Mi encuentro con Ötzi

Por Raúl Viñas (*) | @Uruguay2035

Fue en la década de 1990 que supe de la existencia de Ötzi. Un reporte científico, acompañado de algunas fotografías, daba cuenta del hallazgo en los Alpes del cuerpo congelado de un hombre. Tal como sucedió con las personas que lo encontraron casualmente en 1991, mi primera idea fue la de que serían los restos mortales de algún alpinista, pero las fotos me llevaron a continuar leyendo.

En las imágenes no se veían ropas ni restos de equipamiento, solo parcialmente se podía distinguir el torso y la cabeza de un ser humano. Al leer que el cuerpo tenía por lo menos cinco mil años ya no pude parar de leer.

Cinco mil años, tres mil años antes de nuestra era, mucho antes de Roma, de la Grecia clásica e incluso de las pirámides egipcias. Sin embargo, ese hombre vivió más de quince mil años después de que se pintaran los bisontes en la cueva de Altamira, en la actual España.

La escala de tiempo es abrumadora y nos permite tener una perspectiva diferente a la que tenemos normalmente, en la que hechos ocurridos hace apenas cien años, como la Primera Guerra Mundial, nos parecen muy alejados en el tiempo.

Durante años seguí las investigaciones sobre este hallazgo en publicaciones científicas y de divulgación. Ese seguimiento me permitió conocer los nuevos descubrimientos y los cambios que nuevos estudios fueron generando en nuestro conocimiento sobre Ötzi y su entorno.

Así, la presunción de la causa de su muerte, que en principio se estableció como hipotermia por exposición al frío, terminó cambiando. Estudios posteriores de los restos encontraron en el hombro izquierdo de Ötzi una punta de flecha. Otros análisis determinaron que la flecha ingresó por la espalda y que la punta perforó su vena subclavia generando una hemorragia masiva que lo llevó rápidamente a la muerte. Pudo determinarse además que su muerte fue precedida por una fractura en su cráneo que se entiende sucedió unas 24 horas antes del fallecimiento.

Los cambios en nuestro conocimiento sobre la historia de Ötzi se dieron también en los análisis genéticos. Los de 2012 lo relacionaban con poblaciones como la de Cerdeña, con piel clara y abundante cabello. Estudios posteriores permitieron determinar que el contenido de melanina en su piel era superior, por lo que su piel era más oscura y que genéticamente estaba predispuesto a la calvicie.

Algo que me llamó la atención es que en base al estudio de sus huesos se pudo conocer su edad al momento de su muerte. Tenía 46 años, y decía el artículo que con esa edad sería seguramente uno de los ancianos de la tribu, en una época en que la expectativa de vida no superaba los 35 años. Esa consideración me impactó, porque cuando lo leí yo tenía casi esa edad y estaba muy lejos de considerarme a mí mismo un anciano. En realidad, hoy con 20 años más me sigo resistiendo a considerarme viejo.

Volviendo a Ötzi, con 46 años, el dato de la predisposición genética a la calvicie y el hecho de que casi no se encontraron cabellos en su cabeza ni en el gorro que la cubría, nos lleva a pensar que sería seguramente casi calvo.

Se pudo determinar que su última comida incluía carne de cabra y de Ibex, un tipo de cabra silvestre. Su vestimenta no incluía ningún tipo de tejido o textil y se componía principalmente de pieles de animales, cabras y ovejas principalmente, pero también de oso, específicamente su gorro se componía totalmente de pequeños trozos de piel de oso cosidos entre sí con tendones de animales.

En los restos de su mochila, con armazón de madera, se encontraron restos de trigo y otros cereales. Ötzi llevaba además elementos para encender fuego y algunas plantas medicinales, entre ellos hongos que se reconocen hoy como potentes antibióticos.

Ötzi vivió en una época en la que los humanos en Europa podían fácilmente terminar siendo el almuerzo de algún oso, lobos o incluso leones. Su época se denomina hoy “Edad del Cobre”, sobrepuesta con el fin del “Neolítico” y se manifiesta en los restos de Ötzi en forma de flechas con punta de piedra, un cuchillo de piedra con mango de madera y un hacha de cobre.

El hacha es especialmente importante porque si bien se han hallado puntas metálicas, la de Ötzi es el único ejemplo en el mundo de un hacha completa. Su mango de madera se ha conservado, pero lo más importante es que los trozos de cuero que unen la empuñadura con la hoja metálica son los originales.

Un capítulo aparte es la hoja del hacha que es 99% cobre con trazas de plata y algunas impurezas. El análisis metalográfico ubica el sitio en que se extrajo el metal para el hacha en el centro de la península itálica, al sur de la actual Roma. Eso es evidencia de algún tipo de intercambio “comercial” entre esas regiones separadas entre sí por más de 700 kilómetros.

El estudio de los pulmones de Ötzi los encontró cubiertos de ceniza por su exposición a fuegos abiertos y el análisis de sus cabellos reveló la presencia de arsénico, lo que podría indicar su participación en fundición de metales.

Nada de lo leído e incluso lo visto en algunos videos, me preparó para la experiencia de visitar el Museo Arqueológico de Tirol del Sur, una región oficialmente italiana, pero muy austríaca y en la que se habla predominantemente el alemán. En este museo de Bolzano la vista y presencia de los útiles personales de Ötzi cobra otra dimensión.

Ver sus flechas en preparación, aún sin punta y en las que se ven las muescas, realizadas seguramente con el cuchillo de piedra; mirar los “zapatos” con doble cobertura de cuero y fibras vegetales como aislante térmico, su gorro de piel de oso y un arco sin terminar de 2,20 metros de largo, todo eso le da una dimensión humana y personal a Ötzi.

Esa dimensión se acrecienta y llega al clímax cuando uno se enfrenta cara a cara con la momia húmeda de Ötzi, conservada en una cámara refrigerada, en la posición en que lo encontró la muerte.

El hallazgo, totalmente fortuito, de Ötzi, nos abrió una inesperada ventana a una época prehistórica, una en que los humanos vivían y morían en profunda comunión con la naturaleza. Una existencia precaria, pero en la que ya se vislumbraban algunas de las estructuras sociales y económicas que nos acompañan hasta hoy.

Tratar de comprender la historia de Ötzi nos permite entender un poco mejor la relación entre el hombre y su ambiente, pero también muestra claramente un drama humano que no conocemos porque su historia es para nosotros hoy la de un homicidio sin resolver.

(*) Magíster en Ciencias Meteorológicas. Docente en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de la Empresa. Integrante del Movus (Movimiento por un Uruguay Sustentable).