Oddone: Coronavirus es “un evento agudo, grave” y donde la política económica “no tiene herramental”

Gabriel Oddone > Economista socio de CPA Ferrere

“Uruguay tiene una situación fiscal frágil en un escenario en el cual su sector privado se va por lo menos a contraer durante una primera parte del año, y por tanto sería deseable que la inversión pública tuviera un protagonismo mayor. El problema es que, como nos encuentra en un escenario fiscal frágil, eso está muy limitado o está imposibilitado”

Por Ricardo Delgado | @ricardo_dl e Ignacio Palumbo | @ignacio_palumbo

Gabriel Oddone París, socio del estudio CPA Ferrere, es uno de los economistas uruguayos más reconocidos y como tal, su opinión no es una más, sino que es escuchada con mucha atención por todos los actores del mundo económico y político.
En un mundo convulsionado por el Coronavirus, una región inestable social y económicamente, y en el comienzo de un nuevo gobierno, CRÓNICAS conversó con el economista para analizar los escenarios que nos plantea el incierto futuro.

Spoiler alert: el panorama no es nada optimista.

-Salíamos tibiamente de la guerra comercial entre EEUU y China y aparece el Coronavirus. ¿Qué implicancias puede tener este nuevo escenario, con la información disponible?

-Diría que todavía es muy prematuro para dar una respuesta fundada y sólida.

Estamos -como decía un representante de la OMS- navegando por aguas desconocidas en terreno sanitario, y creo que en terreno económico es exactamente igual. Este es un típico fenómeno con un shock de demanda por un lado, y por otro de oferta. El shock de demanda es bastante fácil de percibir, con afectaciones de actividades concretas -de esparcimiento, turismo-, que afectan el consumo en general, porque la gente se retrae. Pero al mismo tiempo tenés un shock de oferta, por eventos de cuarentena, cierres de regiones, o inmovilizaciones de países, lo cual es un hecho inobservable para la economía globalizada, y por lo tanto, cuyas consecuencias son difíciles de describir. Además, provoca cierre de fábricas, de industrias, y por lo tanto rupturas de cadenas de suministros. Por lo tanto, con potenciales efectos primero sobre la liquidez, sobre el cobro, y segundo sobre la propia solvencia de las compañías.

– ¿Qué capacidad de respuesta existe?

– Si tenés un shock de demanda -como el de Lehman (Brothers en 2008)- más concentrado en un tema de incertidumbre en el sistema financiero, lo que la teoría económica y la evidencia te enseñan es que hay instrumentos financieros que permiten compensar eso: bajar tasas de interés, inyectar liquidez, promover estímulos fiscales extremos. Pero cuando tenés un shock de oferta de estas características, el terreno ya se vuelve más desconocido. No me imagino a los Estados interviniendo el 100% de las compañías que no pueden producir o que no están en condiciones de hacer frente a sus obligaciones. Es un terreno mucho más complejo.

Además, la situación hoy desde el punto de vista macroeconómico no es la misma que había en 2008. Tenemos niveles de tasas muy bajas, con lo cual seguir relajando la política monetaria tiene un límite; situaciones fiscales ya comprometidas en varios de los países (EEUU, Japón, Italia, tienen deudas en relación al PIB superiores al 100%). Por lo tanto, su margen fiscal tampoco es infinito. Entonces, tenés un evento agudo, grave, que afecta severamente las decisiones de los agentes, y donde la política económica no tiene herramental o en las que hay estás limitado.

– ¿Puede cambiar esta situación?

– Depende de dos grandes variables: una es que haya alguna solución médica que permita evitar la propagación de la enfermedad: una vacuna; o que los datos de contagio empiecen a revertirse. Lo primero está lejos de poderse concretar, quienes hablan de esto han dicho que va a ser difícil, se habla de nueve o diez meses, y los contagios solamente lo que tenemos son unos datos sobre China que en principio habrían dejado de crecer, pero todos tenemos las dudas respecto de un sistema como el chino en materia de información. Estamos en el ojo de la tormenta.

