Paula Mosera: «Lo que me mueve es la desigualdad de oportunidades»

Paula Mosera, contadora, emprendedora social, miembro del Consejo Asesor de Socialab, participante de Global Shapers, alumni de Enseña Uruguay e integrante de la directiva de Unidos por los niños.


Con el propósito de contribuir para acortar la brecha social, Paula empezó a hacer voluntariado cuando era chica. Hoy forma parte de múltiples organizaciones que buscan generar un cambio en la sociedad, y para ello decidió renunciar a su carrera profesional. De todas maneras, encontró la forma de unir sus dos pasiones: ser contadora y emprendedora social.

Por Magdalena Raffo | @MaleRaffo

¿Cómo nació tu interés por buscar soluciones para los problemas sociales?

Desde chica yo hacía voluntariado, y me fui metiendo en diferentes organizaciones dedicadas a eso porque sentía que había sido una persona con muchas oportunidades y me dolía ver situaciones de vulnerabilidad social. Por eso siempre quise aportar para generar un cambio. Cuando terminé el liceo, con un grupo de amigas empezamos a trabajar en Villa Española y creamos una asociación civil sin fines de lucro, llamada “Unidos por los niños”, que empezó siendo una canchita de fútbol y hoy es un club que atiende a 50 niños todos los días. Mi aporte allí es desde la directiva, para articular, tomar decisiones o conseguir más fondos.

¿Qué te llevó después a querer ser contadora, y cómo fue que lograste unir lo profesional con lo social?

En verdad al principio los veía como dos mundos completamente paralelos y diferentes, quizás por un tema cultural. Me gustaban los números, el mundo empresarial, y me decidí por la carrera de contadora. Después conocí otra organización que se llama Global Shapers, de la que todavía formo parte. Es una iniciativa del Foro Económico Mundial, que surgió para que jóvenes de entre 20 y 30 años opinen en foros donde están los presidentes, los CEO de las empresas más grandes del mundo, muchos políticos y tomadores de decisiones. Eso me permitió ver cómo jóvenes con distintas profesiones trabajaban con el objetivo de generar un cambio positivo en el mundo.

¿Así fue que pudiste hacer esa conexión entre tu profesión y tu deseo de aportar un cambio en la sociedad?

Exacto. Pude conversar con políticos, empresarios, y vi que realmente podía buscarle un propósito a mi día a día laboral y que no solamente iba a poder cambiar el mundo –que suena muy utópico, pero creo que tenemos que ser soñadores- en mi tiempo libre, sino que iba a poder hacerlo todos los días. También conocí a la organización Enseña Uruguay cuando recién estaba desembarcando en Uruguay. Es parte de la red global Teach For All, y busca jóvenes profesionales o próximos a recibirse de cualquier carrera universitaria, que estén dispuestos durante dos años a dar clases en liceos o UTU de contextos vulnerables.

¿Qué aprendizaje te dejó esa experiencia?

Fue una de las experiencias que más me desafió en mis 28 años de vida. Ahí empecé a valorar muchísimo el rol de los docentes en este país; es un trabajo muy demandante y para ayudar a los jóvenes tenés que ser muy fuerte, muy innovador, porque tenés que captar la atención de un alumno cuya mayor preocupación es que no tiene para comer. Entonces yo me cuestionaba todo: ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Cómo puedo llegarle a este alumno?

Estabas frente a dos realidades totalmente distintas.

Sí, de hecho yo trabajaba en una administradora de fondos de inversión. Eran realidades completamente diferentes: salía del aula y me iba a asesorar a personas sobre dónde invertir su dinero. Veía por un lado mucho dinero y por otro lado mucha pobreza, y eso me reventaba la cabeza.

¿Tuviste que renunciar a algo para dedicarte a los proyectos sociales?

En ese momento mantuve mi trabajo, pero me ofrecieron un ascenso que no acepté. Me quedé donde estaba, que tenía cierta flexibilidad, porque sabía que me iba a dedicar a lo social. Después, cuando conocí Socialab, renuncié a la empresa.

¿Cómo tomó tu entorno que renunciaras a tu carrera profesional por dedicarte a lo social?

Lo más fuerte fue cuando me fui a dar clases de matemática a Casavalle, ahí desde mi entorno me decían: “te están ofreciendo un ascenso”, “estás dando clases en la Universidad –cosa que luego dejé- y vas a pasar a ganar mucho menos”, “te vas a un lugar súper peligroso”, “vos no estudiaste para ser profesora”, y un montón de cuestionamientos a nivel familiar, laboral y de amistades. Todo el mundo estaba en contra.

¿Pero vos estabas segura de tu decisión?

Al principio no, pero investigué mucho, vi qué pasaba con las personas que entraban a Teach For All en otros países, me puse en contacto con ellos y me recomendaron que lo hiciera.

¿Hoy, después de los años, creés que fue la decisión correcta?

Sí, totalmente. Enseña Uruguay es algo que recomiendo para cualquier joven al que le mueva el “bichito” de querer aportar para el país. Es una experiencia que te transforma, que te abre muchas puertas –porque es una red global-.

¿Qué problemas sociales te desvelan?

