Mercosur: ¿fracaso o desafío?

Por Daniel Radío (*) | @_daniel_radio

Cuando el 26 de marzo de 1991, los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmaron el Tratado de Asunción, sentimos que algo se movía. Tuvimos esa ilusión. Tengo la impresión de que necesitábamos soñar. Y que, por fin luego de tanta pasividad, lográbamos abandonar el puerto y salíamos a navegar en la búsqueda de algo diferente.

Es que más allá de la folclórica retórica de la integración latinoamericana, un país como Uruguay necesita integrarse para amplificar su voz. Para tener alguna chance de ser oído.

Y para eso no nos queda otra alternativa que sumar esfuerzos con otros países que también perciban limitaciones u horizontes a ser alcanzados, o que conciban que las posibilidades de acceder a sus anhelos nacionales, se potencien con acuerdos regionales.

No se trata entonces de una apelación a discursos trasnochados. Ni de la invocación a un presunto mandato histórico. Ni siquiera se trata de apelar permanentemente a los liderazgos históricos. Se trata de construir sueños y de construir esperanzas a partir de conveniencias y de beneficios mutuos para nuestros pueblos.

Pero para eso se necesitaba visión estratégica. Y en cambio, hemos transformado al Mercosur en una gran confusión con proliferación de discursos voluntaristas y con alto grado de incumplimiento de  las normas.

Los asuntos mercosurianos, lamentablemente, se han manejado con criterios de barra de amigos. Pero esta no ha sido una estrategia deliberada. Ha sido, en realidad, la única alternativa posible ante la ausencia de brújula. Ante la desorientación más absoluta que se esconde detrás de las voces altisonantes, que la final y al cabo no son sino un mecanismo de defensa de aquellos a quienes no se les ocurre qué hacer con un acuerdo que les recarga la mochila de culpas porque les trae reminiscencias fenicias. Nuestros gobernantes han carecido de visión estratégica.

Y en el medio del mareo y la desorientación más absoluta, se respondió con esquemas rígidos e ideologizados: el miedo a la apertura comercial o la polarización artificial entre abrirse a la región o abrirse al mundo. Y entonces sostuvimos que solamente era legítimo negociar en bloque y que eso nos facilitaría las cosas. Lo cual no resiste el menor análisis. Y además, la experiencia ha demostrado que es falso, y que nos ha hecho mucho daño.

Paralelamente no hubo auténtica vocación de integración regional que fuera más allá del club de los presidentes amigos. Abundaron las pequeñeces y las mezquindades de las riñas barriales. Ha faltado vocación integracionista que vaya más allá de la invocación a los presuntos inspiradores históricos que, algunos dirigentes contemporáneos con una concepción utilitaria de la historia, instrumentalizan para adornar con frases descontextualizadas, discursos antiestéticos.

Fuimos el hazmerreír planetario, cuando hablábamos grandilocuentemente de integración con los puentes bloqueados. Cuando hablábamos de integración con el Canal Martín García sin dragar por falta de acuerdos. Sin poder dar información acerca de los niveles de contaminación en el Río Uruguay.

Esta lógica mezquina, tiene su punto culminante en el ingreso de Venezuela por la ventana al Mercosur, perpetrando un atentado al pudor jurídico de las normas que nosotros mismos nos habíamos dado y vulnerando cualquier atisbo de juridicidad residual. Y reeditando, por si fuera poco, una triple alianza ad hoc.

Venezuela no había mostrado vocación integracionista. Entre otras cosas, acababa de salirse de la Corte Interamericana de Justicia. Ni ellos saben a qué entraron. Se trató de un gesto minúsculo, procurando un espaldarazo al chavismo en su peripecia política interna.

El Mercosur se pensó con la idea de crear un mercado común y para esto, el requisito previo era la creación de una unión aduanera, lo cual implicaba un proceso de establecimiento de un Arancel Externo Común y la necesidad de compartir un esquema de acuerdos preferenciales con terceros.

Ese proyecto, en los hechos, ha fracasado en todos sus cometidos fundamentales:

No ha funcionado la liberación del intercambio de bienes.

No ha logrado privilegiar las economías domésticas a través de un Arancel Externo Común. El Arancel Externo común está perforado y esta ha sido la única manera de mantenerlo: que los países no lo cumplan. En definitiva, el Arancel Externo Común no existe.

No ha logrado coordinar políticas macroeconómicas, que las experiencias en otras latitudes prueban que son indispensables para que la integración avance.

Y casi como corolario, no se ha creado una institucionalidad con peso político, con capacidad técnica y con independencia operativa.

Nos hemos alejado porque los incentivos que tienen los países, de acuerdo a sus intereses nacionales, en materia de política comercial con terceros son radicalmente distintos y no hay forma de armonizarlos. El Mercosur no construyó una unión aduanera sino que se alejó de ella.

Y en particular a nuestro país, en el último período, el Mercosur no le sumó en términos de un mayor acceso en el mercado internacional. Y un mayor acceso se consigue con acuerdos comerciales fuera de la región, con economías complementarias a la nuestra. Y es falso que los países pequeños no puedan negociar acuerdos comerciales. Pero para ello, es preciso que los acuerdos regionales no signifiquen un corsé.

Hay que rescatar la autonomía en la política comercial con terceros y para ello hay que sincerar al Mercosur. Y distinguir entre lo que el Mercosur se declara políticamente que es y lo que efectivamente funciona.

Porque a pesar del fracaso al que nos hemos conducido, aún es posible un acuerdo comercial entre naciones serias y con comportamientos adultos, que sin tanta enunciación de discursos altisonantes para la tribuna, y sin tanta aprobación de normas a incumplir, se haga responsablemente cargo de las lógicas de funcionamiento y de los aspectos esenciales de los acuerdos comerciales o políticos.

Luego de tanta chabacanería y frustración, ¿habrá quizás, para aquel acuerdo que tanto había convocado nuestras ilusiones, algún lugar para soñar con un futuro diferente y que nos permita retomar nuestro cauce de esperanzas?

(*) Diputado del Partido Independiente