– ¿Agrava esta situación la crisis de gobernanza de los organismos multilaterales?

– Toda la institucionalidad internacional fue concebida para la realidad y una tecnoburocracia de posguerra en un contexto de cooperación, y donde básicamente el consenso era libre movilidad de capitales, de personas, de bienes. Todos estos fenómenos de los últimos años, algunos por mandato político -políticas más de reacción tipo Trump o Brexit-, más las reacciones antimigratorias que hay en Europa, son fenómenos que hace que la gente le tenga temor al adversario, y te está conduciendo a un consenso de repliegue, para el cual esas instituciones no fueron concebidas. Toda la institucionalidad, toda la inteligencia que está alojada en esas instituciones está concebida por un mundo distinto. ¿Cómo van a estar preparadas para atacar problemas de estas características? Habrá que verlo, habrá que ver si están a la altura de las circunstancias. Pero tampoco ellas tienen el herramental ni la potencia -en principio- como para poder ser una herramienta que mitigue severamente estas cosas.

– ¿Es posible una recesión global?

– Seguro una corrección del nivel de actividad de entre 0,5 y 1,5 puntos a nivel global. 0,5 no es una recesión global, pero un punto y medio es cercano. Ese rango es muy alto para la economía global, hay que esperar para ver. Seguramente el primer semestre del año va a ser muy duro.

– La crisis del 2008 tuvo repercusiones que duraron años. ¿Podemos estar hablando de un efecto similar o peor?

– Algo de estas características, si se prolonga en los próximos tres-cuatro meses, no va a ser resuelto rápidamente. Algunas variables, las financieras, son las que rebotan más fácil. Estás teniendo reacciones de las políticas macroeconómicas para intentar compensar esto: baja de tasas de interés, y caída de precios, en particular de commodities. Por tanto, shock para emergentes, salida de capitales de emergentes, depreciaciones de las monedas de emergentes. Entonces, vas a estar con mucha volatilidad y mucha incertidumbre hasta tanto conozcamos esto.

– ¿Cómo impacta en Uruguay?

– Eso es un shock externo significativo para todos los emergentes. Aquellos países que su fragilidad financiera sea mayor, están más expuestos -Argentina-; aquellos más conectados con el mundo van a estar más expuestos -Brasil-; y aquellos más pequeños, donde pequeños movimientos de dinero los vuelven más volátiles, van a estar más expuestos -Uruguay-. Uruguay es un país que financieramente no está frágil, por lo tanto ahí tenemos una relativa fortaleza a pesar de que la situación fiscal es frágil. Pero sin embargo estamos relativamente conectados al mundo directa e indirectamente a través de Brasil, y por tanto cuando el aumento tiene lugar, nosotros seguimos. Por otro lado, somos lo suficientemente chicos como para que cualquier movimiento pequeño de cambio de portafolio nos dé vuelta.

Entonces, Uruguay va a estar movido, como lo estuvo ayer (lunes), y como va a estar movido en los próximos meses.

– Justamente el principal tema en las últimas jornadas ha sido el tipo de cambio. ¿Qué análisis puede hacerse de la evolución del dólar?

– Lo que está ocurriendo en Uruguay está ocurriendo en la región. Quien crea que lo que está ocurriendo es un factor idiosincrático uruguayo o un fenómeno estrictamente uruguayo, o de acciones del gobierno, o tiene mala intención o no entiende absolutamente nada. No hay otra opción. Nos movimos similarmente a Brasil, similarmente a Colombia, a Perú. El fenómeno de depreciación intensa de la moneda tuvo lugar como consecuencia del fortalecimiento de las monedas fuertes -en particular el dólar- frente a los países emergentes y en particular frente a Uruguay. No tiene nada que ver la voluntad del gobierno ni las acciones del BCU, que ha estado interviniendo para evitar una depreciación mayor.

