-¿Qué factores explican el resultado electoral en Chile, que plantean un panorama de cara a la segunda vuelta muy alentador para la derecha?
-Las derechas fueron divididas porque se segmentaron en tres candidaturas que representaban sensibilidades distintas. Una derecha piñerista, heredera del proyecto de Piñera, una derecha más radical desde el punto de vista de lo ideológico y la candidatura de José Antonio Kast, que consolidó la mayor cantidad de apoyos en el sector. Si se suman las tres candidaturas, llegan prácticamente al 50% por sí solos. En contrapartida, las candidaturas de la izquierda aglutinan un poco menos del 30%. La candidatura del oficialismo tuvo una muy mala votación por debajo del 30%, que es el nivel de apoyo que tiene el gobierno. En buena medida, el nivel de apoyo que obtienen las candidaturas de derecha tiene que ver con cuál es el tema que hoy en día es prioritario para la opinión pública en Chile, que es la seguridad, además de que hay una muy mala evaluación de la administración actual. Hay un efecto anti-incumbente, que hace tiempo ocurre en Chile. A eso se le suma un efecto particular, que es la derechización del electorado, que tiene que ver con el voto obligatorio. Estas elecciones tendrán, por primera vez desde el 2009, el voto obligatorio. Boric ganó en unas elecciones en las que votó la mitad del electorado. En estas elecciones van a votar casi el 85% de las personas en edad de votar. Y la incorporación de estos electores ha movido al votante mediano hacia la derecha. A su vez, la incorporación de ese nuevo electorado le ha dado fuerza a la representación de electores que no se sentían identificados con la escala de izquierda y derecha, más representados por un discurso antipolítica, que es donde surge Franco Parisi.
-Franco Parisi es un candidato que hizo una campaña estando en el exterior, donde su estrategia se basó en centrar el relato en su persona y con una retórica muy en contra de la élite política, similar a lo que hizo Javier Milei en 2023. ¿Qué lectura hace al respecto?
-Tiene un discurso anti-élite. De hecho, su lema de campaña era "Ni facho ni comunacho", algo que algunos politólogos denominaron un populismo de centro. Es difícil de clasificarlo dentro de la escala de izquierda o derecha, pero sí sabemos que es opositor al gobierno de Gabriel Boric y sus electores no se sienten interpretados con el estatismo como visión política. Eso es lo que ha cultivado durante este tiempo Parisi y ha tratado de interpretar a la nueva clase media que surgió en Chile con el proceso de modernización que se vivió en los últimos 30 años. Esa clase media tiene formas de precarización y de entender la política que los partidos tradicionales dejaron de leer y parece que Parisi está tocando la tecla correcta para ese 20% del electorado.
-¿Cuál es el panorama para el progresismo y la izquierda en la región?
-Hay un fenómeno general que tiene que ver con la insatisfacción con la democracia, que está abriendo ventanas de oportunidades para liderazgos que tienen cursos muy críticos con las instituciones democráticas y el pluralismo en general. Ahí entra Milei, y Bolsonaro en su momento. Y ese discurso crítico no hay que verlo como algo que solo proviene de la derecha. Las amenazas a la democracia pueden venir de la izquierda y de la derecha, y México es un ejemplo de ello. Pero, efectivamente, parece que vamos a tener un ciclo de gobiernos de derecha, pero una derecha distinta a la que gobernó antes. La derecha de Kast es distinta a la de Piñera y la de Milei es distinta a la de Macri.
-¿En qué medida este ciclo de gobiernos de derecha está explicado por el avance del crimen organizado y el aumento de la inseguridad en el continente?
-Absolutamente están relacionados. Los datos del Latinobarómetro muestran que las personas que tienen una percepción de que la inseguridad no está siendo atendida por el Estado, son aquellas que tienen una propensión mayor a apoyar ese tipo de liderazgos. Esos datos, a nivel comparado, son bastante consistentes en la región. En los años 60, el problema insoluble en las democracias de América Latina era la cuestión económica y eso terminaba arrastrando las democracias. Hoy en día, el problema insoluble de América Latina es el crimen organizado y la inseguridad. Las democracias en la región se están mostrando débilmente equipadas para lidiar con el crimen organizado y eso es lo que termina arrastrando a muchos votantes hacia plataformas políticas más duras y con discursos más radicales. La elección en Chile hoy se explica por la seguridad, además del tema migratorio. La percepción es que la respuesta que dan no es lo que los ciudadanos esperan de la forma en que el Estado enfrenta el crimen. Si estos gobiernos lo van a lograr, con plataformas duras respecto a la inseguridad, es otra cosa. En Centroamérica, si uno pregunta cuál es el presidente más popular o cómo se deben enfrentar los problemas de seguridad, El Salvador es el ejemplo que todos dan.
