Un nuevo partido político uruguayo: el Partido Social Cristiano

Por Daniel Iglesias Grèzes (*)

Como bien dice el art. 40 de la Constitución Nacional: “La familia es la base de nuestra sociedad”. Pues bien, son muy abundantes los signos de que, en el Uruguay, la familia está en crisis: los matrimonios y los nacimientos son pocos y siguen cayendo, los divorcios y los abortos son muchos, las uniones libres son cada vez más numerosas, etc.

Si la familia es la base de la sociedad y la familia está en crisis en nuestro país, es lógico que la sociedad uruguaya esté en crisis; y de hecho lo está, en muchos órdenes distintos: Uruguay sufre una crisis demográfica (envejecimiento y próxima caída de la población), una crisis educativa (alta deserción en la educación media, aprendizaje insatisfactorio), una crisis moral (cantidades récord de suicidios, de abortos y de presos), una crisis de seguridad (aumento del poder del narcotráfico), entre otros. Además, aunque estrictamente no estemos viviendo una crisis económica, desde hace mucho tiempo la situación económica es difícil para muchos uruguayos. El costo de vida y los impuestos son altos en relación a los salarios y jubilaciones, hay índices importantes de desempleo y subempleo, el gasto público y la deuda pública son altos, hay un déficit fiscal crónico, la movilidad social es baja y un sector significativo de la población no logra escapar de la pobreza. Todo esto se traduce en un indicador inequívoco de una falta de prosperidad general: muchos uruguayos están predispuestos a emigrar.

Si en lugar de mirar al Uruguay, miramos al mundo entero, observamos al menos tres catástrofes que nos amenazan y se avecinan, si seguimos por el mismo camino por el que venimos: un colapso demográfico, una gran crisis económica y una revolución antropológica anticristiana. A eso le podemos sumar la posibilidad de que las guerras regionales se extiendan y se conviertan en la tercera guerra mundial.

Por supuesto, un fenómeno tan complejo como la crisis multiforme que sufren Uruguay y el mundo no tiene una sola causa; y en un artículo como este apenas es posible esbozar un diagnóstico. Empero, si es necesario señalar una causa principal, cabe sostener que esta se encuentra en un grave error que nuestra civilización cometió hace ya varios siglos, al apartarse de la visión clásica y cristiana del ser humano y de la vida política y social y reemplazarla por la ideología liberal, que absolutizó la libertad de elección individual. En esencia, se cambió una noción de la libertad como autodominio y liberación de la tiranía de las pasiones para procurar una vida virtuosa y el bien común por una idea de la libertad como ausencia de restricciones para realizar los propios deseos, cualesquiera que estos sean, excepto si dañan de un modo directo y evidente a otros. En la medida en que esta noción liberal y subjetivista de la libertad se fue implementando de una forma cada vez más integral y coherente, actuó como un ácido que disuelve lentamente todos los vínculos que unen a los seres humanos con las distintas comunidades de las que forman parte: familia, comunidad local, comunidad religiosa, nación, civilización, etc. Para el individualismo liberal, las únicas obligaciones que realmente importan son las que uno mismo ha elegido; pero, en realidad, eso significa que nadie tiene ninguna obligación moral. Mi único vínculo “sagrado” sería el que me une conmigo mismo. De este modo el liberalismo conduce a la idolatría del hombre. Y este no es un problema solo de los “liberales conservadores” o los “libertarios”. La izquierda es en realidad más radicalmente liberal que la misma derecha, lo que se pone de manifiesto en su “liberalismo progresista”, que busca “liberar” al individuo incluso de las exigencias de su propia naturaleza humana.

El ser humano así “liberado” es un ser humano cada vez más débil que, para resolver sus problemas crecientes, necesita un Estado cada vez más grande y poderoso. Así pues, pese al antiestatismo teórico de muchos liberales, tanto los liberales de derecha (que prefieren recurrir al instrumento del mercado) como los de izquierda (que prefieren el instrumento del Estado) terminan cooperando para producir un Estado que interviene cada vez más en todos los aspectos de la vida humana, de la cuna a la tumba. Esto contribuye a causar la profunda insatisfacción actual de muchos ciudadanos con la democracia liberal en gran parte del mundo.

Muchos estamos convencidos de que la solución a los grandes problemas sociales y políticos del Uruguay y del mundo no está en el liberalismo, ni en el socialismo, ni en el fascismo, sino en el socialcristianismo, que no es otra cosa que la aplicación de los principios cristianos a la vida política y social. Por eso hace poco fundamos un nuevo partido político aconfesional de ideario socialcristiano: el Partido Social Cristiano (PSC). Aspiramos a obtener al menos una banca en el Parlamento en 2029, para promover desde allí, con base en nuestra propuesta socialcristiana, la transformación profunda y urgente que Uruguay requiere. Por supuesto, nuestro posliberalismo no implica en absoluto renunciar a lo que algunos llaman “instituciones liberales”: democracia, Estado de derecho, economía de mercado, libertad de expresión, etc.; pero sí implica desligarlas de la filosofía liberal, de la que son independientes lógicamente y hasta cierto punto también históricamente.

Como primer paso para hacer posible nuestro proyecto político, pedimos tu apoyo por medio de la firma de una “papeleta de adhesión” a fin de que la Corte Electoral reconozca oficialmente al PSC como nuevo partido político. En la web del PSC (https://pscuy.wordpress.com) puedes encontrar nuestro Programa de Principios y toda la información relevante sobre nuestra campaña de recolección de firmas. Desde ya muchas gracias a todos los que nos apoyen con su firma o su militancia.


(*) Fundador del Partido Social Cristiano. Email: psc_uy@vera.com.uy