– ¿No ha sido un tanto a destiempo la intervención inicial?

– En los últimos años en Uruguay, hubo una lógica de las autoridades de gobierno del Frente Amplio y que parece mantenerse, de acompañar las tendencias fundadas del dólar a nivel global, e intervenir cuando se producen eventos de naturaleza espuria que pueden tener un fundamento asociado en un pánico, de manera tal de evitar que un shock transitorio sobre las divisas se te meta en el sistema de precios. Ese es el fundamento que está afincado en el BCU, independientemente quién esté al frente. A veces pueden ser más o menos rápidas, a veces pueden ser más o menos efectivas. Puede ser -cosa que no estoy en condiciones de evaluar- que en estos días de transición hubiera habido un cierto delay en alguna decisión, pero estamos hablando de cuestiones que no son materiales.

– ¿No generó más nerviosismo en el mercado y acentuó un poco esa apreciación?

– Te respondo de esta manera: tuvimos la mala suerte de que en la semana que se produjo el evento de los árabes rompiendo con los rusos y amenazando aumentar la producción de petróleo, y en la semana donde conocimos -hasta ahora- una de las peores semanas en el hemisferio occidental en materia del Coronavirus, es la semana justo donde se está produciendo la transición. Eso es un poco de mala suerte. No estoy en condiciones de saber, si hubiese estado un presidente en el BCU allí estable, si hubiese sido muy distinto a lo que vimos.

– ¿Mitiga en parte los problemas de competitividad?

– Sí y no. Sí, ayuda. Uruguay tiene un nivel de precios en dólares desviados, su promedio histórico, del orden del 20%-25% con sus competidores en los mercados internacionales -como son Nueva Zelanda y Australia-, venía de un desvío con países como Brasil en orden del 33% del tipo de cambio real. Con Argentina, próximos al 40%, en relación a un promedio histórico que es arbitrario. Por supuesto que esta depreciación de estos días que ha sido más intensa en Uruguay que en Nueva Zelanda y que en Australia te resuelve parcialmente ese problema, no así con respecto a Brasil y Argentina, donde las depreciaciones han sido más intensas.  Para un exportador, un productor agropecuario que va a tener que liquidar la cosecha de soja cuando termine la zafra ahora en mayo, el dólar más valioso le va a compensar, entre otras cosas, que el precio internacional de la soja se le va a ver desplomado a raíz de la caída de los precios de los commodities. Entonces, es un aire. Lo que tenés es un efecto positivo de medio plazo asociado a la competitividad, que eventualmente recompone tasas de ganancia y por lo tanto eventualmente la inversión en el mediano plazo, pero un efecto muy concreto y muy específico negativo sobre la actividad. Por eso es que la política macroeconómica tiene que arbitrar entre estos dos problemas, tiene que tener cuidado en cómo son las transiciones.

– Justamente, ¿cómo afectan las variables macroeconómicas esta situación? Inflación, deuda, inversión…

– Lo primero que tenés es: un escenario de estas características es un shock sobre la actividad. Uruguay va a tener un menor crecimiento económico en 2020 del que esperábamos hace cinco semanas. Teníamos un análisis que decía que vamos a crecer 2,3% en 2020; de los que 1,7 puntos venían explicados por UPM y las obras de infraestructura, o sea, que 0,6 era por la otra parte. Este evento va a implicar un shock sobre el conjunto de la economía que va a hacer que ese 2,3% sea seguro menor. Ahora estamos en proceso de revisión, no tenemos los números terminados pero seguro la economía va a crecer por debajo del 1,5% y -dependiendo la magnitud del shock- puede ser incluso en torno al 1% este año, asumiendo que el shock positivo de UPM tiene lugar. ¿Por qué? Porque al resto de la economía que está recibiendo el shock directamente lo va a pagar. Ese shock lo está recibiendo el sector exportador, por la rebaja de precios. Es un shock sobre el consumo doméstico, que es el principal componente de la demanda agregada. Y es un shock sobre la recaudación; IVA, Imesi están altamente asociados al consumo. Entonces este escenario de alta inestabilidad y de alta incertidumbre no contribuye a recomponer la tasa de inversión, con lo cual diría es que tenemos un 2020 seguro peor.

