Uruguay: importancia de su inserción internacional

EDICIÓN EMPRESAS & NEGOCIOS Nº 150

Escribe: Ricardo Pascale, doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento

Brevísimo racconto

El país tuvo sus momentos de más dinamismo de crecimiento cuando primó una amplia apertura comercial internacional. Con un mercado de reducidas dimensiones se entiende rápidamente la importancia de tener una estrategia muy afinada de mejorar la inserción internacional y eso hacerlo en un mundo de alta incertidumbre.

Hacia los años 30 del siglo pasado el país transitó durante 40 años un periodo de industrialización por sustitución de importaciones, en donde su desarrollo protegido llevó a una ampliación de un conjunto de actividades incrustadas en la revolución tecnológica 2.0, de carácter fordista, basada en las cantidades. Con los procesos de apertura posteriores, en los 70 del siglo pasado unido al advenimiento de la revolución tecnológica 3.0, la revolución del conocimiento, con fuerte apoyo en las tecnologías de la información y la comunicación, aparece una nueva realidad y en ella hemos tenido y se siguen acentuando con la revolución tecnológica 4.0 plena de innovaciones muy disruptivas, serias dificultades de inserción internacional del país.

Aparecen aquí más servicios, mayor cantidad de bienes intermedios transados, lo que se da a consecuencia de una estructuración de las empresas a escala internacional que organizan su producción a partir de procesos de abastecimiento y producción, con offshoring y outsourcing, dando lugar a las cadenas globales de valor (CGV), llevando la producción donde se dé una reducción de costos que compensan distancia. En este nuevo escenario, es decisivo qué lugar se ocupe en las CGV. Quienes ocupen tareas de mayor conocimiento e innovación incorporados con derechos de propiedad intelectual protegidos, tomarán más beneficios.

América Latina representa algo menos del 5% del comercio mundial y su participación en las CGV es marginal, aunque se observan diferencias en el interior de la región, situación a la que no escapa Uruguay.

Hacia los 90 adherimos al Mercosur, un área de preferencias, que luego de un impulso inicial, ha ingresado a la sombra de improntas proteccionistas de Brasil y Argentina, en una suerte de adormecimiento, y para Uruguay dificulta las posibilidades de ampliar su inserción internacional.

Hay esfuerzos para tratar de abrirnos más al mundo, como el tratado en proceso con China. Es una intención, pero no debemos olvidar que estamos dentro del Mercosur.

Nuevos polos de crecimiento del comercio

El comercio internacional se expande en muchos países. A China, que entre 2016 y 2021 generó un 25% del crecimiento del comercio mundial, las previsiones para 2021 a 2026 la ubican en un 13%, más allá de seguir manteniendo la importancia en el crecimiento del comercio.

Nuevos polos de crecimiento comercial, sobre todo en el sudeste y el sur de Asia, tal es el caso de Vietnam, India y Filipinas. Los últimos pronósticos del FMI implican que la participación de Asia en el comercio mundial continuará expandiéndose en los próximos cinco años. El crecimiento del comercio también se está acelerando en el África subsahariana.

Covid-19, guerra en Ucrania y CGV

Los dos últimos grandes shocks, la pandemia de covid-19 y el conflicto en Ucrania han planteado desafíos sin precedentes para las CGV. Los choques del lado de la demanda y la oferta han creado varios cuellos de botella a lo largo de la cadena de suministro, que van desde interrupciones logísticas hasta escasez de equipos y mano de obra, así como insumos intermedios como los semiconductores.

A pesar de los desafíos, no esperamos un gran paso atrás en la escala de la globalización. La justificación económica clave para las CGV (arbitraje de costos laborales, es decir, empresas que trasladan la producción a lugares con mano de obra relativamente barata) aún se mantiene. Además, los países no están necesariamente mejor si adoptan una estrategia alternativa.

Estimamos que las alternativas, como la diversificación de proveedores o clientes, o la relocalización de la producción, también tienen importantes inconvenientes y no necesariamente aumentan la solidez o la resiliencia.

La divergencia en la globalización está cambiando

La participación del comercio mundial realizado por las economías emergentes (incluida China) pasó del 24% en 2000 al 40% en 2012, y fluctuó en ese número.

Las economías emergentes han sido tradicionalmente productoras de materias primas, mientras que los productos sofisticados eran dominio de las economías avanzadas. Esto ha cambiado considerablemente. Muchas economías emergentes también se están convirtiendo en exportadores cada vez más importantes de bienes y servicios complejos. América Latina no está entre ellos.

Sucede que varias de las economías emergentes siguen avanzando, especialmente en conectividad, innovación y empresas líderes. Por lo tanto, estos países se están convirtiendo en exportadores de bienes y servicios más complejos de mayor valor agregado, y en importadores cada vez más importantes de materias primas. En ellos, lo que los diferencia es la incorporación de conocimiento.

