¿De qué se trata cuando hablamos de mercado?

Vamos a empezar analizando un mercado sencillo e “ideal”, el “mercado de competencia perfecta”. En realidad, no existe ningún mercado tan “perfecto” como este, pero dejaremos para más adelante el estudio de las diferencias que hay entre la realidad y este modelo. Para facilitar la comprensión pensemos, por ejemplo, que estamos hablando del mercado del trigo. Para que ese mercado pueda ser considerado de competencia perfecta tiene que mostrar las siguientes características:

-Libre concurrencia. Ningún agente puede influir en el mercado. El número de compradores y vendedores es muy alto y las cantidades producidas o demandadas por cada uno de ellos son tan pequeñas en relación con el total que su influencia sobre los precios es inapreciable. Ningún fabricante individual ni ningún comprador de trigo puede influir sobre el precio. Para que haya libre concurrencia es imprescindible la libertad de entrada y salida en las industrias, es decir, que no haya barreras que impidan a una empresa dedicarse a producir cualquier cosa. Cualquier empresario que lo desee puede destinar su capital a la fabricación de trigo.  La expresión “industria” indica el conjunto de empresas que se dedican a producir el mismo bien.

Esta característica no está presente en las situaciones de monopolio (un único productor), duopolio (dos productores), oligopolio (pocos productores), monopsonio (un comprador) y otros mercados no competitivos. En realidad, para que haya verdadera “libertad de entrada y salida” sería necesario que no hubiera costos de transformación, es decir, que la maquinaria destinada a una producción pudiera “reconvertirse” sin costo alguno para producir cualquier otra cosa.

La libre concurrencia en realidad es la excepción y no la regla. Algunos economistas británicos sugirieron que para estudiar el sistema económico habría que empezar analizando el monopolio, que es lo más habitual, y no la libre competencia. En cualquier caso, las ventajas de los mercados de libre competencia son tan grandes con respecto a los demás mercados que son presentados como la meta a la que se debe tender: las legislaciones nacionales y las normativas supranacionales se plantean como objetivo explícito el fomento de la libre competencia y la represión de las prácticas que la limitan.

-Homogeneidad del producto. Para que haya libre competencia es necesario que el consumidor sea indiferente a comprar el producto de una empresa o de otra, por tanto, los productos tienen que ser exactamente iguales; solo así se hará realidad que, si una empresa pusiera el precio por encima del establecido por el mercado, los consumidores dejarían de comprarlo. La homogeneidad debe incluir todas las condiciones de venta tales como garantías o financiación. En la realidad, como todos sabemos, las empresas tratan de diferenciar sus productos mediante campañas publicitarias, envases llamativos o pequeños cambios en el diseño o la composición. Es más, una de las principales virtudes de la libre competencia es precisamente el esfuerzo que obliga a todas las empresas a mejorar continuamente sus productos tratando de diferenciarse por su mayor calidad o menor precio.

-Información y racionalidad de los agentes. En los mercados de libre competencia los agentes económicos conocen los precios de todos los productos y factores, sus características y la existencia de posibles sustitutos. En el momento de decidir entre diferentes alternativas, los consumidores elegirán aquellas que maximicen su utilidad y los productores las que maximicen sus beneficios.

Muchas veces la información puede ser un bien escaso y de alto costo. Por ejemplo, antes de adquirir un vehículo necesitamos invertir tiempo y trabajo recorriendo los establecimientos de muchos concesionarios para conocer cuál de los diferentes modelos que nos ofrecen puede proporcionarnos mayor satisfacción. Nuestra decisión en cualquier caso será tomada siempre con información insuficiente porque, ¿quién sabe distinguir cuál es la biela más resistente al desgaste? Antes de pedir una ensalada en un bar, ¿analizamos la mayonesa en varios establecimientos para poder elegir la que tenga menor cantidad de salmonelas? Debido al costo de adquirir más información llega un momento en que renunciamos a seguir investigando, aunque ello pueda tener como consecuencia una decisión de compra incorrecta.

Pero para que la decisión sea la correcta, además de información se necesita racionalidad, es decir, capacidad para analizarla y valorarla. Los agentes deben poder adoptar decisiones que satisfagan sus preferencias. La teoría económica, en principio, considera que los gustos y preferencias están dados, son transitivos e invariables a corto plazo. La transitividad en las preferencias significa que si un individuo prefiere A a B y B a C también preferirá A a C. Sin embargo, Kenneth J. Arrow ha demostrado su “Teorema de la Imposibilidad” que afirma que no puede haber ninguna constitución democrática que permita que la sociedad en su conjunto pueda adoptar decisiones racionales y transitivas.

Fuente: Manual básico de Economía LA ECONOMÍA DE MERCADO Virtudes e Inconvenientes.