La madre de todas las incertidumbres

Por Iván Posada (*) | @IvanPosada33 

Hace exactamente tres meses planteábamos los desafíos que tendría por delante el nuevo gobierno. Hoy, esos desafíos que enunciábamos parecen nimios ante las consecuencias de la emergencia sanitaria dispuesta por el gobierno para combatir el coronavirus Covid-19.

La realidad supera toda imaginación. La reducción del nivel de actividad ha sido extraordinaria, y el impacto, en términos sociales, inestimables. Y eso, porque el gobierno felizmente optó por el aislacionismo social y consideró inconveniente la cuarentena obligatoria, como en forma insistente e irresponsable reclamó el Sindicato Médico del Uruguay. Si así hubiera sido, nuestro país sería tierra arrasada, porque hubiera implicado el freno a toda actividad económica y un desastre social inimaginable. ¡Una verdadera catástrofe!

Ante el desafío de la pandemia, el gobierno respondió con inteligencia y firmeza, tratando de buscar los equilibrios necesarios entre el grado de propagación del virus y el mantenimiento de un nivel de actividad económica que permita “permanecer con los motores encendidos”, como expresó la Ministra de Economía y Finanzas, Azucena Arbeleche.

Aún así, el impacto social es enorme. Aunque solo el 7% tiene causal de despido, las 138.000 personas enviadas al seguro de paro en un mes -entre marzo y lo que va de abril- nos dan una mínima dimensión de la situación social. Es la punta del iceberg. Por debajo están los cientos de miles de personas subocupadas que perdieron la chance de su ingreso diario, los miles de trabajadores por cuenta propia, los micro y pequeños empresarios; gente que todos los días busca ganarse honestamente los ingresos que den sustento a su familia.

Como tantas otras veces, felizmente la solidaridad es parte de la idiosincrasia de nuestra gente. Y por eso, todos los días nos enteramos de ollas populares, de múltiples esfuerzos solidarios, anónimos, que se suman y multiplican, para que a nadie le falte un plato de comida. Son de esas cosas que humedecen los ojos hasta las lágrimas. Si hasta dan ganas de gritar: ¡Uruguay noma’!

La misma solidaridad que mostró el personal de la salud que no dudó un instante en poner sus conocimientos y su fortaleza ética para ir mar adentro a prestar auxilio a pasajeros y tripulantes del Greg Mortimer, por la simple e impostergable razón de que eran seres humanos que así lo requerían. Son muestras de grandeza de espíritu que salen a luz. Formas de sentir y de ser. De este sentir y ser Oriental del Uruguay.

Del lado del gobierno, las medidas necesarias. Seguramente vendrán otras y otras, porque este Covid-19 es la madre de todas las incertidumbres, y la urgencia social seguirá demandando más recursos del Estado que deberán estar disponibles para atender la emergencia social.

Desde el 13 de marzo, cuando se conocieron los primeros cuatro casos, las medidas de aislacionismo social se pusieron en práctica suspendiendo todo tipo de espectáculos públicos, luego las clases en todo el sistema educativo y la recomendación de evitar aglomeración de personas. ¡Quedate en casa!, es la consigna que se repite día tras día,  una y mil veces. La estrategia de adelantarse a los hechos ha funcionado adecuadamente, haciendo especial caudal de los errores cometidos en otras partes del mundo, donde las decisiones gubernamentales se demoraron demasiado y los resultados en pérdida de vidas están a la vista.

Desde los ámbitos médicos, salvo algunas excepciones entre las que se destaca el análisis ponderado y fundado del Dr. Álvaro Galiana, se han mostrado contradicciones. El uso del tapabocas dio lugar a marchas y contramarchas, hasta que finalmente se recomendara definitivamente su uso. Pero las contradicciones tienen origen en la incertidumbre que genera la forma en que se propaga el virus, donde hay teorías para todos los gustos.

Contradicciones que nacen en la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) con recomendaciones tardías. La propia declaración de la pandemia recién se hizo el 11 de marzo, apenas dos días antes de los primeros casos en nuestro país, cuando la propagación del virus a nivel mundial hacía semanas que estaba instalada. La interconexión aérea, especialmente, hace que el mundo sea una aldea.

