Café Brasilero: el café de los literatos

Dicen que Onetti comenzó a escribir sus primeras líneas de “El Pozo” allí. Conocida es la historia de que escribía sobre lo primero que encontraba a mano, a veces un pequeño papel, en ocasiones una mesa que luego debía limpiar. Onetti, cansado de tanto lustrar, decidió comprar esa mesa y así, escribir tranquilo.

Por Anahí Acevedo | @PapovAnahi

Dicen que fue visitado por la hermana de Ghandi. Señalan que el asesino de un presidente se tomó un café allí antes de cometer su magnicidio: observó por la ventana la calle, tranquilo, sin que el pulso le temblara. A través de esa misma ventana que aparece en los libros de Benedetti, y en donde Galeano quedó inmortalizado.

Es que no se puede separar a Galeano del Café Brasilero, donde por más de 20 años acudió todos los miércoles. Allí tomaba algo liviano y luego “hacía los deberes”: columnas de libros para autografiar, cartas para responder, alguna charla con un admirador u otro literato.

Todas son historias alrededor del Café Brasilero –ubicado en Ituzaingó 1447 y fundado en 1877 por Correa y Pimentel-. Algunas verídicas, otras que rozan quizá lo mágico, y que contribuyen a la riqueza cultural y literaria de Montevideo; esa que llama la atención de extranjeros y que hace que el mítico lugar se encuentre entre las primeras recomendaciones del New York Times, La Vanguardia o Clarín.

Pero Santiago Gómez Bizuela, uno de los actuales dueños de Café Brasilero, en realidad vio muy poco en comparación a los 141 años de historia del sitio. Es por esto que investiga en prensa de la época, en libros que cuentan con casi más de un siglo de historia, y que luego comenta apasionado por el descubrir qué hay detrás.

Algunos recortes de diarios cuelgan de las paredes enmarcados en cuadros, junto a fotografías de quienes allí estuvieron. Una de ellas muestra a Lágrima Ríos en la puerta de un conventillo, sonriente, feliz. A su lado un pequeño niño se esconde tras unas rejas. Alguien de su familia llevó esa fotografía al café. A ella le hubiese gustado que estuviese allí, dijo ese familiar.

Toda esta identidad cultural que se asocia al Café Brasilero estuvo a punto de perderse una vez, cuando Gómez Bizuela a punto de adquirir el comercio, fue ganado de mano por otro comprador por más dinero y otro objetivo: convertirlo en una franquicia. El destino quiso que esto no fuera así.

Un martes, Gómez Bizuela había ido a la Ciudad Vieja y se encontró con el café cerrado. El negocio había fracasado. Luego de meses de tratativas y de refacciones, hace 13 años reabrió nuevamente, pero bajo su administración.

El café está montado en un edificio de tres pisos, que otrora poseía una pensión de lujo, oficinas y un inmenso sótano en donde habitaba la servidumbre. El mobiliario original del sitio fue embargado hace más de 50 años. “Una persona lo desarmó todo y se lo quedó completo. Lo único que quedó fue la fachada”, recuerda Gómez Bizuela. La familia Drago –actual propietaria del local- fue la encargada del amueblamiento actual.

En esta última apertura el café se aggiornó. Pasó de ser un lugar donde todos los productos eran tercerizados a elaborar su propia gastronomía. Actualmente cuentan con un repostero alemán y brindan menú ejecutivo. Pasaron de ofrecer café glaseado –el café por excelencia- a granos naturales.

“El Café Brasilero es un punto especial y me gusta cuidar el estilo de negocio, porque si llegó hasta el 2018 es por algo. Hay que continuar aggiornándose, cuidando al 100% la infraestructura y aportando valor a la parte de los servicios”.

Hoy trabajan mucho la difusión del local, tanto a nivel social como de agencias de turismo. El público que mantiene, es una amalgama amplia, que va desde visitantes culturales, turísticos, empresariales, a reconocidos ejecutivos.

“Por aquí han pasado periodistas que trabajan en revistas internacionales y que nos subrayan el tipo de servicio que ofrecemos. Eso nos llevó a estar posicionados y a que la gente esté encantada con el lugar”, comentó.

El Café Brasilero es uno de los pocos que quedan actualmente del siglo XIX en Montevideo y que ha logrado mantener su historia. Para que esta pueda continuar, la apuesta es por el servicio, y ello es algo que se puede notar claramente cuando uno apenas llega y se sienta en alguna de esas mesas icónicas; por ejemplo, una bajo un cuadro que Galeano le dedicó a Benedetti.

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Si uno cierra los ojos y se deja llevar por el aroma envolvente del café, la música de fondo y las conversaciones, hasta se los puede sentir allí, al lado de Onetti y Vilariño.