Alternativas en la pospandemia en América Latina

Por: Dr. Pablo Anzalone (*) | @PabloAnzalone

En América Latina los efectos de la pandemia abarcan muy diversos planos en el corto y largo plazo. Es la región del mundo que perdió más años de esperanza de vida debido a la pandemia, pasando de 75,1 años en 2019 a 72,1 en 2021 (Cepal 2022). El aumento de la pobreza golpea en sociedades profundamente desiguales.

Un informe reciente de Cepal (1) destaca de manera muy contundente que “América Latina está marcada por una matriz de desigualdad social cuyos ejes estructurantes —el estrato socioeconómico, el género, la etapa del ciclo de vida, la condición étnico-racial, el territorio, la situación de discapacidad y el estatus migratorio, entre otros— generan escenarios de exclusión y discriminación múltiple y simultánea”. La pandemia agravó las grandes brechas sociales estructurales. Cepal afirma hoy que “los costos de la desigualdad son insostenibles”.

La salud, por ejemplo, se ve afectada directamente por la ausencia de controles de las enfermedades no transmisibles como cáncer y cardiovasculares. El debilitamiento de la atención primaria significó incrementos en mortalidad materna, prematurez y bajo peso al nacer. La alimentación sigue siendo un aspecto crítico, con fenómenos de hambre y desnutrición que explican la cantidad de ollas populares que subsisten aún hoy ante la omisión del Estado. La obesidad y el sobrepeso, ligado al consumo excesivo de productos ultraprocesados con altos niveles de sodio, grasas y azúcares, son un grave problema. La salud mental es uno de los campos más afectados, con angustias, depresión, suicidios. Las respuestas gubernamentales ante la pandemia estuvieron centradas en un mensaje de parálisis y aislamiento, confundiendo distanciamiento físico para evitar contagios con distanciamiento social que es un concepto nocivo para la salud física, mental y vincular. En Uruguay la teoría de la responsabilidad individual y la omisión estatal dejó más de 6.000 fallecidos en 2021. Fuimos uno de los países con mayor índice de muertes por millón de habitantes.

La región inició el siglo XXI con un gran avance social cuando los descontentos populares permitieron el triunfo de gobiernos progresistas que priorizaron la protección social, la reducción de la pobreza y la indigencia. Además, la llamada “nueva agenda de derechos” puso sobre la mesa la discriminación y desigualdades que afectan a las mujeres, la diversidad sexual, las etnias, la infancia y las personas mayores, así como los cuidados y las políticas de drogas.

En una larga década los progresismos lograron comenzar transformaciones significativas en lo social y lo institucional, pero también dejaron en pie estructuras de poder concentrado en manos de la derecha (política, económica, mediática, militar, religiosa) y en muchas ocasiones debilitaron su vínculo con los movimientos de masas (2). La reciente coyuntura argentina demuestra (una vez más) el poder de desestabilización del capital financiero y algunos sectores agrarios.

Sin embargo, las corrientes de derecha y ultraderecha que recuperaron algunos de los gobiernos regionales no resolvieron ninguno de los problemas, sino que los agravaron y ni siquiera pudieron estabilizar una hegemonía conservadora. Las resistencias y movilizaciones crecieron.

El triunfo de Petro y Márquez en Colombia es una señal fuerte de cambio para el continente, que se suma a otras varias. Su discurso al asumir enfatizó temas urgentes como la cuestión ambiental, las políticas de drogas, la redistribución de la riqueza, la vulneración a las mujeres y la defensa de la vida en una sociedad que utiliza el asesinato como control social. En la nueva coyuntura regional surge una ecuación diferente entre las fuerzas políticas democratizadoras y movimientos sociales populares por un lado y el poder de las derechas por otro, en un contexto internacional complejo. La disputa de poder entre EEUU y China puede abrir espacios para que América Latina recupere un rol más protagónico y autónomo, en un mundo donde la guerra y el armamentismo crecen.

Nuevas formas de hacer política, con alianzas entre fuerzas sociales, culturales y políticas se abren paso. Unidad de los sectores populares, amplitud y diversidad de luchas que tejen redes entre sí, radicalidad en el horizonte de transformaciones y capacidad de construir cada paso junto con la gente, son aspectos de una nueva hegemonía.

Un artículo de Rodrigo Arocena (3) que estimula a pensar (retoma conceptos de un anterior libro suyo (4)) propone una conjetura principal: no hay democratización sin democratización del conocimiento. Desde esta perspectiva (que compartimos) nuestras sociedades tienen el enorme desafío de la democratización en áreas claves de la vida, tanto estructuras como prácticas, donde el conocimiento puede ser una herramienta de emancipación y no de sometimiento. Se necesitan nuevos conocimientos, incluyendo en particular enfoques de Investigación de Acción Participativa, recuperando aportes de la educación popular, a Paulo Freire, Orlando Fals Borda y otros.

El reciente Congreso de la Udelar sobre covid-19 y pospandemia mostró una amplísima gama de investigaciones para construir salud y cohesión social, así como soluciones concretas a problemas sanitarios. Contrasta este aporte relevante de la academia (GACH incluido) y en especial de la Udelar con los drásticos recortes presupuestales impuestos por el gobierno en la actual Rendición de Cuentas.

Democratizar la democracia, como propone Boaventura de Souza Santos, no es solo una estrategia de avance ante la crisis sino la utopía que nos ayuda a caminar, como nos decía Eduardo Galeano.

En las políticas hacia personas mayores, discapacitados, infancia o personas con problemas de salud mental, hay un debate fuerte contra las concepciones tutelares que piensan a estas personas como objetos y no como sujetos. En las personas mayores la Convención Interamericana de 2015 pone el énfasis en sus derechos de participación. “Nada sobre nosotras sin nosotras”, decían las organizaciones de discapacitados en un taller de la Red de Municipios y Comunidades Saludables de 2020. En salud mental los movimientos antimanicomiales cuestionan el encierro, la sobremedicación y la violación de los derechos humanos, excluyendo a las personas, desestimando su capacidad como seres humanos, impidiendo su participación. Las experiencias alternativas en salud mental son muy ricas y la Mesa Local de Salud Mental en el oeste de Montevideo es un buen ejemplo. Las organizaciones de usuarios de la salud han aportado a un enfoque de salud comunitaria, basado en la participación del entramado social.

Las luchas feministas son batallas para la democratización de las relaciones de género y los ecofeminismos incluyen la defensa de la vida en el planeta, así como los feminismos populares hacen suya la causa de los pobres. Son las “revoluciones moleculares” que argumenta Félix Guattari. Capitalismo globalizado, colonialismo, patriarcado, racismo y destrucción ambiental son fenómenos muy imbricados entre sí.

La crisis actual puede ser una oportunidad para construir horizontes de transformación más profundos. América Latina está dando señales en ese sentido.

(*) Doctor en Sociología. Lic. en Educación-Diplomado en Políticas Públicas e Innovación. Mag. en Sociología. Director Div. Salud IMM 2005-2015. Colectivo El Taller.

Referencias:

1. Los impactos sociodemográficos de la pandemia de covid-19 en América Latina y el Caribe
(cepal.org)

2. Anzalone Pablo. Momentos de cambio en América Latina https://alicenews.ces.uc.pt/index.php?lang=1&id=39399

3. Arocena, Rodrigo. Nuevos encuentros entre democracia y transformación. Revista Nueva Sociedad Nº 297, enero-febrero de 2022, ISSN: 0251-3552

4. Arocena, Rodrigo. Para transformar la sociedad: las Izquierdas democratizadoras de inspiración Socialista. – 1ª ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Clacso, 2020.