-Recientemente Yamandú Orsi dijo que el ejemplo de Bukele era un caso para analizar en Uruguay. ¿Qué señales da que un presidente de izquierda declare algo de este calibre? ¿La izquierda se está viendo obligada a cambiar la forma en que mira y aborda los problemas de inseguridad, ante el avance que el crimen organizado ha tenido y el recrudecimiento en las formas de violencia?
-Yo le encuentro una lógica a esto, que es algo que incipientemente están haciendo unos liderazgos de izquierda. No hay nada más desigual que el crimen. El crimen se distribuye desigualmente, porque las personas más ricas tienen la posibilidad de contratar seguridad privada y vivir en lugares resguardados, pero la gente que escucha las balas cerca de sus hogares, son las personas más humildes, que no tienen esas posibilidades.
-¿Es un punto en la historia en donde la izquierda deja de tener una visión humanista del delincuente y del criminal en el combate a la inseguridad, de contemplar los factores sociales que llevan a la delincuencia, para establecer un control más estricto de la inseguridad, con la mal llamada mano dura?
-Tengo la impresión de que sí. Las izquierdas están mirando lo que ocurre en otras partes del mundo, como en Finlandia y los países nórdicos, donde plataformas socialdemócratas y de izquierda están adoptando políticas muy duras respecto a la migración. Eso tiene que ver con que sus bases electorales históricas son las que se ven más afectadas con este tipo de fenómenos. Y si las izquierdas no entienden que en este punto están perdiendo electoralmente, va a seguir pasando lo que ya pasó en Europa, que los electores de los sectores populares van a migrar hacia la derecha conservadora y más dura.
-¿Y cómo se lee en este contexto la injerencia que ha tenido Estados Unidos en la región? Fue hace unos meses en Brasil con el juicio a Jair Bolsonaro por el intento de golpe de Estado, ocurrió también en Argentina, cuando Trump condicionó el apoyo al gobierno de Milei en base a los resultados de las elecciones de medio término y está ocurriendo en estos días, con mayor aseveración, con las insinuaciones militares en Venezuela.
-Hay algo paradójico, porque durante mucho tiempo nos quejamos de que Estados Unidos no miraba a América Latina. Hoy vemos que Trump está tomando una postura mucho más agresiva que tiene que ver con la presencia de China en la región, pero también con intervenciones puntuales en procesos políticos internos. Lo hizo cuando llamó a votar específicamente por un candidato en las elecciones en Honduras. La respuesta a esta pregunta depende de los efectos locales. Hay países en los que esto puede tener un mal rebote, porque hay una élite menos dispuesta a la injerencia de Estados Unidos. En otras regiones puede tener otra respuesta, sobre todo donde el crimen es más fuerte y donde la economía está mal. En cada país, la reacción y el impacto es distinto.
“Los países de América Latina siguen jugando a dos bandas y lo hacen con bastante habilidad”
-América Latina empieza a tener cierto protagonismo a nivel internacional, al recibir la atención de Europa, Estados Unidos y China. ¿Qué oportunidades y amenazas se presentan en este marco para la región?
-Hay literatura que muestra que, en algunos países como en Brasil, donde la competencia entre Estados Unidos y China generó efectos en las industrias locales, termina afectando a los trabajadores y por eso hay una percepción negativa sobre China. Esos trabajadores que empiezan a perder empleo, porque las fábricas se mudan de sector o locación, cambian su forma de votar. Yo veo que los países de América Latina siguen jugando a dos bandas y lo hacen con bastante habilidad. Milei lo hace en Argentina. Está saldando la deuda por el SWAP con China y firmó un acuerdo con Estados Unidos. Los países de América Latina, por su tamaño y dependencia, van a tener que seguir navegando en esta doble dependencia, donde también influyen los factores domésticos de cada país.