Pero las contradicciones mayores, generadas entre otros por la propia OMS, las que provocan y alientan más incertidumbre, las que promueven el miedo y hasta conductas paranoicas, han sido el manejo irresponsable de los datos, sin una base científica, estableciendo tasas de mortalidad del virus, desconociendo la cantidad de personas infectadas. La única forma de establecer tasas de mortalidad o de propagación del virus es el testeo masivo de la población.

Hace algunas semanas, el Dr. John Ionnadis1, alertaba sobre las apresuradas conclusiones de la OMS: “En un momento en que todos necesitan una mejor información, desde los modeladores de enfermedades y los gobiernos hasta las personas en cuarentena o solo el distanciamiento social, carecemos de evidencia confiable sobre cuántas personas han sido infectadas con SARS-CoV-2 o que continúan infectadas. Se necesita mejor información para guiar las decisiones y acciones de importancia monumental y para monitorear su impacto.

Se han adoptado contramedidas draconianas en muchos países. Si la pandemia se disipa, ya sea por sí sola o debido a estas medidas, el distanciamiento social extremo a corto plazo y los bloqueos pueden ser soportables. ¿Cuánto tiempo, sin embargo, deberían continuar medidas como éstas si la pandemia se agita en todo el mundo sin cesar? ¿Cómo pueden saber los políticos si están haciendo más bien que mal?

Las vacunas o los tratamientos asequibles tardan muchos meses (o incluso años) en desarrollarse y probarse adecuadamente. Dados estos plazos, las consecuencias de los bloqueos a largo plazo son completamente desconocidas.

Los datos recopilados hasta ahora sobre cuántas personas están infectadas y cómo está evolucionando la epidemia son completamente poco confiables. Dadas las pruebas limitadas hasta fecha, se pierden algunas muertes y probablemente la gran mayoría de las infecciones debidas al SARS-CoV-2. No sabemos si no podemos capturar infecciones por un factor de tres o 300. Tres meses después de que surgió el brote, la mayoría de los países, incluido Estados Unidos, no tienen la capacidad de evaluar a un gran número de personas y ningún país tiene datos confiables sobre la prevalencia del virus en una muestra aleatoria representativa de la población con certidumbre sobre el riesgo de morir por Covid-19. Las tasas de mortalidad de casos reportados, como la tasa oficial de 3,4% de la Organización Mundial de la Salud, causan horror, y no tienen sentido. Los pacientes que han sido evaluados para el SARS-CoV-2 son desproporcionadamente aquellos con síntomas severos y malos resultados. Como la mayoría de los sistemas de salud tienen una capacidad de prueba limitada, el sesgo de selección puede incluso empeorar en el futuro cercano”.2

Y propone más adelante una línea de acción: “La información más valiosa para responder esas preguntas sería conocer la prevalencia actual de la infección en una muestra aleatoria de una población y repetir este ejercicio a intervalos regulares para estimar la incidencia de nuevas infecciones”. 

La incertidumbre impide visualizar y planificar una salida a la crisis. Necesitamos disponer de información para la toma de decisiones. Somos un país con baja densidad de población donde la recomendación de Ionnadis puede ser puesta en práctica, si destinamos parte del testeo diario de Covid-19 a construir una muestra representativa de la dispersión del virus en nuestro país. Encomendarle al Instituto Pasteur que su capacidad de testeo sea orientada a la construcción de esa muestra puede ser determinante para enfrentar nuestro futuro próximo. Frente a la incertidumbre siempre debe prevalecer el conocimiento científico de los hechos. Hasta ahora el rumbo marcado por el gobierno ha sido probadamente el más adecuado. Para seguir en ese camino necesitamos más información.

(*) Diputado por Montevideo – Partido Independiente

Referencias:

1. John Ionnadis es médico, científico y académico, experto en epidemiología y ciencia de datos biomédicos de la Universidad de Stanford, Codirector del Meta-Research Innovation Center en Stanford (Metrics).

2. La cita es extraída del artículo publicado en la página web de Statnews.com, “¿Un fiasco en ciernes? A medida que la pandemia de coronavirus se afianza, estamos tomando decisiones sin datos confiables”.