El auge de muchas economías emergentes ya no es principalmente una historia de cantidad, simplemente del volumen de bienes comercializados, sino de la calidad y la fuerza innovadora de esos bienes. Es la historia de un cambio significativo: de proveedores de materias primas a ensambladores de componentes extranjeros y luego fabricantes de bienes y servicios de alta tecnología. Ese es el camino. Y Uruguay debe estar en él.

Cómo los países pueden obtener importantes beneficios de la participación activa en el comercio internacional, es un ejemplo de la importancia de esta inserción internacional.

La necesidad de una agenda de inserción internacional para el mundo de hoy

Uruguay tiene una urgente necesidad de diseñar una política de inserción internacional acorde con los tiempos que transcurren. Ello es un componente decisivo si se quiere alcanzar mejores niveles de bienestar de sus habitantes.

Como señala Vaillant, el coeficiente de apertura económica del Uruguay es del 40%, y si se toma en cuenta su ingreso medio y su tamaño del mercado debería estar ubicado en un 80%. Es un grado de apertura bajo.

El Mercosur no ha sido, en particular en las últimas décadas, un instrumento eficaz para un país como Uruguay que quiere desarrollarse sanamente con una mirada aperturista. Aquí aparecen opiniones encontradas de cómo proceder, para no verse Uruguay encorsetado a la hora de intentar realizar acuerdos con terceros países. Uruguay no tiene una estrategia difundida de inserción internacional. En todo caso no aconsejaría en estas circunstancias un corte abrupto con el Mercosur. Es un problema complejo que tiene que administrarse con mucha prudencia y alto pulso de relacionamiento internacional. Debe tenerse presente que el Mercosur siempre fue concebido por sus originales impulsores como un tema de ellos, o sea, Argentina y Brasil. Estimo que Uruguay no está en la agenda prioritaria de ninguno de esos países. Debemos ir —al menos de momento— administrando la relación de manera que sea lo menos costosa para el país.

Eso requiere de una alta dotación de todos los mejores recursos de un trato internacional.

Uruguay tiene empero una buena agenda de tareas pendientes de asuntos que son de su incumbencia directa, desde aspectos de tipo burocrático, expuestos por Hodara y otros especialistas, así como tasas y otras trabas no arancelarias que dependen exclusivamente de la voluntad uruguaya.

Pero hay una buena agenda de tratados a los cuales Uruguay debería cuanto antes suscribirse.

Resalta el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, sobre el cual ya se ha insistido in extenso, entre otros, hay estudios de la Academia Nacional de Economía  profusos en información y en cuyas conclusiones estamos de acuerdo. Iniciar la postulación no depende de nadie más que de nosotros.

No es el único. También depende de Uruguay adherirse al Tratado de Protección de Patentes de la OMPI, que daría un gran apoyo a nuestros científicos y emprendedores a la hora de proteger sus derechos intelectuales. Somos muy pocos países que no hemos adherido a ese tratado. Ello nos ubica en el contexto internacional como un país muy alejado de los que buscan su crecimiento y desarrollo conforme a los tiempos que corren. Es decir, inmerso en la transferencia de conocimiento hacia una generación de bienes y servicios que aporten valor agregado significativo. Deberíamos adherirnos a ese tratado sin demoras.

Pero en esta agenda existen otros pasos que dependen de Uruguay. Entre ellos, el Acuerdo de Tecnología de la Información, el Acuerdo de Compras Gubernamentales, así como el Convenio de Kyoto Revisado. Todos redundarán en beneficio de una mejor inserción internacional del país.

Más allá de buenas intenciones y alta competencia que descarto de todos los actores en estos temas, es demasiado importante para el país dar pasos en términos de definir una agenda inteligente, orgánica de inserción internacional.

En este sentido, algunos aspectos me parecen básicos. En primer lugar, la definición de la estrategia. Segundo, la estructura de gobernanza de esa estrategia. Como tercer punto, tener bien presente que estamos viviendo la revolución 4.0. Nuestra estructura económica aún tiene —con las naturales excepciones— una fuerte impronta de la revolución 2.0. Los tangibles parecen ser lo decisivo.

Debemos impulsar nuestro accionar con un rumbo muy claro de una economía cada vez más inmersa en el conocimiento y su transferencia a los sectores productivos, donde los intangibles vayan creando valor en hombros de la ciencia, la tecnología y la innovación.

Nuestra inserción internacional debe inscribirse en este rumbo más amplio del país, en particular en los tiempos económicos que vivimos y en la incertidumbre en que el mundo parece desplazarse.

Tenemos muchos ejemplos de países que han ingresado en economías más contemporáneas basadas en el conocimiento y que están en la revolución 4.0. Cada país tiene sus peculiaridades y no se pueden replicar las experiencias linealmente a Uruguay. Pero en lo que ya no hay dudas, es en que el crecimiento y desarrollo en la tercera década del siglo XXI tienen su espacio sostenible e inclusivo cuando el conocimiento se transfiere a quienes producen bienes y servicios. Y es en este paradigma en donde una inteligente inserción internacional tiene un rol definitivo.