Lo que me mueve es la desigualdad de oportunidades, eso me enerva. Por suerte en Uruguay la educación es pública y obligatoria, pero no todo el mundo accede. Hay muchos temas culturales, hay gente que dice: “no trabajan porque no quieren”, o “no estudian porque no quieren”, pero si no tenés ningún rol en el barrio de alguien que haya terminado el liceo, ¿por qué vas a terminarlo vos, cuando tenés que ayudar a tu familia porque otros hermanos tienen que comer? Eso es lo que me mueve y trato de trabajarlo.

¿Cómo llegaste a ser la directora ejecutiva de Socialab?

La directora ejecutiva de ese entonces, Valentina Quagliotti, se fue para dedicarse a su propio emprendimiento y el cargo quedó vacante. Me postulé, tuve una serie de entrevistas y quedé seleccionada. Cuando conocí Socialab le encontré todo el sentido porque unía mis dos pasiones: lo empresarial con lo social. Es una organización que apoya la generación de nuevas empresas sociales, es decir, empresas que buscan resolver problemas sociales a través de la fuerza del mercado.

¿Por qué ahora tomaste la decisión de dejar la dirección?

Me estoy yendo de la dirección, pero continúo como integrante del Consejo Asesor. La nueva directora ejecutiva se llama Alejandra Rossi. Yo me voy después de tres años y medio en Socialab, a un programa de liderazgo de impacto global para jóvenes de Iberoamérica en la Universidad de Georgetown (Washington), que dura 10 semanas. Después voy a estar unos meses acá tratando de desarrollar algunos proyectos que tengo en mente. En junio me voy a un programa de la Embajada de Estados Unidos, a recorrer diferentes emprendimientos sociales en ese país. Además, en julio me voy a Eslovenia, a una Universidad donde me invitaron para dar un curso de emprendimientos sociales. Finalmente, en agosto me voy a Bangladesh –aunque todavía estoy en conversaciones-, a una pasantía con Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz, para conocer las diferentes empresas sociales que ha creado allá.

¿Qué te imaginás haciendo a la vuelta?

Mi idea es seguir aportando desde donde pueda. Me gustaría emprender en algo relacionado al acceso al trabajo.


La nueva mirada del empresario

¿En Uruguay hay oportunidades reales de llevar adelante emprendimientos sociales?

Sí, porque hay casos. Por ejemplo, en UyRobot hacen robótica educativa. Son dos estudiantes de ingeniería que tienen el propósito de llevar la robótica a la currícula de las escuelas y los liceos, para despertar la motivación de los alumnos. Empezaron con cursos cortos y hoy tienen un modelo de negocio, venden los talleres a centros educativos que pueden pagar por ellos, y para los que no pueden hay un modelo de financiación a través de fundaciones. También venden kits de robótica.

¿Cuáles son los pros y los contras de financiar un emprendimiento que tiene un enfoque social? Porque generalmente el empresario busca invertir en aquello que le dé beneficios económicos.

Hay un concepto que está empezando a desembarcar en Uruguay, que es la inversión de impacto. Gracias a esto, hay inversores que están mirando empresas donde poner su dinero –que se les devuelve, como cualquier inversión-, pero no solamente están viendo la rentabilidad, sino también el impacto social o medioambiental que tiene el proyecto.

¿De qué manera un proyecto que busca generar un impacto social, puede conseguir ser sustentable económicamente?

Por ejemplo, a través de la venta de un servicio o de un producto.

¿Cualquier problema social puede resolverse mediante esta modalidad?

Yo creo que no, creo que esta es una forma más de hacerlo, pero sigo creyendo en las asociaciones civiles sin fines de lucro y en el rol del gobierno a través de las políticas públicas para la resolución de problemas sociales.


Señas de identidad

¿Te definís como emprendedora o sos más bien una referente en la materia?

Me considero una emprendedora porque en Socialab el día a día es como el trabajo de un emprendedor. Tenemos que validar constantemente nuestra propuesta, generar nuevas oportunidades comerciales, desarrollar la propuesta de valor para los emprendedores, estar todo el tiempo innovando, creando, buscando fondos. En el equipo de trabajo lo tomamos como si fuera nuestro emprendimiento.

¿Edad?

28 años.

¿Hobbies?

El handball, que juego desde hace muchos años, y el teatro, que estudié en la Escuela del Actor y lo tengo un poquito abandonado.

¿Tres palabras que te definan?

Apasionada, empática y proactiva.

¿Algo que te gustaría concretar en el corto plazo?

Los viajes que tengo planeados para este año –aprovechar al máximo esas oportunidades- y terminar la tesis del posgrado.

¿Tu mayor logro profesional?

El trabajo en Socialab.

¿Y uno personal?

La transformación que he generado en otros con respecto a los prejuicios. Por ejemplo, cuando iba a estudiar teatro era la “rubia cheta”, y por el otro lado, muchos me decían: “en esos barrios no trabajan porque no quieren”, en referencia a las zonas de contexto crítico. Fue un logro haber derribado esas brechas.

¿Te gustaría ser madre?

Sí, me gustaría, no necesariamente con hijos biológicos, pero sí formar una familia. Por ahora no está en mis planes y no creo en eso de que el tren pasa una sola vez.