Detrás del imperante crecimiento de las redes sociales, más allá de la facilidad para comunicar e interactuar entre usuarios, hay factores a tener en cuenta como la ansiedad que producen y diversos factores que deben regularse, principalmente en lo que respecta a los menores de edad. Ante esto, CRÓNICAS consultó a Roberto Balaguer, psicólogo especializado en entornos virtuales; Silvia Nane, senadora frenteamplista e integrante de la Comisión de Educación del Senado; y Rodrigo Laguna, ingeniero en computación especializado en Machine Learning.
Por Mateo Castells |@teocastells
“Quien quiere que yo quiera lo que creo que quiero”, canta Jorge Drexler en su canción “Oh! Algoritmo”, de su último álbum Tinta y Tiempo. Ahora, que el lector vuelva a leer y piense. Luego de haber leído unas dos o tres veces la oración del inicio y haberse fastidiado por su complejidad, el lector debe saber que detrás de la parafernalia de las redes sociales, con sus videos trending, sus canciones que se adhieren como pegotines al inconsciente, las modalidades instantáneas y el poco esfuerzo que se necesita para saltar de un contenido a otro y gastar horas del día con la ñata frente a un dispositivo consumiendo contenidos, hay un algoritmo que, como canta Jorge, decide sobre cuáles son las preferencias de un usuario.
Un algoritmo es una serie ordenada de pasos que busca tener una métrica objetiva de cada usuario de las redes sociales, para crear un perfil que conglomere sus datos e información, que se recaban en la misma interacción que la persona hace con los contenidos —cuánto tiempo mira un video, a qué publicaciones le da “Me Gusta” o cuántos clics da a determinados apartados—, y en base a eso decide qué contenido es el adecuado para el usuario, y así lograr que permanezca más tiempo en la plataforma, según explicó Rodrigo Laguna.
Pero no solo esta inmensa base de datos genera que sea una imagen cotidiana ver las caras iluminadas por las pantallas en los buses repletos o la indiferencia de las parejas que miran sus celulares cuando salen a cenar a un restaurant, lo que aduce a pensar que la población en general está desarrollando cierta adicción al consumo de redes sociales.
Más allá del algoritmo, los laboratorios de las redes
Roberto Balaguer explicó que los movimientos como el scrolling —el desplazamiento hacia arriba o abajo en una app o página web— no son casuales, sino que son “pensados en base a cuál es el movimiento que genera menor interferencia y es más fácil de hacer, lo que hace que el consumo sea infinito, porque antes el feed terminaba en determinado momento, hoy eso cambió”.
“Eso está pensado, existen laboratorios de las grandes tecnológicas con psicólogos, sociólogos y psiquiatras que están permanentemente tratando de entender cómo funciona nuestra mente y aprovechando nuestros huecos y falencias cognitivas para ponerlos al servicio del consumo digitado y orientado”, aseveró el especialista.
En estos laboratorios “hay miles de horas de estudio tratando de entender cuáles son los movimientos, los colores y la frecuencia, entre otros aspectos, que nos hacen entrar en ese estado de flujo y de contemplación, más que de estar en un estatus de pensamiento crítico y deliberado”, por lo que las mecánicas, las actualizaciones y las nuevas formas de uso en las redes sociales no son casuales, sino que son “deliberadas”.
Lo que las redes sociales dejan: Una juventud digitalizada y con tendencias ansiosas
Si usted hace un relevamiento en una escuela o liceo, difícilmente encuentre un joven que no consuma TikTok o Instagram. Estas plataformas, con videos de asiáticos variopintos y una producción de “memes” en cadena que se complejiza cada vez más y se ha transformado en un metalenguaje de estos entornos virtuales, han logrado atrapar a niños y adolescentes, pero detrás de esto hay un perjuicio a su salud mental.
Balaguer entiende que hay determinados componentes que se encuadran dentro de las habilidades blandas, como la capacidad de afrontar determinados desafíos y ser autónomo, que culturalmente están en menor medida y que es producto de dinámicas de participación y crianza, que sumado a la tecnología y las redes, que resuelven fácil e instantáneamente las cosas, “seguramente sean elementos que todos juntos lleven a que fácilmente hoy haya mayor número de consultas por ansiedad y depresión”.
Pero, ¿cómo controlar esto?
Lo que antes estaba dado por relaciones humanas reales, reguladas por el “cara a cara” y la bohemia de una charla, un acercamiento o un intercambio, se ha sintetizado y resguardado en un emoji, mensaje o reacción instantánea que las redes sociales han logrado representar.
Por lo que se trata de un problema sintético, impalpable, que provoca que su regulación sea compleja. “Hay un aspecto de la virtualización de ciertas relaciones humanas, que se dan en otras redes físicas, que se virtualizan a un entorno digital, donde se genera otro tipo de vínculo”, reflexionó Silvia Nane.
Ahondando en este apartado, aseveró que se debe posar la mirada en quienes habilitan estos entornos virtuales de interacción, que son empresas y operadores privados, algo que para los Estados “es muy difícil tener mecanismos de control y protección, además de soberanía en entornos que son completamente globalizados”.
Pero, en lo que respecta al uso de las redes en infantes y adolescentes, la senadora frenteamplista enfatizó en que se debe mirar el problema bajo la óptica de derechos. “Lo que se debería tratar de cuidar es que esos vínculos que se generan en ese nuevo entorno, sean protegidos, que aseguren que los jóvenes van a estar protegidos en sus derechos, que no van a ser discriminados”, algo que acentúa patologías como la ansiedad y la depresión.
En este sentido, Nane dijo que “esto requiere que el entorno adulto tenga otras herramientas. Y eso tiene que ser una política pública de protección, que no debería ser solamente que todos aquellos dispositivos digitales que usan los gurises, tengan firewalls controlados por sus padres”.
Mientras tanto, y teniendo en cuenta el frenesí con el que evoluciona la digitalización y la masividad del consumo de redes sociales, tendremos cada vez más relaciones personales reducidas a un emoji, charlas “cara a cara” limitadas, porque la atención de los interlocutores se desvía ante la vibración del celular y juventudes que crecen con tendencias ansiosas y pellizcan diariamente los blísteres de pastillas ansiolíticas.