguien o algunos, individuos o grupos, corporaciones o intereses, atentan contra ella; muchas veces usando su prestigioso nombre, algo parecido a lo que sucede cuando atentan contra la democracia invocándola.
En nuestro país la construcción de la libertad en sus dimensiones político-institucionales reconoce, luego de Artigas, a otro caudillo como lo fue Aparicio Saravia. Se plantó frente a la arbitrariedad de su tiempo y pujó por el sufragio libre. El saravismo fue un programa institucional modernizante y removedor para el rezago institucional en que vivía el país y no el estertor de una estructura agraria latifundista en agonía frente a la modernización urbana como lo han intentado hacer ver desde la historiografía de izquierda.
Como Artigas de 1811 a 1820, Saravia pasó poco tiempo en la vida pública, solo fueron 8 escasos años desde 1896 a 1904. Pero resultaron decisivos en la historia nacional. Fue un derrotado militar pero luego de muerto las dimensiones éticas, ideológicas e institucionales de las revoluciones saravistas triunfaron con la consagración del voto secreto y la representación proporcional en la Constituyente de 1916, pero sin la ofrenda de sangre de él y los suyos no hubiese sido posible. Hoy puede parecer irracional, pero en aquellos años se firmaban manifiestos por legisladores del gobierno contra el voto secreto, el de los “cobardes”.
Todavía no conocemos en profundidad a Saravia ni a los hombres que lo siguieron y ni siquiera sabemos con exactitud qué ocurría en el país por aquellos años. Apenas si tenemos recortes maniqueos de la realidad. Hay demasiado bronce en medio de todo esto, tanto de Saravia como de Batlle, demasiado mito y poca carne y poco hueso.
Por ello publicamos “La forja de la Libertad”. Ya agotamos dos ediciones y acaba de salir la tercera. Investigamos varios años hurgando toda la bibliografía, diarios de época, cartas, testimonios orales de hijos y nietos de beligerantes y llegamos a la publicación de un libro que quisimos diferente para contrastar con visiones dominantes y con el olvido.
En primer lugar, contra la opinión mayoritaria, no hubo “Revolución” en 1904. Fue una guerra civil provocada por el gobierno. Batlle no deseaba compartir el poder como lo había hecho su padre a quien los blancos le habían arrancado el poder omnímodo. Luego de su ascenso en 1903 programó la guerra adquiriendo con anticipación cañones, ametralladoras, fusiles, carabinas y municiones, creando regimientos de caballería, etc., todo lo que documentamos.
Miramos con lupa la poco conocida composición del ejército saravista, en la que incluso revistaban extranjeros. No era pobrerío alzado e inorgánico; coexistía también lo más granado del mundo intelectual de la época. Se trataba de 17 divisiones que nucleaban cerca de 20.000 hombres, cada una de ellas con sus mandos y jerarquías. Una organización que incluía un cuerpo administrativo, batallón disciplinario, un grupo encargado de reparar armamentos, otro que conducía el parque de municiones así como grupos de faenas y de caballadas, amén de un servicio sanitario con los mejores médicos del país. No se trataba de algo meramente improvisado sino que se vertebraba desde un estado mayor que dictó 40 órdenes generales que regimentaban la vida diaria de la revolución. Examinamos cómo se marchaba, acampaba y como se combatía.
Por supuesto que los excesos existieron y dedicamos un capítulo a la barbarie de los degüellos, sin cintillos, pasando revista a su historia y modalidades, su influencia en la literatura y un racconto de sucesos que tiñen de realidad la narración; así como examinamos la justicia revolucionaria y gubernativa en algunos casos.
El coraje tenía en las últimas revoluciones vertientes épicas: las cargas a lanza seca. Hacemos un repaso de las cargas finales de las revoluciones así como narramos al detalle la última carga realizada por más de 700 lanceros en Tupambaé.
Analizamos la coyuntura nacional en agosto de 1904, nada sencilla para Batlle, tanto en lo militar – en el campo de batalla como en los mandos –; como en el frente político y social. Demostramos así la delicada coyuntura en que se vivía y el conjunto de presiones que buscaban poner fin a la guerra.
Para la mayoría la llamada Revolución de 1904 acabó en Masoller; batalla que analizamos al detalle hasta en sus días previos, adjudicando un error estratégico a Aparicio en la misma. Pero lo cierto es que la Revolución perduró por 46 días más, hecho poco conocido; donde tratamos de develar quiénes la condujeron hasta el final, cuáles fueron las negociaciones y cómo terminó todo.
Sobre la muerte de Saravia mucho se ha especulado y recorremos tales especulaciones. Relacionamos los hechos ocurridos entre el día de su herida hasta el día de su muerte, diez días después. Desde cual fue el tipo de arma homicida, al análisis de sus lesiones, recorriendo las hipótesis de quién habría sido su asesino. ¿Francotiradores argentinos?, ¿la famosa bala perdida?, ¿un traidor entre sus propias fuerzas?
Nos referimos a cuales fueron las reformas electorales que introdujo Batlle al sistema electoral apenas finalizada la guerra para perjudicar al nacionalismo (llamada ley del “mal tercio” en su tiempo). ¿Se pueden imaginar que en las elecciones de 1905 el nacionalismo haya sacado 0 voto en un departamento y menos de uno decena en otros?
¿Sabía Ud. que desembarcaron marines en Montevideo? Fue en setiembre de 1904, días después de fallecido Saravia. Tales marines llegaron por un pedido de intervención a EE.UU. realizado por Batlle. Arribaron cuatro cruceros y más de mil infantes de marina norteamericanos que desfilaron por 18 de Julio. Tales negociaciones se descubrieron cuando se desclasificaron documentos en EE.UU.
Ni muerto Saravia pudo descansar en su suelo. Volvería casi dos décadas después en una marcha apoteósica de sus restos surcando el país para terminar en un entierro multitudinario en Montevideo, que observó la manifestación popular más grande que había visto en su historia, lo que narramos en forma pormenorizada.
En definitiva intentamos referir al lector en forma didáctica muchos hechos de la “petit histoire” que pasaron casi inadvertidos por detrás de la gran historia, pero que sin ellos no podemos cabalmente entenderla.
Aspiramos referir a una historia con escala humana. Donde los grandes hombres al tiempo que heroicos también tienen sentimientos, sufren, se equivocan, enamoran y lloran.
Los lectores tienen la última palabra.
(*) Diputado de Todos Hacia Adelante – Partido Nacional