– Hacías mención a la caída de la recaudación. Veníamos de una situación fiscal compleja, ¿cómo queda ahora y qué margen de maniobra existe?

– La situación fiscal en Uruguay es delicada, porque tenemos un déficit fiscal de 4,6%. Eso es un déficit elevado. Solamente un crecimiento muy acelerado de la economía -que no se preveía antes de la crisis, pero ahora es más negativo- podría mejorarlo en ausencias de modificaciones estructurales de nuestras finanzas públicas. Por tanto, si bien es cierto que Uruguay tiene unos stocks bajo control, es decir, el perfil de la deuda es bueno (…) sabemos que con un déficit fiscal de 4,6 del PIB no se puede permanecer mucho tiempo. Antes del coronavirus sabíamos que había un capítulo fiscal que era crucial y urgente. Eso suponía atacar tres frentes: el de largo plazo, que es una reforma previsional, porque es el principal componente del desvío del resultado fiscal; mejorar la institucionalidad que gobierna las finanzas públicas; y un ajuste fiscal corriente, una actuación sobre el gasto y/o los ingresos. El problema es que el evento que está teniendo lugar es disruptivo en un punto en el cual hay que ser muy cuidadosos: las recomendaciones de los economistas a nivel global, es que este es el momento para que el sector público compense en todo lo que pueda a la gran contracción que el sector privado está provocando a nivel global. Compensar quiere decir dos cosas: relajar la política monetaria -cosa que Uruguay puede hacer poco- o actuar fiscalmente, fortalecer la inversión del sistema de salud, la inversión pública, y hacer que el Estado cobre una participación mayor. Por supuesto, esto no es neutro, porque hay países con alto nivel de endeudamiento -como EE.UU., Italia o Japón- donde esto es relativamente limitado. Uruguay está en esa situación. Uruguay tiene una situación fiscal frágil en un escenario en el cual su sector privado se va por lo menos a contraer durante una primera parte del año, y por tanto sería deseable que la inversión pública tuviera un protagonismo mayor.

– Pero hay que tomar decisiones…

– Acá hay un dilema muy interesante para las autoridades: mantener el diagnóstico que tenían hasta hace cinco semanas, donde -y comparto- lo primero era atacar el déficit, porque tenía una red que me va a sostener la actividad. Sin embargo, con este fenómeno nuevo, el escenario negativo no es en 2021 “posible”, es en 2020 “cierto”, con lo cual uno debería rebalancear sus prioridades. No puedo dejar de atacar los temas de fondo, la reforma previsional tiene que estar arriba de la mesa, el mejoramiento y fortalecimiento institucional de las finanzas públicas tiene que estar arriba de la mesa, para establecer un plan creíble para las calificadoras, para inversores y para quien lo quiera mirar. Pero al mismo tiempo tiene que pensar que algunos ajustes, no de gasto corriente, pero sí de inversión que eventualmente podrían estar considerando achicar en 2020. Porque en el escenario que se ha configurado, esa inversión puede llegar a ser muy relevante que se concrete porque puede ser nuestro único punto de sostén de la actividad.

– Pero las grandes reformas se tienen que hacer…

– Sí, y además no chocan contra el escenario. Que me ponga a pensar en la reforma previsional que tengo que remitir al Parlamento este año para aprobar el año que viene, o que me ponga a ver la regla fiscal, o que recorte gastos corrientes superfluos, eso se puede seguir haciendo.

– Los cambios propuestos en la Ley de Inclusión Financiera, ¿no son un paso atrás en un ámbito donde el país avanzó fuertemente?

