Albertoni: «Para competir hay que transformar la economía doméstica, pero sin reducir los derechos laborales»

Nicolás Albertoni, analista internacional


El gobierno de Michel Temer puso a funcionar una importante reforma laboral que transforma profundamente las reglas de contratación y empleo para “dotar de competitividad al mercado brasileño, generar nuevos empleos e incorporar al país al siglo XXI”, según aseguraron desde el gobierno. Si bien la propuesta recibió una fuerte resistencia de parte de los sectores gremiales, Temer consiguió los votos en las cámaras para aprobar el proyecto en Diputados, en abril, y darle sanción definitiva el 11 de julio en la Cámara de Senadores.

La reforma se da en medio de una crisis política e institucional en la que está inmerso Brasil sin encontrar, a priori, una luz al final del túnel. Aún así, el gobierno, un año después de asumir, pudo aprobar la legislación con el fin de sacar a su país de la recesión económica que lo ha aquejado los últimos años.

La entrada en vigencia de esta norma no pasó inadvertida por sus vecinos, desde Uruguay el canciller Rodolfo Nin Novoa dijo a mediados de agosto que esta reforma «preocupa a Uruguay porque es una manera de competir en base a la caída de derechos laborales, cosa que siempre hemos tratado de evitar”, y agregó: “No nos vamos a inmiscuir en la legislación interna de los países, pero queremos marcar preocupaciones, porque así va ser muy difícil competir […] El salario de los trabajadores no puede ser la variable de ajuste para la competencia en los mercados”.

Desde el departamento de Política Económica de la Universidad del Sur de California, el analista internacional e investigador de la Universidad Católica del Uruguay, Nicolás Albertoni asegura que más allá de la reforma laboral que encabezó Brasil, lo importante es que “hoy existen varias señales desde el punto de vista regional y global para darnos cuenta que estamos nuevamente ante un punto de quiebre. Debemos tomar decisiones estratégicas. Sentarnos todos en una misma mesa y planear juntos más allá de los partidos. La inserción comercial del país deja de ser un tema y se transforma cada vez más en un problema”. El analista asegura que si bien es importante reformar algunos aspectos de la economía doméstica para conseguir mayor competitividad, esto no debe afectar jamás los derechos de los trabajadores.

Por Adolfo Umpiérrez | @AdolfoUmpierrez

-¿Cómo evalúa la reforma laboral en Brasil?

-Obviamente la evalúo como algo negativo. No es una reforma que muestre señales de avanzar hacia las libertades de todos los trabajadores, por el contrario, las limita. Y eso no es bueno. Son varios puntos igualmente y si uno afina la lupa hay algunos puntos como el relacionado a las nuevas técnicas de trabajo que se le debería prestar atención. En Uruguay no nos podemos oponer a que exista hoy un cambio significativo en las formas y tecnologías de trabajo. Oponernos a esto es simplemente retrasar los procesos. Porque tarde o temprano van a llegar.

Igual desde el punto de vista uruguayo, creo el foco debería estar puesto en qué hacemos nosotros ante el posible escenario en que un mercado al que dependemos tanto hoy pueda mejorar su competitividad a costa de estas flexibilidades que propone la reforma. La reforma laboral de Brasil debe ser entonces una señal para que Uruguay mire más allá de la región no solamente en términos de destinos, sino también en aliados comerciales.

-¿Cómo afecta a la región?

-Afecta porque genera distorsiones. Este tipo de reformas en cualquier otro bloque comercial que busque desarrollar una integración profunda como la que busca desde hace años el Mercosur, no sería visto de buena manera. Itamaraty sabe que si flexibiliza el mercado laboral, los costos de la economía se reducen y este elemento podría transformarse en un punto fuerte a venderse en el exterior para diferenciarse de los demás socios del bloque.

-¿Puede significar el inicio de un efecto contagio peligroso?

-No creo. Ya está bastante instaurado de que para competir internacionalmente es sabido que el país debe hacer esfuerzos y trasformaciones en la economía doméstica. Pero esto jamás debe implicar que uno de estos esfuerzos sea reducir los derechos laborales. Esto no debe confundirse con que todos los sectores de un país que se quiera abrir al mundo deban estar preparados para competir internacionalmente, lo cual puede implicar costos para las empresas locales. Pero esto es competencia de la sana, de la que invita a las empresas locales a ver estrategia para crecer, a aumentar su calidad para poder competir con el mundo. Lo que no se debe tocar es el derecho del trabajador. Esto es otra historia.

-¿De qué es hija esta reforma? ¿De qué contexto, de qué causas?

-Y el mundo en general está teniendo aún varias señales proteccionistas. En un estudio que acabamos desarrollando en la Universidad del Sur de California, analizamos 56 países y cual es la visión de sus respectivos partidos políticos, sean de izquierda o derecha, sobre la política comercial. Los resultados muestran que como no pasaba desde los años 70, más de un 50% de los casos analizados cuando hablan de comercio en sus planes de gobierno es para referirse a una política proteccionista. Obviamente no en todos los casos estas políticas se terminan aplicando, pero sí son una buena señal de que la narrativa del comercio está cambiando. Claro que, a primera mano, la reforma laboral no es una política comercial en sí misma. Pero es claramente una política de afectación indirecta a la política comercial y que puede tener un impacto significativo en los costos.

-Y Uruguay ¿cómo está parado en este contexto?

-Uruguay debe darse cuenta de que tenemos que pasar de las intenciones a las acciones concretas en materia de inserción comercial. El mundo vive cambios bien relevantes en esta materia y en medio de ellos tenemos un sistema multilateral del comercio que lamentablemente no está avanzando como debería. Necesitamos una mirada comercial proactiva para el país, que se convenza a Brasil con números, mostrándole al gobierno que a Uruguay se le va la vida en estas cosas.

Hablando los hombres se entienden y los países –al menos en estas cosas– también. El tema es que al no tener una estrategia clara de inserción cualquier señal es mal entendida por Brasil o Argentina. Pero el día que vayamos con una hoja de ruta y digamos “nosotros proponemos hacer esto y entendemos que no les afectará a ustedes por esta y otra razón” ahí la negociación pasa a ser otra. Porque es sobre elementos fácticos que se podrán corregir, pero no sobre señales indirectas que se mandan hoy los países. Esto solo ayuda a alejar más el hecho de unir los intereses. Nos cueste o no creer, hoy Uruguay no tiene una estrategia de inserción comercial. Lo que tiene es intenciones de inserción comercial.