Nuevas tesis ante viejos demonios

Por Celsa Puente (*) | @PuenteCelsa

Hace unos días nos sorprendió el video de una performance que un grupo de mujeres chilenas subió a las redes. “Lastesis” -así se llama el equipo creador de la “movida”- está constituido por mujeres que encarnan el pensamiento de las grandes teóricas del feminismo, transformándolo en expresiones artísticas de fuerte llegada y reproducción masiva. Así es que en el correr de pocas horas hemos visto pasar por las pantallas de nuestros celulares a miles de mujeres en el mundo entonando: “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. El violador eras tú. El violador eres tú”, con el telón de fondo de la Torre Eiffel, en el escenario de la plaza mejicana de El Zócalo o en las escalinatas del propio Palacio Legislativo montevideano, entre otros muchos entornos geográficos a lo ancho y largo del planeta. Los colectivos feministas del mundo adhirieron con rapidez a esta propuesta que intenta hacer visible el gravísimo problema de la violencia basada en género, particularmente centrada en los abusos de carácter sexual, y el riesgo permanente en el que vivimos las mujeres a causa de la sociedad patriarcal que insiste obstinadamente en la subordinación de las mujeres y tiene en la violencia su forma de manifestación letal.

Sin duda, es además una expresión que aunque producida en el marco de la conmemoración del 25 de noviembre como Día de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres y otros colectivos disidentes, representa la lucha general ante este giro a la derecha que estamos viviendo, particularmente en América Latina. Muchas percibimos indicios de que está en riesgo el conjunto de logros culturales y normativos que se obtuvieron en décadas anteriores, logros que permitieron revisar las relaciones de poder entre hombres y mujeres y salir de la concepción binarista del mundo visibilizando a todos aquellos que portan identidades disidentes.

La Conferencia Internacional de Población y Desarrollo, realizada en El Cairo en el año 1994, ya planteaba la importancia de “la igualdad y las libertades asociadas al ejercicio de la sexualidad y la reproducción (…) y el derecho a disfrutar del nivel más elevado posible de salud sexual y de salud de reproducción”, alentando a todos “a adoptar decisiones relativas a la reproducción sin sufrir discriminación, coacciones ni violencia”. Al año siguiente, la Cuarta Conferencia sobre la mujer realizada en Beijing generó un enfoque transformador, aportando un cuerpo teórico propio que estudió los impactos diferenciados del sistema de género en varones y mujeres. Se estableció entonces la necesidad de tener en cuenta las especificidades de las personas como seres integrales y, al mismo tiempo, la importancia de implementar medidas para corregir las desigualdades detectadas. Ya más cerca de nuestros días, en el año 2013, se produjo el Consenso de Montevideo, el acuerdo intergubernamental más progresista conocido por estas latitudes que permitió reunir a los gobiernos de América Latina y el Caribe en el que se reconocen los derechos sexuales y reproductivos plenos y se insta a la no discriminación y sobre todo a la ausencia de criminalización en este campo.

El desarrollo de la perspectiva de género que descansa en la búsqueda de la igualdad y el ejercicio de la libertad para todas las personas no tardó en intentar ser deslegitimada por algunos colectivos conservadores de carácter religioso que inmediatamente dan nombre a este movimiento hacia la igualdad, denominándolo “ideología de género”, para contrarrestar y deslegitimar la lucha de los colectivos feministas. Así es que echan a andar algunas fantasías acerca de la supuesta “homosexualización” de los niños en las escuelas o la presentación de la interrupción voluntaria del embarazo como un ejercicio de diversión femenina o un método anticonceptivo. Proponen un orden que intenta asignar a las mujeres una función estrictamente ligada a la reproducción biológica y social, dejándonos en un rol fijo, inamovible, casi cosificadas en una estructura de subordinación que asegura la supremacía masculina a través de mecanismos variados que pueden justificar la violencia para llegar a cumplir sus objetivos. Por supuesto que este discurso misógino, también es homofóbico y transfóbico porque, además de reducir la vida de las mujeres a su mínima expresión, estigmatiza y discrimina a todas las personas que desean amar a alguien de su mismo sexo. Algunos teóricos fundamentalistas, defensores de estas posturas rígidas, denominan a los movimientos feministas como “el nuevo demonio”.

En nuestro país, este discurso ha llegado con fuerza encarnado en exponentes que forman parte de la coalición multicolor ganadora de los últimos comicios electorales, particularmente en la figura de los legisladores evangelistas y del nuevo partido militar que ha logrado su expresión legislativa en esta instancia. Usan argumentos tramposos como, por ejemplo, la necesidad de cuidar el crecimiento demográfico del país, y deslizan propuestas como la de asignar un salario para procurar la permanencia en el hogar de las mujeres que tienen tres o más hijos.

Aunque parezca paradójico, mientras el líder del partido militar aseguraba que vivimos en un mundo donde “ya no es el obrero contra el patrón (…) ahora es la mujer contra el hijo y el marido”, casi simultáneamente las mujeres representantes de los partidos de la coalición se reunían para firmar un documento de acuerdo, “Compromiso por las mujeres”, ya que según las palabras de la vicepresidenta electa Beatriz Argimón, “no hay cambio en la sociedad uruguaya si las mujeres no estamos”. También resultan insólitas estas palabras a la luz de los resultados electorales, cuando a pesar de la Ley de Cuotas, las mujeres del Partido Nacional solo lograron un escaño en la Cámara de Diputados de 30 lugares obtenidos, las del Partido Colorado solo dos bancas en 12 totales logradas y las de Cabildo Abierto, dos en 13 sitios.

¿Cómo resolverán desde la futura presidencia esta incoherente relación entre lo que dicen unos y dicen otras dentro de la coalición multicolor? ¿Quién vencerá finalmente cuando Cabildo Abierto, con apoyo de las bancadas evangelistas y del catolicismo más conservador, salga a la lucha para dar vuelta la agenda de derechos y toda la normativa que la sostiene? En principio, el panorama parece muy desalentador porque las mujeres de la coalición parecen “contar” una historia que no coincide con las muestras que la realidad ofrece.

Sea como sea, las esperamos en la lucha que es por todas, porque aún nos queda la chance de seguir defendiendo lo logrado sin aceptar dar un paso atrás. Y lo más importante es que aún podemos echar a andar un imaginario motor que nos ayude a seguir combatiendo en estos tiempos profundamente arduos.

(*) Profesora de literatura. Docente y militante en Educación en DDHH. Inspectora de Institutos y liceos de Montevideo.