– Creo que sí. Los cambios promovidos en la LUC en materia de inclusión financiera tienen dos vertientes. Una es la habilitación de la libertad de acuerdo entre las partes para que el salario pueda ser cobrado sin una cuenta bancaria. Eso creo que es asimétrico, pero seguramente tenga modificaciones. El otro capítulo más delicado, es que como está redactada -creo que también va a modificarse- en la cual transacciones entre partes puedan realizarse sin un tope sin usar medios de pago electrónicos. Eso va a contrapelo del mundo. Todo lo que hemos visto desde 2008 en adelante en el mundo, por razones de control de lavado, de dinero vinculado al narcotráfico, pero también por razones de regulación del sistema bancario, va en la dirección de lo que Uruguay estuvo haciendo en los últimos años, que es restringir de manera creciente las operaciones en efectivo, y llevarlas a su mínima expresión. Por lo tanto, lo que está proponiendo no solo va a contrapelo de las tendencias, sino que además va a contrapelo de lo que son acuerdos que el país tiene firmados a nivel global.

– ¿Qué puede suceder con el empleo?

– Este shock va a suponer una afectación de la actividad y de diversas compañías. Por donde lo mires, el empleo no va a mejorar. En todo caso, tiene alguna chance incluso todavía de empeorar. Ni te digo si la negociación salarial converge hacia mecanismos de indexación que hagan que el sector empresarial perciba que hay un riesgo de que los costos sigan subiendo.

– Hasta hace poco tiempo se hablaba del aumento del crecimiento tendencial de Uruguay. ¿Aumentó realmente dado los últimos años de estancamiento?

– Si mirás la década dorada, 2004-2014, tenés claramente una aceleración de la tasa de crecimiento. De hecho, tenemos el período más prolongado en la historia de Uruguay de crecimiento ininterrumpido desde que tenemos registros. También hay evidencia, tanto cuando uno mide productividad total de los factores, como otras tendencias, de que la economía uruguaya habría acelerado su tasa de crecimiento a largo plazo de tasas en torno a 1,5%-2%, que fueron las de la segunda mitad del siglo XX, a tasas más próximas al 3%, independientemente del boom de commodities que tuvimos. Hubo mejoras de eficiencias que se produjeron en la década del ’90, hubo mejoras del sector transable de la economía, unas políticas macroeconómicas más predecibles, más creíbles, y por tanto menos inciertas, todo lo cual generó un ambiente económico mucho mejor. Todo eso te generó unas condiciones de confianza que hizo que Uruguay tuviera la inversión extranjera directa más grande en proporción a su producto durante varios años. Entonces yo creo que, efectivamente, las cosas que pasaron en Uruguay del ’75 en adelante, pero en particular de la recuperación democrática en adelante, generaron una economía más próspera, más eficiente, lenta, pero claramente una economía con mejor performance. De hecho resistimos un shock externo severo como el de 2008 con mejor desempeño que en el pasado, y resistimos una situación regional muy frágil del 2014 en adelante. Ahora estamos asistiendo a otro shock. Para responder si Uruguay dejó atrás todos los problemas, hay que ver cómo superamos este momento. Pero creo que hay buenas razones para pensar que sí, que la economía aceleró su tasa de crecimiento tendencial, pero que hoy estamos desde hace un año y medio lejos de esa tasa y nos va a costar recuperar el crecimiento del 3%, para lo cual se requieren reformas muy importantes y un poco de suerte.


Una región inestable

– En el plano regional, ¿volvimos a la vieja región inestable política, social y económicamente?

– Vivimos en una región política, social y económicamente inestable desde siempre. En todo caso lo que tuviste fue una década de un espejismo, producto de que un escenario internacional muy benigno para países como los nuestros -que básicamente eran commodities a precios altos y tasas de interés relativamente bajas- te generaron como una especie de isla. La normalidad probablemente tiene que ver más con esta inestabilidad económica que tiene consecuencias sociales y que tiene manifestaciones políticas. Hablo de la región, no de Uruguay. (…) En ese mar de inestabilidad, probablemente Uruguay -junto con Colombia y Perú, pero Uruguay está despegado- es de los países más estables.

– ¿Qué podemos esperar de nuestros vecinos?

– De Brasil hasta ahora -antes de la crisis- algo neutro. En este escenario más turbulento, tiene cierta fragilidad porque su situación fiscal no está totalmente bajo control, requiere financiamiento externo, y por lo tanto es propenso a recibir en estos momentos de crisis, ciertas depreciaciones intensas de la moneda, con lo cual podría abaratarse relativamente respecto a Uruguay. De Argentina, en este escenario podemos esperar de todo. Es muy frágil macroeconómicamente, sus fundamentos son muy débiles, es una economía que sigue contrayéndose, y con una situación fiscal que sigue en territorio rojo. (…) En la medida que el mundo explotó, negociar ahora la reestructura de la deuda va a ser muy difícil, y por tanto le introduce mucha presión sobre las variables financieras, pero lo más importante es que Argentina no tiene un plan macroeconómico.

– ¿Cuánto puede durar este escenario contractivo de la economía argentina?

– Argentina tiene un 2021 asegurado todavía de contracción. Es su principal drama: cómo recuperar el crecimiento de la economía donde no hay inversión, hay desconfianza de los agentes, y la confianza de los agentes se restablece de una manera que es el mandato exactamente opuesto al que recibió el gobierno de Fernández.

– ¿No se vislumbra un proceso de recuperación?

– Argentina lleva una década estancada. La performance de Argentina es un año que crece, lo compensa con un año que se contrae. Hace diez años Uruguay era el 60% del PIB per cápita corregido por paridad de poder de compra de Argentina en el año ’85, y hoy es 14% superior al de Argentina. O sea, Argentina se quedó atrás, una década extraviada.


El sueño del pibe

– ¿Le tienta ser ministro de Economía en algún momento?

– Todo economista formado macroeconómicamente, que se ha pasado toda su vida diciendo lo que hay que hacer y enseñando a los estudiantes qué es lo que hay que hacer sueña con tener el momento en el cual uno pueda efectivamente decidirlo. Si te dijera otra estaría mintiendo. Ahora, dicho eso, también te digo: ¿para qué?, no es decir “uno es ministro y punto”, es decir: este es el plan, vale la pena si es para hacer este conjunto de cosas, porque es lo que yo creo, con este equipo de gente, y obviamente después te podrá ir bien o mal, o algunas cosas las vas a tener que negociar. Pasar del mundo de lo privado al de lo público supone renunciar a muchas cosas a pesar de que mucha gente no sepa. Renunciar a la privacidad, exponer a tu familia, someterte a horarios y restricciones que son disruptivos para tu vida personal. No solamente te tiene que gustar, sino que tu familia te tiene que acompañar, y -además- alguien te lo tiene que ofrecer.

– ¿Nunca se lo ofrecieron?

– Sí. En algún momento, para alguna función del gobierno que en ese momento, por temas personales, consideré que no podía. Una cosa importante a decir de los políticos: en este mundo donde la gente tiende a volverse muy crítica de los políticos, la vida de los gobernantes es una vida muy sacrificada. Están expuestos públicamente, están sometidos a mucha tensión, tienen que tomar decisiones que son ingratas. Afortunadamente Uruguay es un país de cercanía, donde la gente puede circular y contactarse con todo el mundo, eso también te somete a cierta tensión personal. También todo el mundo tiene que saber que, en términos relativos, para los profesionales -algunos de los cuales pueden ser candidatos o aspirar a funciones- tiene un costo económico superlativo, que en otros lugares no es así. La combinación de todo eso hace que quienes se dedican a la vida pública por vocación, o quienes han salido del mundo profesional para involucrarse en ese mundo -en el acierto, en el error- tienen que ser reconocidas como personas generosas, porque quienes estamos siempre diciendo qué es lo que habría que hacer, criticando, a veces tenemos una posición -admito- relativamente cómoda.